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Capítulo 25 (Pt. 1)

MOTIVOS

Nunca había sabido que una empresa pudiera ser tan tranquila. Y mucho menos una empresa como la que estaba visitando. Pero, conociéndose como era, sabía que aquella tranquilidad no duraría mucho.

— ¿EN DONDE ESTA? — gritaba la oncóloga mientras traspasaba al tumulto de guardias que intentaban detenerla. No es que fuera muy fuerte para poder golpearlos a todos y dejarlos inconscientes, pero estaba decidida a encontrar respuestas y cuando Sage se decidía por algo, siempre lo obtenía, sin importar como lo hacía.

Los guardias la intentaban sujetar, pero ella era mucho más escurridiza de lo que ellos estaban acostumbrados.

Está violando un área restringida, señorita — le dijo una voz un tanto humana, pero carente de toda emoción existente. — Debo pedirle que se retire de aquí.

La mujer forcejeó un poco más, pero en esta ocasión no corrió con tanta suerte. Uno de los guardias se lanzó sobre de ella y la sujetó con fuerza del brazo, otro más aprovechó eso para tomarla del otro brazo y llevarlo a su espalda y sujetarla de la cabeza e inmovilizarla.

— ¡Quiero ver a Stark! — gritó con potencia mientras buscaba una cámara en aquel largo pasillo; al detectarla, intentó avanzar hasta ella, forcejeando un poco con los corpulentos hombres. — ¡TONY! ¡Sal de donde mierdas estés!

El hombre que le sujetaba de la cabeza, le tapó la boca, evitando que siguiera haciendo escándalo. Pero el genio que cargaba la mujer y la tremenda desesperación, la impulsó a morderle la palma de la mano con fuerza.

Por inercia, el sujeto debilitó su agarre, algo que aprovechó la oncóloga para liberarse, parcialmente, de sus guardias. Pero provocó la ira del guardia, el cual le golpeó con fuerza en la cabeza, haciéndola dar contra el suelo, quedando tendida en este con dos guardias sobre de ella, sujetándola.

Era difícil, para alguien como Sage, el aceptar la inminente derrota, puesto que para ella el perder no era una opción, siempre había sido así, y más debido a su profesión; el perder significaba la vida perdida de un paciente.

Pero sabía que de las derrotas siempre salía algo bueno. Por más que frunciera el ceño, gruñera, se cruzara de brazos, con una creciente cefalea y se mostrara indignada y molesta, eso no cambiaba el hecho de que ahora estuviera sentada en una de las sillas de detención de seguridad en la espera de que el aclamadísimo dueño de aquella ridícula torre que llevaba su nombre estuviera a punto de ir a atenderla. Eso podría ser considerado como una victoria, dolorosa y humillante, pero victoria al fin.

Los gorilas de seguridad seguían a sus costados, con la vista fija al frente, a la espera de cualquier movimiento por parte de ella que fuera sospechoso para poder intervenir e inmovilizarla de nuevo.

Los dedos de Sage se movían sobre sus brazos de manera ansiosa. Giró su cabeza, ligeramente, hacia uno de sus costados, para después posar su mirada sobre la mano del guardia que estaba a su lado derecho. No pudo el evitar sonreír al verle la mano, la cual estaba vendada.

— Supongo que a ustedes los entrenan para evitar el dolor de hasta una ligera mordida — soltó con sorna mientras enarcaba una ceja divertida, el guardia solo soltó un pequeño bufido ante eso.

— Y para detener a jovencitas cabronas que intentan invadir mi espacio personal — escuchó decir a una voz que ella bien reconocía bien, llevaba tiempo sin escucharla, pero el solo tenerla en mente le traía recuerdos muy divertidos.

— Así que el aclamadísimo Stark hace su aparición. Pensé que sería algo más dramático o llamativo, ¿Qué acaso ya no tienes dinero?

— Simple y sencillamente, no estoy de humor — se encogió de hombros el millonario. — ¿Qué te trae por aquí, no gealach*? (*Nota: Es "Mi Luna" en irlandés).

Sage sonrió ante aquellas palabras.

— Tenia tiempo sin escuchar algo en irlandés — se puso de pie mientras los guardias reaccionaban velozmente, más a una señal de Stark se contuvieron.

La mujer se acercó hasta el hombre, quien se encontraba recargado en el umbral de la puerta, que daba a la celda donde estaba ella, con los brazos cruzados. El andar de Sage siempre había sido muy marcado y sensual, pero en esa ocasión, el simple hecho de llevar aquel conjunto —un suéter café entallado a su cuerpo, el cual le llegaba hasta la cadera, con una obertura en v en el cuello, un pantalón ajustado y unas botas de cuero con tacón de aguja— le hacía verse realmente provocativa. La mujer conocía bien al genio, sabía que era lo que le gustaba y como provocarlo, puesto que al fin y al cabo, ella ya lo había seducido una vez, no le veía motivo por la cual no volverlo a hacer.

