※Capítulo 3※
Un cuervo negro desplegó sus alas y desapareció en el viento. Aurora escuchó un susurro ronco en su oído: «Never more». Al instante un libro de los cuentos completos de Edgar Allan Poe apareció en sus manos. Las hojas se abrieron sorprendiendo a Aurora, las páginas estaban escritas en latín. Una frase se iluminó frente a ella y se desprendió del libro «Duae partes unius sumus».
Aurora se despertó jadeando, no había soñado con una pesadilla sobre el accidente de sus padres o sobre el culto de los seguidores de la sombra cerniéndose sobre su sueño eterno, como eran las que tenía todas las noches. Era una pesadilla menos aterradora, pero más vivida, como si existiera en ella algún mensaje. O debería dejar de leer a Poe.
Sintió que su estómago gruñía. No sabía la hora exacta que era y la habitación seguía sumida en una leve oscuridad. Se levantó para abrir las cortinas de la cabaña. El cielo encapotado solo dejaba ver una suave resolana. Aurora suspiró, era difícil saber en Tromsø cuando era de noche o de día. Pero esa resolana le confirmó que no estaba trasnochando.
Se cambió con la ropa más abrigada que había llevado con la esperanza de poder salir a recorrer los alrededores. Quizá podría desayunar afuera. Al acercarse al pasillo que comunicaba cada cabaña con la principal escuchó unos murmullos. Pudo reconocer la voz de su tía Fran, pero se detuvo al instante al darse cuenta de que estaba hablando en latín. Intentó aguzar el oído acercándose más al final del pasillo, pero solo pudo captar algunas palabras sueltas. Si bien podía traducir una nota escrita, le resultaba mucho más complejo con el habla que se desarrollaba con más fluidez.
—¿Luciérnaga? —preguntó su tía haciendo salir a Aurora del pasillo con el rostro enrojecido por estar escudriñando conversaciones ajenas. Y que seguro eran muy privadas por el uso del latín.
—Buenos días, tía.
Aurora pudo ver al hombre que conversaba con Fran y era por así decirlo atrapante, de una forma algo extraña. Una sensación que no podría describir. Alto y flaco, pero a la vez con la marca de unos músculos fuertes. Con el pelo rubio extremadamente peinado y unos ojos verdes con motas amarillas. Esto último pudo verlo cuando giró su rostro y clavó la mirada en ella.
—Adelante querida. Iba justo a despertarte. —Aurora avanzó con paso vacilante—. Te presento a Dred, un viejo cliente de la destilería y amigo, por supuesto.
—Mucho gusto, Aurora. Me alegro de por fin conocerte, tu tía no para de hablar de ti —el hombre se acercó y le ofreció la mano. Autora sintió un escalofrío al tomarla que hizo que la retirara de inmediato.
—Estábamos hablando con Dred sobre el instituto. Lile, su hermana, asiste a clases allí. Podría ser de ayuda conocer a alguien que te anime a empezar.
—No lo sé, tía —suspiró—. Todavía no lo he pensado con detenimiento.
—Creo que te encantará el instituto —respondió Dred con una sonrisa—. Lile tiene tu misma edad, podrían llevarse bien. Y tampoco hay muchas opciones aquí en Tromsø.
—En verdad, pensaba que quizá podría ayudar a Fran aquí en el complejo o en la destilería.
—Luciérnaga, no necesito ayuda. —Fran se acercó hacia Aurora y acarició su pelo dorado—. Solo quiero que disfrutes de tu vida aquí y que hagas relaciones, que estreches lazos. No me gustaría que te arrepintieras de haber venido.
—No me arrepiento, tía. —Aurora sonrió, aunque de una forma un poco forzada. Todavía no estaba segura de si se arrepentía o no, pero tampoco había tenido opción dadas sus circunstancias. Su estómago volvió a gruñir avergonzándola de nuevo.
—Oh, que tonta, debes estar muerta de hambre. Vamos a degustar uno de los desayunos especiales que preparan los cocineros del complejo. ¿Nos acompañas, Dred?
—Te agradezco, Fran, pero tengo algunos asuntos que atender —se despidió dándole un beso a Fran, lo que sorprendió a Aurora, por la familiaridad que representaba. Luego con un gesto de cabeza se despidió de ella.
