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AUSENCIA

El bullicio y la música que recorría Zaun era ensordecedor, las calles colapsadas de zaunitas gritando mientras alzaban sus bebidas y celebraban juntos. Unión como Zaun nunca la había visto, la realización absoluta del sueño que arrasó generaciones enteras.

Zaun era libre.

Hacía cinco años que el Concejo de Piltover había vuelto a unirse con el objetivo de traer algo de orden después de la guerra. Cinco años de que Caitlyn Kiramman cediera el puesto de su Casa a Sevika como representante de Zaun.

Había sido una batalla difícil, en muchos aspectos más dura que la guerra que habían enfrentado y cualquier tipo de violencia a la que Sevika estaba acostumbrada. Aprender a tergiversar palabras y manejarse a través de una burocracia con años de corrupción a sus espaldas había tomado meses de arduo trabajo día tras día, sentada en el estudio de la Mansión Kiramman con Caitlyn explicándole las artimañas de la diplomacia y Vi manteniéndose enfurruñada en alguna esquina.

El objetivo era traer justicia para Zaun a la mesa, pero pronto fue evidente que el Concejo piltie no tenía a Los Carriles como prioridad ni siquiera después de lo ocurrido, no cuando su bella Ciudad del Progreso había sido dañada y tenía tanto que reparar.

Sevika había entrado ese día a la oficina de la nueva sheriff de Piltover dando un portazo, ignorando la amenaza que Vi representaba parada al lado de su noviecita, y escupido una docena de verdaderas que Ekko acompañó con su propia dosis de veneno. Aunque Vi no dijo nada, era obvio para todos que compartía las opiniones de los otros dos zaunitas. Sevika se había preguntado vagamente si su silencio se debía a la culpa por haber usado ese puñetero uniforme azul.

Menos de una semana después, la cabeza de la Casa Kiramman se acercó a Sevika con un nuevo plan: obtener la autonomía de Zaun.

Habían tardado cinco jodidos años. Zaun había necesitado más ayuda de la que nadie en Piltover había siquiera querido pensar. Construir hospitales, escuelas, abrir nuevas posibilidades de trabajo, establecer un sistema de gobierno y policía funcionales y no corruptos, eliminar el shimmer a cambio de que Piltover se deshiciera de cualquier rastro del Hextech. Parte del motivo por el que lograron fue la financiación de la Casa Kiramman y la nueva reina de Noxus. Mel Medarda había tomado en serio el reparar los errores de su difunta madre.

Hoy Zaun se alzaba como una nación libre y cada zaunita, viejo o joven, traumado por las guerras y la destrucción o habiendo nacido en este Zaun más limpio y sin aire podrido, celebraba con un júbilo nunca antes visto. Todos excepto por una.

Dentro de la oficina principal del Edificio de Gobierno, las sombras danzaban en las esquinas y un ambiente pesado se respiraba. Sevika descansaba en la silla detrás del escritorio, rodeada de montañas de papeles cuyo único propósito parecía ser agudizar el dolor de cabeza que nunca la dejaba en paz, con un vaso de bourbon acompañando su vacío interno y el humo alzándose en espirales con cada espiración que desinflaba su pecho.

Era su sueño, la libertad y mejoría de Zaun, finalmente cumplidos después de décadas de esfuerzo y, sin embargo, Sevika solo sentía un vacío sin fondo que la consumía cada día más.

No habían más guerras, el índice de violencia había disminuido considerablemente, todo el sistema funcionaba como un engranaje perfecto, el trato con Piltover se había reducido a no más que transacciones comerciales importantes para ambas ciudades. Era todo lo que siempre habían querido y, de alguna manera, no era suficiente.

Sevika pensó en Silco, el hombre que dedicó muchos más años que ella a la causa, que usó todos los medios posibles para engrandecer a Zaun pese al precio a pagar, no en búsqueda de una venganza contra Piltover, sino de la libertad. Si la ciudad de brillantes edificios caía en el proceso…, bueno, eso solo sería un bono extra.

El hombre que más cerca estuvo de lograr su cometido y que lo perdió todo por su hija. De cierta forma, Sevika sabía que no era culpa de Jinx. Ella siempre había estado mal, más de lo que nadie a su alrededor se atrevía a admitir, ¿pero qué ayuda podían ofrecerle en Zaun? Sevika prefería no pensar en eso, en Jinx, en lo absoluto.

Para su desgracia, últimamente pensaba mucho en ella. Su mente podía estar inundada de reportes y problemas por atender y, al instante siguiente, un destello de azul y violeta golpearla y dejarla sin aire, forzándola a pausar su trabajo por algunos minutos para poder devolver los recuerdos de Jinx a la habitación oscura en su cárcel mental.

Sevika no quería pensar en ella, no podía, porque pensar en ella sería pensar en la niña; Sevika ya no se permitía recordar su nombre; y pensar en la niña significaría su destrucción.

Todavía podía recordar aquella tarde, el informante que le avisó que Jinx había sido detenida, Sevika preguntando por la niña, las palabras que siguieron después. Sevika había querido no creerlo, convencerse estúpidamente a sí misma que era mentira, hasta que dos días después Jinx apareció delante de ella, heridas visibles en su cuerpo y un nuevo corte de cabello, pidiéndole que Zaun se uniera a la lucha contra los maniquíes de Viktor y confirmándole sin palabras lo que Sevika ya sabía.

Sevika había luchado, por supuesto que lo había hecho, como gran parte de Zaun, pero cuando todo terminó, lo que quedó detrás era menos ella misma de lo que Sevika se permitía reconocer.

Por eso prefería no recordar. Sabía que había habido buenos momentos, robos de paz al tiempo de guerra que los había azotado, risas y bromas, pinturas brillantes, una canción de cuna y cuentos para dormir. La intimidad de algo que Sevika sabía que nunca duraba en Zaun.

Había un recuerdo en particular que reaparecía mucho en su cabeza, cada vez que Sevika visitaba Los Jardines: la noche en que los fantasmas de Jinx la llevaron a sentarse sobre el regazo de Sevika en una búsqueda de algo, lo que fuera, que los mantuviera lejos. Sevika no la había tocado más allá de cerrar su mano sobre el delgado cuello para sostenerla en su lugar, lejos de su rostro. Se había sentado allí, rígida e inamovible, y había dejado que Jinx montara su regazo y se friccionara contra ella hasta alcanzar su liberación.

Fue la única vez que Jinx le dio las gracias.

Todo se fue a la mierda al día siguiente. 

La punta de su cigarrillo quemó al rojo vivo hasta alcanzar el corcho, el humo nicotínico y especiado llenando sus pulmones. Sevika contuvo la respiración, apagando el corcho en el cenicero y mirando con aire ausente la montaña de cenizas acumuladas. Quizás tendría que empezar a fumar menos, no podía morirse ahora que Zaun apenas empezaba a mejorar; el caos posterior los llevaría a la destrucción.

Sevika no encontró en ella fuerzas para resistirse, sus vicios eran lo único que le quedaba. Expulsando todo el humo hacia el techo, Sevika observó el gris resaltando contra el fondo oscuro de su oficina, la escasa iluminación amarillenta apenas logrando deshacerse de las sombras. No le gustaban las luces brillantes en la noche, parecían quemar sus retinas.

—Mierda —farfulló entre dientes, llevándose el vaso a la boca y bebiéndose el resto de su contenido de un trago.

Era mejor que se retirase, no sería bueno para su espalda dormir en el sofá de su oficina de nuevo.

Levantándose del asiento, Sevika alcanzó su nueva capa; una tela borgoña pesada que caía de sus hombros hasta casi la mitad de sus piernas, regalo de Caitlyn y Vi ahora que la relación entre ellas era más…, Sevika no se atrevería a llamarlo amistad, pero tal vez algo similar. A su pesar, era innegable que le gustaba la capa, descansaba sin problemas sobre ambos hombros sin enredarse en el metal de su nueva prótesis.

Otro regalo, diseño de Ekko y patrocinado por Mel Medarda, una gesto para demostrar el apoyo absoluto a las nuevas formas y acallar rumores falsos que podían desestabilizar a la población. Era útil y pesado, letal aun sin shimmer y muy a su gusto, así que Sevika no se quejó.

Sevika abrió la puerta, frunciendo el ceño ante el chirrido de las bisagras que llevaba meses diciendo que engrasaría, pero seguía olvidando sino hasta que tenía que salir de la oficina. Sevika intentaría recordarlo al día siguiente, después de despejar su mente bebiendo su peso en licor y perdiéndose en el coño de alguna puta del burdel hasta la mañana.

Un escalofrío recorrió su espalda, paralizándola en la entrada con la puerta abierta y su mano biológica todavía alrededor de la manija. No había ningún sonido extraño, el silencio absoluto del edificio contrastaba con el bullicio de la calle de la misma forma en que llevaba haciendo desde la mañana. Se suponía que estaba sola, no había indicios de lo contrario y, pese a todo, Sevika tenía la sensación de que estaba siendo observada.

Durante un breve instante de incertidumbre, Sevika estuvo sola y a su vez no, todavía retenida en la misma posición por nada más que sus cadenas mentales. Girarse significaba enfrentarse a la posibilidad de no estar sola; girarse significaba arriesgar el pensarse loca o confirmar que la soledad la perseguiría siempre; permanecer donde estaba no la guiaba en una dirección ni en la otra. Permanecer quieta era de cobardes y Sevika no era una cobarde.

No giró del todo, solo miró por encima de su hombro en busca de aquello que la había llevado a detenerse y esperando encontrar no más que los delirios y paranoias de alguien traumado por la vida tormentosa que había llevado y la falta de alcohol en su sistema en comparación con otros días.

Sevika sintió la descarga eléctrica golpear directo en su pecho y extenderse por su cuerpo, su agarre en la manija afianzándose tanto que una parte del pestillo astilló la madera. Podía escuchar el latir ensordecedor de su corazón en sus oídos, marcando el ritmo de la estática en su cabeza y dejando al resto del mundo mudo.

Estaba loca, tenía que estarse volviendo loca. Era la única explicación de por qué habían un par de ojos violetas brillando en la penumbra de su oficina, resaltando en el mar pálido de un rostro familiar que era enmarcado entre mechones azules cayendo en cascada hasta alcanzar la altura de sus muslos.

—Sigue siendo fácil escabullírsete por detrás —comentó esa voz tan familiar, erizando la piel de Sevika con el arrastre burlesco que era matizado por melancolía.

Sevika quería vomitar.

Los segundos de silencio se extendieron, el menudo cuerpo dio un paso al frente, dejando que la luz amarillenta iluminara la totalidad de su figura. Sevika retrocedió un paso, cerrando la puerta de nuevo y maldiciendo el chirrido de las bisagras que le confirmó que no se había quedado dormida y estaba sufriendo bajo la imaginación de su subconsciente las pocas noches en que su descanso era perturbado por sueños.

—¿No vas a decir nada? —preguntó Jinx, alzándose distraídamente en la punta de sus pies en un gesto nervioso, sus dientes enterrándose en su labio inferior—. ¿Cómo es que estás viva, Jinx? Deberías estar muerta, Jinx. ¿Cómo entraste aquí, Jinx? ¿Nada?

Su garganta se sentía rasposa, arena deslizándose por su lengua. No podía parar de mirarla, embebiéndose en la vida que se paraba delante de ella con dejadez, como si el que estuviera respirando dentro de la misma habitación que Sevika no fuera una especie de milagro maldito.

—Una pensaría que pasar cinco años de Concejala en Piltover te habrían vuelto más dada a conversar —bromeó Jinx, apoyando una mano sobre el mini-bar que Sevika tenía en su oficina.

Las botellas se movieron por su peso, una armonía cristalina que sacó a su Sevika de su estupor. Un momento había estado de espaldas a la puerta y, al siguiente, su mano biomecánica se cerró alrededor del cuello de Jinx, empotrándola totalmente contra el mini-bar y sintiendo resonar a través del espacio entre ellas el ahogado gemido que escapó de su garganta.

Una de las botellas cayó del mini-bar, colisionando con el suelo y rompiéndose en pedazos, el fuerte olor a alcohol llenando la habitación conforme impregnaba la alfombra.

La mano de Jinx se cerró alrededor de la muñeca metálica, la única trenza que adornaba el resto de su cabellera suelta enganchada en uno de los aros de su brazalete. Sevika gruñó por lo bajo, respirando profundo y apretando más su agarre en el cuello de Jinx mientras cerraba la distancia entre ellas.

Había algo en la infinidad gris de sus ojos que hizo que Jinx no luchara, un terror latente que Sevika lograba esconder con maestría, pero que Jinx conocía muy bien. Alzando más la cabeza, Jinx expuso su cuello y jadeó al sentir la presión aumentar, su visión cerrándose con brillitos titilantes en la periferia.

El movimiento lento advirtió a Sevika, haciéndola desviar la mirada de los ojos de Jinx y encontrándose con una delgada mano cerca de su rostro que antes había estado rodeando su muñeca. Habían más cicatrices en el dorso y lateral de lo que ella recordaba; el dedo prostético era de tecnología más avanzada, pese a que todavía tenía una carita feliz dibujada; en uno de los aros de colores del brazalete todavía colgaba la delgada trenza que Sevika recién notaba no era azul, sino rosada.

Su respiración pesada se aceleró por un instante, cuando esa mano se sostuvo delante de ella sin avanzar ni moverse, luego todo se detuvo. Sevika dejó de respirar, sintiendo la calidez del contacto de Jinx sobre su rostro con el contraste frío del metal de su dedo. Un suspiro frágil escapó de entre sus labios y Sevika abrió los ojos, enfrentando los dos orbes de un violeta brillante que la miraban con comprensión.

—Soy real y estoy aquí —susurró Jinx, su voz ahogada y rota por el agarre de Sevika en su cuello, pero no por eso vacilante o fácil de confundir.

Estaba allí. Estaba viva.

Sevika soltó a Jinx como si su piel quemara, poniendo distancia entre ellas y casi tropezando con su propia capa que había caído de sus hombros y se había enredado a sus pies. La figura jadeante de Jinx se mantuvo apoyada contra el mini-bar, sosteniéndose el cuello con su mano y aliviando en movimientos circulares los puntos donde los dedos metálicos de Sevika se habían enterrado.

—¿Cómo?

Una sola palabra, la pregunta colgando pesada sobre ellas. Jinx soltó una risa temblorosa, recargando su peso contra el mini-bar y suspirando dramáticamente. La chica siempre había tenido un arte para ello.

—Los ductos de ventilación. Huí dos segundos antes de que explotara la bomba. Me robé un dirigible luego, en medio del caos desatado en su intento de recuperarse de la guerra, y me fui. Inteligente, ¿no lo crees?

—Y nos hiciste creer a todos que estabas muerta —terminó Sevika, su tono neutral y desinteresado, pero la acusación más palpable de lo que cualquier grito hubiera logrado.

