Confesión
Después de una semana sin habernos visto, por el hecho de que Martín estaba ocupado con el trabajo, nos juntamos en mi casa para ver algunas películas. Yo había comprado algunos snacks y había hecho algunos muffins (con ayuda de mi mamá) para que fuéramos picoteando algo mientras veíamos la tele. Los dos estábamos en el sillón, tapados porque hacía algo de frío en el living por el aire acondicionado. Martín me abrazaba un poco por los hombros para transmitirme algo de calidez.
Yo levanté un instante la mirada para comprobar si estaba viendo la película o si me estaba viendo a mí. Cuando lo ví fijo, me dio una pequeña sonrisa.
─ ¿Todo bien? ─ susurró él, acariciando con cuidado mi pelo.
─ Sí... ─ respondí. Mis ojos se posaron en su mano la cual me acariciaba la cabeza. ─ Estaba comprobando si estabas prestando atención.
─ ¿Y vos? ─ jodió él. Yo le dí un empujoncito suave con mi hombro.
─ Creo que sería más fácil... Si no fueras tan lindo. ─ confesé, acercándome un poco más a él para molestarlo.
Aunque quería joderlo, no parecía estar funcionando porque él me intimidaba más que yo a él. Martín me miró de arriba a abajo antes de agarrarme de la cintura y tirarme con cuidado contra el sofá, quedando encima mío. Yo lo estaba disfrutando, así que le robé un beso cuando sus labios estuvieron a centímetros de los míos. Mis manos empezaron a recorrer su cuello, su nuca y su pelo hasta quedar sobre su rostro. Él tenía su mano sobre mi cintura y con su mano libre empezó a acariciar con suavidad mis caderas hasta bajar a mis muslos.
Cuando se alejó de mí, me puse un poco colorada al pensar en la idea de que quería más, pero no era un momento adecuado para eso.
Yo le puse pausa a la película, una vez que me acomodé de nuevo en el sillón. Mi acción hizo que Martín me viera con atención.
─ Sé que no es momento, pero... ─ suspiré un poco antes de continuar hablando. ─ La verdad es que me gustas mucho, Martín.
Mis palabras lo dejaron completamente helado. Incluso, por un momento, pensé que se iba a ir corriendo o que iba a tirarse por la ventana, pero en lugar de eso, me sonrió con algo de timidez y dijo.
─ A mí también... Sólo que no estaba seguro de decirlo. ─ se quedó en silencio un momento antes de agarrarme la mano y decir:─ Me gustas demasiado...
Sentí mi corazón acelerarse. Entrelacé mis dedos con los suyos antes de darle un beso en el cachete y un abrazo rápido.
Al pasar los días, sin darme cuenta, Martín y yo nos habíamos vuelto más cercanos. Todo el tiempo nos estábamos viendo y hablábamos por mensajes. Tanto que, si tardaba por lo menos dos minutos en contestarme, ya lo extrañaba. Así estuvimos un mes, hasta que Martín se atrevió a formalizar conmigo una noche que nos juntamos a comer en la casa de Jos.
Estábamos todos en el living; los chicos jugaban a las cartas, Jos y Mateo estaban jugando a la play, Ori y las otras chicas estaban en el sillón sacándose fotos y en una punta estábamos Martín y yo abrazados. Él se puso de pie y me ofreció su mano para que me levantara con él. Yo no dudé en tomarla, pero me sentí un poco nerviosa cuando me dí cuenta que todos nos estaban viendo.
Martín me llevó hasta afuera y, como los chusmas que eran (y son) los chicos, todos se agruparon y se asomaron por la ventana.
─ ¿Por qué salimos? ─ le pregunté, acompañada de una risa nerviosa. ─ Hace calor acá afuera...
Él se puso delante mío y me agarró las dos manos antes de suspirar y verme fijo a los ojos.
─ Fiorella... ─ lo ví ladear la cabeza y darme una sonrisa suave. ─ Estuve pensándolo mucho y...
Él desvió la mirada al darse cuenta que la estaba haciendo muy larga para hablar. Cuando volvió a verme, mi corazón empezó a latir muy rápido.
─ ¿Querés ser mi novia?
Hice un esfuerzo en mostrarme tranquila, pero tenía muchísimas ganas de saltar, tirarme encima suyo, gritar. Me quedé un instante en silencio, dándole una amplia sonrisa hasta que conseguí decir:
─ Sí... ─ me reí un poco antes de abrazarlo con fuerza. ─ Obvio que sí.
Estuvimos un rato abrazándonos en silencio, hasta que escuché como mis amigos aplaudían y nos gritaban cosas desde la ventana. No pude evitar ponerme colorada.
─ ¡Vivan los novios! ─ nos había pegado un grito Valentina
─ ¡Que viva el amor! ─ había dicho Mateo antes de ponerse a chiflar como loco.
Aquel momento mágico había quedado grabado en mi cabeza por toda la noche. Y por el resto del mes, antes de irme a Londres.
¿Por qué si todo había estado bien antes, tenía que estar todo mal ahora?
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