※Capítulo 6※
Los ojos azules del lobo se cernían amenazadores sobre el cuerpo de Aurora. Se dio vuelta para empezar a correr y el lobo se convirtió en un cuervo negro con la misma mirada azulada, batiendo sus alas hacia ella, rondando su cabeza como un buitre.
Aurora intentó alejarlo con sus brazos en alto sin éxito. Gritó desde el fondo de su corazón,
«Aer, numen tuum invoco. Malum ferat ventus quantum potest»
Un viento furioso se levantó sobre ella, arrastrando al cuervo sin darle oportunidad de volar.
El ruido de las ventanas abriéndose de par en par despertó a Aurora. Un viento helado se arremolinaba en la habitación. Intentando calmar sus palpitaciones, corrió para cerrar la ventana.
Otra vez había soñado con un cuervo. El mismo de la noche anterior. Estaba segura de que no era un sueño y nada más. Era una premonición.
Miró sorprendida como el viento se aquietaba. En su sueño había invocado al aire y había respondido en la vigilia. Debía ser una casualidad. Era imposible que ella lo hubiera provocado. Solo era una chica normal, perteneciente a un linaje de poderosas brujas; sí, no podría negarlo. Pero nunca había utilizado la magia. No sabría ni por dónde empezar.
Tampoco podría negar que desde que había interactuado con el grimorio en la biblioteca algo en ella había cambiado. Su cuerpo se sentía diferente y su alma también. Pero de allí a creer que había sido capaz de invocar al viento en sueños... negó con la cabeza.
Sería mejor que pensara en otras cosas el día de hoy. Era su primer día de escuela y necesitaba poner manos a la obra si no quería llegar tarde.
Se vistió con el uniforme que su tía le había enseñado la noche anterior. Se sentía ridícula con esa falda tableada que le llegaba dos dedos arriba de la rodilla de color verde y la camisa blanca abotonada hasta el cuello. Se levantó el pelo en un moño a juego con la falda, despejando sus rizos color del sol de su rostro. Miró su atuendo en el espejo y el estómago se le retorció de los nervios. Respiró profundo y se recordó mentalmente que podía con esto. Una nueva escuela, gente que no la conocía, que nada sabía de su linaje ancestral ni de su maldición. Podría ser divertido simular ser una joven normal. La suerte lo había decidido y ya no había tiempo de echarse atrás.
Dos golpes en la puerta la alejaron de sus pensamientos. Al abrir se encontró con una tía Fran rebosante de alegría. Por lo menos una de las dos estaba emocionada por la escuela.
—Estás preciosa, Luciérnaga. —murmuró su tía entrando en la habitación.
—No mientas. Me siento encarcelada en esta camisa. —Aurora intentó separarla del cuello sin éxito. Casi la ahorcaba. Fran sonrió y la tomó de la mano para ayudarla a salir de la habitación, al darse cuenta de que a su sobrina le costaba.
—Vamos a desayunar que Lile está por llegar.
—¿Lile? —preguntó Aurora mientras se dejaba llevar a la rastra por el pasillo que comunicaba las cabañas.
—Sí, la hermana de Dred. Recuerdas que va a la misma escuela. Me pareció que sería bueno empezar con alguien conocido.
El estómago de Aurora se retorció de nuevo. Conocer gente nueva le producía ansiedad. No estaba acostumbrada a socializar. Comer el desayuno con el que la atiborraba Fran iba a ser una tarea difícil.
Unos golpes en la puerta la salvaron de sufrir indigestión. Suspiró aliviada, ya bastante tenía con los nervios revolviendo su estómago.
Fran recibió con alegría a una morocha de tez blanca con unos ojos ambarinos que le resultaron muy familiares. Lleva el mismo uniforme que ella por lo que supuso que era la famosa Lile.
—¿Aurora? —Con voz brillante se acercó hasta ella—. Soy Lile. Pero puedes llamarme Li. —Sus labios se abrieron en una sonrisa que mostró unos dientes blancos y brillantes—. Eres mucho más hermosa de lo que me había imaginado.
¿Se la había imaginado? ¿A ella? Aurora pensó en la gente del pueblo hablando de ella y su estómago volvió a retorcerse. No iba a llegar a la escuela sin antes tener que correr al baño.
—Mucho gusto, Lile —respondió Aurora intentando ser amable.
—Li, puedes llamarme Li. Como lo hacen mis amigos. —La tomó del brazo y la guio hasta la puerta.
—Li, entonces —respondió Aurora siguiéndola dubitativa. Se volvió para mirar a su tía Fran que asentía con una sonrisa de oreja a oreja.
Lile abrió la puerta y Aurora se quedó de piedra al ver el descapotable rojo que las esperaba.
—¿Vamos a ir en eso?
—Eso es uno de los autos más veloces de este pueblo. —Sonrió Lile con arrogancia—. ¿No te gusta la velocidad? —Aurora levantó los hombros—. A mí y a mi familia nos encanta.
Las dos chicas subieron al auto. Lile encendió el motor y el rugido que despidió estremeció a Aurora, que se puso el cinturón lo más rápido que pudo.
—¡Que tengan un gran día, chicas! —gritó Fran desde la puerta—. ¡Ah, Luciérnaga! Espera.
Fran se acercó al auto y se inclinó sobre el asiento de Aurora. Luego llevó las manos a su cuello, se quitó el nudo de bruja que siempre llevaba colgado y se lo puso con delicadeza a su sobrina.
