¿Dónde está el amor?
Antes de viajar, las cosas con Martín habían empezado a ir bastante mal, pero porque nos estábamos peleando todo el tiempo por pelotudeces las cuales, mayormente, tenían que ver con nuestros tiempos, el hecho de que cada vez hablábamos menos, etc.
Es por ello que habíamos estado evitando juntarnos los dos con nuestros amigos, porque queríamos evitar ese tipo de peleas delante del resto, pero ahora que estaba en la otra punta del mundo, parecía que todo iba en decadencia. ¿Qué mierda había hecho mal antes de viajar para que estuviera tan cortante conmigo?
Le había estado mandando varios mensajes a Martín desde que me había ido, pero no era capaz de contestarme y eso me estaba sacando un poco de quicio. Ni siquiera era capaz de clavarme el visto y eso que estaba en línea desde hacía un buen rato.
Fiorella:
Hola
Martín, ¿podemos hablar?
¿Todo bien?
Eu
¿Me podés contestar?
Dejé de lado mi celular un momento. Estaba inquieta, así que necesitaba salir y olvidarme de todo el asunto de Martín. Caminé hasta el living del departamento y me encontré a mi viejo y a su marido viendo la tele, riéndose entre ellos de la película que estaban viendo. Me quedé viéndolos un instante antes de agarrar un abrigo colgado, que anteriormente había dejado, y llamé la atención de ambos cuando carraspeé la garganta.
─Ahora vuelvo, voy a caminar. ─ dije en un mal inglés para que los dos me entendieran.
─No hay problema, nena. Andá tranqui. ─ me respondió mi papá, saludándome con la mano antes de que me fuera.
Le dí una sonrisa rápida a mí papá antes de salir. Cuando cerré la puerta, suspiré un poco y caminé hasta el ascensor del edificio.
Una vez que entré, toqué el botón para subir y esperé en silencio a que subiera hasta el piso cuatro, mientras pensaba algunas cosas en detalle. No me quería hacer la cabeza con el tema de Martín, pero me era imposible no pensar en algo malo por el hecho de que cada vez nos estábamos comunicando menos. ¿Estaba estresado con el trabajo? ¿Le estaba pasando algo conmigo?
Cuando se abrieron las puertas del ascensor, caminé por el pasillo viendo los números de las puertas hasta que me detuve en una puerta y golpeé con cuidado. Pude distinguir algo de música de Twice desde afuera. Cuando la puerta se abrió, después de un rato, pude ver a mi amiga en pijama sonriéndome un poco:
─ ¿Cómo estás, Fiorella? ─ me había saludado Emily, con un pésimo español pero con un lindo acento en su voz.
Emily era mi mejor amiga de Londres. Nos habíamos conocido en una ocasión cuando había ido a visitar a mi viejo, ya que ese día había estado dando algunas vueltas por el edificio y habíamos pegado buena onda cuando nos cruzamos, así que siempre que iba a Londres y me aburría de los comentarios melosos que hacían mi viejo y su marido, iba a visitarla.
─ ¿Te molesta si paso un toque? ─ pregunté viéndola de arriba a abajo. Le dí una pequeña sonrisa.
─ Pasa. ─ me dijo ella, haciéndose a un lado para que entrara en su departamento.
Me senté en su sillón y la ví caminar hasta su equipo de música para bajar el volúmen. Mi amiga estaba en un pijama de osos panda y tenía el pelo enrulado en una colita de pelo mal armada. De seguro se estaba preparando para descansar, así que me sentí un poco mal por interrumpirla.
─No te quiero joder, la verdad... ─ confesé. Me encogí un poco de hombros. ─ Pero me siento medio... Mal.
─¿Pasó algo? ─ me preguntó ella antes de sentarse a mí lado y verme fijo. ─ ¿Te peleaste con tus papás?
─ No, no... ─ suspiré de mala gana y empecé a jugar con mis manos. ─ Estoy rara con mi novio.
En cuanto dije eso, mi amiga se puso de pie y fue en busca de una botella de su heladera y una caja de lo que parecían ser algunos porros. La noche se iba a poner interesante, al parecer. No pude evitar reírme un poco cuando regresó.
─¿En qué sentido estás rara? ─ me preguntó ella, sirviendo una copa de vino para mí.
─ Mi novio Martín y yo estuvimos peleando mucho... ─ le conté. Tomé un trago del vino cuando terminó de servirlo. ─ Por cosas tontas, sin sentido. Y no puedo hablar bien las cosas con él, porque no me contesta nunca o me ignora.
Emily hizo una mueca y bebió un poco de su copa de vino mientras me veía. Hizo un pequeño sonido, como si estuviera pensando qué decirme.
─ Los hombres son... Complicados. ─ chasqueó ligeramente su lengua. ─ Es imposible que hables ahora las cosas, es un tema que deberían hablar cuando regreses a Argentina, así que... Por el momento, vas a tener que ser paciente y ver cómo llevas las cosas.