Se detuvo a escasos centímetros de Tony, a quien veía desde arriba, ya que le sacaba algunos centímetros de más. Le sonrió coquetamente y le sujetó la mano con cariño.

— Necesito saber algo...

— Lo que sea — le dijo el millonario.

La sonrisa se fue borrando de su rostro hasta volverse una mueca de molestia y enojo. El agarre de la mano se fue atenuando hasta enfocar la mayor parte de su fuerza en el agarre, haciendo que la tranquila cara del genio se fuera transformando en una mueca de dolor.

— ¿Dónde está Sophia? — la pregunta fue directa y con voz segura.

El genio reprimía lo más que podía el grito de dolor que luchaba por escaparse de su garganta. El hombre era el acorazado Iron Man, héroe de Nueva York y del mundo, el que se había enfrentado contra muchos peligros antes y había salido victorioso en la mayoría de ellos; y ahora, frente al simple agarre de una mujer de casi veinte años más joven que él, estaba perdiendo de aquella forma tan mas patéticamente ridícula. No cabía duda de que el hábito hacia el monje.

— ¿Sabes que estas... lastimando la mano de un artista... millonario? — la desafió a duras penas el hombre.

La mujer ejerció más fuerza en su agarre, haciendo que el inventor comenzara doblarse, poco a poco, por el dolor. Los guardias se comenzaron a movilizar, pero de nuevo su jefe les indicó que se contuvieran.

— ¿Dónde está, Stark? — insistió la mujer con más potencia.

— Es tu amiga... — un gritó se vio liberado de su garganta al fin, algo que hizo sonreír a la chica, quien siguió ejerciendo presión. — Tú deberías saber... donde está.

— Respuesta incorrecta — movió la mano hacia un lugar a donde era anatómicamente imposible moverse, provocando otro alarido de dolor por parte del genio.

Stark cayó de rodillas y la mujer comenzó a situarse a su altura, posó sus ojos sobre el rostro del genio e intentó soltarle su mirada más amenazadora.

Sage sabía que aquello era pasarse de la raya. ¡Por Dios! Estaba atacando a uno de los hombres más ricos del mundo, sin contar el hecho de que este era el mismísimo Iron Man. Sin lugar a dudas, eso le traería problemas legales que tarde o temprano terminarían por arruinarle la vida. Pero en momentos desesperados, medidas desesperadas.

— Escucha, Tony, Sophie me dijo antier que vendría en la mañana a este lugar para preguntar sobre el paradero del loco de su hombre, para después volver al hospital; cosa que aún no ha hecho...

— No sé de qué hablas... — intentó decir el genio, pero otro tirón a su mano le hizo volver a gritar.

— Aun no termino... — le indicó la mujer con autoridad. — Se muy bien toda la historia de ella, Loki y los Vengadores, así que ahórrate tus mentiras... — soltó un ligero suspiro, la presión se le había disparado y la estaba haciendo respirar más rápidamente, intentado igualar el ritmo de su corazón. — Mira, me importa un demonio si lo sabes o no, pero ahora Sophie no está en las mejores condiciones para estar sola, mucho menos cargando con el hijo de ese demonio... Así que, ¡o me dices donde esta Sophia o puedes venirte olvidando de tu mano derecha!

La mujer dio otro tirón y el hombre volvió a gritar.

— ¿Loki puede tener hijos?

La mujer dio otro tirón.

— ¡Mierda! — Soltó con furia el genio — ¿Eso es posible?... JARVIS...

Se hizo las pruebas aquí y le dio positivo — informó la voz que ya había escuchado antes. —La señorita Lerman ya lleva un mes de gestación.

— Y hasta ahora me lo dices...

El genio soltó un suspiro para después mirar expectante a la mujer, mientras ella se encogía de hombros.

— Nunca lo imagine... No... No lo creí posible...

— Ahora sabes que si lo es — dijo molesta.

Tony agachó el rostro, tratando de respirar un poco, suponía también que se encontraba agitado, el simple hecho de sentir dolor, le alertaba al cerebro sobre un peligro inminente, lo cual provocaba que su sistema límbico —el de las pulsiones e instintos— le mandara la señal de que tenía que huir de ahí, disparando así la reconocida sustancia llamada adrenalina.

Tony murmuró algo que no logró reconocer bien que era.

— ¿Qué dijiste?

— ¡QUE ME SUELTES, CON UN CARAJO! ¡ME DUELE! — gritó exaltado el genio. — ¡Te diré lo que sea, pero suéltame la mano!

La mujer le soltó la mano, azotándola contra el suelo. Tony llevó su mano izquierda a socorrer a su opuesta, para comenzar a sobarla sobre el área adolorida. La mirada del genio se acentuó hacia la mujer, la cual parecía ser de completa molestia, algo que ignoró Sage.

— No sabía que tuvieras mucha fuerza, ¿eres consciente de que has dañado la mano de un excelente artista? — la mujer arrugó el ceño e hizo un ademan de volverle a sujetar la muñeca, haciendo que Tony retrocediera unos centímetros. — Esta bien, está bien... Al grano.

La mujer le enarcó una ceja y se cruzó de brazos.

— Mira, Sophie no se ha aparecido aquí desde el domingo en la mañana — expuso mientras seguía sobándose la mano. — Y si no me crees le podemos preguntar a mi IA — alzó la cabeza y la enfocó a una de las cámaras que había en aquella habitación. — JARVIS, ¿ha habido algún indicio de la chica de Bambi por aquí, después del domingo?

En lo absoluto, Señor — contestó aquella voz.

— Lo vez.

Sage soltó un ligero resoplido. Eso no podía ser cierto, aquel hombre la debía de estar escondiendo.

— Pero, ella me dijo que... — ahora la insegura era ella. ¿Cómo era posible que Sophia no se encontrara ahí?

— Podrá haber dicho lo que sea, pero nuestra encantadora chica Dr. House no ha venido por aquí.

De todos los lugares a los que había buscado —el departamento de ella, la mansión de los padres de Sophie, la casa del lago, el hospital, la empresa de sus padres, etcétera—, este era el único más viable para que pudiera estar. Ya había intentado comunicarse con ella a su celular incontables veces, pero en ninguna Sophia hacia su aparición. Ya iban a ser tres días desde que no la veía, era verdaderamente extraño, como también lo era el hecho de que su móvil hubiera desaparecido y aparecido en el ala de neurología en el hospital, con el nombre y número de Sophie en la pantalla, listo para marcarse.

Comenzó a respirar pesadamente, intentando poner su pensamientos en orden; había comenzado a pensar en lo peor, y aun podía caber la posibilidad de que hubiera, durante un arrebato de emociones, tomado su deportivo nuevo y hubiera salido de viaje, fuera de la ciudad. Posibilidad que se hizo nula al recordar que había visto el auto de su amiga en el estacionamiento del hospital.

— Puedo decirle a JARVIS que nos ayude a rastrearla...

De hecho, señor, ya he comenzado con el rastreo...

— ¡Perfecto! — se puso de pie, a como más pudo, evitando mover o utilizar su mano herida. — Por eso te adoro, JARVIS.

Tony le estiró la mano izquierda a Sage, quien ya había reprimido sus ya instintos destructivos que sentía hacia el genio. Tomó su mano y se puso de pie.

— Por eso digo que estamos avanzando a pasos agigantados contigo — le volvió a alabar a su computadora. — Avísanos en cuanto encuentres algo — giró su rostro hacia la mujer para después sonreírle de manera galante. — Mientras que tú y yo nos iremos a disfrutar de un exquisito Fondue, después de que me lleves a un hospital y pagues por lo de la mano.

Sage le sonrió divertida mientras veía como el millonario le mostraba la mano magullada, la cual ya comenzaba a mostrar señales de coloración.

— No pienso pagarte nada, Stark — lo desafío mientras se cruzaba de brazos.

— Es una mano de un artista, preciosa — le señaló la mano mientras la miraba con molestia. — No tienes ni idea los años de cárcel que podrían darte si te demando por este ataque a mi gloriosa persona.

Sage soltó unas carcajadas para después comenzar a avanzar, dejando atrás al genio, el cual parecía no haber cambiado a pesar del tiempo.

— No tienes nada de glorioso, mi querido señor Stark.

— ¡Por supuesto que sí! — se defendió mientras se posicionaba a su lado. — Tengo más gloria que el mismísimo Capitán América con todas su estrellitas.

— ¡Ja! — exclamó con burla la mujer a la par que caminaba por el pasillo, haciendo resonar sus delgados y largos tacones. — Lo que tú tienes, Stark, no es gloria, es más bien reputación cuando le quitamos el ción y le cambiamos de sexo.

— ¡Oye! ¡Eso fue agresión verbal! ¿Sabes que te puedo demandar por agresión verbal?

