Capítulo 14
Dedicado a SaraLoaiza5
***
«Genial —me dije con ironía—, ahora solo falta que planeen la boda».
Esa tarde mamá y Nae pasaron horas preparando la cena y hablando sobre sus amores y desamores. Y sobre Charlie, claro. Por eso solo bajé cuando apenas faltaba media hora para la «esperada» cena familiar. Casi podía sentir el sabor amargo del vómito de la noche anterior en la boca de pensarlo. O quizás era la resaca monumental que tenía que, sumada a mi decepción, hacían una combinación perfecta para que mi humor fuera una mierda.
Nae subió corriendo a prepararse y mamá comenzó a sacar la vajilla más fina que teníamos para preparar la mesa, esa que estaba en la familia desde la boda de mis difuntos abuelos y que se usaba solo una o dos veces al año. Casi podía exhibirse en el Museo Nacional de Corea. Me enojaba que consideraran tan importante la visita de Charlie.
Al quedarme solo en la cocina, comencé a observar los platillos que reposaban sobre la encimera.
«Ugh, kimchi —pensé con desagrado—, hace falta que te atragantes con él, estúpido Charlie».
Sin embargo, una idea vino a mi cabeza. Una de esas ocurrencias «brillantes» que me habían convertido probablemente en el ser más odiado de todo el vecindario. Una sonrisa diabólica se dibujó en mi rostro mientras miraba el asqueroso plato de kimchi.
¿Qué hay peor que comer kimchi? Solo una cosa: comer kimchi salado.
Miré hacia la entrada para asegurarme de que no me vieran, y luego caminé hasta el recipiente de la sal. Tomé un puñado enorme y volví sobre mis pasos hasta estar cara a cara con la col china fermentada.
«Lo siento, Nae, pero tu novio va a probar la peor cena que has hecho en tu vida», me dije y casi reí como la bruja malvada de los cuentos infantiles.
Pero mamá entró de improviso a la cocina.
—¿Cariño?
—¿S-sí?
Me volteé con torpeza. Me había atrapado con las manos en la masa —o en la sal—.
—Necesito que me alcances unos vasos que están muy altos en el armario.
—Sí —respondí, aún nervioso—. Enseguida voy.
Por más que intenté pasar desapercibido, su mirada se fijó en el puñado de sal en mi mano.
—¿Probaste la cena? —preguntó con curiosidad—. ¿Hay algo desabrido?
—Eh... no, no la quería para eso.
—¿No? —Parecía confundida.
Y, como el cuentista que soy, comencé a inventar.
—Oh... verás, mamá, alguien me contó que cuando se derrama sal en casa los espíritus malignos se sienten atraídos, y que por eso es necesario arrojar un poco más por encima del hombro izquierdo para alejarlos... ¿o era acaso el derecho?
No tenía idea de qué mierda estaba hablando, pero cuando comienzo a mentir no puedo parar.
—¿Sabes qué, mamá? Como no recuerdo, tendré que arrojar por encima de los dos hombros.
Como todo un idiota profesional, tiré un poco de sal por cada lado. Ella no dejaba de observarme con una ceja levantada mientras llevaba a cabo mi «ritual espiritual».
—De acuerdo —dijo finalmente—, todo eso me parece muy bien. Pero, hasta donde sé, en nuestra familia todos somos ateos. ¿Desde cuándo crees en los espíritus?
—Mamá —dije con dramatismo—, no puedo creer que me estés cuestionando de ese modo. ¡Siempre he creído en los espíritus! Me atormentaban en las noches cuando era pequeño. ¿Acaso no conoces en lo absoluto a tu hijo?
Quise hacerme el ofendido y salir corriendo de la cocina, pero me detuvo halándome por una oreja.
—¡Auch! —me quejé.
—Te conozco demasiado, Park Seokmin, precisamente por eso me preocupo. Recoge todo ese desastre que hiciste y bájame los vasos del armario. Tu cuñado está por llegar.
Puse los ojos en banco apenas se volteó. Estaba harto. ¿Qué tanto tenía de especial ese idiota de tatuajes ridículos, cabello verde y sonrisa jodidamente hermosa?
Bufé y me compadecí de mi situación. Pobre tonto, ya no servía ni para arruinar el kimchi.
Cuando Nae bajó, no pude dejar de fijarme en su apariencia. Llevaba un vestido rosa pálido que combinaba con su tez clara y contrastaba a la perfección con su cabello oscuro. Era tan hermosa que dolía mirarla. Un jodido ángel, tanto por fuera como por dentro.
