Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7

Dedicado a ItzabellaOrtacelli

***

—Necesito dinero.

Nae levantó una ceja con desconfianza. Sabía que nada agradable debía estar pasando por su cabecita de «hermana-mayor-madre-sobreprotectora».

—Ayer no dormiste en casa y hoy me pides dinero. ¿Acaso estás metido en las drogas?

Martín se ahogó con los cereales que se estaba comiendo descaradamente a nuestro lado en la encimera. Comenzó a toser y tuve que darle un par de puñetazos en la espalda. Lo hice con un poco más de fuerza de la requerida para que entendiera bien claro el mensaje: «Corta el rollo, imbécil».

—¿Estás bien? —le preguntó Nae con preocupación.

Asintió y elevó su pulgar para reafirmarlo. Entonces, ella volvió su atención a mí.

—No te preocupes —le dije—, no estoy metido en nada ilegal.

«Al menos, no esta vez —añadí mentalmente. Lo pensé mejor y rectifiqué—: Bueno, al menos no tan ilegal».

—Es para una buena causa —agregó Martín.

Quise que se callara de inmediato, temí que empeorara las cosas. Sin embargo, noté que Nae suavizó la expresión al escucharlo. ¿Cómo podía creerle a él en lugar de a mí? En realidad, se me ocurrían muy buenos motivos. Pero me sentí ofendido, de cualquier modo.

Nae suspiró profundo y abrió su bolsa. Tomó unos billetes y me los extendió.

—Aquí tienes —me dijo y abrió mucho sus ojos negros—. No te metas en problemas y regresa temprano a casa, ¿entendido?

—Alto y claro. Lo juro —dije y sonreí tanto que mis mejillas dolieron—. Sabes que eres la mejor hermana de la historia, ¿cierto?

—Lo sé, pero cuando lo dices tú pierde credibilidad.

—Oh, Nae —respondí con dramatismo—. Lastimas mi pobre corazón.

Puso los ojos en blanco y sonrió ligeramente.

Con ella nunca funcionan ese tipo de artimañas, pero siempre logro salirme con la mía de algún modo. Supongo que esa noche me ayudó bastante que tuviera que irse con prisa al ensayo. Aunque no me gusta involucrarla en mis líos, Martín estaba tan en la quiebra como yo. En términos de dinero... no teníamos ni cinco dólares entre los dos. Además de que había prometido llevarlo a un club de strippers y pagar por mi cuenta las entradas.

—Bien, nos vemos mañana. Sean buenos chicos, ¿sí?

—Siempre —respondimos Martín y yo al unísono. Nos faltó muy poco para soltar una carcajada delatora.

Ella tomó su violín y finalmente se marchó. Noté que Martín se le quedó mirando más tiempo del necesario.

Fruncí el ceño y agité la caja de cereal en su cara.

—Ey, aparta tus pensamientos lascivos de mi hermana. Es mayor, pero aún no está en tu rango.

—Bah —rezongó—, no me gusta Nae, chino. No la veo de ese modo.

—Sí... tampoco yo te veo de ese modo.

Hizo una mueca de desagrado y continuó engullendo mis cereales.

Mamá bajó poco tiempo después y cenamos los tres juntos. Nos deleitamos inventándole historias sobre nuestras pacíficas salidas de películas y bolos con amigos. Y, por supuesto, esas salidas solo se daban un par de veces a la semana, pues ambos éramos chicos que preferíamos dormir temprano.

Una de las cosas que más me gustan de Martín es que es tan buen mentiroso como yo. Mi única preocupación respecto a él siempre ha sido que le dé por intentar seducir a mi madre. No podría culparlo, ella es hermosa y aparenta tener unos diez años menos de los cuarenta y cuatro que realmente tiene. Pero no lo imagino ni lo quiero de padrastro. Se lo he dejado bien claro en varias ocasiones, sobre todo, después de que ella se divorció de su último esposo hace poco más de un año.

Cada vez que le hacía ojitos mientras conversábamos le daba una patada por debajo de la mesa, que podía traducirse a: «Con mi madre tampoco, pedazo de idiota fetichista».

Después de la cena, subimos a mi habitación y me cambié a mi uniforme de batalla —o sea, me puse ropa apta para salir de noche—. La camiseta de Martín estaba tan desgastada que delataba que había corrido desde su cama hasta mi casa, así que le presté el más grande de mis jerséis. Le quedaba ajustado, pero serviría. No es mi culpa que mida casi dos metros y que yo apenas pase de uno setenta.

