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Capítulo 2

Dedicado a NicoleNymr

***

Llevaba dos días pasando con Toby por la casa de Charlie, y no había ni rastro de él o de su gruñona madre. Necesitaba una excusa para llamar a su puerta. Para ese momento, ya estaba seguro de que su cabello sí era verde, y también sabía que tenía una mariposa de varios colores tatuada en el dorso de la mano derecha. El resto de los detalles, como su rostro, se difuminaban en mis recuerdos. Temía olvidarlos si no lo volvía a ver.

De camino a casa la noche del incidente, no hablamos mucho más. Mi estado físico y mental no era el mejor —y, no, no se orinó en mi valla—. Pero no dejé de pensar en él en esos días, quería saber más de ese chico tan raro que me había ayudado.

Esa mañana, a mi regreso de pasear a Toby, Nae me pidió ayuda para cortar la col china y hacer kimchi. Ella y mi madre lo aman, por lo que Nae suele prepararlo cada vez que está de buen humor. Aunque yo pertenezco al uno por ciento de los coreanos que odiamos ese platillo con todo nuestro corazón, la ayudo cuando no tengo escapatoria. Sin embargo, apenas tomé el cuchillo, tuve una especie de epifanía: supe que tenía la oportunidad perfecta para regresar a casa de Charlie frente a mis ojos, lista para ser cortada y fermentada.

¿Qué podía ser mejor que un plato de kimchi para ir a disculparme con su madre?

Pero... esa oportunidad en específico tardaría como mínimo una semana para estar lista, así que dejé a Nae sola en la cocina y corrí hasta el mercado más cercano. Compré un bol de kimchi ya elaborado y simplemente lo vertí en un recipiente casero. La madre de Charlie no notaría la diferencia.

Lo siguiente que hice fue ponerme mis botas coloridas de la buena suerte —y de la mala también, porque son mis zapatos favoritos— y caminar hasta su casa. Mi madre solía obligarme a pedirle disculpas a los vecinos cuando les jugaba una broma pesada llevándoles una buena porción de kimchi o algún otro platillo coreano. No obstante, yo siempre terminaba cagándola incluso más al ponerle de forma deliberada condimentos equivocados o laxantes. Nadie en su sano juicio aceptaba algún alimento que pasara por mis manos.

Pero la madre de Charlie no me conocía —aún— y juro que esa vez la comida no estaba adulterada.

Al llegar a mi destino, me salté la horrible valla y llamé a la puerta. Sonreí hasta que me dolieron las mejillas y esperé a que la «agradable» señora abriera. Y lo hizo, pero al verme cerró de un portazo. A pesar de que vi todas mis esperanzas frustradas por un segundo y quise largarme, soy demasiado obstinado como para darme por vencido con tanta facilidad.

Volví a tocar con insistencia. Y ella volvió a abrir.

—¿Qué mierda haces aquí? —me gritó, derrochando su «buen carácter». Era una mujer regordeta con el cabello rubio claro y lleno de canas dispersas—. ¿Tú y tu chucho no tuvieron suficiente el otro día?

—No —respondí sin dejar de sonreír—. En realidad, vine a disculparme.

Me miró por encima de los lentes con los ojos entrecerrados, como esperando a que hiciera algo que me delatara. No puedo culparla, ni yo mismo me lo creía. Reparó en la venda que tenía en el lado derecho de la cabeza y en mi piercing del frenillo. Esa mujer me odiaba, eso era un hecho.

—Traje comida a modo de compensación —añadí, dándole más validez a mis disculpas, y extendí el recipiente hasta casi ponerlo en su nariz.

Supongo que fue el delicioso olor lo que hizo que suavizara un poco su expresión y observara el platillo en mis manos.

«Tómalo, maldita sea», imploré y se lo extendí mucho más.

Y por fin lo hizo. Tomó la vasija plástica con cautela y la destapó. ¿Quién podía resistirse a la comida coreana «casera»?

—¿Qué es? —preguntó con curiosidad.

Kimchi hecho de col china —respondí con orgullo—, más coreano que el presidente.

—Mmmm... Pensé que eras chino.

