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※Capitulo 4※



Aurora entró a la cabaña principal con el corazón queriendo salir de su garganta. Se apoyó en la puerta al cerrarla para que su cuerpo dejara de temblar.

Fran salió de los pasillos que comunicaban a la cabaña con la destilería, con un barbijo y guantes de protección, al oír el ruido de la puerta. Al ver el estado de su sobrina se sobresaltó.

—Luciérnaga —exclamó corriendo hacia ella mientras se bajaba el barbijo—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

Las lágrimas que estaba conteniendo saltaron de los ojos de Aurora a borbotones. Se dejó caer en los brazos de Fran, quien la apretó en un abrazo intentando calmar sus sollozos. La adrenalina que había sentido abandonó su cuerpo dejándolo flácido y sin fuerzas.

Intentó serenarse para poder hablar con su tía que ahora le acariciaba el rostro secándole las lágrimas.

—Estaba caminando por la orilla del lago cuando un lobo... —Aurora se interrumpió recordando los ojos de aquel animal sobre ella. Movió la cabeza en negación.

—¿Un lobo? ¿Te lastimó, Luciérnaga? —Fran la estudió de arriba a abajo, buscando alguna herida o marca en su cuerpo.

—No, no llegó a hacerlo porque apareció alguien y él...

—¿Quién? —la interrumpió Fran más preocupada por la aparición que por el lobo.

—No lo sé, un chico alto, morocho, con los ojos más extraños que vi en mi vida. No sé cómo, pero el lobo se asustó de solo verlo y... —Otro sollozo estrujó la garganta de Aurora. Fran la abrazó para calmarla y suspiró aliviada.

Por la descripción de Aurora estaba segura de que ese joven era Valian. La estaba protegiendo como habían prometido. Los Noctis tenían honor como esperaba. No se había equivocado con ellos.

—Si no hubiera sido por él...

—Shhh, ni lo menciones, Luciérnaga. —Frotó sus brazos—. Estás helada. Vamos a la biblioteca para que podamos conversar más tranquilas y te puedas calentar con el fuego.

Aurora asintió con la cabeza intentando tranquilizarse y siguió a su tía por la gran sala de recepción hasta la biblioteca. El complejo de cabañas era enorme, con pasillos que comunicaban cada estancia, los caniles de perros y la destilería. Era un gran laberinto en donde poder perderse, pero que Aurora conocía a la perfección desde niña.

El calor de la biblioteca y el olor a libro viejo la golpearon de recuerdos con solo entrar. Le encantaba acompañar a su madre cuando se relajaba en sus vacaciones leyendo un libro o investigando algún nuevo conjuro. Aurora posó su vista en las estanterías perfectamente ordenadas, la chimenea con el fuego ardiente, la gran mesa de lectura y la alfombra mullida en la que solía acostarse a leer.

—Quédate junto al fuego que voy a buscarte un vaso de agua. —Aurora reconoció la sed de inmediato. Tenía la garganta seca del miedo y las lágrimas.

Se acercó a la chimenea, se quitó los guantes soltándolos al suelo y acercó las manos al fuego respirando profundamente todos los aromas que la rodeaban. Luego, giró su cabeza para poder mirar por el gran ventanal que había al otro lado. Seguía sintiendo la misma sensación de ser observada. Un bufido de frustración salió de su pecho y se dejó caer sobre la alfombra mullida. La sensación no desaparecía.

¿El lobo la había seguido? ¿O sería aquel extraño chico que la había salvado de ser su merienda? Un escalofrío le recorrió el cuello y la espalda al recordar aquellos ojos ambarinos. Tan profundos y peligrosos como los del lobo.

