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─𝟎𝟐

❝ 𝐄𝐍 𝐆𝐀𝐌𝐁𝐎𝐋 𝐘 𝐉𝐀𝐏𝐄𝐒 ❞
└> o la tienda de bromas...

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El callejón Diagon siempre lograba sacar una sonrisa a Aurora. No importaba que hubiera crecido toda su vida rodeada de magia, entrar allí era como cruzar una puerta a un nuevo mundo. Un muno lleno de posibilidades y alegría.

La gente iba de allí para acá, la gran mayoría probablemente preparando todo para el año escolar de sus hijos. No había ningún rostro triste, ninguna persona era rechazada o juzgada. Era un paraíso.

Al pasar al lado de una tienda de bromas, Aurora tuvo el impulso de entrar para ver si había algo nuevo que probar. Pero su padre estaba allí, y ese día se había decidido a no hacer nada que pudiera molestarle: no quería arruinar aquel cálido ambiente que siempre había en el callejón Diagon.

—No te quedes atrás, Aurora —dijo Narcissa, mientras caminaba a la par que su esposo.

Se había quedado demasiado tiempo mirando el escaparate. Le solían pasar este tipo de cosas con normalidad, era muy distraída.

Corrió hasta colocarse al lado de su mellizo.

—Sabes que a papá no le gusta eso de la bromas tuyas —le dijo Draco en voz baja.

—Sabes que a mi no me importa lo que piense papá —contestó Aurora. Draco se quedó en silencio ante esto. Aurora no continuó la conversación. Respetaba que su hermano siguiera las órdenes de papá al pie de la letra, aunque a ella le pareciera una tontería; pero de eso a que le impusiera seguirlas ella también había un gran paso, que no estaba dispuesta a dar.

Unos metros más tarde Lucius se giró y se dirigió a Draco.

—Entra con tu hermana a Madame Malkin para comprar vuestras túnicas, yo iré a comprar vuestros libros. —Después le dio los galeones necesarios para comprar ambas túnicas. Dio media vuelta y se perdió entre la multitud, sin esperar respuesta de Draco, pues sabía que cumpliría cualquier cosa que le pidiera.

—Esteré al final de la calle, en Ollivanders —dijo Narcissa antes de que los mellizos entraran a la tienda—. Si necesitáis algo venid a verme.

—Sí, madre —dijo Draco entrando a la tienda.

—Gracias, mamá —Aurora siguió a su hermano una vez que se despidió de su madre, y se colocó a su lado al fondo de la tienda para que le midieran, ante las indicaciones de Madame Malkin.

Una bruja le puso una túnica por la cabeza y comenzó a trabajar en esta con suma destreza. A su lado Draco miraba con aburrimiento por la ventana.

—¿Crees que papá me deje comprarme una escoba? —le preguntó después de unos momentos en silencio.

—Si eso hace que la gente tenga más razones para pronunciar nuestro apellido, entonces sí —contestó ella después de unos segundos de pensarlo.

—Ya —dijo Draco como toda respuesta, dejando a Aurora confusa, pues no identificó el tono que usó.

Después de otro silencio, la puerta se abrió. Entró un muchacho de la edad de los mellizos, que fue guiado por Madame Malkin hasta un lado de Draco. Su cabello era azabache y sus ojos verde esmeralda. Sus gafas rotas parecían una buena excusa que Draco encontraría para burlarse de él.

—Hola —saludó Draco, para sorpresa de Aurora—. ¿También Hogwarts?

—Sí.

—Nuestro padre está en la tienda de al lado, comprando nuestros libros, y nuestra madre ha ido calle arriba para mirar las varitas —continuó Draco, con su típica voz de aburrido—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.

Aurora no pudo contener la risa.

—Sí, papá estará encantado con eso. Imagínate en un artículo del profeta: "El hijo de Lucius Malfoy expulsando de Hogwarts por contrabando de escobas voladoras". Te mataría.

El pálido rostro de Draco se manchó levemente de rosa por su sonrojo.

—Cierra el pico. —Después de recomponerse volvió su atención al muchacho de gafas, que parecía confundido—. ¿Tú tienes escoba propia?

—No.

—¿Juegas al menos al quidditch?

—No.

—¿Ves, Draco? No soy ningún bicho raro —dijo Aurora, quien era una negada para el Quidditch, y para volar en general.

—Ya, pues yo sí juego. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo.

—Tú estás de acuerdo con todo lo que dice papá —susurro Aurora, lo suficiente bajo para no ser escuchada más que por ella misma.

—¿Ya sabes en qué casa vas a estar? —pregunto Draco, mientras el chico ponía cara de no saber de qué rayos estaba hablando. Agradeció a los cielos que Draco no se fijara en eso.

—No.

—Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo que me iría, ¿no te parece?

—Mmm.

—Pues yo me sentiría muy orgullosa de estar en Hufflepuff —dije con disconformidad.

Draco estaba a punto de contestar algo hiriente a su hermana, eso estaba claro por su cara. Pero cambio de idea cuando miró por la ventana, aunque el comentario seguía siendo hiriente, no era para ella.

—¡Oye, mirad a ese hombre!

En la ventana había un colosal hombre, que casi tapaba todo el hueco de la ventana. Era un hombre demasiado desaliñado, con su pelo y su barba negros. Tenía en sus manos dos helados. A pesar de su intimidante aspecto, sus ojos demostraban amabilidad y su sonrisa estaba dirigida al chico de cabello negro.

—Ese es Hagrid —dijo el chico—. Trabaja en Hogwarts.

—Oh, el oído hablar de él. Es una especie de sirviente, ¿no?

—Es el guardabosques —la voz de Aurora se unió a la del chico pelinegro esta vez, ambos mostrándose molestos ante las palabras de Draco.

—Sí, claro. He oído decir que es una especie de salvaje, que vive en una cabaña en los terrenos del colegio y que de vez en cuando se emborracha. Trata de hacer magia y termina prendiendo fuego a su cama.

—Draco... —murmuró enfadada Aurora. Ella quería a su hermano, de verdad que lo hacía. Pero había momentos en los que no le entendía, y en las que le avergonzaba compartir su apellido.

—Yo creo que es estupendo.

Y con esas palabras el chico demostró que pensaba justo lo contrario de Draco Malfoy. Aurora esperaba que no pensara así de ella, no quería tener enemistades ya antes de comenzar su primer año.

—¿Eso crees? —preguntó Draco burlón, demasiado subido en su ego que no entendía que el chico no quería seguir hablando con él—. ¿Por qué está aquí contigo? ¿Dónde están tus padres?

—Están muertos.

Aurora tuvo ganas de golpear a su hermano, y si la bruja que arreglaba su túnica no tuviera tantas agujas cerca de su piel lo habría hecho. Mira que hacer ese tipo de comentarios... sentía pena por el chico. Y por todos los reunidos en esa habitación, en general.

—Oh, lo siento. —Aurora sabía que era mentira, cosas de mellizos— Pero eran de nuestra clase, ¿no?

Aquello fue la gota que derramó el vaso.

—¿Podrías dejar de ser tan cretino por una vez en tu vida? —espetó Aurora, con tanto ímpetu que la bruja que estaba trabajando en su túnica casi cae hacia atrás.

—Querida, creo que deberíamos irnos a otra habitación —dijo la bruja, viendo la airada mirada con la que Aurora fulminaba a su hermano. Aurora siguió a la bruja hasta otra habitación, no sin antes sonreír al chico pelinegro, expresando su perdón.

Unos minutos más tarde Aurora salió de la tienda para ver que su hermano ya había desaparecido. Probablemente estaba en Ollivanders, con mamá, y ella debería estar dirigiéndose al mismo sitio. Debería, pero la tentación era demasiado grande como para pasarla por alto. Con cuidado, por si veía a alguno de sus familiares mirar hacia la calle, dio media vuelta y se encaminó a esa tienda que habían dejado atrás.

Gambol y Japes era una tienda de artículos de broma que Aurora había tenido deseo de visitar desde la primera vez que fue a callejón Diagon. Pero sus padres no permitirían que su hija fuera vista en una tienda tan vulgar como esa. A Aurora esas cosas le daban igual, naturalmente. Jamás olvidaría el momento en que abrió la puerta y dio el primer paso para entrar a la tienda.

No era la más bonita, ni la más lujosa, ni mucho menos la de mejor calidad. Pero Aurora estaba maravillada. Habían artículos que ella jamás pudo imaginar que existieran. El ambiente era lo mejor, todos estaban hablando, riendo o sonriendo. Allí no había conflictos, ni miradas cargadas de mentiras, ni mucho menos aquel desprecio al que ya se había acostumbrado en casa.

—Oye, —un chico tocó su brazo mientras observaba uno de los estantes, era moreno y su pelo era rizado— ¿has visto a dos pelirrojos por aquí? Son clavaditos el uno del otro.

—No, lo siento —le contestó Aurora con una sonrisa, tampoco había estado muy atenta. Podrían haber estado a su lado todo el tiempo y no se habría dado cuenta.

—Bah, gracias de todas formas, seguro que están preparando alguna de sus bromitas —dijo el muchacho—. Soy Lee Jordan.

—Aurora Malfoy —dijo ella, y la cara de Lee cambió completamente.

—Bueno, ya nos veremos.

Y se alejó. Como si Aurora fuera la escoria más repugnante de todo el mundo mágico. Como si llevar el apellido Malfoy la convirtiera instantáneamente en una plaga de la que hay que alejarse si no quieres contagiarte. De repente aquella tienda no le resultó tan acogedora.

Nada cambiaría. Fuera donde fuera siempre sería Aurora Malfoy, aquella de la que hay que huir, aquella a la que hay que temer. Salió de la tienda con la cabeza gacha, ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba ahí dentro, ¿y si sus padres se habían marchado sin ella? No sabía si ese pensamiento la aterraba o la emocionaba.

Naturalmente y dada su mala suerte, sus padres seguían allí, enfadados por el tiempo que los había hecho perder.

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Pobrecita mi Aurora :(

¡En el próximo capítulo ya llegamos a Hogwarts! ¿En qué casa crees que quede Aurora?

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