La noche estaba fresca, a pesar de que estábamos en verano. No nos tomó mucho llegar caminando al club. No podíamos darnos el lujo de pagar un taxi y mamá dice que soy tan irresponsable que no me dejará tener un auto hasta que pueda pagarlo con mi propio sueldo. Sí, estoy jodido.

Una vez dentro, me escudé tras Martín para no tener que mirar tan de cerca los peligrosos traseros. Él, por otro lado, se sentía como si acabara de entrar a Disneylandia —para los degenerados—. Me costó halarlo hasta el pasillo donde estaba la sala de las apuestas. No podía perder de vista mi objetivo. Martín es tan intimidante que el guardia ni siquiera nos preguntó para dejarnos entrar. 

Busqué con la mirada entre las mesas hasta que localicé a mi futuro adversario. Me volteé hacia Martín y lo halé por el cuello para hablarle al oído:

—Ahora pon tu mejor cara de pandillero. El que buscamos es aquel gordo.

—¿El de las manos peludas?

Asentí y él lo miró con una expresión amenazadora. Me sentí complacido.

Caminé hasta el tipo con mi escolta siguiéndome y me detuve frente a su mesa.

—Hola —dije.

Nadie pareció escucharme. Estaban demasiado inmersos en el juego y tuve que esperar unos minutos a que terminaran. Entonces, lo intenté una vez más en un tono de voz más alto.

—¡Hola!

El tipo me miró, finalmente. Sonrió de un modo retorcido.

—¡Pero miren a quién tenemos aquí! ¿Viniste por la revancha, chinito?

—No —respondí con mi voz más masculina y con una seguridad más fingida que mi heterosexualidad hasta los dieciséis—. De hecho, vine a recuperar mi medalla.

El gordo soltó una risotada.

—Pues, perfecto —exclamó—. Únete a la partida.

Miré el hueco que me hicieron en la mesa y me vi obligado a relajarme y dejar a un lado mi papel de «jefe de la mafia de coreanos en la ciudad» o algo así.

—Jamás en la vida he jugado —confesé—. De hecho, hasta ayer no sabía que esto era póker.

Todos en la mesa me escrutaron con desconcierto. El gordo se rascó la cabeza un instante.

—¿Cómo piensas recuperar la medalla, entonces? —preguntó.

—Puedo trabajar —dije y me encogí de hombros—. ¿No necesitan a alguien que les traiga los vasos y esas cosas?

La noche anterior había notado que las camareras solo servían en el salón principal, los jugadores debían comprar sus propias bebidas.

Los miembros de la mesa se miraron entre ellos y terminaron por asentir.

—Si tanto quieres la medalla, me parece un trato justo que seas nuestro camarero personal esta noche. Así se sentirá un poco más exclusivo el sitio.

Los demás concordaron y sonreí de la satisfacción. Vi que el gordo miró por encima de mi hombro y recordé que Martín seguía ahí.

—¿Y tú? —le preguntó el hombre con escepticismo—. ¿Apostaste algo que quieras recuperar?

—Oh, no —respondió Martín con simpleza—, yo solo vine por las strippers.

—Buena elección, hijo —dijo el hombre y le lanzó una mirada de aprobación.

Resoplé y me puse manos a la acción.

En realidad, no fue tan difícil trabajar para ellos. Solo debía encargarme de barajar las cartas cuando iban a comenzar una nueva partida y de mantener sus vasos llenos de alcohol mientras jugaban. Tuve que dar varios viajes hasta la barra, eso sí, pero pasaba casi corriendo por frente a las bailarinas y me concentraba en los tragos que tenía que pedir para ellos.

No obstante, me llevé la sorpresa de mi vida como a la tercera vez que regresé a la habitación. La mesa tenía un nuevo integrante: Martín. El muy cabrón estaba jugando con ellos como todo un profesional y, no solo eso, sino que para colmo comenzó una racha impresionante de unas seis partidas ganadas. Cuando iba a comenzar la séptima, todos los miembros coincidieron en que era hora de echarlo de la mesa o los dejaría en la quiebra. Eran buenos tipos, después de todo, trabajadores como otro cualquiera que simplemente habían caído en el vicio del juego.

