•CAPÍTULO 3•
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THE BLACK SISTERS
AVADA KEDAVRA
III. Féretros fríos.
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Últimamente la vida le sonreía a Andrómeda, pues sentía que estaba atreviéndose a hacer muchas cosas de las que antes se había privado. Su botica mágica en Escocia prosperó mucho y pudo contratar a una persona para que pudiese manejarla, dándole así empleo a una mujer mayor que lo necesitaba.
Esto debido a que uno de sus sueños se había cumplido, después de muchas vueltas y rodeos con respecto al asunto, Andrómeda se había decidido a ser sanadora en San Mungo, convirtiéndose en una de las mejores medibrujas que se desempeñaban actualmente.
Andrómeda tenía manos, corazón, cerebro y alma de sanadora, puesto que su habilidad inicialmente innata, fue perfeccionándose a tal punto que ahora era parte del personal permanente de la unidad de pacientes críticos. Cada día se esforzaba en ser mejor profesional y aprender más sobre la medicina, además podía poner en práctica sus conocimientos como herbolaria, lo que contribuía mucho a la recuperación de muchos magos y brujas que mantenían tratamiento; cada paciente que tomaba Andrómeda salía del hospital guardándole un sentimiento de agradecimiento profundo.
—Señora Davies, su hijo se encuentra en buen estado de salud, nada más necesita tomar una poción y se encontrará perfectamente. La ictericia es muy normal en los recién nacidos, no es nada para alarmarse.
—Nunca pensé que los bebés de sangre pura sufrieran este tipo de incidentes— siseó la bruja, quien acababa de parir a un varón lozano y de gran tamaño.
Andrómeda fingió su sonrisa de comprensión y empatía para con la madre primeriza. Pero tuvo deseos de reírse en su cara por ser una mujer con tal nivel de ignorancia a pesar de su notable educación mágica.
—Señora Davies, esos son pensamientos retrógrados que lo único que hacen es propagar el desconocimiento y la ignorancia. Son solamente mitos, todos los bebés, ya sean magos o los bebés muggles pueden sufrir de estas condiciones. El hígado de su bebé no se desarrolló apropiadamente debido a su prematurez, por ende hay un descontrol en la sustancia llamada bilirrubina —explicó con calma, sin poder evitar el sarcasmo en su voz—. No tiene nada que ver con la supuesta sangre pura y para ser más enfática, ese también es un pensamiento muy antiguo.
La bruja anotó algunos datos sobre los signos vitales con su vuelapluma y luego salió de la habitación dedicándole una sonrisa algo irónica.
—Malditas brujas arcaicas— siseó para sí misma. Era imposible que esos pensamientos no le molestaran y mucho más considerando que las personas no tenían ninguna vergüenza o descaro al decirlo a viva voz.
—¿Andy vamos a almorzar?
Victorie Adams era su amiga más cercana en el hospital. Había viajado desde Norteamérica como pasante, ahora la habían asignado a la misma ala de tratamiento del hospital y sorprendentemente había coincidido con Andrómeda en todos los turnos nocturnos que habían llevado a cabo en los últimos meses, por lo que su amistad se fortaleció entre cafés cargados, cigarrillos y porqué no decirlo, debates intelectuales, pues ambas adoraban hablar de hierbas y medicina alternativa.
—Claro, déjame guardar estas planillas y te alcanzo en el casillero.
Andrómeda agradecía tener una compañera que fuera una persona normal, no como las enfermeras estiradas que creían haber nacido teniendo un doctorado en medicina mágica o los médicos que aún consideraban que las mujeres no tenían derecho a ejercer la medicina en ninguna de las áreas.
—He esperado toda la jornada este tiempo, ¡he escuchado un chisme que tengo atragantado en la garganta y necesitaba contártelo!
Andy negó con la cabeza y llevó sus manos al cielo como pidiendo paciencia. Victorie era adorable, nada más que era una especie de radar, todo lo que sucedía en el hospital lo sabía, no era chismosa en una forma negativa, solamente le contaba todo a Andrómeda.
—Por Merlín, me das miedo. No entiendo cómo conoces todas las noticias de este lugar enorme.
—Vamos a esa mesa alejada, la que está en el patio trasero—indicó —, no quiero que piensen que estamos trayendo y llevando rumores mal intencionados.
