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【Capítulo 2: Anabel Yaxley】

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"La gloria y la sangre van de la mano, por eso llegamos a los titulares. Podrías intentar y derribarnos, pero la victoria es contagiosa"

Su padre era un hombre importante y, por consecuencia, todo aquel que llevase su apellido lo era también. Su madre, entonces, se encargaba de que ella luciera acorde al papel que tenía en la sociedad mágica.

En la familia Yaxley eran, además de parte de los Sagrados Veintiocho, miembros de gran valor en el Ministerio de Magia. Todos los hombres habían sido ministros en algún momento de sus vidas e incluso algunas mujeres habían logrado llegar a importantes cargos, provocando que, donde se escuchase el apellido, se formase un respetuoso, y a veces aterrado, silencio.

Aterrado, porque la mayoría sabía o al menos sospechaba que el patriarca de la familia Yaxley, Corban, había sido un ávido seguidor del Señor Tenebroso en la época en que más poder tuvo, yendo tan lejos como para incluso pelear a su lado en la primera guerra mágica. Todas acusaciones que nadie nunca pudo demostrar, dejando al hombre libre.

Así que sí, si tu apellido no estaba relacionado a una familia sangre pura, lo más probable sería que tuvieses miedo de algún Yaxley, y si no era así, al menos eras lo suficientemente listo como para mantenerte fuera de su camino.

Y Anabel lo sabía. Tenía clarísimo el status que debía mantener; los estándares y expectativas que habían alrededor de su persona y cómo todo aquel que se relacionara con ella debía cumplir las mismas; la pureza de la sangre, o más bien, la obsesión con ella, eran cosas sobre las que no se jugaba, si no que se alardeaba.

La pequeña rubia dio un salto para evitar uno de los muchos charcos de lodo que se habían formado por la lluvia y bufó cuando tuvo que evitar el segundo. ¿Es que aquella lluvia no podía parar de una vez? Si seguía así su vestido iba a acabar arruinado y eso ella no podía permitírselo, no cuando la fiesta a la que asistirían era tan importante.

Siguió caminando bajo su rosado paraguas, siguiendo a sus padres a través de un camino rodeado de árboles y arbustos podados de las formas más extravagantes. Se sorprendió cuando pasando una gran verja de hierro se encontró con las aves más extrañas que había visto. "Pavos reales" le había dicho su madre, mientras la niña negaba con la cabeza en señal de disgusto, eran demasiado ostentosos con ese plumaje de tantos colores.

Al seguir avanzando se dio cuenta de que ese largo camino los había llevado a la entrada de una gran mansión, mansión rodeada por un bello jardín de rosas. La niña sonrío maravillada.

—Anabel, recuerda que debes comportarte —habló estoico su padre, mas una pequeña sonrisa asomaba en sus labios.

—Por supuesto, padre -asintió la pequeña de tan solo cuatro años, sonriendo cuando su madre tomó su mano.

Su madre, una mujer bellísima de maravillosos ojos azules y cabello largo y de un color claro que le recordaba a la miel, sonrío orgullosa de su niña y, procurando no arrastrar su vestido de seda azul, entró por las puertas de la mansión junto a su marido y la pequeña.

La estancia, completamente iluminada y decorada de forma sofisticada hizo que el corazón de la pequeña diera un vuelco; este era el tipo de ambiente que la hacía feliz.

Todo estaba perfectamente organizado en cuatro zonas: la de comida, repleta de lujosos manjares, tantos que la niña pensó que no saldría de allí nunca. La de baile, donde se encontraba instalada la banda y unas pocas personas bailaban. La zona de negocios, donde los hombres fumaban el más caro tabaco y bebían el más fino vino mientras discutían temas relevantes en el mundo mágico. Y, por último, una zona más alejada del bullicio donde las mujeres desde las más jóvenes hasta las más ancianas— bebían vino y disfrutaban de una charla que consistía en deleitarse con los logros de sus hijos y parlotear sobre sus joyas, vestidos y maridos.

—¿Cómo está el pequeño Draco? preguntó su madre a una bella rubia que llevaba una simple pero elegante túnica verde esmeralda, la anfitriona.