—Nos vemos, Aurora. Fue un gusto conocerte por fin.
—Gracias —respondió sintiendo el rubor subir por sus mejillas.
—Te acompaño, Dred —sugirió Fran.
—No te preocupes. Seguimos hablando luego.
Aurora se quedó mirando como Dred salía por la puerta, su persona era intimidante pero también familiar. Lo que era aún más extraño porque podría asegurar que nunca lo había visto en su vida. O por lo menos eso creía.
—¿Vamos a comer, Luciérnaga? —preguntó Fran mientras pasaba el brazo por el hombro de Aurora para guiarla al comedor.
—Es un hombre extraño, ¿no? —Aurora avanzó junto a su tía, pero su mirada seguía girada sobre la puerta.
—¿Dred? —Fran la miró frunciendo el entrecejo—. ¿De qué forma?
—No sé, me resulta extraño y a la vez familiar.
—Eso puede ser porque era amigo de tu padre. ¿Qué quieres hacer luego de desayunar?
Aurora se percató del abrupto cambio de tema de su tía. Por ahora lo dejaría pasar porque tenía mucha hambre pero averiguaría más.
—Tengo ganas de salir a recorrer un poco el lago.
—Organizaré el trabajo para poder acompañarte.
—Puedo ir sola, tía. Si quieres que me acostumbre a este lugar y genere lazos no puedes acompañarme a todos lados.
—Tienes razón, Luciérnaga. Pero temo que sea peligroso, ya que no conoces bien la zona.
—Te prometo que no me alejaré de los alrededores del complejo.
—Está bien, Luciérnaga. Ya veo lo difícil que va a ser decirte que no —exclamó Fran de forma dramática mientras corría una de las sillas del comedor para que su sobrina se sentara con un movimiento de un dedo.
Aurora se sorprendió por el gesto. No por la magia de Fran sino porque volviera a usarla. Después de la muerte de sus padres había renegado de la hechicería.
—¿Volviste a usar la magia? —preguntó esperanzada. Quizá su tía podría ayudarla con su maleficio. Aunque si su madre no logró revertirlo, que era una de las brujas más poderosas que había existido, nadie podría.
—Ah, ni me he dado cuenta —respondió Fran con una risita aguda—. Tu presencia me ha motivado. Estoy muy contenta de que estés aquí. Y por eso voy a pedir el menú especial para alimentarte.
—Gracias, tía.
Luego de desayunar algo liviano, no quería estar muy llena para caminar, Aurora se aventuró a dar una vuelta por el lago. Quería conocer el lugar que rodeaba las cabañas. Ver el agua, su sonido, sentir la naturaleza le hacía bien. Le ayudaba a relajar su mente y pensar mejor. Quería decidir qué hacer con el tema del instituto. Estaba convencida de que su tía no pasaría de eso.
Levantó la vista al cielo mientras caminaba con cuidado sobre las pequeñas piedras que rodeaban la orilla del lago. El sol casi no se dejaba ver y la luna brillaba llena. Era casi exótica la visión de los dos astros en el cielo al mismo tiempo. Tromsø era realmente sorprendente.
Se agachó para tomar una pequeña piedra. La tiraría al lago. Si repicaba más de una vez haría caso a su tía y empezaría el instituto, aunque creyera que no tenía ningún sentido. Si la piedra solo repicaba una vez encontraría otra actividad para realizar en su estadía.
Lanzó la piedra que rebotó en el lago tres veces dejando ondas circulares a su paso. La suerte estaba echada para Aurora. Comenzaría su último año de escuela en Tromsø. Sonrió hacia la nueva perspectiva. Si su tía se enterase de que lo había decidido la suerte no lo creería.
Caminó un poco más bordeando la orilla del lago. El cielo se ennegreció aún más y una brisa helada despeinó su pelo suelto. Escuchó el ruido de unas pisadas en las piedras y se giró para observar si alguien la seguía, pero no había más que soledad. La inundó una sensación de ser acechada. Recordó al cuervo negro de su sueño batiendo sus alas y volvió a girarse. El lobo más grande que había visto en su vida estaba frente a ella. Negro con ojos azules y unos colmillos de los que chorreaba una baba espesa y casi blanca.
