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Capítulo 26

Dedicado a ACSS2SSAC

***

—¿M-mamá? —pregunté, intentando ocultar mi nerviosismo.

¿Dónde estaban mis habilidades actorales cuando tanto las necesitaba? No ahí, evidentemente.

—Hola, cariño —respondió ella con una serenidad alarmante. No obstante, lo remató con una pequeña sonrisa de cortesía y se dirigió a Charlie—. ¿Cómo estás, Charlie?

—Eh... bien. Estoy bien, ¿y usted?

—Un poco cansada —dijo y apoyó su portafolios en la mesa—, pero nada que un baño caliente y la cena no resuelvan. ¿Ustedes ya cenaron?

Charlie asintió con la cabeza. Seguía perplejo, y también yo. Esperaba que nos acusara de un momento a otro y que me castigara de por vida o me echara de casa. Aunque quizás exageraba un poco, mamá no es así.

—Yo no —respondí con cautela—, te estaba esperando.

—Bien, no tardaré mucho. ¿Dónde está Nae?

—Arriba —respondí y tragué en seco—, terminando de arreglarse para la celebración de esta noche.

Asintió.

—Llegaste más temprano hoy —añadí en un tono bajo.

—¿Temprano? —Sonrió con los labios cerrados—. No, cariño, llegué a la hora de siempre. Quizás estás confundido con el horario porque Nae aún está en casa.

—Sí, debe ser eso —musité y miré al suelo. Quería que se abriera y me tragara.

Mamá se quitó la chaqueta de su traje azul claro y la dobló sobre su brazo. Luego volvió a tomar el portafolios y caminó hacia la puerta. Pensé que eso sería todo, pero se volteó justo antes de salir.

—Por cierto, ¿te ocurre algo en el rostro, Charlie?

«¿Además de estar tan rojo que parece que explotará?», añadí mentalmente.

—Eh... —comenzó él.

—Tenía una mancha de maquillaje —solté sin pensar. Ambos me miraron con extrañeza—. Es decir, de cuando Nae lo saludó al llegar... Le estaba ayudando a quitársela.

—Sí, eso me pareció —dijo mamá y aún no estoy seguro de si su tono estaba sugiriendo algo más—. Pero el agua y el jabón funcionan mejor que solo frotar.

—Lo tendré en cuenta —musité, seguramente de una forma muy parecida a la de los sospechosos en medio de un interrogatorio con la policía.

—Bueno, nos vemos en un rato. Fue un gusto verte, Charlie. Le diré a Nae que se apresure.

Al verla subir las escaleras, sentí que el alma me volvió al cuerpo. Comencé a hiperventilar y se me aflojaron las piernas. Necesité apoyarme en la encimera. Ni siquiera lograba pestañear.

—Lo vio todo —afirmé, aterrado.

—¿Qué? —Charlie negó con la cabeza, aunque él tampoco lucía convencido—. Hubiera dicho algo.

—Lo vio. Lo sé.

—Eso no tiene sentido.

—Conozco a mi madre, nos vio. Solo no estoy seguro de por qué no dijo nada.

Resopló y se agitó el cabello.

—Deja la paranoia —dijo—. Ya basta, no vio nada.

Suspiré profundo y me repetí que todo estaba bien. Mamá hubiera dicho algo de habernos escuchado, ¿no? ¿Qué sentido tenía callárselo? Todavía no lo sé.

En el resto de la noche, apenas pude pronunciar palabra. Seguía aterrorizado y esperaba que mamá me pidiera respuestas en cualquier instante. Sin embargo, no lo hizo. Ni cuando Charlie y Nae se marcharon ni cuando cenamos juntos.

Mi mente estaba buscando una explicación lógica de manera desesperada. Terminé por creer que ciertamente no había escuchado nada.