—Era mejor así —aseguró Jinx con una risilla, su mirada deslizándose por el cuerpo de Sevika de pies a cabeza—. Por cierto, felicidades por el ascenso. Eres la líder absoluta de Zaun ahora.

—Tu noviecito y su comunidad están fuera de mi gobierno —repuso Sevika, dando otro paso hacia atrás mientras intentaba seguirle el ritmo a la situación.

Su mente no parecía querer comprender del todo que Jinx estaba allí, viva, después de cinco años de luto y haber aceptado su muerte. Una jodida mierda.

—La mayor parte de las Luciérnagas dejaron su comuna a medida que fuiste mejorando Zaun, así que no creo que eso sea un problema.

—¿Cómo carajos sabes tanto de lo que ha estado pasando aquí? —cuestionó Sevika, el enojo filtrándose por su voz ácido y destructivo.

Jinx guardó silencio un momento, su expresión revoltosa y casi infantil desapareciendo del todo. La postura de Sevika era rígida, la tensión envolviendo su cuerpo y convirtiéndola en un animal salvaje enjaulado. Jinx dio un paso al frente de todas formas.

—Unos amigos que hice en el camino han venido un par de veces a lo largo de los años, me traían siempre información.

—¿Escondiéndote detrás de otros? —acusó Sevika con una risa sin diversión, su mirada desviándose hacia las luces brillantes que se filtraban por la ventana detrás de su escritorio—. ¿Por qué no venir tú misma?

—Era necesario que me creyeran muerta —contestó Jinx, dando otro paso al frente, más tentativo esta vez—. Necesitaba romper el ciclo. Vi tenía que ser feliz y si yo estaba cerca, ella no aceptaría ser egoísta por primera vez y tomar lo que merecía. Además, Piltover estaría más dispuesto a ayudar a Zaun si quien voló su Concejo por los aires no estaba entre los sobrevivientes. Me convertí en el símbolo que querías, Vika, ¿no estás orgullosa?

Una risa rota resonó en la oficina, perdiéndose entre los vítores del exterior. Sevika sintió la diversión irónica vibrando en su pecho, su mirada fija en el vitral que filtraba la luz, pero enfocada en una época más alejada de ese momento.

—¿El símbolo que yo quería? —preguntó Sevika, el sarcasmo en su voz filoso y inmisericorde—. Si hubiese estado en mis manos la elección, jamás te hubiera escogido a ti de símbolo para Zaun. No fue una decisión mía, tus actos llevaron al pueblo que antes te temía a adorarte de forma casi ciega. Si hubieran escuchado a la razón…

Jinx esperó el final de esas palabras, aun sabiendo que no llegarían. La distancia del tiempo había pavimentado entre ellas un camino difícil de recorrer, construido encima de un cementerio repleto de fantasmas que no las abandonaban.

Sevika alzó la mirada, las luces de la calle destellando contra el gris de sus ojos y dándole tonalidades verdes y amarillas que agudizaban sus rasgos, las cicatrices que recorrían su rostro, el destello de azul de aquella fatídica noche. Se veía de alguna forma más joven y vieja a la vez, el paso de los años indiscutible, pero la mejoría del estilo de vida innegable. Se veía como una desconocida y alguien tan familiar.

—¿Qué haces aquí, Jinx? —inquirió Sevika finalmente, la rabia detrás de sus palabras cediendo para darle paso a un cansancio palpable—. ¿Por qué volver? ¿Por qué ahora?

—Yo… —Jinx desvió la mirada, perdiéndose en el paisaje borroso a través del vitral que mostraba la celebración de Zaun—, quería ver su sueño realizado.

«Silco».

No había un día desde que Sevika había aceptado el puesto de Concejala y, posteriormente, había tomado la posición de figura de máxima autoridad en Zaun, que Sevika no pensara en él. A su manera, con las herramientas que se le habían dado, Silco había luchado incansable por un Zaun libre y autónomo, sin la bota de Piltover presionando sobre su cuello e impidiéndole respirar.

Silco era lo que siempre las había unido a Jinx y a ella; dos mujeres que, en cualquier otra condición, jamás se mirarían siquiera a la cara.

—Pues ya lo viste, puedes irte —espetó Sevika, alcanzando uno de sus cigarros y felicitándose por su autocontrol al no encenderlo antes.

No miró a Jinx; no vio la sombra del dolor en sus ojos antes de que la confusión y la frustración se apoderasen de su rostro; pero sí escuchó sus pasos acercándose hacia ella y solo deteniéndose cuando Sevika alzó la mirada con expresión pétrea y distante.

—¿Qué mierda pasa contigo? —cuestionó Jinx, apretando ambas manos en puños al lado de su cuerpo para contenerse de acercarse más a Sevika—. Zaun es libre, mejorado, la población tiene condiciones de vida digna. Tienes todo lo que querías, ¿por qué todavía te comportas como un ogro amargado al que le metieron un palo por el culo?

—Tengo todo lo que quería —repitió Sevika, el humo saliendo entre dientes con cada palabra que exhalaba su boca—. ¿Tengo todo lo que quería?

El cigarro cayó de sus manos hacia la alfombra y Sevika cerró la distancia entre ellas, su respiración nicotínica y con un ligero toque a alcohol inundó los sentidos de Jinx, pero ella se negó a centrarse en eso, desafiándola con su mirada firme en los ojos de Sevika.

—Puta niñata de mierda que nunca entendió nada, ¿crees que esto es lo que yo quería? —escupió Sevika, su respiración acelerándose conforme su enojo llegaba a un pico ardiente en sus entrañas.

—¿Por qué luchabas si no?

—¡Por Zaun! —gritó Sevika, su mano biológica cerrándose alrededor de uno de los delgados brazos de Jinx, donde podía sentir músculo firme.

Jinx alcanzó su pistola en la parte trasera de su cinturón, apuntándola a Sevika con rapidez y perdiéndola en el mismo momento cuando la mano biomecánica de Sevika conectó un golpe con su arma y la lanzó contra la pared, empujando a Jinx lejos de ella.

—Luché por esta nación, por su libertad, por salir del yugo de esos pilties asquerosos y sin consciencia, ¡no por el poder! ¿Crees que lamí las botas de tus dos padres en cada una de sus luchas por poder? Mocosa imbécil, ¡claro que no! ¡Yo solo quería que Zaun fuera libre! Me mantuve como un peón a disposición de las grandes mentes que lideraban porque no me interesaba ser quien liderase ni representase una mierda. ¡Y ahora mírame!

Sevika barrió con su mano la superficie del escritorio, decenas de documentos importantes siendo empujados, desorganizándose, cayendo a su alrededor en un revoleteo de hojas y el estallido del cenicero y el vaso que todavía habían descansado en la superficie.

Los documentos con información confidencial caían al suelo en un vaivén, rodeándolas a ambas y, sin embargo, todo lo que Jinx podía observar era la espalda de Sevika que subía y bajaba con cada respiración profunda y errática, su enojo emanando de ella como radiación pura. La mujer más fuerte que Jinx había conocido, aun si jamás fuera a admitirlo en voz alta, reducida a esto. ¿En qué la convertía eso a ella?

—Quizás por eso eres una buena líder, porque tienes todas las cualidades para mantener el poder, pero ningún deseo de tenerlo —dijo Jinx, viendo a Sevika paralizarse por segunda vez esa noche, antes girar lentamente hacia ella con una acusación desgarrada en sus ojos.

—¿Por qué te fuiste? —susurró Sevika, enfrentándola cara a cara, cada movimiento que las acercaba una decisión consciente que ella tomaba y Jinx reafirmaba al quedarse en su lugar—. La verdad, Jinx. No más mentiras ni trampas sucias.

Jinx dio un paso atrás, sintiendo de repente las paredes de aquella oficina cerrarse sobre ella. Sus botas pisaron los documentos de algún nuevo manifiesto de Zaun; a ninguna le importó, porque Sevika cerró de nuevo el espacio entre ellas y arrugó bajo sus botas el tratado de comercio con Piltover que Caitlyn había firmado esa mañana.

Sevika no iba a dejarla escapar, no esta vez, y quizás por eso Jinx había ido directo a visitarla a ella después de acosar a su hermana y cuñada desde la distancia y chequear a Ekko con las Luciérnagas brevemente; quizás por eso solo se había revelado viva delante de Sevika;  porque sabía que Sevika no toleraría su mierda sin más.

—¿Por qué te fuiste, Jinx? —repitió Sevika, las luces afuera apagándose y el bullicio de la celebración quedando como no más que un zumbido murmurante a la espera de algo.

¿De qué? Jinx no estaba segura.

—Ella murió —susurró Jinx, la admisión rasgando su camino hacia el exterior y cortando su garganta al medio, llevándose consigo a Sevika, quien hizo una visible mueca de dolor—. Ella murió y yo no podía… ¿Sabías que fue mi propia arma? Se me cayó y ella la recogió. Mi propia arma y la usó para… Ella murió, Sevika, y yo no podía quedarme.

Una risilla rota y decepcionada vibró en la garganta de Sevika, casi muda. Jinx alzó la mirada, pestañeando a través de sus lágrimas solo para ver a Sevika cerrar sus ojos y apartarse de ella una vez más. La distancia esta vez se sintió más fría, más definitiva.

—¿Qué se suponía que hiciera? —inquirió Jinx a medio gritar, su voz fracturándose por los recuerdos que la azotaban.

—Quedarte —espetó Sevika, sus ojos brillando con algo vivo tan deforme y doloroso que Jinx dio un paso atrás—. Quedarte como nos quedamos todos. No fuiste la única que perdió a alguien, Jinx. Algunos simplemente no teníamos la opción de correr lejos.

—Tú no lo entiendes —repuso Jinx, negando con una desesperación creciente mientras empezaba a caminar de un lado a otro frente a Sevika, pisando el reguero de papeles en el suelo y algún que otro pedazo de cristal roto—. La veía en cada esquina, escuchaba su risa cazándome por las noches. Ella estaba viva y, luego, no lo estaba, ¡y era mi culpa!

—¡Era una guerra, Jinx! Mucha gente murió —rebatió Sevika, apretando ambos puños hasta crear marcas en cada palma, una en la forma de sus uñas cortas y otra un camino de arañazos producto a sus garras—. De todas las muertes que recaen en ti, la de ella es de las pocas que no son tu culpa.

—¿Cómo podrías saberlo? ¡Tú no estabas allí! —acusó Jinx, lágrimas violáceas cayendo por sus mejillas.

—¡Lo sé!

El aire se estancó en los pulmones de Sevika, el dolor y la culpa quemando de la forma en que ella no se había permitido en cinco años. La niña habría tenido trece pronto, apenas un poco más joven que Jinx cuando todo empezó a irse a la mierda.

La niña estaba muerta.

Sevika se desplomó contra el escritorio, descansando todo su peso sobre la madera y apoyando ambas manos a cada lado. A lo lejos, tambores y trompetas sonaban en un crescendo armónico que parecía casi fatalista. Dentro de las paredes de esa oficina, el espacio era cargado por respiraciones laboriosas y culpa.

—Lo sé —susurró Sevika, cerrando los ojos y frunciendo las cejas en un vano intento por aplacar el calor detrás de sus párpados que precedía unas lágrimas que ella no quería dejar salir—. Pero eso no va a cambiar que ella está muerta.

Jinx sintió el nudo en su garganta crecer, su manos temblorosas luchando por aferrarse a una cordura que parecía escapar de su agarre con cada segundo. Delante de ella, Sevika; el ogro imponente al que ella había detestado, al que le debía la vida; se deshacía en pedazos.

—No solo tú la perdiste, Jinx. Yo no estaba allí y ella murió y un informante cualquiera tuvo que venir a decírmelo porque a ti te habían apresado. La próxima vez que te vi no hubo tiempo de nada, teníamos una batalla respirándonos en la nuca y, luego, tú estabas muerta. Tuve que enterarme cómo habían muerto ella y tú por tu hermana y enfrentar ese puñetero Concejo de amargados creídos sin siquiera poder flaquear una vez.

—Necesitaba irme.

—Y yo te necesitaba aquí —confesó Sevika, abriendo los ojos para mirar fijamente sus botas, los papeles regados por el suelo, los destellos brillantes del vidrio roto.

¿Por qué todo en su vida siempre terminaba rodeado de destrucción y desastre? Ella solo estaba exhausta.

Botas azules con puntos rosados se detuvieron silenciosamente delante de las suyas. Sevika fijó sus ojos en ellas, ascendiendo por las piernas envueltas en pantalones púrpura que se sostenían precariamente por una serie de tres cinturones a sus caderas; en la hebilla del cinturón más alto descansaba una cadena que colgaba hacia el bolsillo, adornada con una gema ámbar pulida.

Dedos pálidos recorrieron la prótesis biomecánica expuesta de Sevika hasta alcanzar la base que se sujetaba a su cuerpo, donde una gema igual descansaba en un soporte, menos pulida y más tosca, más ella.

Eran del color de los ojos de Isha.

Gris metálico y violeta se encontraron, cada una sumergida en el dolor de su propio luto que las había impulsado lejos cuando debió de haberlas traído juntas.

En otro universo, en otra línea temporal, Jinx sabía que las cosas habían sido diferentes y una parte pequeña de ella se preguntaba si quizás la elección correcta fuera buscar un camino similar en la línea temporal que le había tocado. Ekko estaba allí, al alcance de la mano, y la novia de su hermana parecía haberla perdonado.

Podía tener todo lo que deseara y, sin embargo, ¿comprenderían ellos lo que perder a Isha había significado para Jinx? ¿Podrían ellos mirar a Jinx y mostrar en sus ojos una vulnerabilidad rota cuyas raíces se extendían tan profundo como las de Jinx mismas? ¿Entenderían ellos las gemas ámbar que ahora adornaban todas sus joyas y armas, el tatuaje en sus costillas y el desgarro absoluto de su alma detrás de un sueño hermoso en lugar de una pesadilla?

Jinx sabía que en otras líneas temporales ella podía haber sido más feliz, que quizás ni siquiera existiera y todavía fuera Powder; pero en esta que le había tocado, la felicidad de Jinx no estaba amarrada a las personas que habían estado allí cuando todavía era Powder. Esa ella había muerto por completo el día en que Isha disparó la pistola sobrecargada con gemas Hextech.

Y quizás no fuera felicidad, puede que no volviera a ser feliz nunca, pero lo más cerca que Jinx estaría de serlo sería al lado de la única persona que compartía su dolor con la misma intensidad, que le diría que no se culpara mientras la culpa la corroía a sí misma por dentro, la única que lloraría con ella por sueños hermosos que plagarían sus horas de descanso en lugar de las pesadillas.

Su cuerpo menudo se encontró en medio de las piernas entre abiertas de Sevika, presionándose contra ella. Su otra mano acunó el rostro marcado por los años y la pérdida, menos recio y distante que la primera vez que sus ojos volvieron a encontrarse cuando Sevika giró desde la puerta. La distancia entre ellas desapareció casi por completo, sus alientos mezclándose entre el aroma a cigarros y alcohol, con el toque de menta y cereza de los caramelos que Jinx tragaba como si fueran agua.

Probablemente perdería todos sus dientes antes de los treinta a ese paso, pero nadie estaba allí para detenerla. Al menos, nadie había estado allí…

«Hasta ahora».

—Jinx —advirtió Sevika, sus ojos fijos en los labios marcados por una vida al límite y las constantes mordidas nerviosas de Jinx.

Negando suavemente con la cabeza, haciendo que sus narices se rozaran, Jinx se pegó más a Sevika, su pecho subiendo y bajando al mismo ritmo que el de ella. Todo su cuerpo parecía ser estimulado por corriente pura, extendiéndose hasta quebrarla por dentro. Los dedos de Jinx se deslizaron por el brazo prostético y Sevika era consciente de que no podía sentirlo; sin shimmer ni Hextech, las prótesis no tenían sensibilidad; sin embargo, nada se había sentido físicamente tan real como esa caricia.

Jinx tomó la mano biomecánica de Sevika y la llevó hacia sus labios, dejando un beso en cada garra empezando por el meñique. El filo letal de las puntas rozó la tierna piel de su cuello, justo por encima del collar de cuero que se unía al arnés que rodeaba su blusa, Jinx besó el pulgar.

Sevika entreabrió los labios y dejó escapar un suspiro mudo al ver la piel delicada del labio inferior de Jinx abrirse bajo el filo de su garra, un hilo de sangre corriendo hacia abajo desde el corte por el metal y perdiéndose en su palma. Mirándose a los ojos mutuamente, Sevika no resistió la presión de la mano de Jinx sobre su mano, forzándola a caer alrededor de su cuello, en el mismo sitio que empezaba a presentar un color purpureo allí donde Sevika la había estrangulado antes.

Afuera, en las calles abarrotadas de Zaun, los tambores y trompetas alcanzaron el punto máximo de su melodía y se detuvieron de golpe, dejando detrás silencio y obscuridad absoluta. La oficina quedó solamente iluminada por la luz amarillenta del foco en el techo, creando sombras en sus rostros y haciendo que Sevika se perdiera en el brillo violeta de los ojos de Jinx.

—Estoy aquí ahora —susurró Jinx, la sangre de su herida superficial brillando en la escasa luz y haciendo de sus labios una visión hipnótica.

—No sé si sea suficiente —admitió Sevika, su voz temblorosa al borde del quiebre bajo sus propios deseos.

—Averigüémoslo.

La mano biomecánica de Sevika se cerró alrededor del cuello de Jinx con la fuerza suficiente para expandir el dolor desde los moretones que su agarre había dejado antes, pero sin impedirle respirar. El aliento de Jinx, tembloroso y expectante, acaricio sus labios. Sevika respiró profundo, embriagándose en el olor a pintura y pólvora que ningún jabón podía borrar de Jinx.

Se había contenido antes, en aquella guarida repleta de trampas mortales, con Isha durmiendo en su cama improvisada dentro de una casa de campaña hecha con sábanas a varios metros de ella, en una época en que su mente estaba enfocada en un solo objetivo y Sevika mantenía un control férreo sobre todas y cada una de sus emociones.

Había pasado mucho tiempo desde aquel día. Sevika había cambiado, el sentido del mundo por el que luchaba se había desdibujado delante de sus ojos y ella no había sabido cómo volver a pintarlo. Tal vez no tenía que hacerlo. Fuera como fuere, Sevika estaba cansada de luchar contra sí misma y contenerse, resistiendo hasta el más mínimo impulso que no hubiese sido previamente calculado, cuando la vida le había arrebatado todo de sus manos en tantas ocasiones que ya no podía contarlas.

Jinx estaba allí, estaba viva, y Sevika no sabía si había venido para quedarse o partiría hacia la alcantarilla en la que se había estado escondiendo todos esos años antes de que llegara la mañana, pero no iba a preguntarle. No en ese momento, al menos.

La otra mano de Jinx ascendió por el brazo biológico de Sevika, anclándose en ella al llegar a su hombro, sus uñas enterrándose en su piel incluso a través de la gruesa tela de su camisa. La súplica esperanzada en su mirada hablaba de desesperación, pero no la misma que Sevika había visto aquel día, manchada de un borde desquiciado y loco; era una desesperación suave, el anhelo de algo que había añorado mucho tiempo y no había podido tener.

Podía ser la decisión más estúpida que Sevika habría tomado en su vida y, de todas formas, la tomó.

Fuegos artificiales retumbaron por todo Zaun, alcanzando el cielo e iluminando la oscuridad absoluta de la noche. Explosión tras explosión, un sinfín de llamas brillantes en azul, amarillo, verde, rosado, naranja y violeta crearon esferas en el cielo.

Sevika cerró la distancia entre sus labios, tragándose el gemido ahogado de Jinx como si del elíxir de la vida se tratase. Las uñas de Jinx se enterraron más duro en su hombro y su otra mano encontró su camino hacia su nuca, allí donde el cabello seguía corto y perfectamente mantenido. Sevika jadeó, lamiendo la sangre que iba coagulándose en el labio de Jinx, el sabor metálico impregnando sus sentidos.

Era otro tipo de vicio; como sus cigarros, el alcohol y sus visitas constantes a las putas del burdel de Babette; uno más adictivo y letal. Sevika recordó brevemente que esto era lo que la había detenido la primera vez, la idea de que probar la fruta prohibida sería demasiado para ella y destrozaría cualquier plan existente. Esas preocupaciones no existían ya.

Jinx gimió, enterrando sus dientes en el labio inferior de Sevika hasta escucharla sisear y aplacando el dolor con su lengua. Sevika aprovechó la apertura para deslizar su propia lengua dentro de la boca de Jinx y el mundo se tornó brillante en una distorsión de colores. Más fuegos artificiales estallaron en el cielo.

Sus cuerpos estaban juntos en cada punto posible, el contacto desesperado y hambriento, quemando más allá del calor corporal que compartían. Garras metálicas se deslizaron del cuello de Jinx hacia su nuca, enterrándose en los mechones azules y tirando con fuerza, haciendo a Sevika tragarse el gimoteo resultante.

Jinx sonrió, jadeando contra los labios de Sevika, el rubor extendiéndose por su piel blanquecina cual cal y haciéndola ver más viva que cualquier cosa que Sevika hubiera visto en ella esa noche.

En el cielo estallaron fuegos artificiales violetas y azules en sucesión, con la misma velocidad con la que Jinx solía lanzar bombas al abismo de su guarida. Jinx se aferró a Sevika, gimiendo al sentir la mano biológica deslizándose por su espalda y alcanzando sus nalgas, apretando con fuerza y presionándola más contra el cuerpo firme que la recibía certero.

Un inmenso fuego artificial plateado destelló en el cielo. El mundo retomó su curso.

La desesperación compartida quemó dentro de ambas. Sevika besó a Jinx con fuerza, con rabia, con el resentimiento de haber sido burlada por una muerte que ella había sufrido durante todos esos años. Y, sin embargo, había un alivio latente que Jinx podía sentir en cada giro de su lengua, en cada posesión de sus labios, en las manos que ahora la recorrían completa sin detenerse ni parecer ser capaz de apartarse de su piel.

Sus pies se alzaron del suelo, Sevika sosteniendo todo su peso en su brazo prostético e intercambiando sus posesiones. Jinx quedó sentada en el escritorio, sus manos recorriendo el frente de la camisa de Sevika con ardor impulsivo. Los botones saltaron en todas direcciones, el sonido de tela rasgándose acompañó el ritmo húmedo de sus besos, la música en las calles volvió a sonar ensordecedora.

El dolor se extendió como fuego por su piel, la palma biológica de Sevika conectando con su rostro como castigo por romper su camisa; o tal vez por algo más, a Jinx no le importaba. La punta de su lengua se deslizó por la comisura de su labio, recogiendo la única gota de sangre que se formó, sin apartar su mirada del pozo oscuro de lujuria que eran las pupilas de Sevika, apenas rodeados por un halo gris.

Jinx deslizó ambas manos por los hombros de Sevika, empujando la camiseta rota por sus brazos y retirándola mientras sus bocas se devoraban, su entrepierna restregándose contra el firme abdomen de Sevika y el ardor en su interior creciendo al sentir la punta más dura de una forma que ella no había distinguido en la penumbra.

—¿Preparada para mí? —preguntó Jinx, acariciando con su mano el relieve de silicona que se detallaba en el pantalón de Sevika.

—No te hagas ilusiones —contestó Sevika, sus jadeos acompañados del sonido metálico de las hebillas de los cinturones de Jinx que ella abría con rapidez y precisión—. Tenía una visita pendiente a Los Jardines.

El siseo de dolor escapó de su boca antes de que Sevika pudiera contenerlo, las uñas de Jinx enterrándose en su nuca hasta levantar la piel y presionar su rostro hacia adelante, sus dientes encontrando el punto de pulso en su cuello y mordiendo con tanta firmeza que Sevika se preguntó si la pequeña demonio tenía intensiones de arrancarle un pedazo.

—Si te encuentro en ese lugar —susurró Jinx, perfilando con su lengua el lóbulo de la oreja de Sevika—, lo exploto contigo y las putas dentro.

Sevika gruñó, tirando de los pantalones y la ropa interior de Jinx hacia abajo sin esperar que ella subiera las caderas. La tela raspó en su descenso, pero Jinx solo sonrió complacida en medio de un jadeo. Apoyándose en ambas manos para reclinarse hacia atrás, Jinx se deshizo de sus botas utilizando el pie contrario y alzó ambas piernas tanto como pudo, ayudando a Sevika a retirarle los pantalones para que terminaran regados por el suelo.

Jinx llevó sus manos al cinturón de Sevika, soltando una risilla al sentir las manos más grandes rodear las suyas y detenerla. La mano biomecánica de Sevika se apoyó en su pecho y la empujó sobre la mesa duro, el dolor sordo extendiéndose por su espalda y cabeza por un instante. Jinx estaba feliz de ser tratada así de nuevo.

Desde su nueva posición recostada, Jinx observó a Sevika abrir su cinturón con su otra mano, deslizando el cierre hacia abajo y bajando sus pantalones y ropa interior apenas lo suficiente para revelar un arnés con un consolador del tamaño digno de su portadora. Jinx no había esperado menos y la sonrisa complacida que le dedicó a Sevika fue prueba de ello.

Manos firmes se aferraron a sus muslos y tiraron de ella como una muñeca de trapo, más cerca del borde. Jinx jadeó, sonriente, estirando sus brazos hacia atrás junto con su cabello para evitar enredarse con sus largos mechones.

El frío filoso del metal se deslizó por el mar de nubes que recorrían su piel, alcanzando el arnés de cuero alrededor de sus senos y enterándose en las argollas metálicas. Sevika tiró una sola vez, sintiendo las argollas abrirse y el arnés ceder en el cuerpo de Jinx. Arqueándose contra la sensación liberadora, Jinx sintió la mano prostética de Sevika tomar el dobladillo de su top y alzarlo hasta dejarlo por encima de sus senos, todavía presionando contra ella para mantenerla en su lugar.

Todo se paralizó un instante y Jinx solo pudo forzarse a respirar profundamente, sintiendo la mano de Sevika apretar más duro en su muslo hasta que Jinx estuvo segura que quedarían marcas en la forma de esos dedos en su piel. Jinx sabía lo que Sevika estaba mirando justo en su costado izquierdo, debajo de su seno, encima de donde su corazón latía.

Se lo había hecho en el primer aniversario de la muerte de Isha, borracha hasta las trancas y paralizada en su cabeza, añorando el dolor para establecer una conexión significativa con el mundo. Dos círculos iguales en verde y amarillo, uno con una X y otro un espiral, descansaban uno al lado del otro; rosadas orejas de conejo se alzaban por encima; el fondo multicolor destacaba la simpleza de los colores principales del diseño y onomatopeyas de estallidos y disparos recorrían el límite de cada color que se mezclaba.

Sevika alzó la mirada, encontrando la melancolía y el dolor en Jinx. El luto ya no era tan oscuro, pero siempre doloroso. Isha sería ese agujero que jamás podrían llenar y que ninguna estaba segura si algún día se haría lo suficientemente pequeño como para ignorarlo, pero el dolor de esa pérdida en específico era algo que solo la otra podía entender.

La necesidad de ese momento, de la liberación añorada que quemaba bajo sus pieles, era más que solo una distracción, era la confirmación de que seguían vivas.

Sevika se inclinó sobre el escritorio, cubriendo el cuerpo de Jinx y apoderándose de su boca. Había un deje más suave en sus movimientos, aun si la posesividad imperante parecía más primitiva. Jinx enrolló sus piernas alrededor de sus caderas, envolviendo su cuello con brazos menudos y fuertes y perdiéndose en la sensación relajante que otros cuerpos no habían podido ofrecerle. Su locura, sus demonios y sus vulnerabilidades no eran una amenaza o un peligro en los ojos de Sevika. La libertad de ese pensamiento era casi redentora.

La sensación de dedos gruesos y expertos deslizándose por la cara interna de su muslo erizó la piel de Jinx, haciéndola aferrarse más fuerte a Sevika y besarla con toda la devoción que podía encontrar en ella. El gruñido de Sevika resonó entre ellas, vibrando desde el pecho musculoso y fuerte hacia el más ligero y estilizado, el placer recorriéndolas en distintas formas.

Sevika sintió toda cordura perderse apenas sus dedos encontraron la humedad viscosa de los fluidos de Jinx en el vello azul ligeramente recortado que cubría su intimidad. Apartando los labios mayores, la sensibilidad que recibió su duro tacto fue suficiente para estremecerla y enviar a Jinx hacia atrás, su cabeza cayendo contra la madera del escritorio y su cuello expuesto a las atenciones de Sevika.

Marcas de dientes y labios recorrieron la piel blanquecida alrededor de las huellas que su agarre había dejado antes. Jinx se retorció contra su cuerpo en cada ocasión, acompañada de los temblores de sus piernas cuando Sevika recorría sus sensibles pliegues y embarraba sus dedos con los fluidos que cada contracción de su coño expulsaba.

—Vika —protestó Jinx, rota y desesperada.

Sevika sonrió contra su pecho, justo encima de una de sus tetas y, cuando Jinx iba a protestar de nuevo, los labios de Sevika se cerraron alrededor de su endurecido pezón y sus dedos trazaron una secuencia de círculos firmes en su inflamado clítoris.

El grito de Jinx resonó en la oficina rápido y definitivo, cortándose a medio momento cuando su voz falló. Todo su cuerpo se estremecía, restregándose contra el de Sevika, añorando más e intentando escapar de las sensaciones placenteras a la vez. Su cabeza parecía convertirse en una masa gelatinosa sin forma ni sentido con cada segundo en que Sevika acariciaba sus pliegues sensibles sin dejar de girar el pulgar encima de su clítoris, con sus dientes perfilando los pezones de Jinx y mordiendo rápido antes de aplacar la sensación con su lengua.

Era todo y nada a la vez. Jinx necesitaba más. Necesitaba el castigo por sus decisiones y la recompensa por sus acciones. Necesitaba…

Toda línea de pensamiento desapareció con el ardor pletórico de los dedos de Sevika enterrándose en su coño, abriéndola para ella, usándola a su gusto sin pensar en nada que Jinx pudiera decir al respecto. Su cuerpo entero se estremeció, sus uñas se deslizaron por la fuerte espalda en un arrastre firme y nada detuvo las embestidas implacables de esos tres gruesos dedos en su interior.

—Te haces más estrecha con cada segundo —susurró Sevika con voz ronca, raspando su garganta con cada palabra—. Escucha eso, tan mojada —El sonido húmedo era obsceno de todas las formas posibles. Jinx lo adoraba—. Tan lista para mí. Mejor que cualquier puta.

Jinx sonrió, inclinándose hacia arriba apenas lo suficiente para morder la clavícula de Sevika y sintiendo su recompensa en forma de embestidas más duras, un cuarto dedo insertándose dentro, el ardor del placer en su interior rodeando los dedos de Sevika, contrayéndose a su alrededor y aprisionándola por segundos en la calidez húmeda y rugosa de coño.

—Recuérdalo mañana —advirtió Jinx entre jadeos, una de sus manos deslizándose entre sus cuerpos y apretando uno de los senos de Sevika—. Porque si vuelves a meter tus dedos en el coño de alguna de esas putas, te los cortaré.

Jinx gruñó, apenas conteniendo el grito de la embestida severa de Sevika acompañada de otro giro duro de su pulgar encima de su clítoris. El mundo estalló en colores detrás de sus párpados, su cuerpo estremeciéndose en temblores y quebrándose al borde, sus fluidos empapando la mano de Sevika y el escritorio debajo.

—Si así lo quieres —comentó Sevika, sacando sus dedos sin contemplaciones y alzándose en toda su altura, su mano mojada esparciendo los fluidos a lo largo del consolador—, tendré que follarte cada que tenga ganas, ¿podrás resistirlo?

—No seas estúpida —repuso Jinx entre jadeos, apenas manteniendo sus ojos abiertos mientras todavía bajaba de su pico—. Eso es lo que quiero.

—Bien.

Jinx pudo ver la sonrisa ladina de Sevika, el brillo divertido de la victoria en sus ojos y, al segundo siguiente, su mundo enteró se transformó en un estallido hipersensible al borde de un dolor agudo que la quemó por dentro. Era grande, Jinx ya lo sabía, pero en su interior parecía inmenso y todavía las caderas de Sevika no habían tocado sus nalgas.

—Mierda —farfulló entre dientes, sintiendo la mano mojada por sus propios fluidos presionar en su abdomen y mantenerla en su lugar.

—Dijiste que esto era lo que querías —dijo Sevika, incesante en su invasión parsimoniosa—. Tómalo como una buena chica.

La embestida dura que terminó de enterrar el juguete en su interior quebró a Jinx, el grito rasgando su garganta sin capacidad de que ella pudiera acallarlo y sus uñas enterrándose en el antebrazo de Sevika y el borde del escritorio encima de su cabeza para darle algo de estabilidad. Fue inútil.

Carne contra carne, chapoteo inevitable, jadeos, gemidos, gritos, gruñidos, el chirriar del pesado escritorio moviéndose algunos milímetros en cada embestida. Sevika la estaba follando implacable y salvaje, el cazador devorando la presa que siempre había querido tener en sus manos con un hambre insaciable. En su sobreestimulación dolorosa y la respuesta efectiva de su cuerpo al placer, Jinx no podía estar más feliz.

—Mírame —ordenó Sevika y el cerebro gelatinoso de Jinx obedeció de inmediato.

El sudor perlaba sus pieles, el calor espeso creciendo entre ellas, cada penetración brutal enviando a Jinx más arriba en la madera. Sevika se aferró a sus caderas, arrastrándola hacia abajo conforme su pelvis empujaba en su interior. Jinx gritó de nuevo, lágrimas de placer cayendo por el rabillo de sus ojos hacia su cabello.

Sevika era un titán entre sus piernas, brillando bajo la luz cálida, el sudor y las sombras remarcando cada contracción de sus músculos en el esfuerzo por follarse a Jinx. Era una imagen digna de grabar para siempre, poner en repetición única de fondo en cada ocasión que Jinx fuera a masturbarse, siempre que fueran a follar. Joder, Jinx tendría que conseguir un espejo.

Garras metálicas se sujetaron a sus costillas, justo donde el tatuaje de Isha descansaba, la mano biológica se posicionó sobre su pelvis, sosteniéndola en su lugar para follarla más duro, más profundo, brutalidad en su expresión máxima.

Jinx negó con la cabeza, desesperada, tan pronto sintió el pulgar de Sevika rozar su clítoris. Era demasiado, todos los estímulos acumulándose en su interior y forzándola al colapso. Sevika no la escuchó, no se detuvo, sabía que Jinx tenía mil maneras de pararlo todo si realmente quisiera detenerse y Jinx lo sabía también. Su negativa no era más que un vano intento por preservar algo en su mente intocable.

Sevika no iba a permitirlo.

Si iban a hacer esto, el mundo de Jinx tenía que derrumbarse de la misma forma en que Sevika derrumbaría el suyo. Caerían por el abismo juntas, ya fuera que hubiese agua abajo o rocas afiladas, ambas tendrían el mismo destino.

Sevika presionó más fuerte contra Jinx, su pulgar girando inmisercorde sobre el clítoris sensible y el delgado cuerpo temblando al borde de la locura, sosteniéndose por una débil cuerda que no soportaría su peso.

La cuerda reventó.

Jinx gritó alto y fuerte, con toda la capacidad de sus pulmones, una liberación viscosa y húmeda que mojó los pantalones y el abdomen de Sevika con cada embestida que ella no detuvo. Las uñas de Jinx se enterraron en su piel, arañando y sacando sangre, pero sus piernas se apretaron más fuerte alrededor de sus caderas y sus talones presionaron en las nalgas de Sevika para que se hundiera más profundo en su interior.

Un orgasmo se unió al otro y el clímax de Jinx borró cualquier resquicio de claridad en su cabeza. En la ruptura absoluta de su cuerpo, Sevika tembló por la estimulación de la base del consolador en su propio clítoris, desmoronándose encima de Jinx cuando sus piernas no pudieron sostener su peso.

Jinx sintió el contacto húmedo que goteaba sobre su pecho, los temblores que recorrían el cuerpo más grande y fuerte que envolvía al suyo, y no pudo más que abrazar fuerte a Sevika, uniendo entre ambas los pedazos fragmentados que les quedaban.

Sevika lloró en silencio, apretándose más contra Jinx, sin salir de su interior, quemando su huella en ella con una necesidad primitiva.

Jinx lo soportó todo, lo recibió, lo aceptó, tarareando una canción de cuna de su infancia. No importó su propio dolor muscular ni las protestas de cansancio de su cuerpo, solo la vulnerabilidad de la mujer que se quebraba y reconstruía encima de ella. Ya no tenían edad para jugar a las inmortales intocables. La guerra tenía esa forma oscura de hacértelo ver.

La música cesó en las calles de Zaun, las luces fueron menguando y del bullicio inicial solo quedó el murmullo de conversaciones entre borrachos.

Un gruñido suave y un jadeo escaparon de ella, estridentes en el silencio de la madrugada, cuando Sevika finalmente salió de su interior. No dijeron nada, no había mucho que decir en ese momento de todas formas. Sevika secó con su camiseta rota la humedad en Jinx y en ella misma, deshaciéndose del arnés bajo su escritorio y reacomodando su ropa, para luego recoger la de Jinx y ayudarla a vestirse.

Había algo más íntimo en tener a Sevika amarrando bien sus botas de lo que había sido tenerla dentro. Jinx casi quiso reír, pero su garganta se sentía seca y su cuerpo no parecía tener la fuerza para extrapolar su diversión interna.

Sevika miró al desastre que las rodeaba, parecía que un tornado había destrozado su oficina. Siempre era así con Jinx y Sevika no se había dado cuenta de lo asfixiante que había sido vivir en orden absoluto durante esos años sino hasta ese momento. El picor al fondo de su cabeza que no parecía calmarse con ningún cambio que Sevika hacía en su oficina, no había sido más que añoranza por la ausencia del desorden que había acompañado a la etapa más feliz de su vida.

Esa ausencia nunca podría ser llenada completamente de nuevo, pero podía achicarse, hacerse algo más personal, más de ellas.

Recogiendo su capa del suelo y colocándola sobre sus hombros, sin más debajo que el sujetador deportivo negro que había empezado a usar desde que las vendas se convirtieron en algo muy incómodo para tantas horas de trabajo en oficina, Sevika se acercó a Jinx y le tiró otra capa encima, cubriendo su cabeza. Hasta que Jinx tuviera una decisión firme tomada, era mejor que nadie en Zaun la viera.

—Vamos —dijo Sevika, dirigiéndose de nuevo hacia la puerta y haciendo otra mueca al escuchar las bisagras chirriar.

Mierda, tenía que aceitarlas de una puta vez.

—¿A dónde? —preguntó Jinx, su voz extrañamente pequeña y frágil para alguien tan peligroso.

Sevika no miró en su dirección, no podía hacerlo. Esto tenía que ser algo que Jinx escogiera sola, porque si decidía irse al final, Sevika no podía vivir con la idea de que había expuesto más de ella para ser devorado por las sombras.

—A casa.

Sus pasos resonaron por los pasillos desiertos, pesados y absolutos. Sevika no miró hacia atrás ni se detuvo, pero la tensión palpable que se evaporó de su cuerpo fue innegable tan pronto manos delgadas se aferraron a su brazo biológico mientras colgaban de su hombro un bolso.

La noche siguió su curso, Zaun se consumió en la calma y los borrachos se desmayaron en su celebración líquida. Arreglar todo al día siguiente sería un dolor de cabeza, pero siempre menor a lo que habría que hacer si todavía estuvieran en tiempos de guerra y servidumbre.

Jinx no se apartó de su lado, caminando por las calles familiares protegida por las sombras, refugiándose en paredes desconocidas de una casa que Sevika no había cambiado pese a su nuevo estatus económico y social, dejando que el agua caliente limpiara el rastro de su viaje y su caída al vacío y haciendo lo mismo con el cuerpo de Sevika, envolviéndose en la frescura de sábanas limpias y el calor de Sevika abrazándola, la desnudez de sus cuerpos dándole un nuevo sentido a su fragilidad.

«¿Estarás aquí cuando despierte?»

Sevika no lo preguntó en voz alta y, de alguna forma, Jinx pareció escucharlo de todas maneras. La respuesta no llegó esa noche, mientras el cielo clareaba su azul oscuro por un purpureo más suave. En el silencio restante, Sevika y Jinx se permitieron dormir sin sueños.

El sol ya estaba alto en el cielo cuando Sevika despertó, acostada boca abajo en una cama vacía y con las sábanas enredadas en sus caderas. La decepción golpeó feo en su pecho, haciéndola hundirse más profundo contra la almohada y cerrando los ojos de nuevo.

Un suave tintineo, un suspiro tranquilo.

Sevika abrió los ojos otra vez, recorriendo la habitación hasta que encontró lo que buscaba: una figura delgada sentada en el alfeizar de la ventana, vistiendo una de sus camisas, su cabello suelto alrededor de su cuerpo, una de sus piernas colgando por el borde hacia el vacío y la otra doblaba para permitirle descansar uno de sus brazos encima, su cabeza apoyada contra el marco de la ventana y en su otra mano sosteniendo una taza humeante en la que yacía una cuchara.

Más adelante, mientras desayunaban, Jinx y Sevika hablarían. Jinx le contaría que había huido a Demacia y allí había conocido a Lux y Ezreal, una pareja más extraña de lo acostumbrado que no habían juzgado su pasado. Le contaría que eran ellos quienes habían buscando información de Zaun y Piltover para ella, le hablaría de su acuerdo con Lux y de las visitas de Ezreal a Ekko, aun si el Gran Salvador de Zaun y Piltover no sabía que la relación extra de la que Ezreal hablaba cuando se refería a su novia era un acuerdo entre ella y Jinx. Todos lo preferían así de cualquier manera.

Sevika se reiría y comentaría que eso sonaba a una situación muy lógica en la que Jinx se metería. Jinx estaría de acuerdo, pero igual confirmaría que todo contacto sexual había acabado cuando Jinx decidió regresar a Zaun y quedarse. Y eso estaba bien, porque Sevika había estado follándose putas hasta hacía veinticuatro horas atrás y era importante que ella tampoco estuviera con nadie más, si no quería que Jinx hiciera su regreso al mundo de los vivos con una explosión que dejaría decenas de muertos atrás.

Más tarde, mientras almorzaban, Jinx le hablaría de su consultas con un loquero y la jaba de medicamentos que yacía en el fondo de su bolso de viaje, con los que había logrado eliminar sus alucinaciones y que debía de tomar a un horario específico, motivo por el que se había despertado más temprano. Sevika entendería y le haría apuntar en un papel los horarios y medicamentos, por si Jinx no estaba en condiciones de tomarlos por su cuenta, ella poder ayudar.

Todo sería más tarde, cuando la emoción de abrirse una a la otra y exponer lo más pútrido de sus entrañas dejara de ser excitante y se convirtiera en una vibración al fondo de sus mentes, placentera y relajante; cuando Jinx se sintiera más cómoda y pudieran planear su épico regreso al mundo real; porque ahora, en ese instante, con la suave brisa meciendo su cabello y el sol enmarcando su cuerpo, ninguna dijo nada.

Sevika se giró en la cama y Jinx giró la cabeza al ser atraída por el movimiento. El tiempo se congeló entre ellas, la suavidad de una nueva era envolviéndolas por completo y uniéndolas con la misma fuerza que la gravedad usaba para mantener todo en la Tierra.

Sevika apartó las sábanas, Jinx dejó la taza a un lado y caminó hacia ella. La cama se hundió bajo el peso de las dos, el calor distinto de sus cuerpos se convirtió en uno solo, la paz acalló todas las inseguridades, el dolor quedó mudo al fondo de sus existencias, la compañía de una hacia la otra creciendo como un escudo protector y, al menos durante esos minutos, la ausencia que siempre las marcaría se sintió menos pesada.

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¿Puedo mezclar dolor y angustia con sexo? ¡Por supuesto que sí!
¿Me gusta hacerlo? ¡Es de mis dinámicas favoritas cuando la pareja se presta para la tragedia! Y nadie se presta más para tragedia que Jinx, solo digo.

En fis, chiquibabies, esto fue algo que me dio por escribir anoche, inspiración pura en un momento de bloqueo en mi otro fic. Aunque sé que es más duro y triste, espero que les haya gustado.

Despedir el año llorando tanto como me hizo llorar Riot con Arcane is my passion 😭.

Nos leemos pronto, amores.

¡FELIZ FIN DE AÑO!

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