Ser paciente no era una opción para mí, pero Emily tenía razón. Lo que estaba pasando con Martín, era algo que no podía controlar desde la otra punta del mundo, así que iba a tener que esperar un poco y aprovechar para pensar lo que iba a decirle cuando regresara.
Esa noche nos quedamos unas pares de horas tomando y fumando un porro entre las dos hasta que me dí cuenta que era algo tarde y tenía que irme.
Cuando volví al departamento de mi viejo, agarré mí celular que había quedado sobre mi cama y ví que Martín me había clavado el visto. Esperaba que por lo menos fuera capaz de responderme más tarde.
Los días en Londres se me hicieron eternos, pero por lo menos no la pasé tan mal. Mi papá y su marido se esforzaron en que tuviera una estadía cómoda y que tuviera confianza con ellos, así que no estuvo para nada mal la visita. Además, tuve algo de tiempo para salir con Emily por la ciudad e ir de compras. En una de nuestras salidas, había decidido comprarle algo a Martín. Quizás para compensar un poco mi ausencia.
Y después de haberle dado tantas vueltas a todo, finalmente regresé a Buenos Aires. Un poco cansada, la verdad, pero ansiosa de estar otra vez en casa. Alcé la mano cuando lo ví a Mateo buscándome con la mirada en el aeropuerto.
─ ¡Mate! ─ llamé su atención. Él me sonrió y se acercó a mí.
─ ¿Qué onda, vende patria? ─ me jodió él, antes de darme un pequeño abrazo.
─ Gracias por pasar por mí... ─ hablé en un tono bajo antes de separarme del abrazo y verlo. ─ ¿Me extrañaste?
Mateo hizo como si lo estuviera pensando mientras caminaba a mí lado. Yo le dí un empujoncito, haciendo que se ría.
─ Sí, obvio. Me hacía falta mi compañera de meriendas. ─ confesó él mientras me observaba un poco mejor. ─ Tenés una cara de ojete impresionante, igual. ¿No te gustó viajar?
─ Más o menos... ─ respondí, mientras recorría con la mirada el resto de la gente que estaba en Ezeiza. ─ ¿Te parece si hablamos en mi casa?
Mateo hizo una pequeña mueca cuando salimos.
─ Si querés mañana paso y hablamos, ahora me tengo que ir porque me está esperando Ori.
Yo asentí con la cabeza y le di un pequeño abrazo a mi amigo. Él me correspondió y habló en un tono bajito en mi oído.
─ Cualquier cosa llámame... ─ me dio unas pequeñas palmadas en la espalda y se giró a verme cuando se estaba yendo. ─ ¡Dormí bien, Frolita!
Yo sabía que no iba a dormir un choto. Y así fue. Había despertado más de cinco veces en la madrugada para tomar agua, ver la hora o comprobar si Martín me había respondido algo, pero nada. Eran las cuatro y media de la madrugada y había visto que Josefina estaba en línea, así que le mandé un mensaje para sacarle charla. Me contestó al toque. Según me había contado, estaba despierta porque había salido del boliche y mañana por la noche, iba a ir otra vez, pero con los chicos. Martín iba a estar ahí.
De repente me puse de pie y caminé hasta mi placard, en busca de algún vestido de fiesta con apuro. ¿Era una idea desesperada el caer de sorpresa en el boliche para disculparme con Martín? Quizás un poco, pero no me estaba dejando opción. Martín me estaba ignorando y yo quería arreglar lo que sea que estuviera mal entre nosotros.
La noche siguiente, me arreglé para salir. Había escogido un vestido plateado brillante y me había maquillado un poco para la ocasión. Cuando mi vieja me había preguntado con quién salía, le había dicho que me acompañaba Mateo, lo cual era mentira porque ni mi mejor amigo sabía que me iba a aparecer de sorpresa en una salida a la que no me habían invitado.
En el camino me sentí ansiosa y no pude evitar prenderme un cigarrillo que se había dejado Mateo la última vez en mi casa. Ni siquiera fumaba, pero sentí el impulso de querer hacerlo ante aquella situación. Cuando llegué a la puerta del boliche, sabía que quizás iba a cagarla un poco, pero no había vuelta atrás. Me adentré entre toda la gente y lo primero que hice, antes de buscar a Martín y al resto, fue comprarme un buen trago para ir tomando mientras buscaba a mis amigos.
Me lo bajé de un sorbo y tiré el vaso por ahí, haciendo que unas pibas me gritaran algunas puteadas pero no les dí bola. Entre toda la gente, la ví a Jos bailando con Julián y me acerqué casi empujando a todos para tocarle el hombro a mi amiga. Sentí que mi respiración se aceleró.
─ ¿Fiorella? ─ me dijo mi amiga, viéndome de arriba a abajo con confusión. ─ ¿Qué haces acá? Pensé que estabas...
