Capítulo 22
Dedicado a anadokja
***
Como el universo me odia, amanecí con fiebre y gripe al día siguiente. Me sentía fatal y no quería salir de la cama. No obstante, le dije a mamá que no se preocupara y se fuera a trabajar, que no era tan grave. Creo que lo más difícil fue justificar por qué diablos tenía gripe sin haberme mojado en la lluvia. Opté por contar que me quedé dormido con la ventana abierta y que el agua me salpicó... aunque mi cama queda a casi dos metros de distancia. En fin, mamá debió creerme porque sabe que la buena suerte no es lo mío.
Como si eso no bastara, Nae comenzaría los ensayos diurnos esa mañana y no regresaría hasta el mediodía. Tendría que valerme por mi cuenta porque no tenía valor para suplicarle que se quedara porque me iba a morir enfermo, triste y solo. Sobre todo, solo. Ella me hizo un té y se fue a toda prisa. Tuve que conformarme con eso, porque sabía que ya tenía suficiente con todo el estrés de la presentación.
No llevaba siquiera una hora solo cuando comencé a sentir escalofríos. Sabía que la fiebre me estaba aumentando y debía controlarla. Suspiré profundo y me incorporé en la cama. Todo el cuerpo me dolía.
Abajo había píldoras que me servirían para bajarla. El problema era buscarlas por mi cuenta. Inhalé con fuerza y logré ponerme en pie. Comencé a caminar descalzo hasta llegar a la escalera y bajarla muy despacio. Sentí una pequeña alegría infantil al llegar a la cocina y sacar la cesta de primeros auxilios.
«Soy todo un hombre independiente, mamá», pensé con orgullo. No obstante, apenas tomé un vaso para llenarlo de agua, sentí que llamaron a la puerta. ¿Estábamos esperando a alguien y no lo recordaba? Quizás era algún cobrador, mamá se encargaría de eso luego.
Retomé lo de la píldora, pero insistieron una vez más. Resoplé con enojo y la coloqué sobre la encimera. ¿No me dejarían tomarme la jodida medicación para dejar de sentirme enfermo y miserable y poder sentirme solo miserable?
Con otro esfuerzo, llegué a la puerta. Y me arrepentí de inmediato al abrirla.
«Lo que me faltaba», me dije y solté un bufido.
—Buenos días —me saludó Charlie con las manos en los bolsillos de sus jeans.
—Tu novia no está en casa —respondí con mal humor.
Intenté cerrar con rapidez, pero me lo impidió atravesando un pie. Se coló dentro. En mi estado, me di por vencido sin siquiera tratar de impedirlo.
—Lo sé —dijo y cerró la puerta—, esta vez no vine por ella.
—No me interesa por qué viniste —respondí y di media vuelta. No pensaba prestarle atención.
—Luces como la mierda.
Bufé.
—Así me pone ver tu cara tan temprano.
Soltó una risilla y comenzó a seguirme escaleras arriba.
—Quiero hablar contigo —dijo.
—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Todo está dicho.
Dio una vuelta y me rodeó para impedir que siguiera avanzando hacia mi habitación. Si pensaba que me encerraría al llegar... estaba en lo correcto.
—Te equivocas —dijo con seriedad—. Al menos yo sí tengo algo importante que decirte.
Me sentía tan agotado que estaba a punto de tirarme ahí en el suelo frente al baño. Mis ojos se sentían pesados y todo el cuerpo me ardía.
—Lárgate, Charlie.
—No. No me iré sin hablar contigo.
—¿Acaso no puedes dejarme en paz de una vez? —Mi voz sonó como una súplica.
Bajó la mirada y suspiró.
—Te dejaré en paz después de hoy, Rodolfo. Lo juro. Solo dame una oportunidad de hablar.
—¿Sabes qué? Yo ya no te creo.
Quizás era mi malestar general, pero lo que menos me apetecía era compartir el mismo oxígeno que él. Quería que se fuera, su presencia me hacía más daño.
—Por favor.
—No —fue mi última palabra.
Di un paso para alejarme y llegar a mi habitación. Sin embargo, él no me permitió continuar. Me tomó por el brazo y me haló hasta el interior de la habitación más cercana: el baño.
—¿Qué rayos crees que haces? —me quejé.
—Necesito decirte algo y no me iré sin hacerlo —respondió mientras cerraba y ponía el seguro. Se recostó de espaldas a la puerta para impedirme abrirla.
—¡Déjame en paz, Charlie! —le grité con mis últimas fuerzas—. ¡Juro que si no te mueves de esa maldita puerta yo—
La fatiga no me permitió seguir profiriendo mis amenazas. Su rostro se tornó preocupado.
—¿Estás bien? —preguntó, observándome con detenimiento.
—¿Eres ciego, acaso? ¡Por supuesto que no estoy bien! ¡Estoy enfermo por tu culpa!
—¿Qué? —preguntó, confundido—. ¿Por mi culpa? ¿Y qué es lo que tienes?
—Solo muévete, Charlie —imploré.
Lo dudó un instante, pero finalmente se quitó de mi camino. Lucía derrotado, y a mí me valía todo una mierda. Solo quería volver a mi cama y morir ahí. Tomé el pomo de la puerta e intenté quitar el seguro.
—Maldición —musité al ver que no salía. Estaba atorado.
Comencé a forcejear con el pomo. ¿Qué diablos le pasaba a esa maldita puerta?
—¿Necesitas ayuda ahí? —preguntó.
—¡Claro que no! Yo puedo sol—
Entonces sentí el «crack» y mi mano se apartó abruptamente de la puerta. Apreté el puño para comprobar mi aterradora suposición. Sí, el pomo seguía estando entre mis dedos.
Miré hacia abajo con horror solo para comprobar que, en efecto, había mandado a volar la única oportunidad de que saliéramos de esa estrecha y sofocante habitación. La ventana era demasiado pequeña como para que cupiéramos, y dudaba que patear la puerta hasta que abriera fuera una buena idea. Lo otro era pedir ayuda, y creo que mis vecinos me dejarían quemarme dentro de la casa si ese fuera el caso. Me aman, sin dudas.
Apoyé la frente a la madera y exhalé con resignación.
«Genial», pensé. Esa era la segunda vez que me quedaba con Charlie dentro de un cuarto de baño. Y la anterior no había terminado demasiado bien.
—¿Cuál es el plan B? —preguntó.
—Probablemente asesinarte con esto a sangre fría... —susurré, moviendo el pedazo de metal en mi mano, y después lo coloqué sobre el lavabo.
Me di la vuelta y me dejé caer muy despacio al suelo. Ya podía hacerme la idea de que me iba a morir ahí. Nae tardaría un par de horas en regresar.
Él también se sentó en el suelo frente a mí. Lucía avergonzado.
—Lo siento. No tenía idea de que estabas enfermo... Y tampoco quería que esto pasara.
—Ya da igual... —respondí en un susurro. Luego nos vimos envueltos en un silencio tan denso que me asfixiaba.
Apoyé la cabeza hacia atrás y abracé mis piernas contra mi pecho. Llevaba un jersey de mangas largas, pero el frío me estaba torturando. Bastaron un par de minutos para que comenzara a temblar ligeramente sin poder evitarlo.
—¿Estás... temblando? —preguntó de repente con la nariz arrugada.
—No. Estoy vibrando porque me está entrando una llamada —respondí y solté una risa burlona algo débil.
—Idiota. —Sonrió también—. En una escala del uno al diez, ¿cómo te sientes?
—Te odio.
—¡Oh! —exclamó con ironía—. Debe ser por lo menos un once, porque ya comenzaste a alucinar.
En realidad, entre el frío y el malestar estaba a punto de desmayarme.
—¿Por qué...? —repliqué, débilmente—. ¿Crees que no puedo llegar a odiarte?
—No lo creo. Estoy seguro.
—Guau... cuánta confianza en ti mismo...
Sonreí un poco, o al menos lo intenté. Bajó la mirada.
—No es confianza en mí mismo —susurró—. Tú mismo lo dijiste, ¿recuerdas? El universo te puso en mi camino para darle color a mi vida...
Tuve un breve recuerdo de nuestra conversación aquel día y un pequeño sentimiento de nostalgia me invadió. No podía haber imaginado el modo en el que todo se complicaría. Me abracé con más fuerza.
—Tú odias el naranja, y ese es el único color que puedo darte... —susurré.
Sonrió y me miró a los ojos. Me costaba enfocarlo, mi vista estaba borrosa.
—Quizás en estas semanas he descubierto que el naranja no está tan mal, después de todo.
—Entonces... gané yo... Charlie...
Acercó su mano a la mía con cautela.
—Yo... quería decirte que—
Cortó sus palabras apenas me rozó.
—Estás ardiendo —afirmó con seriedad.
—¿Esa es... tu manera de decirme que... estoy bueno? —Solté una risilla débil.
—¡No seas tonto! —exclamó y se acercó con rapidez para poner una mano en mi frente—. ¡Estás ardiendo de la fiebre! Oh, Dios, ¿qué podemos hacer? ¡A este paso vas a convulsionar aquí dentro!
Se levantó de inmediato y comenzó a rebuscar entre los cajones. Yo sabía que era en vano.
—Las... píldoras... están abajo... —dije en un suspiro.
—¡Maldición! —exclamó, alarmado—. Tenemos que bajarte la fiebre.
Me encogí de hombros de un modo casi imperceptible. Apenas podía mantener la cabeza elevada.
—Pues será del modo tradicional —dijo después de un momento, como si acabara de tener una revelación.
Ni siquiera me dio tiempo a preguntar, se agachó un poco y me tomó en sus brazos.
—Ch-Charlie —intenté quejarme, pero terminé por envolver los brazos alrededor de su cuello.
—Shhh.
—¿Qué piensas...?
Sin embargo, comprendí sus intenciones de inmediato al notar que me depositó en la bañera. Me aterré. Solo lograría bañarme sobre mi cadáver.
—¡No, no, no! —dije e intenté salirme.
Me sostuvo con fuerza.
—Ni lo pienses, no te dejaré morir aquí.
—¡Déjame morirme en paz!
Las fuerzas que no tenía me salieron de algún lugar y empecé a forcejear con él. No permitiría que me mojara con esa maldita agua helada.
—¡Seokmin! —me reprendió y siguió luchando por mantenerme dentro de la bañera—. ¡Deja de comportarte como un bebé!
—¡Vete a la mierda, Charlie!
Estaba decidido a salirme de ahí, aunque no tuviera forma siquiera de irme del baño. Entonces, se hartó de mi berrinche.
—¡A la mierda con esto! —dijo, enojado.
Se quitó los zapatos con una mano y los lanzó a un lado. Y se metió a la bañera conmigo. Se subió a horcajadas sobre mí mientras yo seguía luchando por zafarme. Con una mano me aguantó y con la otra abrió el grifo.
Chillé cuando el chorro de agua cayó sobre mí. Estaba tan helada que sentía que me quemaba la piel. No podía torturarme de ese modo.
—¡S-suéltame! —exigí, temblando.
Aún no me daría por vencido. Necesitaba que ese suplicio terminara. No dejaba de moverme y de patalear, tanto que él también se estaba empapando de la cabeza a los pies.
—¡Deja de moverte, maldita sea!
—¡No!
—¡Quédate quieto de una maldita vez, pedazo de imbécil! —gritó y acercó más su rostro al mío—. ¡Estoy a nada de golpearte!
Su expresión me indicó que hablaba en serio. Estaba enojado y a punto de perder el control. Una vez más, había usado mis virtudes para lograr cosas que parecían imposibles, como sacar a alguien tan calmado como Charlie de sus cabales y hacer que amenazara con golpearme.
Me detuve.
El único movimiento que provenía de mí era el temblor involuntario a causa del frío. Lo miré a los ojos mientras el agua no dejaba de correr sobre mi cabeza y mi cuerpo. Era una bañera pequeña, y él estaba sentado a horcajadas sobre mí. Empapado y enfadado. Su mano izquierda seguía en el grifo; la derecha estaba apoyada sobre mi pecho. Solo una delgada capa de tela mojada la separaba de uno de mis pezones perforados. Su flequillo verde se le pegaba a frente a causa del previo chapoteo. Sus mejillas pecosas estaban sonrojadas a causa del esfuerzo. Y sus ojos oscuros estaban clavados en mi rostro.
Permanecimos en silencio. Realmente había poco que decir.
Estoy bastante seguro de que él también percibió el cambio radical en la atmósfera que nos envolvía. El malestar físico pasó a un segundo plano en mi mente. Solo podía enfocarme en su cuerpo sobre el mío y en lo cerca que estaban mis labios temblorosos de los suyos.
Mi pecho subía y bajaba con dificultad, al igual que el suyo. Sin poder evitarlo, bajé la mirada hasta las venas marcadas del brazo que me sostenía. Los colores de sus tatuajes brillaban mucho más a causa de la humedad.
Luego miré más allá, al punto en el que nuestros cuerpos más se estaban tocando.
«Mierda», me dije. Necesitaba dejar de temblar. Tenía que hacerlo. La fricción entre ambos tenía que ser nula, o las cosas se tornarían incluso más incómodas. Sin embargo, mi cuerpo no me obedecía.
Abrí ligeramente los labios y un suspiro ahogado salió de mi garganta.
«Muévete», quise decirle, pero no lo logré. Aunque no tuve que hablar, porque él decidió hacerlo por su cuenta. Prefiero pensar que fui el único que sintió todo ese revuelo de emociones en ese instante.
Cerró el grifo y se separó lentamente de mí. Con mucho cuidado, se sentó con la espalda pegada al lado contrario de la bañera y con las piernas abiertas. Solo de ese modo cabíamos los dos. Bajó la mirada y se aclaró la garganta.
—¿C-cómo te sientes? —preguntó.
—Mejor... —susurré sin mirarlo y encogí las piernas de la manera más sutil que pude.
Estaba a un suspiro de que mi cuerpo hiciera evidente cómo me sentía en realidad. Además de abrumado, eso sí.
—Supongo que funcionó, entonces. —Me tocó un pie de repente. Me sobresalté y me encogí mucho más—. Al menos ya no estás tan caliente.
«Habla por ti, idiota», pensé.
Asentí.
—Cuando salgamos de aquí debes tomarte alguna píldora, de cualquier modo. Creo que las infusiones también funcionan. O quizás debas ir al doctor.
Negué con la cabeza.
—Esto me pasa todo el tiempo. —Mi voz estaba un poco más ronca que de costumbre. Quizás era por la gripe—. No puedo mojarme en los aguaceros.
—Pero lo de tener sentido común no es lo tuyo, ¿eh? —dijo. Una pequeña sonrisa desganada se dibujó en sus labios, pero desapareció con la misma rapidez.
—Aún falta bastante para que Nae llegue.
Suspiré al pensar en lo incómodo que estaría todo ese tiempo hasta que pudiera salir de ahí y cambiarme de ropa. Él también tendría que cambiarse. A pesar de que era mi culpa, no lo sentía en lo absoluto. Nadie lo había obligado a hacerlo.
—Sigues temblando —dijo con cierta preocupación.
—Estoy empapado y la única ropa disponible la tengo a punto de fusionarse con mi piel —repliqué con cierta molestia—. Así que, sí, Charlie, estoy muriendo de frío.
Eso era más que obvio.
Resopló.
—¿Acaso prefieres que te hubiera desnudado?
Lo miré con los ojos muy abiertos.
—¿Qué? ¡Por supuesto que no!
—Bien, en eso estamos de acuerdo —afirmó. Solté un bufido al escucharlo—. Si no te hubieras comportado como un bebé malcriado, quizás mi ropa estaría seca y ahora podrías ponértela.
—No quiero tu ropa.
—Pasa frío, entonces.
Me encogí de hombros y apoyé la cabeza en el borde de la bañera. Permanecimos en silencio unos minutos. Solo se escuchaban nuestras respiraciones, y la mía era un poco caótica todavía a causa de los temblores, que poco a poco iban disminuyendo.
En algún punto, rompí en una carcajada.
—¿Se puede saber qué diablos te pasa ahora? —preguntó, confundido.
En realidad, ni yo sabía exactamente qué me causaba tanta risa, pero no podía detenerme.
—¿Acaso la fiebre te está haciendo alucinar? ¿Debo abrir el grifo de nuevo?
Negué con la cabeza.
—Todo esto es ridículo —dije cuando logré calmarme un poco—. Mientras más lejos quiero mantenerme de ti, más conspira todo a nuestro alrededor para que no lo logre.
Resopló, pero luego sonrió también.
—Eso mismo he estado pensando desde el día en que nos conocimos, Rodolfo. Me alegra saber que no soy el único.
—Míranos ahora, obligados a pasar tiempo juntos. Lástima que es el baño y no el clóset, quizás así te sentirías más cómodo.
Levantó una ceja al escuchar mi chiste malicioso.
—¿Por qué tendría que sentirme a gusto en el clóset, Rodolfo?
—No lo sé, tú dime —repliqué con burla.
—Yo nunca he estado en el «clóset», si a eso es a lo que te refieres. Esa idea me parece bastante ridícula, el clóset es para guardar ropa.
—Ah, ¿sí? ¿Y cómo le llamas tú a la vergüenza que te causó reconocer aquella noche en voz alta que te gustaba un chico?
Entonces, fue él quien soltó una carcajada de diversión y se inclinó un poco hacia delante. Sus ojos me observaron con un brillo retador.
—¿Sabes qué, Rodolfo? Tú no me conoces en lo absoluto. ¿Qué te hizo pensar que me sentí avergonzado porque eres un chico?
—¿Y por qué fue? —repliqué con escepticismo—. Según recuerdo, además de avergonzado, también estabas aterrado.
—Es cierto, pero no por lo que crees —admitió y me evitó con la mirada. Suspiró profundo—. Al principio, eras mi único amigo en la ciudad, y luego supe que también eres el hermano de Nae... No es como si pudiera ocurrir algo entre nosotros, por eso me aterró comprobar que... ya sabes, que sentía algo más que amistad por ti.
En eso tenía razón. Me molestaba reconocerlo.
—¿Entonces, por qué simplemente no te lo callaste desde el principio?
—No lo sé... Supongo que porque el sentimiento nunca había sido recíproco... y una parte de mí no pudo evitar fantasear sobre cómo sería...
—¿De qué hablas, Charlie? —pregunté, confuso—. ¿Quieres decir que... ya te había gustado algún otro chico antes?
Sonrió mientras observaba mi expresión de sorpresa.
—Te lo dije una vez y creíste que estaba bromeando, Rodolfo. Desde que tengo memoria siempre me han gustado las personas, así de simple. Me da igual su género.
Creo que mi mandíbula estuvo a punto de tocar el piso de la bañera. Siempre pensé que Charlie no era más que otro chico indeciso sobre su sexualidad.
—Charlie, ¿tú siempre has sido abiertamente bisexual?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro