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Capítulo 6

Dedicado a Dark_Princessss16

***

No sé exactamente qué estaba soñando, solo sé que me tomó bastante reaccionar y darme cuenta de que mi teléfono no paraba de sonar. Abrí un ojo y después el otro. No reconocía nada a mi alrededor y no tenía muy claro dónde diablos estaba.

Sentí una punzada en la cabeza y necesité volver a cerrar los ojos un instante. Lo segundo que sentí fue un dolor bastante molesto en el trasero, y quizás fue eso lo que me hizo recordarlo todo de golpe. Abrí los ojos y traté de incorporarme en la cama. Noté un brazo ajeno sobre mi pecho y lo moví con cuidado.

El insistente timbre de mi teléfono seguía sonando. Extendí el brazo y comencé a tantear el suelo. Se me había caído al acostarme.

Finalmente, lo tomé.

Di un respingo al ver que tenía diecisiete llamadas perdidas de Nae.

—Mierda... —musité. El bulto a mi lado se movió. Lo ignoré.

Iba a marcar de regreso, pero una nueva llamada entró. Contesté de inmediato.

—¿Nae...? —susurré con algo de temor.

—¡¿Dónde diablos estás, Park Seokmin?! —gritó ella al otro lado.

Mi hermana jamás se enoja por ningún motivo, tiene una paciencia infinita, ni tampoco dice malas palabras. Supongo que lograr cosas imposibles como hacerla gritarme y maldecir es otra de mis «virtudes».

—Puedo explicarlo...

—¡Pues quiero una excelente explicación de por qué carajos no viniste a dormir a casa anoche! ¡Se suponía que te fuiste a la cama temprano! ¿Sabes cómo estaba nuestra madre al saberlo? ¡¿Tienes una idea, acaso?! ¡Tuve que decirle que Martín vino a buscarte tarde y que dormiste en su casa! ¡¿Me oyes?¡ ¡Tuve que mentirle a mamá por tu culpa!

Y ella nunca miente. Jamás. Estaba metido en una bien gorda.

—Y-ya casi voy... —respondí—. En veinte minutos estaré ahí, lo prometo.

Colgué de inmediato sin darle tiempo a replicar. La cabeza me quería explotar. Beber y trasnochar con una herida en la frente no había sido una buena idea. Lo tendría en cuenta la próxima vez.

Miré la hora y volví a dejar el teléfono en el suelo. Eran casi las ocho, no había dormido ni tres horas. Suspiré profundo y me senté en la cama. Eché un vistazo alrededor.

Debo admitir que la habitación me gustó bastante, a pesar de que le faltaba decoración. Solo tenía la cama, una mesita de noche donde había un millón de cosas amontonadas y un armario —que debía usarse poco, porque la mayor parte de la ropa estaba tirada por el suelo—. Podía notarse que el dueño llevaba muy poco tiempo en ella.

Sin embargo, olía muy familiar. Desde las sábanas hasta los objetos, todo tenía un aroma dulce y suave que me cautivaba. Olían a él.

Me volteé y observé los mechones verdes que sobresalían bajo la almohada.

—Charlie... —susurré—. Me voy a casa.

Él se movió y balbuceó algo ininteligible.

—¿Qué? —pregunté.

Se giró y gruñó sin abrir los ojos:

—Largo...

Esa vez sí lo comprendí y solté una risilla.

—Me encantó pasar la noche contigo, por cierto.

—Sal por la ventana... —balbuceó y señaló con un dedo hacia donde él pensaba que quedaba la ventana—. Mi madre no puede saber que dormiste aquí...

Hice una mueca de desagrado de solo pensarlo. A mí tampoco me agradaba la idea de ver a su «agradable» madre tan temprano.

Me levanté de la cama y la habitación me dio un par de vueltas. Tenía tanta sed que me parecía que las llamas del infierno ardían en mi garganta. Caminé en calcetines hasta llegar a donde había tirado mis botas y me las puse. Luego recogí mi teléfono y abrí la ventana.

Lo miré por última vez mientras dormía plácidamente envuelto en la sábana. Una de sus botas estaba debajo de la cama y la otra ni se la había quitado.

«Dios...», pensé y me restregué los ojos. Hasta que no desayunara no lograría inventar una mentira coherente para justificar dónde había pasado la noche. Esa es una de las pocas cosas que jamás hago a menos que lo avise con antelación. Nae y mi madre se ponen histéricas.

Por suerte, la casa de Charlie solo tenía un piso y no tuve que saltar desde ningún sitio. Aunque fue probablemente su madre la única que no me vio salir. Recuerdo que el tipo de al lado casi pasa la podadora por la carretera porque se entretuvo viéndome y se le pasaron los límites de su jardín. Me importó lo mismo que me importaba todo: un carajo. Y, sí que debía lucir como la mierda en ese momento.

Cuando llegué a casa tuve que aguantar que Nae me gritara por más de veinte minutos. No respondí nada porque sabía que me lo merecía —y porque mi cerebro aún no se había reiniciado por completo—. Una vez que se desahogó, me preparó chocolate caliente y me dio un calmante para el dolor de cabeza. Después, me pasé todo el día durmiendo.

En realidad, Charlie nunca me apostó en la mesa de póker. Fue solo la más cruel y mejor broma que me habían jugado en mi vida. Pero perdió todo el dinero que tenía encima, y también tuvo que darle al tipo una medalla de plata que llevaba en su cuello para saldar la deuda. Luego nos pasamos un par de horas más tomando cerveza barata con el poco dinero que me quedaba. En el estado en que terminamos, yo no era capaz ni de pronunciar mi nombre, así que él me permitió quedarme en su casa.

Esa tarde no dejé de pensar ni un momento en él y en su medalla. Quizás era algo especial y lo había perdido. Y quizás también estaba un poco loco, pero decidí llamar a Martín y pedirle que fuera a casa con urgencia.

Llegó sofocado.

—¿Qué ocurre? —preguntó con preocupación apenas le abrí la puerta—. ¿A quién hay que partirle la cara?

Miré hacia adentro y cerré tras de mí. Mi madre y Nae estaban arriba, pero no quería arriesgarme.

—Ayer dormí en tu casa —aseguré.

Hizo una mueca de desconcierto.

—¿En serio?

No me extrañaba en lo absoluto que no fuera capaz de recordarlo.

—Así es... en tu cama... —dije con seriedad—. Y eso no es todo...

—Chino, no estoy para tus bromas —respondió. Sin embargo, su expresión indicaba que no tenía idea de si yo estaba bromeando o no.

—Te aprovechaste de mí, Martín.

—¡¿Qué?!

Dio un paso hacia atrás y yo le lancé una mirada acusadora.

—No parabas de quejarte de que esa tal... ¿Julia? Bueno, no parabas de quejarte de que ella no te hacía caso, y yo estaba intentando consolarte. Una cosa llevó a la otra...

Se tensó por completo al escucharme y llegué a pensar que tendría un colapso nervioso.

—No es cierto —negó con la cabeza varias veces—, no recuerdo nada de eso.

—Yo sí —dije con simpleza y me encogí de hombros—. Y, honestamente, estoy un poco decepcionado. Me fui antes que despertaras porque tenía mucho que procesar... o no, no era «tanto» después de todo.

Puso una expresión de horror y entonces ya no pude resistirme: solté una risotada burlona. Él estaba muy enojado y me miró como si quisiera estrangularme. 

—¡Imbécil! —exclamó—. ¡¿Me hiciste correr hasta aquí por gusto?!

—¿Qué? ¿Preferías que fuera verdad?

—¿Estás de broma? ¡Por supuesto que no!

—Bien, en realidad, te llamé porque necesito tu ayuda para algo.

—¿Mi ayuda? ¡¿Qué te hace pensar que te ayudaré después de toda esta mierda?!

—Bueno —volví a encogerme de hombros—, la historia está bastante convincente. Me pregunto qué dirán en la facultad al saber que el Martín, «el semental», se tiró al chino.

—Oh, ¡tú realmente quieres morir, pedazo de idiota! —gritó y me sostuvo por el cuello del jersey que llevaba.

Solté otra carcajada.

—¿Ves, Martín? Esto es justo por lo que necesito tu ayuda.

Me las arreglé para que me soltara. Él me miró con cara de desconcierto y soltó un bufido.

—¿Ahora qué rayos quieres? —preguntó.

—Necesito que me acompañes a un lugar. Hay algo que tengo que recuperar.

—¿Y qué pinto yo ahí?

—Tú, mi querido Martín —puse ambas manos en sus hombros y lo observé como si fuera un boxeador y yo su entrenador—, vas a ser quien me cuide la espalda.

—Ay, Dios —se quejó—. Eso suena terrible.

—Bien, puedes cuidarme el frente si lo prefieres.

—¿Dónde rayos quieres meterte, chino? —preguntó, preocupado.

—En un lugar donde, si voy solo, me secuestrarán, me matarán, venderán mis órganos y me violarán. En ese orden —enfaticé.

En realidad, no era ni remotamente tan terrible, pero no me apetecía volver solo al sitio de las apuestas. Ni tampoco quería enfrentarme solo a los traseros enormes con los que tendría pesadillas durante un buen tiempo.

—Pues, no cuentes conmigo —respondió y se dio media vuelta.

Pensaba largarse, así que pronuncié las palabras mágicas:

—Es a un club de strippers y te pagaré la entrada.

Se giró como si nada hubiera ocurrido.

—¿Esta ropa está bien para entrar?

—Perfecta —respondí con una sonrisa maliciosa.

No pensaba volver sin traer la medalla de Charlie conmigo. La recuperaría, así tuviera que vender a Martín.

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