El siguiente amanecer también llegó para torturarme. Hui de Nae todo el día y solo me escurrí como un cachorro asustado cuando comprobé que ella se había marchado de casa. No podía soportar escucharla canturrear de felicidad sabiéndose una violinista consagrada y una novia amada. Porque solo tenía razón en la primera parte. Y era mi culpa.

Mientras ella estaba fuera esa noche, bajé con la manta y me abrigué junto a mamá en el sofá. Jamás lo hacía, siempre me iba de juerga con Martín o me encerraba a jugar. Incluso esos días se sentían lejanos desde que la culpa no me dejaba ni respirar en paz.

Mamá me observó con extrañeza.

—¿Qué te ocurre, cariño? —preguntó mientras me arropaba entre sus brazos como si aún fuera un bebé.

—Nada —mentí e intenté sonreírle—. Llevamos mucho tiempo sin hacer nada juntos. Pensé que podríamos ver la tele.

—Cariño, creo que la última vez que accediste a ver la tele conmigo tenías diez años.

Rio con una mezcla de ternura y diversión al recordarlo. Y también yo sonreí, porque ella tenía razón.

—Ese día tiré sin querer un jarrón antiguo de la abuela —susurré.

Me acarició el cabello y me atrajo más hacia ella.

—Eso también lo recuerdo —murmuró con su voz reparadora de cuando Nae o yo estábamos tristes—. Pero todos rompemos cosas de vez en cuando. Tenemos que aprender a vivir con eso y seguir adelante.

No dijo nada más. Yo tampoco hablé. Me limité a descansar en su regazo y a tragarme las lágrimas que no podía soltar. Que no merecía soltar.

Ya había vuelto a mi cuarto cuando escuché ruidos en el pasillo alrededor de la media noche. Nae estaba de regreso.

Me levanté de la cama y tomé una gran bocanada de aire intentando tragarme el nudo de la garganta y de paso desintegrar la pesada roca que parecía tener en el estómago. Me revolví el cabello y pretendí que tenía cara de sueño, a pesar de que parecía haberme tomado dos litros de café. Caminé descalzo hasta la puerta de su habitación. La luz se colaba por debajo, así que toqué.

—E-entra —respondió con voz temblorosa.

Cerré los ojos con fuerza y maldije por lo bajo antes de atreverme a abrir.

Estaba organizando compulsivamente su cuarto, que siempre —incluido ese momento— estaba impecable. Hubo un detalle que no pasé por alto: la chaqueta negra que Charlie solía usar descansaba sobre el atril de las partituras. ¿Acaso no se lo había dicho?

Abrí la boca para decir algo, pero lo reconsideré.

—¿C-cómo fue la salida? —me atreví a preguntar.

Se volteó hacia mí y pude ver su rostro enrojecido y sus ojos húmedos. El corazón me dio un vuelco y sentí ganas de vomitar.

Me rodeó y cerró la puerta. Luego regresó y permaneció de pie frente a mí. Sus manos temblorosas no paraban de jugar con la costura inferior de su blusa.

—Rompió conmigo... Charlie rompió conmigo, Seokmin.

Entonces, comenzó a llorar sin control, y me vi obligado a abrazarla y sostenerla en mis brazos. Me sentí tan hipócrita en ese instante que su tacto quemaba. Ya no eran los brazos delgados que siempre me ofrecían calma y protección. Eran unos brazos desechos que no paraban de temblar a causa de mi egoísmo.

—D-dijo que me quiere mucho —susurró con dificultad—, pero que su corazón le pertenece a alguien más... Que no podía seguir conmigo, aunque entre ellos nunca podrá pasar nada...

Cerré los ojos y la abracé más contra mi pecho. Una lágrima se me escapó al escuchar su desgarradora confesión.

—Él ama a alguien más, Seokmin, ¿lo entiendes? Charlie nunca me amó. Yo lo sabía, pero me dije a mí misma que algún día lo haría... Soy una tonta, Seokmin, soy una tonta a la que nada en el amor le sale bien... Sabía desde el principio que no debí ilusionarme así. Lo sabía.