El corazón de Aurora empezó a latir con tanta fuerza que pensó que iba a salirse de su pecho. Reculó sin quitar la mirada de los ojos del lobo y este último avanzó sigilosamente hacia ella dejando salir un gruñido de sus fauces.
Sintió la necesidad de echarse a correr, pero sabía que no tendría oportunidad ante la velocidad de semejante bestia. Quedarse quieta tampoco era una opción. Volvió a dar un paso atrás cuando chocó con algo duro. Su cuerpo se congeló al instante.
—Quieta —susurró una voz grave y profunda tan cerca de su oído que la hizo pensar que no era real. Un escalofrío la recorrió entera y se alojó en su estómago. Pero no atinó a darse vuelta. El ímpetu en el tono de voz por alguna razón la obligó a obedecer.
El lobo frenó su avance olfateando el aire que los separaba, comenzó a recular y cuando un escalofriante rugido hizo temblar el suelo, salió corriendo a toda velocidad.
Aurora se giró sobre su eje y levantó el rostro encontrándose con unos ojos ámbares que la miraban inquisitivamente. Eran los ojos más extraños e hipnotizantes que había presenciado en su vida. Tanto que no parecían de este mundo. Quedó prendida a ellos sin poder apartarse.
—No deberías caminar sola, Aurora —soltó el dueño de esos ojos—. Es peligroso.
—¿Cómo sabes mi nombre? —Aurora dio un paso hacia atrás, la cercanía de su voz era electrificante.
—Todo el mundo lo sabe, Fran es famosa en Tromsø. —Aurora suspiró al recordar que todos conocían a su tía—. Vuelve a tu casa, ahora. —El tono imperante otra vez causándole escalofríos hizo que retrocediera otro paso.
—¿Y quién eres para ordenarme lo que tengo que hacer? Ni siquiera sé tu nombre. —El extraño dio un paso largo acortando la distancia entre ellos.
—Me llamo Valian. Y ahora que lo sabes puedes volver por donde viniste. —Aurora dio un paso adelante, desafiándolo. Aunque su cuerpo temblaba como una hoja al viento no se achicaría frente a una grosería.
—¿Siempre eres tan maleducado, Valian? —Los ojos de Valian se oscurecieron al escuchar su nombre. O eso creyó percibir Aurora, como el aire frío que se espesaba cálido entre ellos.
—Solo cuando no me obedecen.
Se acercó un paso más hacia ella y le tomó la barbilla. Su tacto frío le provocó otro estremecimiento, pero no pudo apartarse, estaba prendada a esos ojos ambarinos, a esos labios carnosos, al pelo negro azabache que le caía despeinado sobre la frente, a su piel blanca como la nieve de Tromsø. Aurora carraspeó intentando humedecer la sequedad de su garganta. Una voluta de vapor salió de su boca cuando exhaló el aire que tenía retenido en sus pulmones. Valían cerró los ojos y Aurora creyó ver que se estremecía ante su aliento. Pero su cerebro le estaría jugando una mala pasada. No creía que nada pudiera estremecer a semejante persona.
Unos aullidos cortaron el extraño ambiente que se había creado entre ellos.
—¿Ma-Más lobos? —tartamudeó Aurora. Más impresionada por el chico que tenía casi respirándole encima que por las bestias—. ¿Quién eres? ¿Por qué tengo la sensación de que ya nos conocemos?
Aurora se acercó casi hasta rozarle los labios al pronunciar su pregunta. Sentía un magnetismo hacia sus ojos, como si la hubiera enlazado y empujaba con el lazo hacia él. Una fuerza de otro mundo. Poderosa.
—Eso es imposible. Vete ya, por favor —Valian se dio media vuelta casi desapareciendo frente a sus ojos y obligando a Aurora a volver a las cabañas. No iba a quedarse sola como tributo para los lobos. Sacudió su cabeza intentando salir del intenso trance en el que había caído. Necesitaba su mente y su cuerpo en alerta.
Caminó lo más rápido que sus piernas le permitieron. Sin poder apartar su mente del extraño encuentro que había vivido y con la sensación de que Valian no la había dejado sola, sino que la seguía de cerca.
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