─ Te mentí anoche, volví ayer de Londres. ─ confesé de una antes de apretar su hombro, sin darme cuenta. ─ ¿Dónde está Martín?
─ Se fue hasta la barra con Maxi y Valentina. ─ respondió Julián por Josefina. Ellos se veían confundidos por mi actitud.
Sin decir algo más, volví a pasar entre la gente para regresar a la barra. La ví a Valentina chapando con Maxi, pero no les dí pelota. Mis ojos no podían dejar de buscarlo a Martín con cierta desesperación. Necesitaba encontrarlo, hablarle. Decirle que estaba arrepentida por lo que sea que hubiera hecho para herirlo y que lo extrañaba más que cualquier cosa, pero mi mente quedó en blanco cuando finalmente lo encontré. Lo que ví esa noche, fue algo de lo que me arrepentí por completo. Sentí mi corazón detenerse por un instante; Martín estaba abrazando a otra chica, mientras le daba un beso. Tenía que ser una joda.
La chica tenía el cabello rubio ondulado, un vestido azul brillante, muy similar al mío y unos tacones que la hacían lucir mucho más alta que yo, pero aún así... Sentía que éramos completamente parecidas. Casi idénticas.
Como en una película dramática, Martín dejó de besarla y cruzamos miradas. Sus ojos reflejaban algo de miedo y arrepentimiento. ¿Arrepentimiento de qué? No tuvo problema en cagarte con otra. ─ fue lo primero que pensé. Él se me acercó, intentando explicarse, pero antes de poder decirme algo, pasé corriendo entre la gente. A medida que me alejaba más de Martín, quien gritaba para llamar mi atención, sentía que algo dentro de mí se quebraba de a poco. Como si me estuviera rompiendo en mil pedazos.
Salí del boliche, empezando a correr aunque me dolieran los pies por los tacones y pude oír que Martin iba detrás de mí, gritándome con fuerzas para que me detuviera. Todos los que estaban haciendo fila para entrar, nos miraron con interés.
─ ¡Fiorella! ─ me gritó él, pero en ningún momento me detuve para verlo.
Cuando me di cuenta que estaba completamente lejos del boliche, dejé de correr y empecé a caminar con algo de cansancio. Me sentí un poco pelotuda por andar caminando por las calles con la cara enrojecida de tanto llorar, pero ese era un detalle de menor importancia en ese momento. Me sentía... Devastada, ¿para qué mentir? Sentía que todo se me venía encima y que, una vez más, le había entregado el poco corazón que tenía al chico incorrecto. Me sentí completamente patética. Y el sentimiento duró por varios días, hasta que me digné a hablarlo con Mateo.
Estábamos cerca del obelisco, a punto de juntarnos con Fede y con Lara, quienes necesitaban ayuda con unas boludeces. En un momento, había pensado en cancelar todo a la mierda y quedarme en mi casa llorando, pero Mateo había insistido que tomar algo de aire me iba a hacer sentir mejor. Para soportar un poco la conversación de mierda de lo que había pasado, Mateo y yo nos compramos un caramel macchiato frío mientras caminábamos.
─ Es un pelotudo... ─ soltó finalmente él, cuando tuvo la oportunidad de decirlo. ─ Posta, onda... Mirá que Julián me lo pintó como un pibe excelente, pero no puedo creer que te haya hecho eso.
Yo me quedé en silencio. Al igual que mi mejor amigo, no caía en lo que estaba pasando. No sabía con exactitud qué sentir, qué decir sobre el asunto y, el hecho de que Martín me estuviera llenando de mensajes para disculparse conmigo, no me ayudaba. Todavía no había pensado sí debía responderle o no.
Mateo me detuvo un momento para que pudiera verlo directamente.
─ Ey... ¿Estás bien?
─ No sé... ─ dije yo. Desvié un momento la mirada cuando pensé que estaba a punto de llorar. ─ Me siento muy pelotuda.
Antes de que pudiera decirme algo más, le insistí a Mateo en que dejáramos la conversación ahí para encontrarnos con los chicos. Él pareció estar de acuerdo, no tenía otra opción. Me sentía agradecida por el interés que tenía en el asunto, pero sentía que necesitaba algo de tiempo sola para procesarlo todo. Tenía que pensar qué iba a hacer, aunque en parte no era necesario que hiciera algo. ¿Y si me olvidaba de todo el tema y seguía con mi vida? Bueno, era una opción bastante tentadora, pero... Estaba muy fuera de mi alcance.
Dado a que estaba como el orto, nuevamente me había distanciado de mis amigos. Incluso de Mateo, pero porque le había rogado que me dejara sola por unos días. Mi vieja se había preocupado por mí porque no salía ni a regar mis plantas, pero no tenía ganas de hacer absolutamente nada. Sólo me sentaba a mirar algunas fotos que tenía con Martín en mi celular y todos los días me preguntaba lo mismo: ¿Qué fue lo que nos pasó?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro