Capítulo 8
Dedicado a Letizia_MS
***
—Hola, Charlie —respondí con mi mejor sonrisa—, ¿me extrañaste?
Arrugó la nariz con desagrado.
—Creo que ni tus padres te extrañan, no sé cómo no te han dado en adopción.
Solté una risotada al escucharlo.
—Shhh, vas a despertar a mi madre —dijo y miró hacia la entrada del cuarto—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás borracho?
Incluso yo me sorprendí al reflexionar al respecto. Por primera vez en mucho tiempo, no había bebido ni un trago de alcohol en una noche de juerga. Aun así, estaba tan feliz como si me hubiera fumado todo el jardín de Martín.
—No estoy borracho, Charlie, pero si me ofreces algo para tomar no me molestaría.
—De acuerdo, tengo agua y té. Ah, y también una infusión que ni siquiera me atrevo a preguntarle a mi madre qué rayos le metió. Quizás eso te quite lo tonto y dejes de despertar a personas que pasaron todo un día trabajando a media noche.
—Auch, Charlie, me hieres —respondí sin dejar de sonreír y me llevé una mano al pecho de forma dramática—. Vine por un buen motivo, ¿puedo entrar?
Resopló y se encogió de hombros.
—Si ya estás aquí...
Apenas se movió, me colé dentro de su habitación. Definitivamente me gustaba más su ventana que la mía. Era más amplia y no se me enredaba la ropa al salir o entrar.
Pero las cosas no salieron como esperaba y, cuando lo observé de cuerpo entero, di un respingo y me turbé... porque, sí, Charlie duerme en ropa interior.
La ligera iluminación que entraba por la ventana me resultó suficiente para ver que solo llevaba un bóxer blanco. Tenía muchos más tatuajes pequeños en todo el pecho y también en la espalda. No pude detallar ninguno, y la oscuridad no fue el motivo. Me fue imposible porque las mejillas me ardieron de inmediato y tuve que cambiar la vista. ¿Cómo alguien podía verse tan bien lleno de dibujos coloridos y ridículos?
—¿Y bien? —dijo y levantó una ceja.
Me aclaré la garganta e introduje la mano en mi bolsillo.
—Yo, Seokmin, estoy a punto de convertirme en tu héroe, Charlie —dije y saqué la medalla.
La observó con asombro mientras colgaba de mi mano frente a su cara.
—¿Cómo la recuperaste?
—Fue muy duro —exageré—, pero sentía que debía hacerlo. No podía permitir que perdieras algo que valía tanto para ti.
—De hecho, Rodolfo —respondió con simpleza—, la aposté porque no me importaba perderla.
Todas mis ilusiones se hicieron trizas y cayeron a mis pies.
—¿Qué?
—Es una baratija —volvió a decir—, ni siquiera es realmente de plata.
Debió faltar muy poco para que mi mandíbula rozara el suelo. Miré a Charlie y a la medalla en mi mano. Y luego de vuelta a Charlie y de vuelta a la medalla. Estaba consciente de que no costaba mucho, era solo una cadenita con un dije del símbolo de la paz. De igual modo, pensaba que tenía un valor emocional para él.
—¿Estás de broma? —dije con una mezcla de enojo y decepción—. ¿Fui la camarera personal de esos sujetos por casi tres horas y aguanté volver a ver a todas esas chicas bailando casi desnudas para que ahora me digas que te daba igual perderla?
—En realidad —respondió sin inmutarse—, no es que me diera igual perderla, es que la aposté porque esa era una excusa para deshacerme de ella. Nunca he sido bueno en el póker realmente, apenas sé jugar. Anoche tuve pura suerte.
Resoplé sin poder creerlo.
—¿Sabes qué? ¡Ahora me la quedaré! —repliqué y la devolví a mi bolsillo.
—No.
—¿No qué?
—Que no te la quedarás, es mía —dijo con simpleza.
—A ti no te importa y yo tuve que trabajar para ganármela.
—Por eso, ahora sí la quiero.
Hice una mueca, no comprendía lo que quería decir.
Sin embargo, no me dio tiempo a reaccionar. Caminó hacia mí y metió la mano en el bolsillo de mis jeans. Permanecí inmóvil, sin respirar siquiera. Estaba casi desnudo y tanta cercanía entre los dos me puso un poco —más— nervioso. Uso jeans tan ajustados que le costó sacarla.
—No es justo que te la quedes —dije cuando se separó de mí con la medalla en la mano. Ya no estaba enojado, no lograba molestarme de verdad con él.
—Antes no valía nada —respondió mientras la devolvía a su cuello—, ahora sí.
—¿Por... qué?
Sonrió y se acostó bocarriba en la cama. Como nunca he necesitado invitación para nada, me lancé a la cama también y me acosté a su lado en la misma posición. Puse ambas manos bajo mi cabeza.
—Era de mi padre —explicó.
Giré la cabeza hacia él y lo miré con extrañeza. Su vista estaba fija en el techo.
—¿Cómo es que no te importa, entonces?
—Él y mi madre estuvieron juntos por casi un año. Ella nunca había podido salir embarazada y ya era un poco vieja para eso cuando supo que yo venía en camino. Quería tenerme y él no. Fin de la historia.
—Oh... ¿no lo conoces?
—No. Si a él yo nunca le importé, a mí tampoco me importa su medalla de mierda. Solo empecé a usarla porque me la encontré entre las cosas de mi madre durante la mudanza y me pareció bastante genial.
No había ni rastro de tristeza en su voz, más bien indiferencia. Supongo que no se puede extrañar a alguien que jamás conociste. Yo sí le echo de menos a mi papá porque vive en Corea y solo lo veo un par de veces al año.
—Aún puedo quedármela si tanto la odias.
—No —dijo y me miró—. Anoche perdí la medalla que mi padre le regaló a mi madre cuando eran novios.
Se llevó la mano al cuello y sostuvo el dije.
—Esta es la que tú ganaste para mí. Nunca me desharía de ella.
Escucharlo decir eso me causó un cosquilleo raro en el estómago. Y sonreí como un tonto, como si él no estuviera ahí y no pudiera verme. Poco me importaba todo lo demás en ese instante.
Me devolvió el gesto de una forma casi imperceptible.
—Bien, ya me la diste, así que ya puedes largarte y dejarme dormir, Rodolfo.
—Bah, ¡qué aburrido eres, Charlie!
—Y ¿qué esperabas? Algunos tenemos que trabajar para vivir.
Puse cara de fastidio y me levanté. Tendría que irme, entonces.
—Espera —dijo cuando ya iba a salir por la ventana—. Dame tu teléfono.
Lo saqué de mi bolsillo y se lo entregué. Tecleó algo y después me lo devolvió.
—Ese es mi número, para que a la próxima me consultes antes de pasarte tres horas en peligro de que una mujer se te acerque.
Solté una carcajada tratando de hacer el menor ruido posible.
—¿Sabes que acabas de cometer el peor error de tu vida, no?
—Lárgate de una vez y no me hagas arrepentirme —respondió y sonrió también.
Salí de su cuarto y comencé a caminar rumbo a mi casa. Iba tan feliz que no podía borrar la sonrisa de mi cara. Apenas a una cuadra de allí, grité con todas mis fuerzas y solté una risotada estruendosa. Había trabajado duro, me merecía molestar un poco a los vecinos.
Tomé el móvil y le escribí un par de cosas. Dudé y terminé por borrarlas, mi intención no era pasarme de la raya con él. Finalmente, le envié un emoji de una calabaza. No tenía ningún significado en especial, solo me gustaba por su color naranja. Respondió alrededor de un minuto después con un emoji somnoliento y me mandó al carajo. No obstante, para mí fue como si me hubiera enviado al mismísimo paraíso.
Lástima que no tenía forma de saber que al día siguiente todo comenzaría a complicarse. Quizás en ese caso jamás hubiera ido a verlo, o jamás hubiera siquiera recuperado su medalla.
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