Ni siquiera habían pasado tres horas desde que llegamos cuando el gordo se levantó de su asiento y caminó hacia mí.

—Aquí tienes, muchacho —me dijo y metió la mano en su bolsillo—. Hiciste un gran trabajo, te la mereces. Además, tu amigo es un buen tipo.

Su aliento me indicó que ya estaba bastante alcoholizado, pero intenté mantener una expresión neutral.

—Tienes suerte —añadió—, hoy estuve a punto de regalársela a mi hija.

Me alegró que no lo hubiera hecho, y estoy bastante seguro de que mis ojos brillaron cuando vi la pequeña medalla plateada en mis manos. Jamás en mi vida me sentí tan orgulloso de algo.

Solté una risa eufórica y casi abracé al gordo. Casi, porque lo reconsideré y decidí que con darle las gracias era suficiente.

—¡Martín! —lo llamé, intentando localizarlo.

No obstante, estaba demasiado ocupado viendo a las chicas del tubo. Fue bastante fácil dar con él.

—¡Aquí estás! —grité para que me escuchara por encima de la música.

—Ahora no, chino —respondió y me hizo un gesto con las manos para que lo dejara en paz.

—Recuperé la medalla, ya podemos irnos.

—¿Qué? —replicó con incredulidad—. Pagamos la entrada, pienso quedarme hasta el final.

Yo no compartía la idea con él, me sentía bastante desubicado allí dentro.

—Bien, quédate, entonces. Yo me iré.

—Largo, aguafiestas. Nos vemos por ahí.

—Por cierto —dije con enojo y lo golpeé en un brazo—, ¿por qué diablos no me dijiste que eres un maldito genio del póker?

—Tú no preguntaste.

Solté un bufido.

—Eso me hubiera ahorrado tres horas de trabajo —repliqué.

—¿Y crees que me perdería la oportunidad de verte sirviéndole a los demás?

—¡Oh! —exclamé con una risa maliciosa—. ¡Eres cruel, Martín P.!

Su expresión divertida cambió de repente y pasó a ser una de hastío. Su segundo nombre siempre ha sido su punto débil.

—¿En serio quieres ir ahí? —preguntó.

—Te perdonaré esta vez —respondí, deleitándome con su sufrimiento—, pero solo porque me acompañaste.

Respiró con alivio y yo di un paso para marcharme. Sin embargo, me detuvo y sacó su billetera. Di un respingo al ver la cantidad de dinero que había ganado en tan poco tiempo y entendí por qué lo habían mandado a volar. Yendo y viniendo de la barra no pude ver casi nada mientras él jugaba.

—Toma esto —sacó unos cuantos billetes—, devuélvele el dinero a Nae.

Los conté en mis manos.

—Esto es más de lo que ella me dio.

—No importa, quédate el resto. Nos lo ganamos con trabajo honrado.

Ambos reímos y le di unas palmadas en la espalda.

—Ese es mi chico. ¡Buen provecho! —grité y finalmente me escabullí hacia la salida.

Era hora de visitar a Charlie.

Decir que casi corrí hasta su casa sonaría un poco exagerado, pero me faltó muy poco, en realidad. Quería verlo cuanto antes y mostrarle que tenía su medalla de regreso.

Al llegar, me salté su valla y rodeé la vivienda para alcanzar la ventana de su habitación. Mi único temor era que aún no hubiera regresado, porque eran apenas las doce. En ese caso, lo esperaría.

Me incliné y toqué suavemente el cristal. No hubo respuesta, así que volví a hacerlo.

—Charlie... —susurré.

Me pareció curioso que, por primera vez, no estaba causando escándalo para molestar a los vecinos. Mis prioridades habían cambiado un poco.

—Charlie —intenté de nuevo con más fuerza.

Salté de emoción cuando escuché algo de movimiento dentro.

En unos segundos, vi su sombra acercarse a través del vidrio. Apartó la cortina y me observó con incredulidad, como si no supiera si mi presencia era parte de un sueño. Porque, sí, su expresión y su cabello desordenado indicaban que acababa de despertarlo. No me sentí culpable en lo absoluto, ser molesto es parte de mi naturaleza.

—¿Rodolfo? —dijo con una voz más aguda que de costumbre, la misma con la que me había hablado esa mañana—. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro