Capítulo X
—¿Te vas a quedar ahí mirándome? —Me dijo aún estando de espaldas a mí. — O sea, no es que me moleste, pero al menos podrías acercarte.
—¿Qué clase de juego es este? — Lo confronté. Me le había parado frente a frente, por primera vez la media cabeza que me llevaba en tamaño no me parecía tan abismal.
—No estoy jugando a nada Jaime, solo planeo ayudarte.
¿Ayudarme? ¿Ayudarme de qué manera? —¿De qué estás hablando? Y es mejor que seas directo porque si no lo eres me iré.
Se encogió de hombros —, Adelante, eres libre de irte en el momento que así lo quieras. Maldita sea mi curiosidad. No me iría, él lo sabía. Pero ojalá me hubiera ido, y quizá el día de hoy las cosas serían de una manera totalmente diferente, pero yo no estaría encadenado a una vida como la que tengo ahora. —Bien, ya que no planeas irte, sentemos.
Lo seguí hasta la parte más alejada de la iglesia, dónde algunos conejos jugaban, dónde el sol era menos intenso y dónde cualquiera que quisiese escuchar la conversación tendría que acercarse, pues la distancia se lo impediría. Él se sentó debajo de un árbol de naranjas, sin miedo a ensuciar sus jeans claros, sin miedo a que su camisa blanca e impoluta se manchara, y observando me dí cuenta que estaba descalzo, blancos y pequeños, demasiado pequeños para una persona con su estatura.
Él había puesto su espalda contra el tronco, y yo me había sentado con las piernas cruzadas frente a él, y se veía sereno, se veía tranquilo, se veía con la paz y la tranquilidad que nunca tuve y que aún con el paso de tiempo me hubiera gustado tener, pero la vida es una perra maliciosa, no a todos nos favorece. Al parecer ella tiene sus favoritos y yo no pertenecía a esa lista.
—Quiero que digas que has cambiado.
—No entiendo.
—Ay, mi querido Jaime. Eres inteligente, quiero que le digas a todos que haz cambiado, que ahora eres heterosexual. Podrías decir que el señor te tocó y te libró de tus pecados y que esos demonios que te hacían tener deseos y pensamientos impuros no son más cosas del pasado.
¿Era broma? Debía ser una puta broma, ¿Me ocultaría, diría que cambie, por qué, y para qué?
—¡Estás loco!
—No, no estoy loco. Solo te estoy dando una solución. Piensa, ya nadie te va a mirar con odio, ya nadie te a mirar con asco y te van a devolver las sonrisas que tanto quieres, ¿Por qué decir que eres gay y ser infeliz?
—No estoy dispuesto a mentirme a mí mismo.
—Y no lo estarías haciendo, porque tú sabes lo que eres, yo lo sé. Pero los demás no tienen porqué saberlo.
—No voy a mentir.
—No seas estúpido Jaime, por defenderte y "aceptar lo que eres" es que te haz quedado sin amigos.
—Ellos no fueron mis amigos. Si una persona no te acepta tal cual eres no merece estar cerca de ti.
Podía ver la frustración, el enojó en su mirada. Pero no estaba dispuesto a cambiar, no estaba dispuesto a engañarme a mí mismo, ya mucho me había costado no acabar con mi vida como para terminar viviendo en un engaño estúpido.
—Eso lo dices porque no estás siendo razonable. No digas que no fueron tus amigos cuando extrañas estar con ellos. Te hace falta tener a alguien que vaya a tu casa, que se ría contigo y no de ti, acéptalo.
Me levanté y Lucas también lo hizo. Ambos estábamos frente a frente.
—Dime una cosa, ¿Eres feliz? —Pude ver la duda en su mirada, sabía que esa pregunta era la que me hacía a cada momento y la respuesta siempre era la misma, pero yo no sabía que él me daría una respuesta. Pensé que se quedaría callado, que se marcharía y me dejaría ser yo mismo, oh, pero cuán equivocado estaba.
—No soy feliz. Pero tampoco soy odiado.
Tenía razón, él no era odiado. A él nadie lo miraba con asco, con desprecio como hacían conmigo.
—La razón por la que no te odian es porque no saben quién eres. Es porque vives en una mentira Lucas, esa es la razón por la que nadie te señala, no porque te quieran, sino porque están a favor de la falsa imagen que les muestras.
—Es mejor un cariño falso que ninguno. ¿Hace cuánto fue la última vez que alguien te dió un abrazo? ¿Siquiera recuerdas la última vez que alguien te devolvió un abrazo sincero? ¿Recuerdas cuándo fue la última vez que alguien te dijo que te quería?
—Basta.
—No, basta no. Quiero que me lo digas. —Ya no podía contener mis lágrimas, ya no podía seguir mirándolo a los ojos, ya no podía más.
Esa fue la primera de muchas veces en que Lucas usó el miedo que tenía, y la falta de amor en mi contra. Hoy sé que no fue más que un manipulador, que siempre hizo todo para que las cosas siempre estén a su favor.
Me desmorone, caí al piso, y él me sostuvo. Y se sintió bien, porque aunque nunca supe si lo que con el tiempo se creó entre nosotros fue real yo lo sentía de esa manera yo sentía que cada momento con él fue verdadero, pero es que no tenía cómo comparar o a quien preguntar, porque los sentimientos no solo nos hacen ciegos, sino que nos vuelven una presa de la dependencia, del apego y eso, eso es peor que mil puñaladas en el corazón.
Ahí en medio del jardín, y sin saberlo fue cuando comenzó mi verdadero carrusel de emociones, fue cuando de verdad empecé a perder todo creyendo que no estaba pasando nada. Él besó mi cabeza, me daba masajes con su mano en mi espalda y me susurraba que todo iba a estar bien, todo iba a estar bien. Y le creí, y ese fue mí mayor error. Creer en lo que no podía ver, dejar que sus palabras hicieran mella en mis pensamientos, haberme quedado este domingo tantos años atrás en aquella misa de la que no recuerdo siquiera el momento en que abrieron las biblias.
Cuando ya no lloraba y el sol no era más que una suave caricia, Lucas se ofreció a acompañarme a casa, lado a lado. Sentía su hombro rozando el mío, sentía su cercanía y de cierto modo era reconfortante, porque me había abrazado, porque aunque mintiendo me estaba dando una solución para calmar un poco el sufrimiento que se había convertido en parte de mi, en una sombra que hasta en la noches más oscuras y frías buscaba la luz de la vela para estar ahí, para que sepa que aunque no pueda verla es parte de mí.
Llegamos a la casa y me quedé frente a la calle, con Lucas mirándome. Observando con tanta tranquilidad que parecía casi irreal.
—Piensa en lo que te dije, Jaime. —Y se había ido, y no miró atrás. Ni una sola vez, pero yo me había quedado mirando el camino hasta que su silueta se perdió entre la negritud de la noche. Entré a la casa, y todo estaba en silencio, no sabía si mis padres estaban en casa. No tenía hambre, me lance a la cama con todo y zapatos y aunque pensé que no podría dormir, sorprendentemente lo hice.
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