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※Capítulo ⅼ※



Oscuridad, hielo y montañas, en cualquier orden, era todo lo que veía Aurora desde que había llegado a casa de su tía en Tromsø, Noruega. Un hueco en el fin del mundo. Aunque, la verdad, el pueblo no estaba mal, contaba con gran afluencia turística deseosa de disfrutar del fenómeno de las auroras boreales que iluminaban su cielo nocturno.

¿Hay pocas cosas más impresionantes que dejarse sorprender por un cielo nocturno iluminado por ráfagas de luz verdes, moradas o azules? Aurora ansiaba disfrutar de ese espectáculo natural, un poco de luz ante la oscuridad en la que se sumiría en unos meses, al cumplir los dieciocho años.

Y no hay lugar mejor para observar las auroras boreales que Tromsø, la capital del Ártico. Su Tía Fran la había invitado a pasar una temporada con ella, era la única familia que le quedaba después del fatídico accidente de auto que le arrebató a sus padres. Para Aurora, nada tenía de accidental, creía que era parte de la misma maldición que la perseguía.

Aunque siempre intentaron mantenerla alejada de sus prácticas alquímicas, los padres de Aurora fueron grandes hechiceros, experimentados en el uso de la magia blanca y negra. Razón por la que se convirtieron en un objeto de amor y odio para los seguidores de las sombras, un culto antiguo de magia y hechicería negra. No aceptaban, entre otras cosas, que el matrimonio utilizara la magia blanca. Desde que Aurora había nacido los había endulzado y encandilado con su luz. Era una estrella brillando en un cielo encapotado. Querían protegerla de la oscuridad, no querían que apagaran su haz de luz.

Pero las fuerzas de las sombras, eran demasiado potentes, años de tradición alquímica unida en un culto cerrado. Los padres de Aurora no podían solos contra ellos. Y el resto es historia. Aurora fue alcanzada por la maldición. Al cumplir los dieciocho años caería en un sueño de oscuridad eterna.

Desesperada por encontrar la forma de revertir el hechizo, la madre de Aurora investigó día y noche en los libros sagrados, pero no pudo anular la maldición. Conjuró que el sueño de su hija no sea eterno, un príncipe vampiro podría despertarla con un beso de sangre y oscuridad.

La muerte de sus padres era otra de las consecuencias de su maldición, estaba segura de eso. Como también, estaba convencida de que su sueño sería eterno, un sueño mortal. Aunque un mundo de magia y hechicería rodeaba a Aurora desde su nacimiento, creía en la maldad y bondad de los hombres, en el poder de la alquimia, pero no podía creer en criaturas sobrenaturales. Hombres que se transformaban en murciélagos, que dormían en ataúdes y que podrían morir por la punta de una estaca o convertirse en cenizas por un rayo de luz. Los vampiros no existían. Como tampoco la cura de su maldición.

Lo mejor que podría hacer era aceptar la invitación de su tía y esconderse en la isla de Tromsøya. No podía caer en el sueño oscuro sola y desprotegida. Sería carne de cañón para los seguidores de las sombras. Fran, su tía, era famosa en Tromsø. La llamaban la reina del whisky, ya que era la propietaria de Aurora Spirit Distillery, la destilería de whisky más al norte del mundo. No le faltaría dinero ni actividades para realizar en sus últimos meses. Hasta quizá su tía podía ayudarla a pensar en alguna forma de revertir su destino. Aunque ella se había alejado de la magia cuando sucedió el accidente de sus padres, era una poderosa clarividente instruida en magia blanca. Solo debía incitarla a retomar su poder. ¿Por su sobrina lo haría, no?

A dos minutos de la destilería se encontraba el complejo de cabañas Aurora Fjord, su tía había reservado y acondicionado una especialmente para su estadía. Era cómico para Aurora que en una ciudad tan oscura muchas cosas llevaran su nombre. Como las auroras boreales, ella brillaba con miles de colores, pero no amaba su luz, creía fervientemente en que era la causa de todos sus problemas.

Bajó del avión en el aeropuerto de Tromsø-Langnes a 3,1 km del centro de la ciudad, llena de maletas. Su tía la esperaba con un chofer que corrió a ayudarla con la carga.

—Tía Fran —Aurora corrió a sus brazos.

—Pequeña luciérnaga, estás tan delgada, estás comiendo bien, ¿verdad?

—Tía, tanto tiempo sin verte y no cambias más, aunque después de tantos días de viaje podría decirte que muero de hambre. Ahora mismo me comería a uno de tus perros con trineo incluido.

—Mis perros no tendrán esa suerte. Te espera un banquete de bienvenida en el complejo —respondió la tía acompañándola hasta la camioneta que las aguardaba.

El viaje hasta la destilería les sirvió para ponerse al día, Aurora, entre palabra y palabra, no pudo dejar de asombrarse por el cielo oscuro y encapotado de la ciudad que la acogía. Sintió una briza fría calar sus huesos. El clima de Tromsø era muy diferente al que estaba acostumbrada. Tomó nota mental de renovar su guardarropa.

—Ese es uno de los mejores institutos de la ciudad. —Señaló su tía hacia un moderno edificio lleno de vidrio y escaleras—. Ishavsbyen high school Rambergan. Podrías matricularte cuando te acomodes. Tengo contactos que podrían hacerte entrar.

—No creo que tenga mucho sentido, Tía...

—Es tu último año de estudios, luciérnaga. —Fran la observó con una mirada nostálgica mientras apoyaba una mano de forma cariñosa en su muslo—. No puedes apagar tu vida.

—Solo quedan meses para mi cumpleaños número dieciocho. No tengo un año, tía. —Aurora cerró la conversación ladeando su rostro hacia la ventanilla del vehículo. No tenía ganas de hablar de su inevitable destino. No en ese momento. Prefería perderse en la imagen blanca de la ciudad nevada y oscura.

A veces intentaba olvidarse, fingir que la maldición que la acechaba no existía, y vivir una vida normal. Después de todo, así era la vida de la mayoría de la gente, nunca sabían cuándo llegaría el final. «Vive tu día como si fuera el último», aurora sonrió ante el pensamiento. Pero ella sabía cuál era la fecha y hora en que todo se apagaría. A veces se sentía como un enfermo con un diagnóstico terminal. Aunque el enfermo no sabía el momento exacto de su último suspiro. Aurora tenía fecha y hora de su pestañeo final. Vaya manera de determinar una vida. Odiaba profundamente al culto de la sombra, como ella lo llamaba, le habían robado a su familia, su futuro, sus sueños.

Divisó el complejo de cabañas bañado por las sombras y la poca resolana que la tarde polar dejaba filtrar. Rodeado de montañas y sobre la orilla del lago, las vistas eran espectaculares. Por fortuna, tendría una cabaña para ella sola, beneficios de ser Aurora Fork, la princesa del whisky.

No es que no quisiera compartir tiempo con su tía, por el contrario, ansiaba la compañía de Fran, su cariño, su alegría. Pero también, necesitaba tiempo en soledad para poner en orden sus emociones y pensamientos. Aurora era muy celosa de su espacio personal. Intentaba buscar el equilibrio en todas las cosas y el tiempo que dedicaba a estar con otros era una de ellas. Por lo demás, sentía que sus emociones estaban revueltas, un coctel de felicidad por el nuevo comienzo mezclado con el miedo y la incertidumbre ante el inevitable momento de su cumpleaños. Luz y oscuridad, su vida, como la de sus antepasados, se reducía a ese binomio.

Si pudiera detener el tiempo... pero nadie podía, su marcha inevitable susurraba en su oído como las manecillas de un viejo reloj.

El chofer estacionó frente al complejo y las ayudó a bajar las maletas. Los pies de Aurora se hundieron en la nieve.

—Necesitas un nuevo calzado. Tengo unas botas que te pueden servir —ofreció Fran al ver los pies de su sobrina cubrirse de blanco.

—Gracias, tía. Empaqué toda mi ropa de invierno, pero creo que nadie está preparado para el invierno tomsoniano.

—Salvo yo, luciérnaga. Nací preparada. —Fran pasó el brazo por los hombros de su sobrina abrazándola—. Entremos primero a la cabaña principal para que ingieras una buena comida, luego te mostraré tu cabaña para que te acomodes tranquila.

—Gracias, tía.

—No digas otra vez esa palabra. En eso habíamos quedado, ¿no?

—De acuerdo. —Aurora sonrió mientras pasaba el brazo por la cintura de Fran.