¿O sería el culto de la sombra? Volvió a girar su rostro a la ventana. Estaba cansada de su situación. Ella no era una princesa delicada que necesitaba ser rescatada. No, ella era poderosa. Su madre y su Tía Fran se lo habían repetido desde que pudo entender las palabras. Y aunque muchas veces no quiso creerles, llegaba la hora de cambiar de opinión. De convencerse de aquello. Pertenecía a una larga estirpe de brujas, algunas hasta quemadas en la hoguera por proteger su poder. No podía ser menos que sus ancestras. No quería esconderse más a esperar que su maldición la alcanzara.

Fran interrumpió sus pensamientos cuando regresó con el vaso de agua. Lo apoyó en la gran mesa de lectura y se acercó hasta ella. Aurora se levantó del suelo.

—Lo siento, tía.

—¿Por qué dices eso?

—Por todas las complicaciones que estoy trayendo a tu vida. —Fran lanzó una carcajada que hizo fruncir el ceño de Aurora. Nada de lo que estaba viviendo era gracioso. Su tía la abrazó al ver la constricción de su rostro.

—Estoy feliz de tenerte conmigo. Te esperaba con ansias. Y las complicaciones son parte de mi vida desde que nací. Tú no eres parte de ellas. Eres un regalo, Luciérnaga. Pronto te darás cuenta de ello.

Aurora suspiró y se acercó a la mesa para poder tomar el vaso de agua. Volvió a mirar por la ventana. Fran siguió el gesto.

—Aquí estás protegida. Estas tierras pertenecen a nuestros ancestros. La magia negra no puede ingresar. —Aurora la miró.

—¿Crees que ese lobo era producto de algún hechizo?

—No lo sé, Luciérnaga. Algunos merodean la zona por los perros. Pero es una posibilidad. —Fran se acercó a su sobrina—. Olvidemos al lobo por ahora. Lo importante es que volviste de una pieza y sin un rasguño.

—¿Y el chico que me salvó? —Aurora la miró a los ojos.

—¿Qué pasa con él? —Algo en la voz de su tía llamó la atención de Aurora.

—No lo sé. Estaba ahí en el momento justo.

—Muchos lugareños recorren el lago. Fue una suerte que estuviera por ahí. —Fran se dirigió hasta la puerta—. Tengo que volver a la destilería. El whisky no se va a hacer solo. ¿Quieres dar un paseo y conocer el trabajo?

—Tía... tú no crees en la suerte o en las casualidades. —Fran sonrió nerviosa.

—¿Cuándo dije eso?

—Te he escuchado decirlo muchas veces.

—Quizás ahora empiezo a creer. ¿Vienes conmigo? —Aurora rodeó la mesa y se acercó a la ventana. Nada más que nieve, montañas y el lago. Fijó sus ojos en la luna que coqueteaba con el sol. Luz y oscuridad, la constante de su vida.

—Prefiero quedarme un rato más aquí. —Respiró profundo para tomar coraje—. Estuve pensando en tu propuesta sobre la escuela, Tía. —Fran se volvió, la ilusión brillaba en sus ojos.

—¿Y qué decidiste?

—No quiero seguir escondiéndome o esperando sin hacer nada. Voy a terminar mi último año, o lo más lejos que llegue.

—Me alegro mucho, Luciérnaga. Cuando termine en la destilería te mostraré el uniforme. ¿De acuerdo? —Dio dos aplausos celebrando la decisión de Aurora. Se salía de su cuerpo de la felicidad. Las cosas podrían salir como lo habían planeado...

—De acuerdo. —Aurora sonrió ante la emoción de su tía.

Al quedarse sola, se acercó a las estanterías llenas de libros. Estaban divididos por secciones. Recorrió los lomos rozándolos con un dedo. Había muchos de botánica, algunas novelas de ficción, Arthur Conan Doyle, Agatha Christie. Sonrió al recordar la afición de su padre por el policial clásico. Algunos clásicos de Shakespeare. Y la estantería más grande estaba dedicada a la magia. Leyó algunos títulos en esperanto. «Magia negra», pensó. Le llamó un poco la atención que su tía los tuviera. Aunque sabía que sus padres habían estado dentro del culto de la sombra antes de que ella naciera.

