Capítulo IX
El día de la misa había llegado. ¿Y que había hecho yo en ese lapso de tiempo?. Pues leer, ¿Qué otra alternativa tenía? No sabía si Wady querría hablar conmigo y no tenía más amigos y menos alguien con quien hablar, mi madre no era una opción y mi padre prefería cambiar el camino solo para no dirigirme la palabra.
Tenía la cabeza hecha un lío. ¿Cómo es que Lucas era gay? ¿Me estaría diciendo la verdad? Pero es que no tenía sentido que me haya mentido, ¿Porque habría de hacer algo así? ¿Por burla, chiste, reírse dé mí? Y es que fueron muchas interrogantes sin respuestas. Por suerte aún tenía dos libros sin leer, pero, ¿Que iba a hacer cuando estos se acabarán?
—¿Piensas salir o pretendes que el padre te traiga la misa a la cama? —mi madre.
Suspiré. —no mamá, ya voy. — Me terminé de arreglar, si es que mirarme al espejo y suspirar contaba como parte de lo que llevaría puesto, que no era más que unos zapatos negros, jens claros y una camisa hasta los codos en color igualmente negro. Y ahora como adulto es que me hago la pregunta, ¿Por qué para ir a un lugar de "vida y de bondad" como lo es la iglesia nos vestimos con colores tan opacos y de manera tal formal? La iglesia debería ser un lugar en el que puedas ser tú mismo, en el que Dios vea a sus hijos tal cual son, pero no, la sociedad prefiere aparentar ser correctos y en la casa tener parte del mismo infierno.
Salimos de la casa y mis padres eran saludados, ellos tomados del hombro y sonriendo a cualquiera que se interponga en su camino, la pregunta sería si las sonrisas eran verdaderas, ¿pero quién es más falso, mis padres por sonreír cuando no quieren o lo que les devuelven la sonrisa y en cuanto dan la espalda hacen mala cara y los critican?
Yo no era saludado, y en cierta manera ya dejaba de importarme. Dejaba de darle valor a que alguien que no me quiere me mirara o siquiera me dirigiera la palabra, ¿Para que? ¿Que ganaba con que alguien que me habla por hipocresía me saludara?
Estaba distraído y en un momento de curiosidad me dió para mirar al otro lado de la calle y ahí estaba Wady, pero está vez no estaba sola, iba en compañía de una señora, una mujer que no podía reconocer, ¿Su madre? Quizá, no tenían mucho parecido, la mujer era de baja estatura, pero a pesar de la ropa que llevaba la cual no era ajustada se notaba su belleza física y un hermoso cabello rizado. Ambas iban de la mano, se reían, había complicidad entre ellas, esa misma que teníamos mi padre y yo que no sabía si volvería a tener.
—Es muy bonita. —Dijo mi madre percatandose que me había quedado mirando para el otro lado de la calle. —No la había visto en Ava.
—Es Wady, la chica que dejaste entrar a mi habitación.
—Ah, ya lo recuerdo. Sí, ahora que me dices sé que es hermosa, ¿Por qué no vas a saludar?
Sabía cuáles eran las intenciones de mi mamá, era joven, más no estúpido.
—Tuvimos un percance y ya no hablamos.
—Pero puedes disculparte, llevarle una rosa, a las mujeres nos encantan las flores.
—No a todas las mujeres mamá.
—¿Y tú qué vas a saber de eso sí solo te la pasas pegado a un libro que lo único que hace es gastar tu cerebro?
—Mujer ya basta. —Le dijo mi padre. —No pretendas hacer un show en la calle. —No le gritó, pero su enojo era palpable. Y por primera vez en mucho tiempo le agradecí mentalmente.
Caminamos unos minutos más hasta que llegamos a la iglesia. Un lugar en el que deberías sentir paz, pero lo único que se siente es como si el aire te faltará por momentos, como si apretaran tu garganta obstruyendo el aire y donde cada "hermano" no es más que un personaje en un circo ridículo llamado religión. Dónde te apuntan con su dedo delator ocultando los otros cuatros que los apunta a ellos mismos. Se sienten poderosos y dueños de la tierra "porque no cometen pecado" pero se pasan la vida repudiando a los que no hacen lo que ellos quieren. Y maldiciendo a los que no siguen el cómo de Dios, un camino que ellos modificaron a como mejor les convenga.
En la puerta de la iglesia estaba Lucas, dando la mano a las familias, con su sonrisa tan pacífica y conciliadora.
—Buenos días familia, bienvenidos a la misa del día de hoy.
—Gracias muchacho, ¿De casualidad el padre está ocupado?
—No señor, si gusta puede pasar, está en los jardines traseros.
—Muchas gracias, vamos mujer. Jaime, tu ayuda a Lucas a recibir a las familias hasta que el padre de inicio a la misa.
—Si, papá.
Me habían dejado solo, solo con alguien que me había confesado que me gustaban los haberes al igual que a mí, y no solo eso, sino que el hermano del sacerdote era gay.
—Lucas yo…—No me dejó continuar.
—No Jaime, no es el lugar ni el momento, cuando termine la misa dile a tus padres que te quedas a tomar clases de piano conmigo y hablaremos. Ahora céntrate en saludar y sonreír a las familias que van llegando.
La manera en la que me había dicho eso fue sutil, sin llamar la atención, pero se sentía raro, es como si al haber mencionado lo que soy, lo que somos se haya molestado. ¿Paga que quería mi papá que me quedará frente a la iglesia? Si cada vez que sonreía a una familia, recibía una mala mirada o solo se hacían de la vista gorda en mi presencia.
Lucas se veía tan bien, tan lindo sonriendo, pero, ¿Sería feliz? ¿Era feliz fingiendo ser algo que no era?
¿Cómo se puede ser feliz cuando ni tú mismo conoces lo que ocultas?
—La misa ya va a iniciar. Yo debo ayudar a Raul. Recuerda que en cuanto termine decir a tus padres que te quedas conmigo para aprender a tocar piano.
Caminé y me senté al lado de mis padres.
—Buenos días, hijos, hermanos, compañeros en esta tierra prestada. En la misa de hoy quiero que tomemos conciencia, que seamos empáticos, que nos pongamos en la situación del otro antes de hacer o decir. —Justo en ese momento sentía que hablaba para mí, para que no me sintiera solo, pero en Ava no eran tan compasivos y las palabras de un guapo sacerdote no iban a hacer un cambio. —Abran su biblia…
La misa seguía, pero yo estaba desconectado, sabía que estaban hablando, sabía que debía prestar atención, pero por alguna razón mi cabeza no dejaba de dar vueltas, me sentía enfermo, mareado, es como si todo a mi alrededor hubiera ruido, como si pudiera sentir el color por dentro de la piel, y está me quemara en cada músculo. Trate muy duro de prestar atención, de centrarme, pero para cuando me di cuenta el padre nos dejaba marchar, y yo parecía que había corrido un maratón.
—Papá, yo me quedo. —Me miró pidiendo una explicación. —Lucas se ofreció a enseñarme a tocar piano luego de la misa y yo acepté.
—Deberías estar detrás de una linda jovencita hijo, mira que hay niñas muy guapas, y tú no estás nada mal.
—Por amor a Dios, Isabel, ¿Qué te pasa?
—No me pasa nada. Y no me mires con esos ojos, estoy harta de ser señalada y tener que lidiar con la vergüenza de tener un hijo así.
—Pues a mí no me da vergüenza y si mi hijo quiere tocar piano pues que lo hago, tú y yo nos vamos.
Estaba atónito. Mi padre me miraba sin expresión alguna, pero puedo jurar, que por un corto momento llegué a ver el brillo en sus ojos que tanta falta me hacía. Mi madre, ella me miraba con rabia y a mí padre aún más por no darle la razón. Se que ella hubiera querido abofetearlo, pero para ella la imagen estaba antes que todo. De mala gana tomó el brazo de mi papá y marcharon.
Me senté, tomé una respiración profunda y me dispuse a buscar a Lucas en los jardines.
Nunca me cansaría de ir ahí, la paz, la tranquilidad que hace mucho no sentía un jardín podía provocarla, porque no siempre la paz viene en forma humanoide, a veces la paz es estar bien contigo mismo, respirar y saber que aunque la piedra te caerá y te dará en la cabeza en algún tiempo solo será un recurso y te reirás de él por darle tanta importancia.
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