Sin darme cuenta, sollocé. Nae se separó un poco para mirarme a los ojos con preocupación. Pero ya era muy tarde, yo también estaba llorando.

—¿Seokmin? —susurró, alarmada—. ¿Estás bien? ¿Por qué lloras?

Incluso en medio de su dolor se preocupaba por mí. ¿Cómo podía ser capaz de mirarla a los ojos?

—Lo siento... —dije—. Lo siento tanto... No mereces que te pase algo así... Odio verte sufrir de ese modo.

Sonrió entre lágrimas.

—No llores por eso —respondió y tomó mi rostro entre sus delicadas manos—. Yo... yo estoy muy triste, ¿sabes? Mucho. Pero puedo comprenderlo, tampoco es culpa de Charlie. Es imposible controlar lo que sentimos. Mírame a mí, pequeño, siempre supe que no debía ilusionarme con él y lo hice, de cualquier modo. No llores, estaré bien. Lo juro.

Sin embargo, sus palabras parecieron abrir el grifo dentro de mí, porque fue entonces cuando no logré controlarme. Si no fuera un cobarde le hubiera contado todo en ese momento; le hubiera gritado que me odiara, que había sido yo el responsable de su sufrimiento.

Pero no lo hice. Solo pude quedarme y llorar a su lado. Fui el mismo mentiroso e hipócrita de siempre, ese que lo destruye todo a su paso y luego no es capaz siquiera de pedir perdón.

—¿Seguirán siendo amigos? —pregunté entre sollozos cuando al menos logré hablar. Estábamos sentados en su cama.

Negó con la cabeza.

—No creo que nos veamos nunca más —dijo con voz derrotada—. Será mejor así.

Asentí y me abracé a mí mismo con las piernas encogidas. Sería justo como Charlie había dicho: ninguno de los dos volveríamos a verlo. Quise echarme a llorar una vez más, pero inhalé profundo para evitarlo. Solo que no tenía idea de lo que Nae me pediría a continuación.

—Necesito que me hagas un favor. —La observé con escepticismo. ¿Qué podía ser? —. Él... él me dio su chaqueta. La noche estaba más fresca de lo que pensé. Le dije que tú se la llevarías.

—¡¿Qué?!

El aliento se me atascó en la garganta.

—Solo será un segundo, se la dejas y ya. Te pasaré su dirección.

—Pero, Nae, yo—

—Por favor... no me hagas tener que hacerlo yo —suplicó—. No quería quedarme con ella, pero él insistió.

Al ver su mirada pesarosa, me vi obligado a acceder. Solo sería un segundo, nada que no pudiera manejar, ¿no? No podía negarme sabiendo que mi hermana parecía un alma en pena por mi causa. Quizás incluso se la dejara a su madre y ni tuviera que verlo.

El único problema es que me tomó tres días reunir el valor para decidir ir a su casa. Pasé horas enteras mirando fijamente la chaqueta mientras reposaba sobre mi escritorio junto al libro que él me había regalado. Incluso cuando me vi frente a su valla, pensé desistir. Era solo una tontería, ni siquiera tenía que hablarle. ¿Por qué formaba tanto espectáculo solo por devolver una prenda de ropa? Tal vez, porque una parte de mí siempre supo que no sería tan sencillo.

Era casi de noche, y luego de eso había quedado con Martín para verme obligado a irme con rapidez. Y también porque quizás necesitaría una buena juerga para olvidarlo todo. Llevaba semanas sin salir, la última vez había sido la noche de nuestro primer y único beso. Ya era hora de crear recuerdos nuevos para remplazar esos. Consideré incluso enrollarme con alguien esa noche para borrarlo de mi cabeza... Pero ¿a quién quería engañar? Me había vuelto tan patético que ni siquiera me entusiasmaba la idea de salir a divertirme.

¿Cómo podía pensar en diversión mientras mi hermana seguía deshecha en casa pretendiendo que se sentía mejor y mientras el chico al que deseaba con cada partícula de mi ser siempre sería una persona prohibida para mí?

El karma me estaba sacando bien en cara que merecía sentirme como la mierda.

Tomé una enorme bocanada de aire al pararme frente a su puerta. Después de semanas sin estar ahí, me atreví a tocar.

Como era de esperarse, me abrió su adorable madre. Se sorprendió al verme y puso su mejor expresión de empacadora de productos cárnicos humanos —en caso de que existiera un trabajo así, sería suyo sin lugar a dudas—. El plan de entregarle la chaqueta quedó abortado de inmediato.

Sonreí tanto que mis mejillas dolieron. La educación siempre por delante.

—Buenas tardes, señora. ¿Charlie se encuentra en casa?

—Para ti, Charlie nunca estará en casa —gruñó y cerró de un portazo tan fuerte que me despeinó.

—Gracias —musité con ironía y sin dejar de sonreír.

«Bien —me dije—, no te queda otra opción».

Rodeé entonces la casa hasta detenerme frente a la ventana de Charlie. Si hubiera estado abierta, probablemente hubiera lanzado la chaqueta dentro y escapado como perseguido por el Diablo. Por desgracia, no era el caso. Las cortinas también estaban cerradas, pero permitían ver la luz proveniente desde el interior. Debía estar ahí.

Alcé la mano para tocar en el cristal y volví a bajarla. Y repetí ese proceso unas cuatro veces. Quería correr lejos de allí y saltar sobre Martín para que me abrazara en su pecho hasta el amanecer. O bueno, no exactamente de ese modo, pero sí quería escapar.

«Al carajo, no seas cobarde», pensé finalmente y toqué de una vez. No podía dilatarlo más. Si se demoraba más de treinta segundos, me largaría. Me temblaba desde el estómago hasta las piernas.

Pero Charlie abrió las cortinas mucho más rápido de lo que planeé, justo como si me hubiera estado esperando. No tuve escapatoria. Nuestras miradas se cruzaron y la suya se iluminó. El idiota que vive en mí también se emocionó al verlo, y siempre ha sido él quien toma control de mí cada vez que me enfrento a algún momento decisivo. Ese no fue la excepción.

Charlie abrió con rapidez.

—Sabía que eras tú el causante del portazo, Rodolfo —susurró y sonrió de un modo casi imperceptible—. Nadie se atreve a volver a casa después de que mi madre lo echa la primera vez.

Me encogí de hombros.

—Supongo que entre gente desagradable nos entendemos —respondí.

Soltó una carcajada y negó con la cabeza. Luego se hizo un incómodo silencio entre ambos. Le extendí su chaqueta.

—Vine por esto. Nae me lo pidió.

—¿Cómo... está? —preguntó, dudoso.

—Mal, pero se repondrá.

Asintió y suspiró con resignación.

Insistí con un gesto para que tomara la chaqueta y lo hizo. Debía irme cuanto antes.

—¿Quieres pasar?

Abrí mucho los ojos ante su pregunta.

—Eh... Martín me está esperando.

—Oh... comprendo —respondió, derrotado—. Lo decía porque últimamente tengo más tiempo libre, ya sabes, menos trabajo en el teatro, y decidí organizar unas cajas que me quedaban pendientes desde la mudanza. Buscando entre los objetos olvidados de mi madre encontré un par de cosas geniales, y no tengo a quién mostrárselas... Pensé que podrían interesarte, pero es una tontería. No te preocupes. Saluda a Martín de mi parte.

Retrocedió y se dispuso a cerrar la ventana.

—Charlie —lo llamé. Aún no tengo muy claro por qué lo hice.

—¿Sí?

—Eh... vale, creo que puedo quedarme unos minutos.

Y, de todos los errores que pude haber cometido, ese fue sin dudas el peor.

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