Un libro dorado llamó su atención. Las letras brillaban con el reflejo de la poca luz que ingresaba por la ventana. Se acercó y pudo leer el título en latín: «Album magicae elementorum».

—Magia blanca de los elementos —tradujo en un susurro.

Las manos le picaban, una extraña sensación se formó en la punta de sus dedos al tocar el libro. Lo retiró de la estantería con cuidado y se acercó a la mesa de lectura.

Lo observó absorta por unos segundos con la necesidad de pasar sus páginas, de sentirlas en los dedos. Había renegado de la magia, había renegado de lo que ella debía ser por culpa del culto de los seguidores de la sombra y su maleficio. Creció creyendo que la magia le había arrebatado lo más preciado, a sus padres y a su futuro. Teniendo un profundo miedo.

Pero no era la magia en sí, sino los que hacían un mal uso de ella. Los que la utilizaban solo como un medio para obtener poder y perjudicar a otros. Había llegado la hora de encontrarse con esa parte de ella que había rechazado.

Acarició el libro con sus manos y luego las cerró en modo de oración sobre su pecho. Inspiró con profundidad, tres veces, y levantó sus manos hacia el cielo con las palmas abiertas. Pidió de forma silenciosa la asistencia de sus maestros ascendidos. Rituales que había visto miles de veces hacer a su madre y a su tía. Brotaban solos sin necesidad de recordarlos. Se sorprendió al ver como su cuerpo respondía sin necesidad de pensar en la forma de poner las manos o las palabras que salían de su boca. Por último, volvió con sus manos al libro y pronunció suavemente:

—Bendigo este libro, que le pertenece a mi madre, a mi tía y a su linaje, con la magia ancestral que contienen estas páginas. Ese es el deseo del Universo, y por eso lo creo. Que los ojos más entrometidos no tengan acceso a él. Tierra, Aire, Fuego, Agua, elementos, les pido que me protejan; que estas palabras me hagan sentir siempre como en casa. Así es, y así debe ser.

Las páginas del libro se abrieron y Aurora soltó un grito ahogado. Se inclinó sobre la página que se le presentaba. «Phythonissam incantatores». Las luces de la biblioteca parpadearon. Sintió la adrenalina correr por sus venas. No iba a temer a lo que se le presentaba. Alzó sus brazos al cielo y leyó las palabras lentamente en latín y en su idioma natal:


Virtus spiritus mei invoco,

Invoco el poder de mi espíritu,

quae iuncta est terrae.

que está conectado a la tierra.

Invoco potestatem aeris.

Invoco el poder del aire...


El ventanal de la biblioteca se abrió de par en par. Pero Aurora no se detuvo. 


Ut susurros et nuntios audire

posse spiritus maioresque afferant.

Para poder escuchar los susurros

y mensajes que traen los espíritus y ancestros.

Potestatem aquae meminisse invoco,

invoco el poder del agua para recordar...


El agua que quedaba en el vaso sobre la mesa de lectura comenzó a burbujear. Se sorprendió al verla, pero tampoco flaqueó. 


Prisca secreta, quae malefica mente gerebam,

los antiguos secretos que llevó en mi mente de bruja

ut oculis corporeis ultra videre valeam.

para poder ver más allá de mis ojos físicos.

Virtus ignis invoco.

Invoco el poder del fuego,


Escuchó el crepitar de la chimenea y vio el reflejo de las llamas en las paredes. 


Ut renascamur et transfundamus tenebras in lucem.

Para renacer y transformar la oscuridad en luz.

Que así sea.


Fran levantó sus ojos al techo cuando las luces de la destilería parpadearon. Llevó sus manos al nudo de bruja de cuatro puntas que siempre llevaba colgado del cuello y sonrió a su hermana en el cielo. 


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