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Capítulo 12

Dedicado a 1NewMoon

***

Además de los ojos achinados con el párpado superior imperceptible, y de la nariz pequeña y redondita cortesía de nuestra madre, Nae y yo no nos parecemos en lo absoluto. No puedo culpar al guardia de seguridad que custodiaba la única entrada disponible del teatro —la del personal—, por retenerme unos diez minutos y hacerme mostrarle hasta mi identificación para convencerlo de que era hermano de la violinista «chinita».

En realidad, hubiera sido mucho más sencillo ir temprano y entrar con Nae, pero no tenía deseos de contarle quién era Charlie y de dónde lo conocía. Por eso, esperé a que faltara alrededor de media hora para terminar el ensayo y poder verlo cuando fuera a recoger la escenografía. Me arriesgué a que no me dejaran pasar, pero finalmente lo logré. Pensé con ingenuidad que la suerte estaba de mi parte.

Apenas entré, me sentí diminuto.

El teatro es enorme y su techo es de la misma altura que unos tres pisos. Es muy antiguo, pero lo mantienen tan bien conservado que poner un pie dentro se siente como entrar a una máquina del tiempo que te escupe un par de siglos atrás. Esa fue la primera vez que entré.

Caminé despacio para no hacer ningún ruido, aunque la música proveniente de la orquesta se escuchaba en todo el lugar. Podía ponerme a gritar y creo que no hubiera marcado la diferencia. Entré al área de los espectadores. Por primera vez, pude darme el lujo de escoger donde me iba a sentar. Como estaba oscuro, no me adentré demasiado. Desde cualquier lugar se veía bien el escenario.

Había unos cien músicos tocando. Nae estaba en el lado izquierdo junto a los demás violinistas. Sonreí al comprobar que su belleza y su juventud la hacían resaltar entre la multitud.

Ya la había visto tocar muchas veces, en casa y en todo tipo de eventos. No obstante, su entrega y su pasión en el escenario siempre me resultaban hipnotizantes. Cuando tomaba el violín dejaba de ser la chica tímida e insegura de siempre y se convertía en una mujer capaz de poner el mundo a sus pies. Lo hacía a la perfección y estaba consciente de ello. El pecho se me hinchaba de orgullo al pensarlo. Yo nunca sería exitoso, pero tenerla como hermana lo compensaba.

Los minutos pasaron con rapidez y muy pronto concluyeron el ensayo y comenzaron a recoger. Un par de personas se acercó a ella y vi que le sonreían y la alababan. Había brillado, como siempre. Desde mi lugar la vi perderse tras los telones y decidí esperar unos minutos sin moverme de allí para no encontrarla. Esperaría a que se fuera a casa para ir a ver a Charlie.

Cuando ya me pareció suficiente, me deslicé entre los asientos y subí las escalerillas para entrar tras bastidores.

«Dios», me dije al ver que esa parte era incluso mayor que el escenario.

Casi todos se habían ido y no había ni rastro de Charlie. Tenía que estar ahí, él lo había dicho. Vi que un hombre comenzó a recoger atriles y me le acerqué para indagar.

—Buenas noches —dije y él me miró con atención.

—Buenas noches.

—Eh... busco a Charlie, uno de los utileros. No conozco su apellido.

Soltó una carcajada.

—No necesitas su apellido para referirte a él, hijo. No creo que por aquí haya pasado alguna vez otro empleado lleno de tatuajes y con el cabello de colorines.

«Buen punto», pensé.

—Charlie es inconfundible. Acabo de verlo entrar allí. —Señaló hacia uno de los camerinos de los músicos.

—Gracias —respondí con una enorme sonrisa.

Estaba tan entusiasmado que casi corrí a su encuentro. Apenas llegué a la puerta, escuché su inconfundible risa y sentí un cosquilleo en el estómago. Se quedaría de piedra cuando me viera ahí. O al menos eso pensaba yo.

Entonces, una segunda risa me hizo detenerme súbitamente.

Era apenas un murmullo, pero yo podría reconocerla en cualquier lugar: la había estado escuchando desde que nací. Mi sonrisa fue remplazada por una expresión de desconcierto. ¿Charlie estaba hablando con Nae? ¿Entonces sí se conocían?

Empujé la puerta muy despacio y sin hacer ruido. Eran las dos únicas personas dentro de la habitación, así que los vi de inmediato.

Y sentí que mi alma cayó hasta mis pies.

Charlie estaba sosteniendo a Nae por la cintura, y sus rostros estaban tan cerca que casi se rozaban. Ambos sonreían. Nunca en mi vida me sentí tan patético como en ese instante, cuando empecé a atar todos los cabos que estuvieron frente a mis ojos todo el tiempo.

Sus labios se unieron en un tierno beso y todas mis fantasías se hicieron trizas en cuestión de segundos. Sentí una punzada en el pecho y un enorme peso en el estómago. ¿Así se sentía la decepción?

Charlie, el chico que me robaba el sueño cada noche, tenía novia. Y esa novia no era otra que Nae. Mi hermana.