—Gracias, tía. —Aurora sonrió emocionada, sabía el valor que tenía ese talismán para su familia.
—Para que estés protegida y nunca te olvides de donde vienes. Ahora sí. —Fran golpeó el auto dos veces a modo de saludo—. Pórtense bien. Que no tenga que ir a buscarlas.
—No prometemos nada, Fran. —Sonrió Lile mientras se ponía unas gafas negras. Aurora la miró sorprendida. ¿Quién necesitaba gafas negras bajo un cielo encapotado en el que no entraba un rayo de sol? Serían cosas de lugareños.
El camino hacia la escuela no estuvo nada mal para Aurora. Pensó que la velocidad podría gustarle más de lo que creía y la verborragia de Lile le hizo olvidar por un momento lo nerviosa que estaba.
—¿Lista para tu último primer día? —preguntó Lile mientras aparcaba frente al edificio.
—¿También estás en el último año? —respondió con otra pregunta, sin mirarla, con los ojos clavados en la entrada del colegio. Parecía aterrador...
—Fran te apuntó en mis mismas clases. Vamos a estudiar juntas. ¿No es emocionante?
Aurora respondió con una sonrisa. No podría llamar emocionante a nada de lo que le ocurría. Pero a decir verdad, ella era bastante introvertida. Estudiar con alguien tan desenfadado como Lile no le vendría mal. Parecía a simple vista su complemento perfecto.
Ingresaron al edificio con la mirada de todos puestas en ellas. No le pareció extraño. Lile era una belleza exótica que ella también se quedaría mirando. Aunque, en realidad, todas las miradas se dirigían a Aurora. No solo por ser la nueva sino porque iluminaba lo que pisaba. Eran como la luz y la oscuridad caminando una al lado de la otra.
—Tengo que pasar por la oficina del director —señaló Aurora deteniéndose en una bifurcación.
—¿Quieres que te acompañe?
—No es necesario. No llegues tarde a clase.
—OK, nuestro salón es el A3. Te guardo un lugar a mi lado, linda.
Aurora se presentó en la sala de informes y esperó al director sentada frente a su oficina. Comenzó a jugar con sus manos, estar junto a Lile resultó como un bálsamo para su inseguridad. Ahora que volvía a estar sola, también volvían sus nervios a su estómago.
—Permiso, ¿Te molesta si me siento?
Aurora levantó la mirada hacia la voz que le hablaba. Se encontró mirando a un chico de cabello rojizo con unos ojos azules tan fuertes que le recordaron a los de su sueño. Se estremeció y se movió a un lado cuando él se sentó sin esperar respuesta.
—Mi nombre es Marco. ¿Tú también eres nueva? Estoy en el último año.—Aurora se giró para contestar y vio como los ojos del chico se oscurecían al ver el talismán que colgaba de su cuello—. ¿Un nudo de bruja?
—¿Lo conoces? —preguntó Aurora sorprendida. No mucha gente tenía conocimiento de ese tipo de símbolos. Y, mucho menos, gente de su edad.
—Me gusta la cultura Wicca, la celta. Si me das a elegir. He leído bastante sobre el tema. —Aurora asintió con la cabeza volviendo la mirada hacia la oficina del director. A ella también le gustaba la rama celta aunque su familia era garderiana. Sintió la necesidad de alejarse de ese chico en el cuerpo. No quería que nadie supiera quién era en verdad ni que la relacionaran con nada mágico.
—¿Eres un brujo? —soltó sin pensar y sin siquiera mirarlo. El chico rompió en una carcajada.
—No todos los brujos son Wiccan, ni todos los Wiccanos son brujos. Así dice el dicho, ¿no? —Aurora asintió con la cabeza con su mirada clavada en la oficina—. Ninguna de las dos cosas, solo una persona muy curiosa. Y, ¿tú? No contestaste a mi pregunta.
—¿Cuál? —Aurora volvió a mirarlo.
—Te pregunté si también eras nueva en la escuela. Tienes pinta de serlo. —Sonrió y Aurora pudo ver unas pecas que salpicaban sus mejillas. Nadie podía ser malo con pecas, ¿no? Salvo sus ojos, todo en él se veía angelical. Se sintió aliviada por el cambio en la conversación.
—Perdón, sí, soy nueva, en el pueblo y en la escuela. Mi nombre es Aurora.
—Un nombre que va bien con este lugar. Un gusto, Aurora. —le ofreció la mano y ella la tomó dubitativa. Una sensación extraña la recorrió completa y alejó la mano como si la quemara—. Entonces, ¿Eres una wiccan?
La puerta de la dirección se abrió y Aurora agradeció poder alejarse de ese chico rodeado de un aura de ángel y demonio al mismo tiempo. Saltó como un resorte aliviada de encontrar la salida para una pregunta que no tenía respuesta. ¿Era una wiccan? Ni siquiera ella lo sabía con exactitud. ¿Quería serlo? Era un buen interrogante. A veces pensaba que no tenía elección gracias a los presagios que se cernían sobre ella. Se suponía que desarrollaría un poder muy grande, que estaba dormido en su interior, al cumplir los dieciocho años. De ahí la maldición que se había ganado sin desearlo.
—Tengo que irme —Sonrió al ver la cara de sorpresa del chico por su salto—. Quizá nos veamos luego.
—Claro, nos vemos, Wiccan. —murmuró Marco con una sonrisa mientras ella entraba en la oficina—. De eso no hay dudas.
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