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Capítulo 21

Dedicado a KarinDiazPerez

***

Negué instintivamente con la cabeza.

—No —dije con incredulidad—. No puedes estar haciendo esto.

—Es la verdad —respondió, derrotado.

—¡Tú no puedes hacer esto! —grité.

La impotencia y el enojo no hacían más que aumentar en mi interior. ¿Cómo podía decir que quería a mi hermana y al minuto siguiente confesar que yo le gustaba? Acababa de escuchar lo que más había deseado que dijera desde el día en que nos conocimos. Sin embargo, lo odié por eso.

—¡Eres un imbécil! —exclamé.

Me le acerqué con rapidez y lo empujé por el pecho. Retrocedió un par de pasos, pero no dejó de observarme con una mirada de consternación.

—Lo siento —susurró.

—¡¿Qué diablos sientes?! ¿Ser una mierda de persona que puede jugar con mi hermana y conmigo a la vez?

—¿Qué? —Pareció herido—. Mi intención nunca ha sido jugar con ninguno de los dos.

—¿Y qué es esto? —exclamé con ironía—. ¿Me dices qué rayos es esto que estás haciendo?

—¡Escúchame, Seokmin! —dijo y me tomó por los hombros.

Me separé con violencia.

—¿Seokmin? ¿Ya no soy más Rodolfo?

—Seokmin, Rodolfo, ¡me da igual, solo escúchame! —pidió. Luego, en un tono más bajo, agregó—: Por favor...

Tomé una enorme bocanada de aire intentando tranquilizarme.

—Bien, ¿qué es lo que tanto quieres decir? Suéltalo de una vez.

Asintió y suspiró profundo.

—Solo vine para dejar las cosas claras entre nosotros. Te lo debía desde lo que hice anoche... Ya te lo dije, yo realmente quiero a tu hermana y estoy decidido a hacer bien las cosas con ella.

—No sé a qué le llamas tú hacer bien las cosas.

—A que lo dejemos todo como está.

—A que pretendamos que nada ocurrió, ¿no? —pregunté con amargura.

—Sí —afirmó. Bajó la mirada e inhaló audiblemente—. Lo que estoy sintiendo no estaba en mis planes, Seokmin. Cuando te conocí ya había comenzado algo con Nae, y ella no merece que le haga esto... Supongo que con el tiempo lograré superar lo que siento por ti... y también espero que podamos olvidar todo esto y volver a ser amigos.

Quisiera decir que Charlie estaba fingiendo en ese instante, que sus palabras estaban vacías. Sin embargo, sonaba realmente sincero y arrepentido. A diferencia de mí, él no era un mentiroso.

¿Es posible querer a dos personas a la vez? Sí, solo que la balanza siempre se inclina más hacia una de ellas, y la única forma de que ese cariño se convierta en amor es dejando ir a la otra.

Charlie acababa de tomar su decisión.

Mi lado egoísta y obstinado no quería darse por vencido y aprovechar esa pequeña ventana que su confesión me había abierto. Mi otro lado, por el contrario, se alegró de que escogiera a Nae. Lo nuestro no podría hacerse realidad nunca. No éramos más que las personas correctas en la situación equivocada. Si lo hubiéramos aceptado desde ese momento, nada se hubiera salido de nuestro control.

Herido y frustrado, me recompuse como tantas veces lo había hecho y me revestí de esa calma que tan bien se me daba fingir.

—Pues, no hay ningún problema, entonces —dije con frialdad—. Si se trata de olvidar, eres solo tú el que tiene que hacerlo. Yo ya me acostumbré a la idea de que nada pasó entre nosotros.

Asintió con la vista fija en el suelo.

—¿Sabes qué? —añadí, como si me diera igual lo que él sentía—. Esta situación tuvo un lado positivo, después de todo: comprobé que no me gustas tanto como pensaba. Es más, ya no me importas en lo absoluto, Charlie. Lo único que espero de ti es seas capaz de hacer feliz a mi hermana, al menos hasta que ella comprenda que se merece a alguien mucho mejor que tú. Alguien que, como mínimo, no la vea como una opción.

Su expresión delató lo mucho que lo afectó escucharme. Abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla luego de un instante y se limitó a asentir. Eso fue suficiente para que yo diera por terminada la conversación y diera media vuelta para alejarme de él. Quizás mis palabras fueron mucho más crueles de lo planeado, pero nunca he sido capaz de controlarme a la hora de herir a las personas.

Esa noche, llegué a casa ahogándome con mi propio llanto y odiándome como nunca antes. Si estaba haciendo lo correcto, ¿por qué me costaba tanto aceptarlo?

Los días siguientes fueron una tortura. Hice hasta lo imposible por no tropezar con él cuando iba a recoger a mi hermana, y su evidente decisión de cumplir sus palabras facilitó mi objetivo. Pensé en volver a bloquear su número, pero la verdad es que no necesité hacerlo. No intentó comunicarse conmigo ni una vez.

Llevábamos casi una semana sin saber nada uno del otro. Parecía que tendríamos éxito si de alejarnos se trataba. Sin embargo, Nae lo invitó a cenar a casa y no hubo forma de postergar más nuestro encuentro. Quise inventarme alguna escusa y no estar presente en la cena, pero si lo hacía estaría contradiciendo mis propias palabras y demostrándole que aún me importaba. Tenía que ser fuerte, eso era lo mejor para todos.

Recuerdo que era una tarde lluviosa, para colmo, y siempre he detestado la lluvia con todas mis fuerzas. Cuando escuché movimiento abajo, supe que había llegado. Me senté en el borde de la cama, me restregué los ojos y tomé una bocanada de aire. Mi indiferencia tenía que salir lo más natural posible para que él se convenciera de que ya lo había superado y mantuviera la distancia. Ya había comprobado que eso de ser amigos no funcionaría.

Bajé muy despacio las escaleras, casi aferrándome a cada paso que me acercaba a él. Estaba en el comedor ayudando a Nae a organizar la mesa. Hice mi mayor esfuerzo por no fijarme en su cabello verdoso y en la mariposa tatuada en el dorso de su mano. Ni tampoco en sus pecas adorables y en esos labios que habían estado unos segundos sobre los míos. Si lo miraba de frente, perdía.

Cuando notó mi presencia se quedó inmóvil. No obstante, salió con rapidez de su congelación y siguió colocando los platos.

—Hola, Seokmin —dijo y fingió una sonrisa.

Un escalofrío me recorrió al escucharlo pronunciar mi nombre una vez más. ¿Acaso no podía llamarme Rodolfo como de costumbre? Era más sencillo inventarle una excusa a Nae para el nombre que soportar ese tormento.

—Hola, Charlie —respondí con desinterés y me volteé hacia mi hermana de inmediato—: ¿Necesitas ayuda con algo Nae?

Ella se volteó con una sonrisa divertida.

—Guau, tú brindándote para ayudar, ¡eso sí que es nuevo!

Intenté devolverle la sonrisa y tomé el bol del asqueroso kimchi que llevaba en las manos para ponerlo en la mesa. Al parecer, cada vez que él fuera a casa prepararían esa aberración culinaria.

—Supongo que a veces la gente cambia frente a nuestros ojos sin que lo notemos, Nae —respondí—. Por eso, no debemos asumir nada sobre los demás.

—¿Se puede saber de qué hablas, eh? —preguntó Nae con una sonrisa y negó con la cabeza dándome por incorregible—. Creo que pasas demasiado tiempo frente al ordenador.

Noté por el rabillo del ojo que Charlie se me había quedado mirando. Podía darme por satisfecho.

Poco después, se nos unió mi madre y nos sentamos los cuatro a la mesa. Por desgracia, Charlie estaba justo frente a mí, pero me aseguré de no levantar la cabeza ni un segundo. No me pillaría mirándolo ni una vez.

La cena comenzó con la charla de Nae sobre su futura presentación en el teatro, estaba cada día más cerca y también comenzarían a ensayar de día. Mamá estaba muy feliz al respecto, y también Charlie. Por otro lado, yo me limité a decirle que no se preocupara porque todo marcharía perfecto, y luego devolví la vista a mi comida. Los frijoles estaban más interesantes que nunca.

El problema vino cuando el teléfono de la casa comenzó a sonar.

—¿Quién podrá ser a esta hora? ¿Acaso no pueden respetar la hora de cenar? —se quejó mamá y se levantó—. Ustedes sigan, iré a contestar.

—Hay gente insensible por naturaleza —musité con fingida inocencia.

Charlie se aclaró la garganta. Quizás yo estaba demostrando «demasiado» lo maduro y «superador» que era.

—¡Nae! —llamó mamá desde el salón—. ¡Es de la orquesta, cariño!

—Oh —dijo ella y se levantó con prisa.

«Mierda», me dije. Nos habían dejado solos.

—¿Acaso todo será así de ahora en lo adelante? —me preguntó Charlie en un tono bajo de voz.

—¿Así cómo? —cuestioné con ironía.

—Ignorándome. ¿Solo fingirás que no estoy aquí?

—Es que para mí no lo estás, Charlie —respondí con simpleza.

Bufó.

—¡Qué maduro! —musitó con la nariz arrugada.

—¿Tú me vas a dar lecciones de madurez? ¿En serio? ¿No eres acaso el que besó al hermano de su novia?

—Pensé que ya lo habías olvidado —contraatacó.

Sentí mis mejillas arder del enojo. Cada vez lo odiaba más.

—En realidad, no me importa, que no es lo mismo que olvidar. Es mejor.

Lo miré con hostilidad para reafirmar mi punto.

—Si no te importara lo tomarías con madurez —dijo, pero fingí que no lo había escuchado y seguí comiendo—. Somos adultos, podemos al menos tener una relación amistosa.

Su nuevo intentó también fracasó. Estaba decidido a ignorarlo. Y él a hacerme prestarle atención.

—Ya te dije que lo sentía —susurró una vez más—. ¿Qué diablos quieres que haga? No puedo cambiar lo que ya pasó.

Ante mi silencio, perdió la paciencia y me golpeó suavemente con un pie por debajo de la mesa. Moví mi pie y me llevé otro bocado a la boca con calma.

Sin embargo, volvió a hacerlo. Carraspeé y me acomodé en la silla. No quería que ninguna parte de mi cuerpo estuviera en contacto con el suyo. Y quizás mi máscara flaqueó por un momento, porque él se dio cuenta de que estaba consiguiendo molestarme.

Su pie hizo contacto con el mío por tercera vez. En lugar de darme otro golpecito, en esa ocasión simplemente lo dejó ahí. El roce me estremeció, y decidí que ya era demasiado. ¿Acaso ese imbécil pensaba que podía hacer lo que se le diera la gana conmigo? Había cruzado mis límites.

Me levanté de la silla con tanta fuerza que todas las vasijas se estremecieron sobre la mesa. Estaba decidido a gritarle todo lo que tenía atorado en la garganta. Entonces, fue cuando noté las expresiones de desconcierto de mamá y de Nae desde la entrada del comedor. ¿Cuántas cenas seguidas podía arruinar?

Pero ¿qué es lo mejor de ser un mentiroso innato? Que siempre tengo una solución bajo la manga, aunque cada una sea peor que la anterior.

Comencé a toser sin control. Incluso me llevé la mano al pecho para reafirmar mi punto de que me estaba ahogando. Nae y mamá corrieron a auxiliarme; Charlie se limitó a observar la escena con seriedad sin mover ni un músculo.

—¡Seokmin! —dijo mi hermana con voz llorosa.

—¡Oh, Dios, Seokmin! —exclamó mamá con horror y me golpeó en la espalda para que soltara lo que supuestamente se me había atorado—. ¿Puedes respirar? ¡¿Cariño, puedes respirar?!

Cuando me harté de mi espectáculo, disminuí la tos y asentí. Para mí es muy sencillo sonrojarme, así que el esfuerzo para fingir la tos hizo todo el trabajo.

Las expresiones de consternación de mi madre y mi hermana me indicaron que estaban a punto de llamar a urgencias y de echarse a llorar. Sí, sé que me voy a ir directo al infierno con un boleto V.I.P.

—Es... estoy bien... —susurré y me tomé un sorbo de agua—. Ya se me pasó...

Mamá estaba pálida. Al parecer, incluso yo he subestimado mis dotes actorales cuando se trata de salvar mi propio pellejo. Y, claro, eso fue lo mejor que se me ocurrió cuando las vi observándome y esperando que formara otra de mis exhibiciones «arruina-momentos-importantes».

—Me iré arriba —dije en voz baja y aún sobándome el cuello—. No tengo deseos de comer más nada. Lo siento.

—¿Seguro que te encuentras bien? —preguntó mamá con preocupación—. Si quieres podemos ir a urgencias para que te revisen.

—No es necesario, mamá. Solo fue un susto.

—No entiendo cómo te ocurrió eso —dijo Nae mientras revisaba mi plato. Parecía sentirse culpable—. Me aseguré que todo estuviera cortado en trocitos pequeños.