Por primera vez en toda mi vida, sentí celos de mi hermana y quise ser como ella. Hermosa. Talentosa. Adorable. ¿Había algo que le faltara? Sí, la malicia, esa que a mí siempre me sobró. Todos la amaban, incluso Charlie, la persona que más había querido tener para mí.
En ese instante, me odié a mí mismo por todos los sentimientos mezquinos y despreciables que tenía hacia alguien que solo me había dado amor desde que nací. Quise largarme de allí y no estar presente en la cena, pero llamaron a la puerta. Estaba atrapado.
Nae se apresuró a abrir con una radiante sonrisa y yo volví a la cocina antes de que Charlie entrara. No soportaría verlos saludarse con un beso.
—Cariño, Charlie acaba de llegar —me informó mamá y también se apresuró a recibirlo.
Observé el reloj en la pared. Mi único consuelo era que apenas faltaba una hora para que ambos tuvieran que irse al teatro. Yo era fuerte, podía resistir ese tiempo... O eso pensaba.
Sin embargo, mientras en la sala de estar transcurrían las estúpidas presentaciones, se me ocurrió otra artimaña para molestar —otra más, porque ya había pensado en escupir en la cena, pero eso era asqueroso hasta para mí—. Porque, sí, mi mente no dejaba de maquinar cómo podía arruinarle la existencia a Charlie. No era justo que lo odiara tanto, lo sabía, pero no podía evitarlo.
Rebusqué con prisa en los cajones hasta que encontré lo que buscaba, y luego caminé hasta el comedor y retiré todos los cubiertos de la mesa.
Entonces, decidí que no podía dilatarlo más y salí a su encuentro. Vestía una camisa azul clara y unos jeans negros, un poco más formal de lo que estaba acostumbrado a verlo. Sin embargo, su cabello verde y los tatuajes que tenía visibles eran imposibles de pasar por alto. Aunque eso no sería un problema. Mamá ya me tenía a mí y estaba acostumbrada a mi apariencia y comportamientos disparatados. No le importaría en lo absoluto cómo se veía Charlie mientras protegiera a Nae y la mantuviera feliz.
Pareció un poco incómodo al verme, yo también lo estaba. Me limité a saludarlo con una expresión neutral.
—Hola, Charlie, es un gusto volverte a ver.
—También para mí —respondió y volvió la vista a Nae. Las manos de ambos estaban entrelazadas.
—Eh... ¿Les parece si ya vamos a cenar? —preguntó Nae. Estaba nerviosa y emocionada a la vez—. No tenemos mucho tiempo.
—Vas a amar la cena que preparó mi pequeña —agregó mamá mientras caminábamos hacia el comedor—. Ella cocina delicioso. Como yo suelo llegar tarde, es ella casi siempre quien se encarga de coc—
Detuvo sus palabras al enfrentar la mesa y notar mi aporte cultural. Me observó con desconcierto y yo simplemente me encogí de hombros.
—Oh, mamá —dijo Nae y se acomodó el cabello tras la oreja. Me pareció que estaba a punto de tener un colapso nervioso—. Has... has sacado los palillos.
—Sí —me apresuré a decir—. Somos coreanos, ¿no? Supongo que tu novio debe estar ansioso por integrarse a nuestra cultura.
Envuelta en su inocencia, mi hermana terminó por asentir. Sin embargo, mi madre me observó con una mirada que no prometía nada bueno.
—Sí, pero no tenía que ser la primera vez, Seokmin —respondió mamá entre dientes, pero sin quitar su sonrisa fingida. Jugar con el peligro me subía la adrenalina.
—En realidad —dijo Charlie con mucha tranquilidad mientras los cuatro nos sentábamos—, no tiene nada de qué preocuparse, señora Park. Antes de mudarme trabajé tres meses en un restaurante japonés. Ahí todos los empleados cenábamos con palillos cada noche, me parece una tradición asiática muy interesante.
—¡¿Qué?! —se me escapó en voz alta.
«Maldito Charlie», pensé. ¿Acaso había algo que ese idiota no hiciera bien? Ahí estaba el jodido karma pateándome el trasero una vez más.
—Oh, aún no me lo habías contado —dijo Nae y respiró aliviada.
—No es nada significativo, he tenido muchos empleos de medio tiempo durante mi vida.
—Me parece muy bien que seas tan emprendedor, Charlie —dijo mamá con orgullo—. Nuestra Nae es también muy dedicada.