Disculpe, Señor — habló la IA, interrumpiendo al par, el cual ya había avanzado hasta el ascensor y se habían adentrado a este. — Encontré a la señorita Lerman en unas cintas.

El genio pestañeó con asombro a la par de que una sonrisa de satisfacción se apoderaba de sus labios.

— Debo felicitarte, JARVIS, cada vez superas más rápido tu record en búsquedas.

El moreno apretó el botón de los últimos pisos en el asesor una vez que las puertas se cerraron. El cubículo comenzó a avanzar y la mujer se acomodó en la esquina del lugar, con una postura que iba totalmente fuera de su plan original de seducir al maldito alcohólico y candente de Stark.

— ¿Qué has visto, mi querido amigo? — le cuestionó el genio mientras se cruzaba de brazos y observaba divertido a la mujer que lo acompañaba.

Debo informarle que la Señorita Lerman se encuentra desaparecida.

— Dinos algo que no sepamos, estúpida computadora — soltó molesta Sage al no obtener una respuesta concreta de aquella molesta voz.

— No seas grosera — la regañó mientras mostraba un semblante de enojo. — El pobre tiene sentimientos. También sufre ante la humillación y el maltrato.

La mujer soltó un fuerte bufido y se giró hacia otro lado. Si, Stark seguía siendo aquel inmaduro hombre con el que ella se había topado hace tiempo atrás en aquellas fiestas de gala a las que Sophia la invitaba.

— No le hagas caso, JARVIS. Tú no eres estúpido.

Debo informarle, Señor — prosiguió la IA haciendo caso omiso de los mimos de su dueño —que la Señorita Lerman desapareció de la misma forma en la que lo hizo el Señor Laufeyson — ante aquellas palabras, pudo observar como el cuerpo de Tony se comenzaba a tensar. — ­La mujer que el Señor Odinson nos mencionó, fue la misma que desapareció a la Señorita Lerman.

— Esto va mal...

— ¿Qué cosa? — cuestionó ansiosa la oncóloga.

El genio se frotó la barbilla con ansias para después soltar un potente suspiro.

— JARVIS, reúne a todos, tenemos cosas por hacer — ordenó el hombre.

— ¿Me vas a decir qué demonios pasa, Stark?

— Amora. Eso es lo que pasa — respondió sin más el millonario mientras sujetaba de los hombros a la mujer. — Nuestra querida Sophia se encuentra en estos momentos, por lo que creo, en Asgard.

— ¿Asgard?

— Creo que debemos posponer nuestro acuerdo para después, por ahora... ¿Te gustaría conocer a unos amigos?

***

Despierta, mi niña...

Las caricias en su cabello, a pesar de ser tan débiles, la fueron despertando de aquella negrura a la que había caído.

Nunca se había sentido tan distante de sí. Sabía que estaba viva, que aquella era su realidad, pero lo veía como un sueño distante, algo verdaderamente difuso. Todo le aturdía, el ruido, el poco aire que rozaba su piel, su respirar, la poca luz que entraba por sus entrecerrados ojos y el contacto de aquellas telas en donde estaba recostada. Lo único que no la atormentaba, que más bien le traía paz y un poco de alivio ante aquellas aterradoras sensaciones, eran aquellas suaves y tersas piernas en las descansaba su cabeza y aquellas manos que la arropaban y jugaban con sus alborotados cabellos que, en algunas partes, los sentía endurecidos.

Tranquila — le susurró una dulce voz, que entraba por sus oídos, la cual se había vuelto un bálsamo ante aquellos ligeros ruidos que eran tormentosos para ella. — Estas a salvo, mi niña.

Ante aquellas dulces palabras, su mente no pudo sentirse acogida y más vulnerable. Esa voz y esa forma de expresarse ante ella, de quererla reconfortarla y tranquilizarla, solo se lo podía atribuir a una sola persona.

— ¿Madre? — dijo en un pequeño suspiro, su voz sonaba cortada y su garganta estaba reseca.

Logró escuchar unas ligeras risas, como acreditando a lo que su mente le hacía creer.

No pudo evitar el que sus ojos comenzaran a cristalizarse y a llenarse de agua. Su madre, su amadísima madre estaba ahí, viva. La estaba abrazando como antes, acariciándola como antes, hablándole como antes, amándola como antes; tal y como era antes de que ella...

— Tuve un sueño extraño — comenzó Sophia un tanto dudosa, su garganta aún seguía reseca, por más que intentara aclarársela, aún seguía sintiendo la falta de saliva en aquel lugar. — Una pesadilla — se corrigió después unos momentos. — Todo... todo era un caos. Existían personas malas y personas que parecían ser sacados de las películas y... Los malos... Los malos mataban gente buena, personas importantes para mí y yo...

La mano de la mujer la tomó del rostro, interrumpiéndole, y comenzó a acariciarle la mejilla. El tacto era tan cálido, tan real.

Ya pasó, mi cielo. Ya estás aquí.

Sophia se acercó más al tacto y al cuerpo de aquella mujer, era inevitable ya que sus lágrimas se escurrieran de sus ojos y se deslizaran por sus mejillas. Por alguna extraña razón tenía miedo. Miedo de abrir los ojos y darse cuenta de que todo aquello solo fuera un sueño más...

Pero, una parte de ella le decía que el sueño había sido el pasado, todo aquel dolor, todas aquellas lágrimas, todo el sufrimiento y aquella perra soledad, todo eso y más era lo que en verdad había sido un sueño. Cada palabra, cada rose y cada hombre que había conocido.

— Loki — susurró débilmente mientras se acariciaba su vientre y comenzaba a abrir los ojos.

Si en verdad todo había sido un sueño, aquellos gloriosos y hermosos momentos de felicidad también lo habían sido, y era algo de lo que realmente no podía renegar.

Cuando logró abrir los ojos, aquella distorsión había desaparecido y le había sobrevenido una extraña gama de colores que atravesaron sus ojos, abrumándola, hasta que llegaron a su cerebro y este comenzó a trabajar velozmente para comenzar a darle sentido, a todo aquello que estaba viendo.

Las paredes comenzaron a tener forma, al igual que la puerta y el suelo de aquel lugar. La tierra era parte del encanto que guardaba ese frio y oscuro lugar donde se encontraba. Intentó ponerse de pie, puesto que todo lo veía completamente desde un ángulo un poco distinto al normal, pero las dulces manos la contuvieron y la comenzaron arrullar.

— ¿Dónde... dónde estoy? — preguntó, comenzando a tener consciencia de sí misma y de su realidad. Aun podía sentir sus lágrimas correr. Podía ser o no un sueño, pero debía de estar consciente del lugar en donde estaba y de quien era quien la cuidaba.

Estamos en la habitación del olvido, mi niña — a pesar de ser medianamente consciente de que posiblemente aquella mujer no era su madre, su voz seguía alimentando aquella idea, puesto que era idéntica a la de su madre.

— ¿Y dónde es eso? — siguió cuestionando.

El lugar se tornó silencioso por unos momentos, en los cuales, Sophie fue recuperando poco a poco su motricidad y su propia consciencia de su cuerpo.

— En una de las torres más altas del palacio de Asgard.

Se incorporó en un santiamén y se retiró de los brazos de aquella mujer, pero el movimiento fue tan rápido, que su cuerpo no logró adaptarse al estar de pie, que se desplomó sobre el suelo, por la falla de sus piernas, la cuales parecieron ser de goma.

Asgard, estaba en Asgard. Significaba que Loki estaba ahí. ¿Cómo es que había dado a llegar a aquel lugar del que solo conocía por boca del dios del caos? Pero, sobre todo ¿Qué es lo que ella estaba haciendo en ese lugar? Supuso que se debía al hecho de que ahora el maldito maniaco quería reclamar en ella su supuesto lugar como su mujer, su reina. Pero al instante desecho aquello. Si esa hubiera sido su intención, desde un principio la hubiera llevado con él. Entonces debía de ser otra cosa, algo que ella aun desconocía, algo como el quererla torturar, tal y como lo hacía ahora, haciéndola recrear la imagen de su madre en aquella mujer a la cual aún ni siquiera había visto.

Se retiró lo más que pudo de la mujer, mientras que sus ojos buscaban, lo más rápidamente posible, el observar la imagen y figura de aquella mujer a la par que su cerebro trabajaba intentando procesarla.

— Tu... — articuló temblorosa mientras no apartaba la vista de aquella rubia mujer, vestida con aquel atuendo dorado que estaba en mal estado, con aquellos ojos azules que la observaban con amor y su sonrisa buscaba el conquistarla. — Tú no eres mi madre...

La mujer, sin dejar de sonreírle, movió el rostro en son de negación, mientras llevaba sus manos sobre sus piernas y entrelazaba sus dedos.

— Puedo ser lo que tú quieras, mi niña — mencionó dulcemente.

— Y... ¿Quién eres? — soltó tajante, sin apartar la mirada de aquella mujer.