Luego de una abundante cena, más de la que su estómago podía contener, Aurora se retiró a su cabaña para acomodar sus pertenencias, sacar su ropa de las valijas y hacer un poco más propio el lugar en el que iba a vivir estos meses.

Mientras separaba el tesoro más preciado de sus valijas: los libros, una brisa fresca la cubrió poniéndole la piel de gallina. De forma instintiva, giró su cabeza hacia la ventana de la habitación, absorbiendo la sensación de ser observada. Entrecerró sus ojos para ver mejor en la oscuridad y creyó ver la sombra de un hombre parado frente a ella. No pudo evitar caminar hacia la ventana, se estaba volviendo loca de remate, pero no podía detenerse, una fuerza poderosa la atraía, su corazón bombeando a millones de pulsaciones por hora, la sangre galopando en sus venas.

La sombra desapareció a la velocidad de la luz, o eso fue lo que creyó ver Aurora. No había nada más que árboles nevados, montañas y oscuridad. Pero la sensación persistía en su cuerpo, incómoda y excitante. Una adrenalina que la hizo sentir viva.

Un trozo de papel enrollado en la ventana llamó su atención. Se acercó despacio y lo tomó con cuidado, con sus manos algo temblorosas. Al abrirlo, pudo observar una caligrafía perfecta y un mensaje escrito en latín clásico. Lo sabía porque los libros de magia blanca de su madre estaban escritos en esa lengua muerta. Aurora volvió a mirar por la ventana, pero no logró ver más que oscuridad. Aunque la nota en su ventana afirmaba que no estaba loca. ¿Quién pudo dejarla? ¿Serían los seguidores de las sombras? Ellos no utilizaban el latín; lo aborrecían. Ya que era la lengua de los textos sagrados. Las cosas que había leído de ellos siempre estaban escritas en esperanto. Volvió a concentrar su atención en la nota. Le costaba leerla, pero recordaba el idioma que su madre le enseñó de niña.

Prope est momentum et ad latus tuum ero. Duae partes unius sumus.

"El momento está cerca y estaré a tu lado. Somos dos partes de uno".

¿Dos partes de uno?, no tenía idea de quién podría haber escrito algo semejante. Un calor se extendió por su pecho quitándole la respiración. Quizá no significaba nada, quizá los seguidores de la sombra intentaban confundirla. Pero el solo pensar en que alguien estaba con ella, que era parte de ella, la reconfortaba al mismo tiempo que la aterrorizaba. Estaba cansada de su soledad.

—¿Luciérnaga? —El golpe en la puerta sobresaltó a Aurora que escondió la nota detrás de su espalda. Todavía no entendía el origen de la misma y no quería preocupar a Fran—. ¿Puedo pasar?

—Adelante, tía

—¿Pudiste acomodarte? —preguntó mientras entraba a la habitación y miraba como las pertenencias de Aurora se esparcían por el lugar.

—Sí, en eso estoy. La cabaña es hermosa. Gracias por todo, Fran.

—Shh, ¿Qué dijimos de esa palabra? —Aurora sonrió.

—Lo siento, no puedo evitarlo. —Fran volvió hacia la puerta.

—Ahora descansa, y piensa en lo que te dije sobre la escuela. No te cierres a las posibilidades.

—No me cierro, tía. Es solo que...

—Lo sé —la interrumpió—, solo piénsalo, ¿sí? —Aurora asintió con un movimiento de cabeza, las lágrimas agolpándose en sus ojos—. Eres fuerte, luciérnaga. La luz y la magia están en ti, como en tu madre y en tu abuela. Corren en nuestra sangre, generación tras generación. Encontraremos la manera.

—Te quiero tía. —La voz de Aurora sonaba a resignación.

—Yo también te quiero, luciérnaga.

En cuanto Fran se retiró de la habitación, Aurora volvió a girarse hacia la ventana. La sensación de ser observada persistía en ella. No sería la primera vez que le pasara, pero nunca había sentido algo tan potente como lo de hace un momento. ¿El culto de la sombra estaría esperando su cumpleaños? ¿La estarían vigilando? ¿O sería alguien más el emisor de la nota? Pasó sus dedos sobre el suave papel y lo guardó con cuidado dentro de un libro.

Si solo su tía Fran estuviera en lo cierto, si hubiera una forma de evitar el maleficio, haría todo lo que estuviera en sus manos y más. 


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