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Capítulo 27

Dedicado a teresafranco750

***

A veces nos toma un segundo decidir algo que puede cambiar el curso de nuestras vidas. Esa decisión me tomó incluso menos. Sin embargo, logró que todo se fuera cuesta abajo. Si tan solo me hubiera marchado esa noche con Martín como planeaba, hubiera evitado mucho dolor. Jamás hubiera vuelto a ver a Charlie y quizás Nae lo hubiera superado todo más rápido. Quizás yo también lo hubiera superado.

Pero no lo hice.

Entré por su ventana como si nada hubiera pasado y sin saber todo lo que esa pequeña acción desataría. Di un par de pasos en la habitación. Me sentía algo incómodo y cohibido. Por otro lado, él parecía emocionado y también algo nervioso.

Había un par de cajas abiertas en el suelo y un millón de cosas regadas sobre la cama y el suelo. Pulseras desteñidas y rotas, pendientes sin pareja, CDs, cuadernos de notas amarillentos. Ciertamente su madre coleccionaba muchos trastos. Cada vez dudaba menos que tuviera una momia o una cabeza metida en formol en algún lugar de la casa.

—¡Guau! —exclamó mirando dentro de la caja.

—Ey, no grites —dije con preocupación—. Tu madre puede darse cuenta de que estoy aquí contigo.

—Nah, está viendo la tele. La casa podría caerse y no lo notaría.

—Si tú lo dices...

Miré hacia la puerta. No estaba tan seguro de eso.

—¡Mira esto! —dijo con emoción.

Hice una mueca de desagrado al ver lo que tenía en la mano. Era un viejo atrapasueños probablemente del siglo antes pasado que parecía haber sido hecho con las plumas de un cuervo muerto.

—¡Ugh! Saca esa cosa de mi vista.

Lo acercó mucho más, hasta hacerme retroceder.

—¡Pero si es toda una reliquia! —dijo con cara de burla.

—¿Una reliquia? ¡Probablemente tu madre lo haya usado para hacerle un amarre a alguien! Deberías dejar de tocar eso.

Soltó una carcajada divertida.

—No seas idiota —dijo—. Está hecho con las técnicas originales, no es decorativo como los de ahora.

—Sabrá tu madre entonces para qué se usaban esas mierdas cuando ella era joven.

Nunca me ha gustado ser supersticioso, pero a veces no me lo ponen nada fácil.

—Vale, vale —respondió finalmente con un tono burlón y lo devolvió a la caja—. ¿Cómo puedes ser tan gallina, eh?

—Bah, cuando saques de esa maldita caja de Pandora algún maleficio que te convierta en un hurón, entonces no te quejes. Además, ¿alguna vez te ha perseguido una gallina enojada? Créeme, son aterradoras.

Rio por lo bajo y siguió rebuscando entre las cosas de la caja.

Me acerqué para husmear también. Para eso me había invitado, ¿no? Tomé un pequeño cofre de madera que llamó mi atención y lo abrí. Chillé horrorizado al ver su contenido.

—¡Sabía que tu madre hacia cosas macabras!

—¿Qué?

—¡Son dientes! —exclamé—. ¡Son dientes humanos! Dios, ¿a quién se los habrá arrancado? ¡Es un monstruo!

Charlie me observó en silencio con una ceja levantada.

—Rodolfo... —dijo con escepticismo—. ¿Sabes que esos son mis primeros dientes, no?

—¡¿Qué?! ¿Qué tipo de ser perturbado guarda ese tipo de cosas?

—No seas ridículo. —Resopló y puso los ojos en blanco—. Es una vieja costumbre. Conozco a muchas personas que lo hacen. Es un recuerdo de la infancia de sus hijos.

—¡Pero es asqueroso! Y raro. «Muy» raro.

Me miró de reojo con incredulidad y luego negó con la cabeza, dándome por incorregible.

—¿Sabes qué más sí es muy asqueroso y raro? —contraatacó—. ¡Orinarse en la entrada de casas ajenas!

Me llevé la mano al pecho y fingí estar herido.

—Me lastimas, Charlie —dije con dramatismo—. Si para eso me trajiste aquí, es mejor que me vaya.

Rio al escucharme.

—No seas tonto —dijo—. De hecho, hay algo que quiero mostrarte. Lo encontré hace un rato.

Debo confesar que sentí curiosidad al verlo ir hasta su armario y buscar entre sus cosas. Volvió con una pequeña cámara de fotos instantáneas de color negro. Nunca había visto una hasta ese momento, así que mi asombro fue auténtico. Se la quité de las manos.

