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Capítulo IV

      Era el día siguiente. El lunes en el que comenzaría la gran mayoría de sucesos para los cuales nunca me dieron aviso de lo que se vendría, siquiera una pequeña pista de que mis emociones serían trapo en piso de gente rica. Un objeto de burla y de diversión. La pregunta es, ¿Dios, el destino, mala suerte o solo respondes estaba destinado a tener un final feliz? 

     Me había puesto una camisa en color marrón, unos jeans claros y mis converse. No quería verme formal, no me gustaba usar camisa, de hecho es algo que ahora solo hago porque se ve más refinado e impone más respeto, pero no por gusto propio. Ese día saldría a caminar con el padre, según mi madre me vendría bien, según yo, era una pérdida de tiempo. ¿Desde cuándo la homosexualidad es algo que se puede borrar caminando por la calle? Bajé las escaleras que daban a la planta baja de la casa. Mi padre no estaba, quizá ya se había ido a trabajar.

     Mi madre estaba en la cocina, no hacía nada. Solo mirar y respirar. Muchas veces quise creer que su actitud fría es porque ahora sabe lo que soy, lo que me gusta. Pero ojalá me hubiera echado, ojalá me hubiera odiado, porque se que ella no estaba feliz con lo que soy, con lo que me gusta. Pero nunca me odio, o al menos esa es la mentira que me digo cada noche cuando voy a dormir. 

—Ya me voy. —Susurré. Es triste como una relación como la que yo tenía con mi madre se vio afectada de tal manera. Si los padres supieran el daño que nos hacen con solo una mirada. Lo peor es que por más enojados que estemos con ellos el amor hacia los mismos es irrefutable. —Quizá no llegue a la hora de la comida, pero de todos modos te enviaré un mensaje para avisar si hay algún cambio de planes. —Ella solo asintió y yo sentí mis ojos aguados. Fueron estás las reacciones que me hicieron llorar muchas noches, el que ella a veces me ignorase, como si yo no estuviera ahí, como si nunca le hubiera hablado. 

     Ahí estaba. Camino a la puerta de la iglesia, para reunirme con quién sería el desencadenante de mis emociones, que me cambiaría el pensamiento y revolucionaría muchas de las cosas que ya pasaban por mi cabeza. 

     Las miradas de odio y desaprobación era algo a lo que me estaba acostumbrando. Y es tan jodido que me haya acostumbrado a ser maltratado. Ellos no saben que yo no pedí sufrir, que yo no pedí venir al mundo para tener complicaciones solo por mirar a un hombre de manera amorosa o sexual. No es justo que tenga que pasar noches llorando, pidiendo ser "normal" solo para no irme al infierno. Las calles de Ava eran pintorescas, coloridas y me atrevería a decir que hasta se veía medio caricaturesca. Yo quería vivir en una ciudad grande, dónde no todo el que viviese ahí supiera lo que me gusta. Dónde a nadie le importan mis gustos sexuales y me tratarán de una mejor manera. Dónde olviden que por tener gustos distintos debo ser tratado de manera distinta. Estaba distraído, con la mirada por los suelos. No tenía el valor de mirar a nadie a la cara. O quizá solo no quería ver el odio y la pena que reflejaba la gente al verme pasar. Corriendo, así es como ella venía, y solo pude ver sus pies antes de que el impacto me mandará por los suelos.

—Lo siento, lo siento. ¡No te ví! Lo juro. —Ella ya estaba de pie, y me tendió la mano, y grande fue mi sorpresa al ver al alguien nuevo en Ava, porque esa morena difícilmente pasaría desapercibida. Unos hermosos ojos café oscuros, alta, casi tanto como yo, y nariz perfilada. Su rojizo cabello estaba en un moño. —De veras lo siento, es que no conozco las calles y nunca me imaginé que saldrías así de la nada.

—No, el que lo siente soy yo. —Tomé su mano y me di unas cuantas palmadas en las nalgas para eliminar el polvo o alguna suciedad que se me haya pegado luego de la caída. — Estaba caminando con la cabeza en el piso. 

—Es que no deberías, tienes unos ojos preciosos. Pero bueno, un gusto, mi nombre es Wady Amancio, soy nueva en Ava.

—El gusto es mío, soy Jaime Perce. Si, me di cuenta que eres nueva, es muy difícil ver una señorita corriendo. 

—Oh, es que me gusta. Además la educación de una dama no se rige por algo tan banal como si ella corre o suda.

—Me gusta la manera en como piensas. 

—Ay cariño, mejor dime, ¿A quién no le gusta como pienso?

     Ella en definitiva era diferente, distinta y eso es algo que con solo mirarla era notorio. 

     Y es que era algo increíble, porque por primera vez en mucho tiempo había hablado con alguien, no insultos o gritos hacia mi, sino hablar, charlas y me atrevería a decir que hasta reír conmigo y no de mi. 

—Fue un gusto chocar contigo. —Ambos reímos ante eso. —Pero ahora debo acudir a la iglesia. Y creo que voy un poco tarde. 

—Oh, ¿Eres religioso?

—No, mis padres sí, pero yo tengo otros motivos por los cuales acudir. —No quise decirle el porqué. Prefería quedarme con la primera impresión de ella, esa la cualquier no me insultó, ni me trató de manera distinta solo por mis gustos. —Adios. 

     Me despedí con una sonrisa y seguí el camino a la iglesia. Ya no faltaba mucho, y eso era bastante jodido. No quería llegar, no quería tener otra conversación incómoda, y tampoco tenía fe en lo que lo que quiero para mí me fuese a "cambiar" Ahora bien, podría fingir que el padre me había cambiado, que ya no me gustaban los hombres y que ahora era "normal", otra vez. Pero entonces toda la lucha que había tenido no serviría de nada. No negaría lo que era solo para darle el gusto a quien no tiene buenos sentimientos hacia mí, ¿Por qué hacerlo? Sería hasta ridículo de mi parte. 

     Me reí de mí mismo. Porque por primera vez una idea era buena, pero el costo no valía un sacrificio tan grande como el que se me pasó por la cabeza. No sería justo para mí vivir engañado, a lo que soy y sobre todo a lo que siento. No sería lindo no tener paz, porque aunque ellos pensaran que yo ya era con mi ellos tendría que ocultar lo que soy, lo que me gusta. 

—Pensé que no vendrías, Jaime. —Me dijo el padre Raúl al estar frente a la iglesia. —De hecho estaba pensando en llamar a tu madre. 

—No, nada que ver. Solo que ocurrió un contratiempo. Pero ya estoy aquí. 

—Bien. Primero entremos, hay algo que debo mostrarte. 





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