Intenté salir de mi estado de congelación. Debía largarme de ahí antes de que me vieran. Di un par de pasos hacia atrás sin poder despegar mis ojos de la escena ante mí, y quizás por eso no pude evitar que todo se fuera a la mierda. Tropecé con uno de los atriles y cayó al suelo. El ruido nos sobresaltó a los tres.

Ellos se separaron con rapidez y ambos posaron la vista en mí. Los ojos de Nae se abrieron hasta el límite.

—¿S-seokmin? —preguntó con una enorme sorpresa.

Sin embargo, mi vista estaba clavada en Charlie. Él me observó fijamente por un momento, aunque no parecía ni la mitad de sorprendido que Nae. Ella caminó hasta llegar a mi lado y comenzó a examinarme con preocupación.

—¿E-estás bien? —preguntó—. ¿T-te hiciste daño?

Charlie introdujo las manos en los bolsillos de sus jeans y rompió el contacto visual entre ambos. Se acercó a nosotros, pero se mantuvo tras Nae.

—Estoy bien —respondí en tono seco y finalmente la miré. Lucía avergonzada e incómoda.

—¿Q-qué estás haciendo aquí?

—Yo... —dudé un instante—. Vine a verte tocar.

Y, sí, opté por mentir y neutralicé mi expresión. Porque ese era el verdadero yo, después de todo, ¿no? Un mentiroso manipulador al que nada le importa demasiado.

—¿En serio? ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque quería sorprenderte. Estuviste increíble esta noche.

A menos en eso no mentía. Le eché un vistazo fugaz a Charlie y comprobé que me observaba con atención. Él no se tragaba mis palabras.

—Gracias... —respondió ella y se sonrojó. Se aclaró la garganta—. Eh... lo siento. Debo presentarlos.

Se volteó hacia Charlie sin dejar de mirarme.

—Este es... es Charlie, el chico del que te hablé.

—Tu novio —apunté. Mi voz rozaba un tono filoso y resentido, aunque no era del todo mi intención.

Asintió con timidez.

—Charlie, este es mi hermano.

Él dio un paso adelante. Ya había recuperado su expresión calmada habitual. Casi pude leer sus intenciones.

—Nae, de hecho, nosotros ya—

—Mucho gusto —corté sus palabras y le extendí la mano para saludarlo.

Su desconcierto fue evidente. Sin embargo, tomó mi mano después de dudarlo un momento.

—Mi nombre es «Seokmin» —enfaticé y apreté con fuerza su mano.

—Charlie —musitó él, aún sorprendido ante mi actitud, y soltó el agarre como si el contacto quemara.

—Siento que se hayan conocido de este modo —dijo Nae—, pero me alegra, después de todo.

—No te preocupes —respondí—, en algún momento tenía que pasar. Mejor temprano que tarde.

—Bien, dame un segundo para recoger el violín y nos vamos a casa, ¿sí?

—No —dije.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Lo siento, Nae, pero tengo otros planes.

«Como correr lejos de aquí», añadí mentalmente.

—Oh —respondió, un poco decepcionada—. De acuerdo, nos vemos en casa, entonces.

Asentí y me volví hacia Charlie.

—Un gusto conocerte, Charlie. Espero que visites pronto nuestra casa. Creo que le agradarás mucho a nuestra madre.

En realidad, antes prefería que un meteorito devastara la humanidad. Pero no quería hacer sufrir a mi hermana. No era su culpa que yo fuera un idiota.

—También yo —fue su única respuesta.

Salí de allí casi corriendo. Quería evaporarme en el aire o que el suelo se abriera y me engullera sin dejar rastros de mi existencia.

Una vez en la calle, comencé a caminar sin dirección alguna. Solo logré detenerme cuando me había alejado tanto de ese maldito teatro que ni siquiera sabía dónde diablos estaba.

—¡Mierda! —grité con frustración—. ¡Eres un imbécil, Park Seokmin! ¡Eres un imbécil!

Mis ojos ardieron y lágrimas de ira y de impotencia comenzaron a brotar.

Pateé con todas mis fuerzas un latón de basura que había cerca de mí. El ruido hizo eco en la desértica calle. Un perro ladró.

—¡Púdrete, chucho de mierda! —grité.

En ese instante odiaba a todos los perros, en especial a Toby. O quizás no odiaba a los perros, sino a mí mismo. Si esa mañana no hubiera ido a pasearlo por esa calle todo hubiese sido diferente. O si no hubiera vuelto para vengarme. O si no hubiera pedido tener un perro. Era un asco de persona y el universo me odiaba por eso. Y me lo cobraría. ¿Qué mejor prueba que todo lo que había ocurrido?

Mi estúpida historia de amor solo había sido real dentro de mi cabeza y pensé que había terminado sin tener la oportunidad de comenzar siquiera. Incluso me parece gracioso ahora, porque no tenía idea de todo lo que pasaría a partir de esa noche.

En lugar de terminar, ese fue apenas el comienzo. Y quizás ninguno de los tres estaba listo para enfrentar la situación en la que acabábamos de involucrarnos. 

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