—¡Oh! —exclamé—. ¿Esto también es de tu madre?

Asintió, emocionado.

—Ni siquiera recordaba que la tenía. La había visto solo una vez hace años.

—¿Funciona? —pregunté mientras intentaba comprender cómo se encendía.

Se encogió de hombros.

—Supongo que sí, solo no estoy seguro de que le quede papel de fotos dentro, o como se llame esa mierda. Sí recuerdo que mi madre tenía varias fotos de ese tipo tomadas con esta misma cámara. Deben andar por algún lugar.

Se dio vuelta y comenzó a rebuscar entre lo que quedaba en el fondo de la caja.

—No enciende. ¿Tienes baterías nuevas?

—Eh... —Lo pensó por un momento—. Sí, creo que por aquí hay algunas.

Revisó en su armario nuevamente y encontró un paquete en el que quedaban dos sin usarse.

—Son de control remoto —explicó—, pero deben servir.

Me las entregó y me apresuré a colocarlas en su sitio. Estaba entusiasmado como si tuviera ocho años.

—¡Sí sirve! —grité con emoción.

—¿En serio? —Se acercó para ver.

Estaba un poco dañada, pero aún podía verse bien la pequeña pantalla. Señalé con un dedo.

—Creo que esto indica la cantidad de fotos que puede hacer todavía.

—¿La probamos? —preguntó.

Me separé de él y llevé la cámara a mi ojo. El lente rayado apenas me permitía verlo.

—Venga —dije con diversión—, dame una pose sexy.

Arrugó su naricita de una forma adorable y me sacó el dedo medio. Reí mientras tomaba la foto.

Corrimos como dos tontos a ver si realmente se imprimía la imagen. Abrimos mucho los ojos al ver que sí lo hizo. Una parte del papel estaba dañada y no tenía mucha nitidez, pero igual funcionaba.

—Después de ti, esto es lo mejor que tu madre ha tenido en su vida —me burlé agitando la foto en mi mano.

—Dame eso —dijo y me quitó la cámara.

Pasó su brazo sobre mi hombro y me atrajo hacia su cuerpo. Posicionó la cámara frente a nosotros para tomar una especie de selfi. Fingí que no noté lo cerca que estábamos uno del otro, aunque estaba consciente de cada uno de los dedos sobre mí y del calor tan acogedor que desprendía. Su simple olor me resultaba una tortura.

—Dame tu mejor sonrisa de mierda —dijo y acercó su rostro al mío hasta que nuestras mejillas se rozaron—. Y no lo arruines, solo quedan dos.

Obedecí. Sonreí ampliamente, tanto que mis mejillas dolieron y mi piercing fue totalmente visible. Sonreí justo como solía hacerlo cada vez que me sentía incómodo por algo y recurría a la ironía como única escapatoria. Sonreí como si mi hermana no estuviera llorando en casa, como si él no fuera el jodido amor de mi vida y como si lo nuestro pudiera hacerse realidad al menos en un universo paralelo.

Sentí el clic de la cámara. Me moví un poco de inmediato, su cercanía me dificultaba respirar. La segunda foto también se imprimió. Charlie sonrió complacido al ver que tenía mejor calidad que la primera. Una parte de su cabello se había cortado y yo me veía un poco más que él, pero podía vivir con eso. Mis labios se curvaron en una sonrisa al comprobar que también hizo una mueca en lugar de reírse. Eso de las sonrisas fotogénicas no era lo nuestro.

—Aún queda una —dije—, ¿no quieres guardarla para otro momento?

—No —respondió—. No quiero guardar nada para después, el futuro es muy incierto.

Me miró con tanta intensidad que tuve que desviar la mirada. Mis nervios regresaron, quizás ya debía irme. Eso era lo más sensato.

—Eh... bien, supongo que debes escoger en qué usarla.

—Ya sé en qué usarla —afirmó con tranquilidad y volvió a subir la cámara como si fuera a tomarse una selfi en solitario.

—De acuerdo. Adelante, entonces.

Me dispuse a retroceder y darle su espacio, pero su agarre en mi hombro no me lo permitió. Me tomó desprevenido y no tuve tiempo de reaccionar antes de que volviera a atraerme hacia su cuerpo. La diferencia es que esta vez no fue su mejilla la que chocó de lado contra la mía: fueron sus labios. Sobre los míos.

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