—Sí —sonreí forzado—, mucha gente lo piensa.

«Chinos tus electrodomésticos, vieja bruja», me dije.

—Siento el malentendido con mi cachorro. Somos vecinos y «odio» tener ese tipo de problemas.

—Sí... —levantó una ceja—, lo imagino.

—En fin, ¿estamos bien?

—Sí, ya puedes largarte.

Intentó cerrar la puerta, pero la detuve. Esa era mi única oportunidad.

—¡Espere!

—¿Ahora qué? —chilló con molestia.

—¿Charlie está en casa?

—¿Charlie? —cuestionó, extrañada.

—Sí, su hijo.

—Aquí no vive ningún Charlie —zanjó y cerró la puerta en mi cara antes de que lograra reaccionar.

—¿Qué?

No podía creer sus palabras. ¿Charlie había sido acaso una alucinación producto al golpe y a todo lo que me metí esa noche? Llegué a pensar que podía estar enloqueciendo.

Fue, entonces, cuando escuché una segunda persona hablar del otro lado de la puerta.

—¿Acaso me mudé y no lo sabía, mamá? —preguntó con voz calmada.

—¡Por las malas compañías estas de ese modo! —masculló ella.

Su comentario debió ofenderme, pero nunca me ha molestado que la gente piense mal de mí. Por el contrario, me parece divertido y por eso me encanta darles motivos para que tengan argumentos para criticarme.

Charlie abrió la puerta y sentí una emoción bastante infantil apoderarse de mí. A la luz del día se veía mucho mejor de lo que recordaba. Su cabello verde menta le cubría la frente y contrastaba con su piel pálida. Pude notar también que tenía numerosas pecas diminutas esparcidas por las mejillas y la nariz. Sus orejas estaban perforadas, al igual que las mías, y llevaba un diminuto par de argollas plateadas.

Me emocionó ver que incluso en la forma de vestir teníamos similitudes. Ambos llevábamos jeans oscuros y un jersey de mangas largas, a pesar de que estábamos en verano. Lo único que le faltaba era cambiar sus botas negras por unas llamativas como las mías y hubiéramos estado vestidos a juego.

Charlie y yo teníamos mucho en común, eso me quedó claro desde nuestro primer encuentro. Tal vez, que nos pareciéramos tanto en algunos aspectos fue lo que me impidió alejarme de él desde el principio.

—Oh —dijo con fingido asombro y cerró la puerta a sus espaldas—, pero si es el problemático de nombre impronunciable. ¿Por qué será que algo muy dentro me dijo que volvería a verte, eh?

—Quizás porque está escrito en las estrellas, Charlie —me burlé.

—Tengo una única pregunta: ¿lo que le trajiste a mi madre es comestible de verdad o debería preocuparme?

—No la matará. —Levanté una mano y crucé los dedos—. Lo juro.

—Bien —se encogió de hombros—, pues, déjame decirte que llegaste en el momento indicado.

—¿En serio? —pregunté sin comprender a qué se refería.

—Exacto, ¿tienes alguna cosa importante que hacer ahora?

—No.

De hecho, acababa de terminar el semestre y tenía todas las vacaciones por delante.

—¡Perfecto! —exclamó—. Lo que haremos no nos tomará más que un par de horas. Y de ese modo pagarás la que me debes por salvarte la vida, que es bastante gorda, por cierto.

—Técnicamente, no me iba a morir, así que no me salvaste de nada.

—Oh... comprendo... Pues, puedo regresar ahí dentro y contarle a mi madre cómo te ganaste ese porrazo en la cabeza.

—Eh... ¿sabes qué, Charlie? Creo que sí me apetece acompañarte.

—Eso pensé —dijo con simpleza y comenzó a caminar en dirección a la calle.

—¡Contigo iría hasta el fin del mundo, Charlie! —exclamé con la intención de que los vecinos lo escucharan. Y no lo decía del todo en broma.

Se detuvo frente a la valla. Arrugó la nariz y me miró con extrañeza. Luego miró a nuestro alrededor.

—Mueve el culo, ¿quieres? —dijo finalmente, reprimiendo una sonrisa burlona—. No tenemos todo el día.

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