—No te preocupes, Nae. En ocasiones soy algo torpe.

Ella asintió, aunque no lucía demasiado convencida. La conozco tan bien que sé que sentía que había hecho algo mal. Y, para variar, yo era el causante.

—No es tu culpa —le susurró Charlie y tomó su mano.

Decidí marcharme lo más pronto posible. Ya había tenido suficiente. No obstante, la voz de Charlie me detuvo:

—Espero que te recuperes pronto.

Volteé ligeramente el rostro y articulé un «gracias». Luego subí casi corriendo y me encerré en mi habitación.

¿Por qué me ocurrían ese tipo de cosas todo el tiempo? ¿Qué deuda me faltaba por saldar con el karma, no le parecía suficiente tenerme sufriendo por el maldito novio de mi única hermana? ¿Más angustia era necesaria?

Afuera seguía lloviendo. Las gotas golpeaban con fuerza el cristal de la ventana y el ruido aumentaba mi tormento. Tomé la almohada y ahogué un chillido de frustración en ella. Me sentía como si tuviera doce años una vez más.

Me acerqué al escritorio y tomé el libro que Charlie me había dado.

—Te odio, jodido Charlie —musité con desesperación—. Juro que te odio, imbécil. ¿Me oyes? ¡Te odio!

Sentí un impulso repentino por lanzar el maldito libro por la ventana. Quería deshacerme de todo lo que me lo recordara. Quería arrancarme de una vez todo pensamiento que tuviera algo que ver con él.

Caminé con rabia hacia la ventana y la abrí violentamente. La lluvia comenzó a colarse. Miré una vez más el libro y hacia afuera. Iba a hacerlo. Tenía que hacerlo.

Pero no pude.

—¡Mierda! —chillé de nuevo y sentí mi rostro arder.

Sí, iba a llorar por enésima vez, aunque quizás en esa ocasión sería por enojo. No obstante, en un ataque de inmadurez regresé hacia el escritorio, dejé el libro de Charlie y tomé uno de los de la facultad. Lo lancé con tanta fuerza hacia el jardín que mi brazo dolió.

—¡Púdrete, hijo de puta! —musité con ira. De inmediato, tomé una enorme bocanada de aire y lo reconsideré—. Mierda...

Corrí hacia la ventana y miré hacia abajo. Todos los libros de mi carrera son muy caros, y realmente los necesito. ¿Cómo iba a explicarle a papá que necesitaba más dinero para comprar otro jodido manual sobre diseño estructural? Había hecho una estupidez con letras mayúsculas.

Sin pensarlo dos veces, salí por la ventana y me sostuve con extremo cuidado al árbol hasta que logré apoyar mis pies en las ramas. El tronco estaba muy resbaladizo y me costó mucho más de lo usual llegar abajo. El lodo me chapoteó los zapatos cuando me dejé caer.

«Mierda, mierda, mierda —me dije—. ¿Por qué eres así?».

Si me apresuraba, bastaría con planchar el libro y lograría salvarlo. Lo tomé con rapidez y ni me detuve a mirarlo. Alcé el brazo y volví a lanzarlo con fuerza, solo que desde el lado contrario. Escuché que cayó en algún lugar. Al menos, el libro ya estaba a salvo.

Yo, por otro lado, estaba atrapado ahí. No podría escalar el árbol de vuelta ni tampoco ir por la puerta delantera. Esa vez no tendría excusas que dar.

Las gotas de agua caían con tanta fuerza que me dolían sobre la piel. Luego de pasar un par de minutos mirando en vano hacia mi cuarto, me senté en el suelo con la espalda apoyada al tronco. El cabello empapado me colgaba sobre los ojos y ya tenía la ropa pegada al cuerpo.

Tendría que esperar a que Nae y Charlie se marcharan, y alrededor de una hora más a que mamá se durmiera frente a la tele. De cualquier modo, nadie me vería ahí. Ya había comenzado a oscurecer y todos estaban resguardados dentro de sus cálidos hogares. Y, no es que tampoco me importara mucho si me veían. Quizás mis vecinos se inventarían alguna historia mucho más interesante que la patética realidad para justificar que estuviera mojándome y sentado sobre el lodo en el jardín.

Lo único que ellos no llegarían a saber nunca es que, además, estaba llorando. Porque, sí, eso era —aparte de cagarla— lo que hacía con más frecuencia desde que Charlie había entrado a mi vida. 

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