— Soy una madre de Asgard, la cual se preocupa por sus hijos — respondió con un terso tono de voz. Sophie podía ver, ahora que ya comenzaba a prestarle más atención, las ligeras arrugas que se marcaban en su fino y bello rostro, denotando su edad ya avanzada, su fino hablar y su porte al estar sentada en aquel camastro. Por todo aquello y más, podía denotar que aquella mujer era mucho más de lo que decía.

— De acuerdo, eso no me resuelve nada — se comenzó a incorporar, lentamente, tratando de evitar el desequilibrio de sus piernas, para después sacudirse su ropa, las cuales, hasta ese momento, se había dado cuenta que eran unos harapos que simulaban ser un vestido largo, ceñido con un cinturón que parecía ser de hojas de bronce.

Soltó un sonoro gruñido. Luego averiguaría bien todo sobre ese lugar y por qué ahora tenía esta vestimenta y no sus acostumbrados janes y converses.

Giró hacia su espalda, donde se situaba la puerta de aquel oscuro lugar. Fue caminando despacio, hasta situarse frente a esta, colocando su mano sobre el extraño pomo que tenía la puerta —tenía la figura de unos triángulos entrecruzados—, comenzó a girarla, más sin embargo, en un punto, se atascó, impidiéndola moverla hacia ningún lado.

Con desesperación comenzó a sacudir la puerta, en un arranque de ansiedad por intentar abrir la puerta. La golpeó con fuerza, sin obtener éxito alguno al querer abrirla. Mas sin en cambio, la sensación de un calor abrazador la hicieron retirar la mano velozmente al sentir el ardor que había generado el calor que esa puerta había mandado.

Observó su mano, la cual estaba enrojecida. Comenzó acariciarla suavemente, tratando de que el ardor se fuera. Se giró hasta la mujer que estaba a sus espaldas, luego a la puerta que segundos antes había intentado abrir sin lograrlo, para después, suspirar profundamente.

— Bien — soltó resignada tras unos segundos. — Tú no me dirás quién eres y yo no te diré quién soy, madre de Asgard. Así que... tratemos de convivir aquí hasta que pueda responder el del porque me encuentro aquí y no en mi casa.

La mujer sonrió divertida, para después indicarle que se sentara a su lado. La castaña dudó por unos instantes, para después irse a sentar al lado de aquella mujer. Si iba a pasar tiempo en aquella habitación, al menos, debería de congeniar con la que sería su nueva compañera.

Tras lo ocurrido en Nueva York, a Sophia le era inevitable el ver reflejada a su madre en toda mujer mayor con la que se encontraba enfrente, pero era algo natural. A pesar de ya tener veinticinco años, aun se sentía falta del afecto materno que su madre le brindó por mucho tiempo, era como si se hubiera acostumbrado a ello. Pero aun así, tampoco podía negar el hecho de que extrañara a su madre, la cual aún le sonreía entre recuerdos y sueños.

Su espalda estaba recta contra la fría pared de roca, sensación que le agradaba. Había llevado sus manos a sus piernas, mientras que jugaba con sus dedos de manera ansiosa. A su mente venían mil y una cosas que podría preguntarle para iniciar con una conversación, pero ninguna le parecía la más correcta para usar.

Frigg — esbozó tras varios minutos, de los cuales la mortal había tenido un debate interno.

Sophie giró su rostro hacia la mujer, con un semblante de confusión en su rostro.

— ¿Disculpa? — cuestiono algo confundida. — Yo no soy de por aquí, y no entiendo tu idioma.

— Puedes llamarme Frigg — le aclaró la mujer mientras giraba el rostro hacia ella y le sonreía. — Y sería muy interesante el compartir el tiempo contigo.

La mano de Frigg se posó sobre una de las manos de la castaña, quien sintió aquel gesto muy cálido y afectivo.

— Eh... Yo... — balbuceó Sophie mientras veía sus manos. — Soy Sophie.

— Muy bien Sophie, ya vamos progresando...

Retiró la mano de aquel agarre y posó su vista en cualquier otro lugar que no fuera donde se encontraba la mujer, lo cual era verdaderamente complicado, puesto que en la habitación no había nada que pudiera capturar más de diez segundos su atención.

— ¿Por qué estamos aquí, Frigg? — sonó lo más serena que pudo, puesto que de los temas a tratar, ese era uno de los que más demandaba salir, más le era un tanto complicado de sacar debido al miedo que pudiera causarle la respuesta.

— Estamos aquí para cumplir con nuestro destino...

Aquello fue un tanto ambiguo, cosa que provocó que el médico arrugara la nariz ante la inconformidad causada por la respuesta.

Estuvo a punto de tratar de indagar más, pero el ruido de la puerta al abrirse la sacó de esa poca tranquilidad que había obtenido. Se puso de pie y giró su rostro hacia la puerta, casi por instinto.