—Es un encanto respondió ella y, tras beber de su copa, continuó— pero solo cuando se duerme vuelve a reinar el silencio rieron, segundos después uniéndose a la conversación una joven de cabello castaño y ojos oscuros rodeados de gruesas pestañas— ¿Están dormidos? —le preguntó.

—Profundamente —respondió la castaña, saludando con una sonrisa a la madre de Anabel— Ivy se durmió jalándole el cabello a Draco —rio, las otras dos mujeres siguiéndole.

Suspiró, aburrida. El lugar en que se desarrollaba la fiesta era increíble y ella quería disfrutarlo, así que se separó lentamente de su madre y comenzó a caminar por el lugar, viendo atentamente las túnicas y vestidos de las mujeres y decidiendo cuáles le parecían lindas y cuáles no.

No había caminado demasiado cuando su padre la notó vagando cerca del bar en que él y otros hombres mantenían una conversación, acercándose luego de pedir disculpas y deteniéndola del hombro— Anabel —la miró y la niña le dedicó una pequeña e inocente sonrisa que el hombre no se creyó ni por asomo— ¿Ves a esa niña? —le dijo entonces, sorprendiéndola pues había asumido que sería reprendida. Asintió— Es la hija de un... Socio. Ve y hazle compañía. ¿Entendido?

Asintió y caminó hasta la mesa de postres en que la pelinegra que lucía de su edad estaba, sonriéndole y recibiendo una mueca en respuesta— Hola, soy Anabel Yaxley —se presentó, extendiendo su mano como había visto a sus padres hacer en muchas ocasiones— ¿Y tú eres?

La pelinegra alzó una ceja, algo molesta por ser interrumpida mientras comía, pero respondiendo de todas maneras— Willow —soltó sin más, la rubia frente a ella esperando unos segundos por si algo más dejaba su boca, cuando no lo hizo, intento continuar la conversación.

—Lindo vestido —comentó, mintiendo descaradamente pues, a sus ojos, el atuendo completamente negro de la niña era desastroso.

—Fue un regalo —respondió desinteresada— de mi madrina. Algún día seré igual que ella.

Anabel asintió, consciente de que ese sería un tópico que haría hablar más a la tal Willow, así que, aunque no le interesaba en lo más mínimo, preguntó— ¿Quién es tu madrina?

—Es ella —la pequeña morena señaló a la chimenea, frente a la cual se encontraban dos mujeres y un hombre; una de ellas lucía muy parecida a la niña pero llevaba un vestido rojo sangre, la otra, en cambio, lucía su cabello oscuro en risos que caían por su espalda y se perdían en la tela negra de su túnica— Bellatrix Lestrange. Está con mi mami y el papá de Ivy.

—¿Ivy?

—Es una bebé apestosa que llora mucho, pero su papá la hace reír —fue la respuesta de Willow, que comenzaba a cansarse de la rubia vestida de rosa frente a ella— Me voy, no eres divertida —anunció, como si fuese un comentario cualquiera, careciendo de filtro— adiós.

Anabel mantuvo la compostura, pero por dentro estaba indignada. Contó hasta diez en su mente y suspiró, tomando un dulce de la mesa y yendo a buscar a su madre; al menos las mujeres que estaban con ella conocían los elementos básicos de la etiqueta.

Más tarde, cuando su padres se despedían del señor y la señora Malfoy, anfitriones de la fiesta, la rubia pudo ver a la bebé apestosa a la que Willow había mencionado en los brazos del hombre de antes y junto a la castaña amiga de su mamá. La observó unos segundos, agradecida de que no estuviese llorando, y asintió, decidiendo que era linda.

—Vamos, Anabel —su padre tomó su pequeña mano entre la suya, la otra sosteniendo la de su esposa antes de desaparecer a las afueras de su mansión.

Anabel Yaxley era muchas cosas; era astuta, lista y orgullosa, pero, sobre todo, era manipuladora. Llegaría hasta lo más alto de la torre y no le importaba que algunos cayeran muertos a su alrededor para lograrlo.

Era una Slytherin.

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Espero que les esté gustando la historia :)

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