—Lo sé —respondió él y observó a mi hermana con mucha admiración—, Nae es una chica muy especial.
«¿Especial? ¡Qué original!», me dije. Nae se sonrojó y le agradeció con un pequeño beso en la mejilla. Fijé la vista en mi plato; estaba asqueado de sus muestras de cariño.
Mamá le hizo un par de preguntas básicas a Charlie mientras comíamos, como dónde vivía y a qué se dedicaba. Yo no hacía más que jugar con la comida y masticar cada bocado como si se me fuera la vida en ello. Tragar era todo un reto con el nudo que tenía en la garganta a causa de la frustración. No obstante, la conversación tomó un giro que llamó mi atención y alcé la vista para mirarlo.
—¿Te ha gustado el kimchi, Charlie? —preguntó mamá—. Es un platillo bastante significativo de nuestro país.
—Eh... está realmente delicioso, pero esta no es la primera vez que lo pruebo. —Me dio una mirada fugaz que solo yo noté—. Hace un tiempo, alguien le obsequió un poco a mi mamá y a ambos nos gustó mucho. Eso sí, este está mucho mejor. No lo sé, el sabor es un poco diferente.
Por supuesto que era diferente. Aquel lo había comprado en el mercado y no tenía comparación con el casero. Sentí un peso en el estómago al recordar ese día.
—En nuestra familia lo producimos y lo consumimos bastante —le explicó Nae, refiriéndose a ella y a mí—. A nuestra abuela le encantaba y nos enseñó todo lo que debemos saber para su preparación desde pequeños. Debes escoger bien los vegetales y tener muy en cuenta la higiene durante todo el proceso. La abuela decía que—
—Ya entendió, Nae —la interrumpí con cierta molestia. Era la primera vez en mucho rato que decía una palabra. Los tres me miraron—. No creo que le interese que le cuentes toda la historia del jodido kimchi desde que a alguien se le pudrieron por accidente sus vegetales.
—El kimchi no surgió por accidente, Seokmin —repuso mamá—. Comenzaron a prepararlo porque era la única forma de conservar los vegetales durante el invierno. Si le hubieras prestado atención a la abuela, lo sabrías.
—Da igual, es la misma mierda podrida y asquerosa —solté.
—¡Seokmin! —me reprendió mamá y abrió mucho los ojos—. Hay una gran diferencia entre fermentado y podrido. Déjate de decir tonterías frente a nuestro invitado.
—Él tiene razón, mamá —intervino Nae con timidez—, ese tema no es tan importante. Lo siento, Charlie.
—No te preocupes —la tranquilizó él con una sonrisa—. Otro día con más calma me cuentas cómo se prepara. Me pareció delicioso y quizás intente hacerlo en casa.
—Pues yo que tú no me arriesgaba —dije en tono de burla—. Porque, ¿sabes qué más es interesante sobre el kimchi, Charlie? Que si te saltas algún detalle al hacerlo les puede dar a ti y a la vieja gruñona de tu madre la peor diarrea que hayan tenido en la vida.
Mamá se atragantó y Nae palideció al escucharme. Él permaneció serio y sin inmutarse, mi comportamiento no lo sorprendía. Sin embargo, yo reí de mi propia broma como si no hubiera escuchado nada más divertido en la vida.
—Eh... acabo de recordar que tengo algo que hacer —dije como si nada hubiera pasado.
Ya la había cagado lo suficiente y debía escapar de la furia de mamá cuanto antes. Sabía que ella y Nae tardarían una eternidad en perdonarme por avergonzarlas tanto. Por eso decidí largarme y darles la oportunidad de salvar lo que quedaba de la «velada». No conté entonces con la opción de que, tratándose de mí, siempre puedo ir un nivel más allá arruinándolo todo.
Me levanté y tomé mis utensilios a toda velocidad. No noté que enredé en uno de los palillos el fino mantel de encaje que cubría la mesa.
—¡Seokmin, cuidad—
El grito de Nae fue interrumpido por el estruendo de la porcelana y el cristal haciéndose trizas en el suelo apenas di un par de pasos.
Me detuve en seco y aguanté la respiración. La habitación se quedó sumergida en un completo silencio e incluso temí voltearme. Podía ver a mis pies los pedazos de uno de los platos de mi abuela.
Cerré los ojos e inhalé con fuerza. Debía sentirme orgulloso, ¿no? Mi objetivo desde el comienzo había sido sabotear la cena, y lo había logrado con creces.
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