En el umbral logró reconocer la silueta de un hombre de larga cabellera, el cual portaba una oxidada armadura de color bronce. Su piel era oscura y su cabello era de un color semejante al de la nieve. Tenía un aspecto excéntrico, llamativo, mas no era del todo hermoso. No pudo más que evitar el retroceder al sentir su molesta mirada sobre ella, la cual, en conjunto con el aspecto puntiagudo de sus orejas, le daba un aspecto más espeluznante.

— Te he traído alimento, mortal — le dijo mientras le aventaba un bulto de tela, el cual parecía envolver lo que era el dichoso alimento. El bulto cayó a la mitad de la habitación. — Espero y disfrutes de tu soledad en este lugar...

Pestañeó rápidamente, para después voltear, confundida, hacia Frigg, la cual le sonrió y le negó con la cabeza. Volvió sus ojos hacia la puerta en el momento justo en que el elfo cerró con fuerza la puerta, causando un gran estruendo en toda la habitación, seguido por un crujido extraño, lo cual ella identificó, o creyó hacerlo, como algo de magia activándose.

Su cabeza se movió, de manera involuntaria, hasta donde se encontraba la mujer mayor, sonriéndole quitada de la pena. Su sonrisa era radiantemente hermosa, pero sobre todo contagiosa. La mirada de Frigg era llena de paz y serenidad, la cual parecía radiar aquellos sentimientos con fuerzas a todo en lo que posaba los ojos, que creyó por un instante el recibir aquellos estados.

— ¿Qué...? — comenzó a formular.

— Al parecer, nadie, más que tú, puede verme dentro de esta celda — le respondió a la pregunta no terminada de formular.

Sophie se retiró unos pasos de la mujer. Si solo ella podía mirarla, eso quería decir que la mujer podría estar muerta y que, gracias a su capacidad de ver auras, ahora podía ver a los muertos también. Fue que comenzó a hacer conciencia de que tanto el hecho de estar encerrada en una celda en un lugar desconocido con un elfo extraño como su carcelero, no superaba el que pudiera ver muertos. Eso, en verdad, le aterraba mucho más, tanto que preferiría la compañía de aquel extraño ser que antes la había visitado.

— ¿Estas... muerta? — se atrevió a cuestionar Sophie, aferrándose al hecho de que no fuera verdadera su conjetura.

Frigg comenzó a reír tenuemente mientras se ponía de pie e iba por el bulto que había a la mitad del lugar, para después volver a su asiento e invitarla a sentar a su lado.

— No — respondió con una dulce voz para después comenzar a deshacer el nudo de aquella tela, tratando de descubrir su contenido. — Por fortuna, no aun.

Dentro, había un pedazo de pan, algo de queso freso y una manzana. La mujer le tendió el pedazo de pan para luego ella tomar un trozo de queso y metérselo a la boca.

— Deberías de comer algo — dijo al no obtener ninguna respuesta por parte de la castaña.

Sophie sacudió su cabeza, intentando dejar de estar ridículamente pasmada frente aquella mujer que parecía disfrutar de aquel queso. Movió con pesadez sus pies, mientras se acercaba a la rubia mujer, la cual parecía haberla visto reaccionar.

— ¿Por qué, entonces, solo yo puedo verte? — preguntó, aceptando el pedazo de pan a la par que se sentaba en el camastro, al lado de la extraña mujer.

Fijó sus ojos en el pan, mientras lo comenzaba a inspeccionar desde todos los puntos posibles, en busca de alguna anomalía que pudiera simular ser algún ataque en contra de su persona. El pan parecía estar en perfectas condiciones, hasta se veía apetecible, pero aun así no pudo fiarse de este.

— ¿Acaso puedes ver muertos? — la pregunta de la mujer la tomó por sorpresa, más sin embargo no se dignó a responderle; ella ni siquiera sabía si eso le era posible. Tras unos instantes, Frigg suspiró, dejando de lado su trozo de queso. — Estoy recubierta con magia, la cual solo le permite a ciertas personas el verme.

— ¿Eres una hechicera?

Ella negó con la cabeza.

— Yo no me hice esto — confesó con un débil tono de voz. Miró su pedazo de queso para después terminar con este con un solo bocado.

Sophie jugueteó con su trozo de pan entre sus dedos. Todo en ese lugar era algo extraño. Pero debió de suponer que todo debía de ser así en Asgard: diferente y extraño.

Soltó un suspiro, para después irse recostando sobre la pared.

— Supongo que eso es una ventaja — le expresó mientras tomaba un pellizco de pan y dudaba entre meterlo en su boca o no.

— Tu ventaja, mi niña, sería que comieras — le regañó mientras le arrebataba el pellizco de pan y se lo conducía a su boca. — Llevas casi dos días inconscientes y necesitas nutrirte bien, por todo.

— Suena como mi madre — mencionó mientras masticaba el pequeño bocado; en realidad, el pan sabia delicioso.

Frigg le sonrió.

— Soy madre de dos jóvenes que fueron unos pillos de niños, se lidiar con la desobediencia — los ojos se le iluminaron a la sola mención de sus hijos, cosa que hizo sonreír a la castaña.

— Es hermoso ser madre, ¿no es verdad? — pronunció con nostalgia mientras tomaba otro pedazo de pan y se lo llevaba a la boca.

— Si, es verdaderamente hermoso — respondió con sencillez. — Pronto experimentaras tu eso, mi niña.

La mirada de Sophia se había comenzado a tornar distraída. El solo pensar que tendría la oportunidad de volver a ser madre le trajo una fresca esperanza de que todo marcharía bien, que aunque estuviera encerrada en aquel lugar, el tiempo que tuviera a su pequeño, o pequeña, dentro de ella, sería el mejor tiempo de su vida, el cual solo se vería remplazado en cuanto tuviera a su hijo entre sus brazos.

Debía de ser fuerte, no podía derrumbarse en ningún momento. Tenía que estar bien, por ella y por su creatura. Pero no podía negar el hecho de que tuviera miedo, aunque solo fuera un picaza, del no saber el que sería de ella mientras estuviera encerrada en aquella celda, al lado de una mujer que no hacía más que tratar de animarla.

Tan adentrada estaba en sus pensamientos que no se había percatado de que los verdes ojos de Frigg se habían posado sobre su vientre, el cual aún no mostraba seña alguna de su embarazo. La mujer le sonrió, en cuanto fue descubierta y le dedicó una dulce y maternal mirada en el momento en que ella abrió grandemente los ojos por la sorpresa. ¿Acaso la mujer sabia de su condición?

— Una madre reconoce a otra madre — y con esas palabras, pudo responder a su incógnita mental.

Sophia comenzó a respirar con mayor velocidad. Si ella pudo darse cuenta posiblemente sus captores también. Le tomó de las manos, presurosa, tras haber dejado de lado el pedazo de pan. Su ojos y su ser, reflejaban el completo terror que sentía por cualquier cosa que pudieran hacerle en caso de que su condición fuera descubierta, no por ella, sino por la creatura.

— Por favor... no diga nada.

Frigg sonrió mientras negaba con la cabeza, para después soltarle las manos y llevarlas a las mejillas de la mortal.

— Nadie puede verme, ¿lo recuerdas? — mencionó la mujer. — He aquí la ventaja de ser invisible.

Sophie liberó su tensión a través de unas ligeras risitas que provocaron aquel comentario. Sage tenía razón, siempre exageraba todo lo malo que le pasaba.

La rubia tomó el pedazo de pan que había dejado de lado y se lo tendió con amabilidad.

— Y ahora, deberías de alimentarte mejor, para después descansar un poco — era la primera vez que su voz sonaba demandante, pero aun así, no perdía su peculiar encanto materno. — Todo por el bien de la creatura...

La castaña le aceptó el pedazo de pan con una sonrisa, para después seguir degustando de aquel alimento. Frigg le tendió los brazos y la fue atrayendo, poco a poco, hasta recostarla sobre sus piernas, tras haber hecho a un lado la servilleta donde estaban los alimentos.

— ¿Cuánto tiempo llevas en cinta? — preguntó la mujer mayor mientras jugaba con los alborotados cabellos castaños de la menor.

— Si acaso, voy por los dos meses, creo — respondió mientras terminaba con su pedazo de pan.

— A penas vas empezando, mi niña — le tomó de la barbilla y se la acarició.

Por más extraño que pareciera, Frigg le inspiraba demasiada confianza. Se sentía muy familiarizada con ella, a pasera de haber intercambiado solo un par de frases sin mucho sentido. Agregándole que cada gesto y caricia le recordaba mucho en la forma de ser de su madre. Podría ser que la mujer a su lado no fuera más que un producto de su imaginación o de algún hechizo, o que realmente fuera otra persona de verdad, que en verdad estuviera ahí y que no fuera visible; pero eso, no le quitaba el hecho de que se sentía en completa paz con aquella mujer, disfrutaba mucho de su compañía y desearía el poder pasar con aquella mujer todo el tiempo que estuviera en aquella celda.

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