Andrómeda cogió su lonchera con su almuerzo y caminaron por los pasillos mientras saludaban a algunos compañeros. Debía reconocer que la amistad de Victorie era valiosa para ella, teniendo en consideración que después de apartarse de su familia, dejar a su prometido plantado en el altar para casarse con un muggle, prácticamente todas las que era sus amigas la habían dejado. Victorie y Molly habían amistado muy bien, por lo que entre las tres lo pasaban en grande.
—Siéntate porque o si no te caerás sobre tu hermoso trasero— murmuró la bruja, sin poder contener su emoción —¿Conoces a Samantha Bonnett, la sanadora del piso tres?
—¿Aquella que siempre usa vuela plumas enormes?
—¡Sí, esa misma!
—¿Qué pasó con ella?
—La descubrieron con el sanador Matthews en uno de los armarios de pociones, besándose ¡casi a punto de...!
Andrómeda le dio un golpecito por debajo de la mesa cuando notó que algunas enfermeras estaban allegándose también a ese espacio para pasar el rato.
—Bueno, ya sabes en qué— dijo la bruja, encogiendose de hombros mientras mordía una manzana—. Aunque era cosa de tiempo, era muy evidente lo que hacían, a veces los pillabas manoseandose detrás de la lavandería.
—¡Merlín! ¿Qué va a suceder con ellos? ¿Acaso los despedirán?
—No lo sé, el sanador Matthews es muy amigo del director, aunque puede que no quiera arriesgar su propio pellejo y puede que exponga a Samantha como la instigadora, sabes que lo persiguió durante mucho tiempo.
—¿Qué no son casados, ambos?
—Sí, pero ya sabes. A muchas personas les cuesta mucho controlar sus impulsos.
Eso era verdad.
Andrómeda lo sabía de primera fuente, con Narcissa.
¿Qué sería de ella si no tuviera tan bien puesta aquella máscara de señora de familia?
Cuando falleció Saoirse Black –la esposa de su primo Regulus, también fallecido– hubieron muchos rumores con respecto a la relación cercana que tenía Cissy y su primo recientemente viudo. Algunos hablaban de que entre ellos había cierto coqueteo indecente e innecesario, solamente nunca se pudo comprobar debido al solemne matrimonio de la señora y al posterior repentino fallecimiento del mago.
—Ni que lo digas. Conozco a varios casos— siseó Andrómeda teniendo claridad de lo que pensaba.
Terminaron de comer conversando sobre temas que no tenían que ver con el hospital, en ocasiones estar rodeada de personas que conocían su historia de vida tanto como ella le perturbaba, pero estaba desarrollando su habilidad como sanadora y también a punto de graduarse con honores en el entrenamiento oficial.
—Creo que ha terminado el descanso, tengo que volver de inmediato, tengo expedientes que llenar y cambiar bombas de infusión de pociones— murmuró Andy.
—¡Sanadora Tonks!—le llamó una asistente administrativa—, Ariadna quiere verte, dice que es importante que te presentes ahora en su oficina.
Ariadna Selwyn era la sanadora a la cual Andrómeda había salvado en su botica en las tierras altas, en esos años la mujer le había ofrecido convertirse en sanadora, pero ella tenía otras cosas en las que pensar y su cabeza no estaba preparada para recibir ese tipo de entrenamiento. No obstante después de todo lo sucedido con su familia y la última pelea con Bellatrix sintió la necesidad de hacer algo diferente, de tener algo más.
Andy jamás había sido ambiciosa, sólo que ahora su espíritu le exigía dar más de lo que siempre dio, pero también recibirlo. Obtenerlo pero no por los demás, si no que también quería obtenerlo por y para ella. Además de amor y buenos sentimientos quería tener el reconocimiento, la sensación de hacer bien las cosas y que su nombre tuviera el crédito.
La bruja caminó por los pasillos hasta la oficina de su jefa. Tocó y entró en la sala.
—Sanadora, me han avisado que me buscaba ¿necesita algo?— preguntó sin esperar la respuesta que obtendría.
La mujer la observó con cautela, por ende, Andrómeda sintió que su estómago se contrajo, ella sabía muy bien cuando las personas tenían que dar malas noticias y este era el caso.
—Andrómeda, necesito que tomes asiento —dijo señalando el sitial de color turquesa delante de su escritorio.
Ella lo hizo de forma lenta, como procesando la información que aún no le decían, su cerebro estaba preparándose para lo peor.
—¿He hecho algo mal?
—Calma, no tiene nada que ver con el hospital, pero es algo que te concierne.
—¿Qué sucede? Veo su rostro y la verdad es que pensé que una de mis pociones había matado a alguien —expuso.
La mujer tomó aire y su expresión era como un lienzo en blanco, estaba intentando que esta no denotara ninguna emoción negativa, solamente tranquilidad.
—Andrómeda he sido notificada desde el ministerio...
—Ahá —replicó sin comprender aún que estaba haciendo en la oficina.
—Me han avisado hace algunos minutos que la señora Druella Black ha fallecido—dijo al fin—. Tu madre murió Andrómeda, sé que ustedes no eran cercanas, pero igualmente te doy mis condolencias, es una información que lógicamente no puedo dejar pasar.
Los oídos de la bruja habían oído perfectamente, sin embargo no estaba segura con respecto a lo que tenía que preguntar a continuación y su jefa pudo darse cuenta.
—Cuando un mago fallece, los familiares deben notificar el deceso al ministerio de magia y este se comunica con nosotros con respecto a si es necesaria la asistencia del hospital —explicó —¿tienes conocimiento del procedimiento no es así?
—Sí —contestó al fin con un hilo de voz.
—Hoy en la mañana recibí un listado y venía el nombre de tu madre, sé que has tenido muchos problemas con tu familia, perdón si no es correcto lo que hice— acotó —, pero me tomé la libertad de preguntar a donde serían los servicios funerarios y la posterior sepultación— comentó, intentando transmitir calma con su voz —Será en el cementerio de West Norwood, mañana a primera hora.
Andrómeda no denotaba ninguna expresión en su rostro y eso inquietó a su jefa en demasía.
—Andy ¿aún estás conmigo?
—Sí —volvió a contestar con un monosílabo —, agradezco todas las atenciones que tomaste para conmigo —acotó quedándose en silencio nuevamente —¿Puedo retirarme?
—Por supuesto, no hace falta decir que puedes tomarte libre el resto del día y que no te presentes mañana —terció—, es más, puedes tomarte el tiempo que necesites, intentar hablar, si necesitas desahogarte, estoy aquí.
—Se lo agradezco mucho, sanadora Selwyn. Pero sabe muy bien en qué condiciones se encuentra mi relación familiar.
—Que no mantengas relación con ellos no implica que esta situación no te afecte de una u otra manera— declaró —, quiero que ahora vayas a casa y te tomes más que sea algunos días de descanso.
—Eso no será necesario.
—No te estoy preguntando, Tonks. Quiero que tomes tus cosas y vayas a casa.
Se percató de que Ariadna no daría su brazo a torcer, por ende tenía que hacer un paso al costado y aceptar lo que le estaba pidiendo.
—Lo agradezco, sanadora Selwyn —murmuró, dándole una sonrisa de medio lado, desapareciendo de la oficina.
El ruido dejó de hacerse notar para ella, caminó hacia su casillero para sacar su mochila de trabajo y después salió del hospital. Sus pies flaquearon por un momento y se agachó bajo la sombra de un árbol, quería llegar a casa cuanto antes, ya que su cuerpo y su mente estaban actuando como si fuesen de bandos contrarios.
Su madre había muerto.
Druella había muerto y jamás la volvió a ver después de que tuvieran aquella discusión en el Caldero Chorreante hacía ya varios años atrás.
¿Cómo debía sentirse al respecto?
Al llegar a casa, su esposo se asustó debido a la expresión que denotaba su cuerpo, su rostro y la forma de su mirada.
—¿Cariño? —dice mientras se acerca rápidamente a su lado.
Antes de que pueda preguntar más, Andrómeda le interrumpe.
—Mi madre ha muerto, Ted.
El mago le observa sin entender bien si está hablando enserio o se encuentra en algún tipo de estado de shock por alguna situación vivida.
—¿De qué hablas, Dromeda?
—Me enteré, hoy en el hospital. Mi jefa me lo contó porque llegaron sus registros —expresó, con un poco vivaz tono de voz.
Ted no supo que hacer, observó a su alrededor pasando una mano por su cabello y luego una por su boca. Estaba notablemente más nervioso que su esposa, la que aparentemente no mostraba ni una pizca de tristeza, sólo parecía ida.
—¿Qué pasó? ¿Tú... ? Lo siento tanto, de verdad lo digo. Jamás pensé que algo así fuera a suceder.
—No tengo idea qué sucedió, nada más sé que está muerta.
—¿Cómo te sientes? ¿Quieres hablar sobre ello? ¿Quieres que me contacte con tu familia?
—No, no es necesario. No creo que realmente vaya a su funeral.
Pasaron algunos segundos como para que Ted procesara esa información. Andrómeda no era ninguna insensible, estaba seguro de que la impresión la tenía en una especie de claustro emocional del que pronto saldría su verdadero sentir.
—Dromeda.
—Lo veré por la mañana, tengo aún algunas horas para pensar en lo que haré —manifestó sin observar los ojos de su esposo, yendo en dirección a la habitación de Dora.
—Dromeda—insistió Ted —¿Qué demonios te pasa? ¿No quieres decirme nada al respecto?
—No, sólo me daré una ducha y después le daré a Dora un beso de buenas noches —anunció arrastrando las palabras.
¿Acaso era su manera de mostrar sus sentires y lidiar con la perdida?
No.
Andrómeda sentía que su corazón en ese instante era una cáscara vacía. Un caparazón que protegía lo más profundo de su ser para evitar que cierto tipo de cosas le hiciera daño.
Su relación con Druella jamás fue buena, nunca fueron cercanas. Andrómeda sentía el rechazo marcado de ella desde antes de tomar sus cosas y marcharse. Jamás habían conectado en alguna actividad o interés, eran como nacidas en planetas distintos, pensaban y sentían opuesto.
Sin embargo su curiosidad le podía y a la mañana siguiente se apareció en el cementerio donde supuestamente sería su ceremonia. Su corazón se paralizó un poco cuando se percató que allí habían varias personas dándoles las condolencias a la que debía ser Cissy y también a su padre.
Se sentía una idiota allí oculta detrás de las libutrinas como si fuese una criminal huyendo de la justicia. Hace seis años no tranzaba palabras con su familia y el estómago se le revolvió por eso.
El sentimiento de forzado desarraigo era algo que aún quemaba en su interior, no sabía si podría superarlo en algún segundo de su vida.
Observó la ceremonia en silencio, solamente quedaba su hermana menor y su padre para enterrar a quien había sido su progenitora. El sitio estaba atestado de magos, los Black tenían muchos conocidos por lo que era un funeral bastante concurrido en el que había logrado pasar desapercibida entre todos los asistentes vestidos de negro, con lentes de sol y sombreros.
Como siempre su padre había sido el encargado de las palabras, tan diplomáticas y sin sentimiento que no le causó nada de extrañeza, Cygnus siempre había sido de aquel modo con todos menos con Narcissa.
Al terminar las personas comenzaron a alejarse y ella hizo amago de estar observando otra sepultura, para evitar que las personas se acercaran a ella. En el momento en que el campo santo volvió a estar vacío, sus pasos la condujeron hasta donde había quedado el feretro de su madre, a la espera de que los panteoneros hicieran el trabajo de bajarlo hasta la tierra.
Andrómeda lo tocó con sus manos enguantadas, aún con la tela podía sentir el frío de la madera pulida. Incluso ese toque no le causaba nada.
Se sintió abrumada, no por estar allí.
Si no porque realmente la muerte de su madre no le causaba ni la más mínima tristeza.
Había cambiado, se había convertido en una mujer distinta después de todos esos años.
Y no habían pasado en vano, habían traído sufrimiento y amor por partes iguales, pero no le desagradaba la mujer en la que se había convertido.
—Creo que tuve razón al decirte las últimas palabras que te dije, madre —habló —. Realmente ya no tenías ningún poder sobre mí, realmente no había nada entre nosotras. No sé si pensaste en mí en algún instante de tus últimos suspiros, no te deseo mal.
Llevaba en las manos un ramo de flores y lo dejó sobre el ataúd.
Andrómeda era una persona piadosa y respetuosa.
—Descanse en paz, señora Black.
Aquel sería el último acto de bondad que tendría para con Druella.
Entendía porqué no le dolía nada.
Druella Black no significaba nada para ella, había dejado de ser su madre el día en que la exilió sin pudor alguno de su casa, echándola a su suerte, sin importarle lo que eso causaría.
Aquel día Druella había muerto para Andrómeda.
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