Capítulo 15
Dedicado a KarlaMoreno618
***
Los pedazos de porcelana sonaban al caer y golpearse unos contra otros en la bolsa de basura. Me había cargado la mitad de la vajilla heredada de mi abuela.
Mamá ni siquiera me miraba mientras ambos recogíamos el desastre. Sus ojos estaban húmedos a causa de la tristeza y de la decepción. Sin embargo, mamá jamás había llorado frente a Nae o a mí, ni siquiera luego de su devastador divorcio.
Mi garganta quemaba por decirle algo, cualquier cosa. Pero no era capaz de hacerlo. Tengo posiblemente una de las madres más pacientes y comprensivas del mundo y yo no paraba de amargarle la vida y de defraudarla con mi comportamiento.
Cuando terminamos, se levantó del suelo y llevó la bolsa hasta una esquina.
También me puse de pie sin atreverme a mirarla.
—Ya está —dijo finalmente en un tono neutral—. Iré a dormir porque me duele la cabeza. Termina de limpiar y deshazte de la bolsa.
Asentí sin levantar la cabeza.
—Que descanses —deseé en un tono de voz muy bajo.
—También tú. Mañana hablaremos sobre todo esto, por cierto. Hoy no me creo capaz de pensar al respecto sin perder los estribos, Seokmin.
Sus palabras se clavaron en mi pecho. Esa era una sentencia de muerte. En ese instante, prefería que me gritara que era un imbécil y que me pegara con una sartén. De ese modo, tal vez me hubiera sentido menos culpable. Pero mamá no era así, nunca lo había sido.
Apenas escuché la puerta de su habitación cerrarse, me senté en el suelo. De repente, yo también estaba triste por todo lo que había pasado.
Creo que nunca lograré olvidar los ojos llorosos de Nae cuando me volteé a verla. Su vestido estaba arruinado por completo porque su plato se volteó sobre ella, y también la ropa de Charlie y la de mamá estaban manchadas. Aunque, su vestido era lo de menos. Le había arruinado su cena especial y la bienvenida de su novio a casa. Debía existir un décimo círculo en el infierno para los hermanos de mierda como yo.
Miré la bolsa negra y me sentí avergonzado con mi abuela. Desde niño siempre fui insoportable y aun así ella me cuidaba y me mimaba con una paciencia infinita. Pensé en su sufrimiento si supiera que acababa de destrozar uno de sus más preciados tesoros.
—Jeongmal mianhae, halmeoni* —susurré mis disculpas en coreano porque mi abuela nunca había accedido a aprender español.
Entonces, comencé a sentirme muy estúpido al verme hablando solo y mirando al techo. Decidí levantarme del suelo y detener toda esa tontería. Quizás solo lo hacía porque me aterraba enfrentar la realidad y admitir que a quien le debía una verdadera disculpa era a mi hermana.
Esa noche terminé de limpiar y luego me quedé acostado bocarriba en la cama. No tenía deseos de salir ni tampoco de jugar.
A media noche, escuché movimiento en la habitación de Nae. Había vuelto del ensayo. Quería fundirme con las sábanas y desaparecer para siempre. No obstante, decidí comportarme como el adulto que ya era creo que por primera vez.
Me levanté muy despacio y me colé en silencio en su cuarto. Me alivió que no hubiera cerrado con llave, solo lo hacía cuando realmente necesitaba estar sola. La luz estaba apagada y ya se había acostado.
—¿Me haces un sitio? —pregunté muy bajito.
Se movió en la cama y me dejó la mitad libre. Me quité los zapatos y me acosté hecho un ovillo. No tardó mucho en abrazarme por la espalda. Dolía demasiado comprobar que Nae era incapaz de odiarme sin importar lo que le hiciera.
—Yo... lo... lo siento... —musité con dificultad, como si esas palabras quemaran.
En realidad, yo no suelo disculparme con nadie, no de verdad. Rara vez me arrepiento de las cosas que hago. Sin embargo, esa fue una de esas veces. Y, luego, por desgracia, le sucederían otras.
—¿Por qué lo sientes? No es tu culpa —dijo. Le era imposible enmascarar la tristeza en su voz.
—Arruiné tu cena.
—Fue un accidente, ya habrá cenas mejores.
—Pero... esa era especial para ti.
—Sí —admitió—, pero no pasa nada.
Suspiré profundo.
—¿Charlie se molestó por mi broma?
Estaba convencido de que no, él no se inmutaba con esas cosas. Sin embargo, debía fingir que no lo conocía.
—No —susurró—. Pero... debes dejar de bromear de ese modo, Seokmin. Dijiste algo horrible de su mamá sin conocerla siquiera.
«Pobre hermanita inocente», pensé. Ya comprobaría por sí misma que no había mentido al llamar a esa bruja «vieja gruñona».
—Tengo mucha suerte de que él sea extraordinario —añadió—, otra persona en su lugar hubiera decidido no regresar jamás.
Mi corazón se encogió al escucharla.
—Sí... tienes mucha suerte —dije en un tono de voz casi imperceptible. Luego pregunté con auténtica curiosidad—: Nae... ¿crees que la abuela me odiaría si supiera lo que ocurrió por mi culpa? Es decir, ella amaba esa vajilla, y no quiero que luego su espíritu ande por ahí persiguiéndome y apareciendo en mis sueños para obligarme a comer kimchi o alguna mierda de esas.
Soltó una risita a mi espalda.
—No seas tonto, Seokmin, la abuela te amaba con todo su corazón. Además, quizás ya era hora de cambiar de platos para las visitas, esos eran muy viejos.
Solo lo decía para tratar de animarme, a ella le encantaban.
—Bueno, al menos quedaron dos —dije y solté una risa.
Volvió a reír al escucharme. El sonido de su risa me causó un gran alivio.
—No tienes remedio, ¿eh? Incluso estaba preocupada de dejarte solo con mamá.
—No me dijo nada.
—Descuida, mañana lo hará.
—Lo sé —dije con pesar.
—Lo mereces.
—También lo sé. ¿Crees que será gentil con el castigo?
—Nope, te machacará —respondió con simpleza.
—Eso me temo.
Sin embargo, ya no estaba tan preocupado como antes. Me alegraba saber que por lo menos no había causado problemas entre Charlie y mi hermana. Había descubierto que verlos juntos se sentía horrible, pero verla triste por mi culpa se sentía aún peor.
—Nae —dije en un susurro—, no me odies, ¿sí?
Me dio un pequeño beso en la cabeza y me abrazó con más fuerza.
—No podría hacerlo, aunque quisiera. Te amo demasiado.
—¿Más que a Charlie?
—Más que a nadie en el mundo. Eres mi pequeño y único desastre.
—Yo también te amo, Nae —respondí y sonreí como un niño.
En el fondo, toda esa situación me estaba matando. No sabía cuánto lograría soportar que ella y Charlie fueran felices en mis narices, pero se lo debía. Ella lo hubiera hecho por mí sin pensarlo dos veces.
Prometí entonces que me mantendría lejos de Charlie. Por primera vez. Estaba decidido a ser un buen hermano y a no interferir con la felicidad de ambos.
No obstante, el destino tenía planeado algo totalmente diferente, y todo comenzaría a irse cuesta abajo a partir del día siguiente. Mamá y yo cenábamos en silencio. Nae ya se había ido a ensayar.
—Bien —dijo ella finalmente con seriedad. Llevaba horas esperando mi sentencia—, anoche reflexioné mucho sobre lo que ocurrió.
—Fue un accidente, mamá —me apresuré a decir.
—No me refiero a la última parte, sé que no fue tu culpa. Me refiero a tu manera de comportarte frente a tu cuñado.
—Ah —respondí.
—Sabes lo importante que era para Nae traerlo a casa, y aun así lo arruinaste.
—Lo sé —dije sin alzar la vista y removí mi comida—, ya me disculpé con ella.
—Eso no es suficiente. Tendrás que demostrarle a Charlie que lo aprecias y que tienes interés en conocerlo, porque él es ahora parte de nuestra familia.
—¿Qué? —pregunté y la observé con desconcierto—. ¿A qué te refieres?
—El sábado lo invitaremos a pasar la tarde aquí en casa y, mientras tu hermana ensaya y yo me ocupo de las tareas domésticas, tú le enseñarás a preparar kimchi.
—¡¿Qué?! —cuestioné. Me levanté y me incliné en su dirección con ambas manos apoyadas en la mesa. Ella ni se inmutó—. Mamá, no puedes hacerme eso, ¡yo odio el kimchi!
«Y quiero mantenerme a kilómetros de él», añadí mentalmente.
—Lo sé, y también él —respondió con demasiada tranquilidad para mi gusto. Se puso de pie y comenzó a recoger—. Te encargaste de recalcarlo anoche, ¿no? Pero a él le gustó mucho y sabes prepararlo a la perfección.
—No, mamá, por favor —supliqué y comencé a caminar tras ella como un cachorro—. Haré cualquier otra cosa.
—No, Seokmin. Eso es lo que harás a modo de disculpa y para compensarlo por tu inmadurez. Está decidido —sentenció mientras caminaba hacia la salida de la cocina. Por lo visto, lavar los platos también sería parte de mi castigo—. ¡Y pobre de ti si vuelves a molestarlo!
Quise seguirla arriba, formar un berrinche y negarme un millón de veces. Sabía que sería en vano, no cambiaría de idea. Sí que estaba jodido.
—Gracias, abuela, por darle esas ideas —musité, mirando al techo—. ¿Esta es tu forma de vengarte? La próxima vez me encargaré de que no quede ni un jodido salero intacto, ¿me oyes? ¡Ni uno!
Solo que lo hice en español, no me convenía tentar a la suerte.
*Lo siento mucho, abuelita.
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