Capítulo 1
Dedicado a Blancq1g
***
Nuestra historia comenzó casi a las dos de la mañana.
Martín, mi mejor amigo, siempre ha sido un experto para colarse en fiestas de cumpleaños —y de todo tipo— en las que ni siquiera conocemos al homenajeado. Y, por supuesto, yo suelo acompañarlo, más aún cuando estamos de vacaciones. Esa noche no fue la excepción.
—¡¿Necesitas ayuda para cogértelo?! —grité con ganas y solté una carcajada. Mi voz hizo eco en toda la zona.
Los dos chicos me miraron a lo lejos con cara de querer asesinarme y se marcharon con rapidez. No era mi culpa si decidieron montárselo en plena calle de madrugada. En especial, porque ese día cualquier cosa me parecía exageradamente más graciosa.
Me volteé hacia Martín, que acababa de vomitar dentro de un bote de basura. Por suerte, llevaba sus largas rastas recogidas, o la escena se hubiera tornado incluso más asquerosa.
—¿Qué mierda le pusiste a los vasos, eh? —le pregunté y lo señalé de un modo acusador con un dedo.
Hizo un gesto con la mano para que lo dejara en paz y levantó la cabeza. No lucía nada bien.
Finalmente, logró enderezarse y trató de mirarme.
—Lárgate de una vez, pedazo de mierda —balbuceó—. Espero que te secuestren en el camino.
Solté una risa divertida.
—Bah, tu vida sería demasiado aburrida sin mí, Martín P.
Hizo una mueca de hastío y comenzó a caminar en dirección a su casa. Llegué a pensar que en ese estado amanecería en un jardín ajeno, si bien siempre se las arregla para llegar.
—¡Nos vemos pronto, cariño! —le grité. Me sacó el dedo medio como respuesta.
Al verlo alejarse un poco, di media vuelta y avancé por el medio de la calle.
Mi vecindario se caracteriza por ser más tranquilo que un cementerio después de las nueve de la noche. Y mi pasatiempo favorito es romper esa paz. Salvo raras excepciones, mis vecinos me detestan y pagarían para que me mude al otro extremo del país. Lástima que no tengan tan buena suerte y que yo ame mi casa.
Aún faltaban un par de manzanas para llegar a mi calle, pero recordé que justo esa mañana había paseado a Toby en esa zona. Me habían permitido quedármelo tres días antes, así que todavía estaba emocionado con la idea de tener un cachorro. Dos casas más adelante, una señora gruñona me había gritado el noventa por ciento de los insultos existentes porque Toby se orinó en su valla. Su escándalo hizo llorar al indefenso animalito y lo alteró. Eso, al parecer, despertó mi instinto de buen padre de un «perrijo».
Fruncí el ceño al recordarlo y me detuve justo frente a la puerta de su jardín. Tenían una valla destartalada que en algún momento fue blanca, la más fea del país, y aun así ella se quejaba de que fuera confundida con un baño público.
—¿Sabe qué? —musité en dirección a la casa—. No hay nada más jodido que el karma.
Y lo próximo que hice fue protagonizar una de las escenas más vergonzosas de mi vida. Sí, abrí mi cremallera y también oriné en su valla. Aún no tengo idea de qué me llevó a hacer algo así; solo sé que al terminar una especie de euforia se apoderó de mí. Solté una risa burlona y salí corriendo con torpeza sin dejar de mirar hacia la casa.
Pero no llegué lejos: casi de inmediato, sentí el golpe seco en la frente y caí de espaldas en la acera.
Mi cuerpo se estremeció y la vista se me nubló por un instante. Sentí náuseas y una punzada penetrante en el lado derecho de la cabeza. Pensé que moriría debido a la conmoción. Un par de minutos después, logré comprender lo ocurrido: en mi intento de huida, choqué con una señal de tránsito. Una de «Pare», para ser más específico.
Porque, sí, no hay nada más jodido que el karma.
—¿Estás vivo?
Me sobresalté al escuchar una voz desconocida y ver que alguien se agachó a mi lado. Era un chico, y no estaba seguro de si estaba alucinando o de si realmente tenía el cabello verde. Sus ojos color café me escrutaron con curiosidad por un par de segundos. Si quería dañarme lo lograría; no es que pudiera moverme de esa posición.
—Eso creo... —respondí en un tono muy bajo al ver que no parecía una amenaza. No lo había visto nunca antes, no tenía motivos para odiarme.
—Bien, debo admitir que eso fue estúpido.
Concordé con él.
—Supongo que es una señal del destino de que la venganza no es lo mío.
—¿Venganza? —preguntó con escepticismo y arrugó la nariz.
—La jodida vieja amargada que vive en esa casa le gritó a mi cachorro esta mañana por orinarse en su valla.
Señalé con una mano y él la siguió con la vista.
—¿Y en qué consistió exactamente tu venganza? ¿Le lanzaste huevos a la puerta?
—No. Lo consideraré en la próxima ocasión. —Solté una risotada, pero sentí un tirón en la frente y tuve que parar de reír—. Yo... hice lo mismo que mi perro.
—¡Ugh! —exclamó con una mueca de desagrado—. ¿En serio acabas de orinar la entrada de mi casa?
Apuesto que palidecí al escucharlo pronunciar esas palabras. Claro, ahí estaba el karma una vez más.
—Mierda... —musité. Si no moría del golpe, ese sujeto iba a asesinarme.
—Qué curioso, ¿no? —dijo en tono irónico—. Ahora, al parecer, dependes de mí para no morirte desangrado frente a mi casa, donde está durmiendo la «jodida vieja amargada» de mi madre. ¿Quieres entrar?
—No, gracias. He vivido bastante, de cualquier modo.
—Es bueno saberlo, porque no soy médico, pero ese corte en tu cabeza no pinta nada bien.
Me toqué el sitio de donde provenía el dolor y comprobé que, en efecto, sangraba.
—¿Llamo a emergencias?
—¡No! —me apresuré a decir—. Estaré perfecto. No llames.
Se acercó más a mi rostro e inspeccionó mis ojos de cerca con ayuda de la linterna de su teléfono. Aunque son casi negros, imagino que la molesta luz permitía diferenciar mis pupilas. Debían estar más dilatadas de lo habitual.
—Sí, lo imagino —concluyó con un encogimiento de hombros y se puso de pie—. ¿Cuál es tu nombre, por cierto?
—¿Para qué quieres saberlo? ¿Llamarás a la policía?
Cierto temor me asaltó al considerar esa posibilidad.
—En realidad, creo que llamar a mi madre y contarle lo que hiciste sería más efectivo, pero ya obtuviste tu merecido. Quiero saberlo en caso de que amanezcas tieso aquí y tenga que dar mi testimonio para que le avisen a tu familia.
—Park Seokmin —respondí.
—Oh... olvídalo, ya no lo recuerdo. ¿Eres chino?
Solté un bufido y levanté las cejas, gesto que me dolió.
—Ni cerca. Coreano —aclaré por enésima vez a lo largo de toda mi vida.
—¿En serio? —dijo, sorprendido—. Jamás había visto un coreano y este mes he conocido a dos. Dime algo, ¿acaso es normal en Corea hacer este tipo de cosas? Porque aquí, además de repugnante, también es un poco... ilegal.
—No lo sé. Vine con dos años.
—Ya veo... Bien, ¿puedes levantarte?
—Eso creo.
Estiré la mano para que me ayudara a incorporarme y él la observó con una expresión de disgusto.
—Eh... no lo creo, amigo —dijo—. Ambos sabemos que esas manos estuvieron en un par de lugares desagradables. Hazlo por tu cuenta.
Puse los ojos en blanco, pero logré sentarme. Sentí un nuevo tirón en la cabeza al hacerlo. Sabía que ese golpe me molestaría por días, y lo peor es que me lo merecía por idiota.
—¿Puedes caminar? —me preguntó cuando logré levantarme del suelo. Asentí—. Supongo que vives cerca, te acompañaré a casa.
—¿Me vas a ayudar?
Eso sí que no lo vi venir.
—No es personal —respondió con simpleza—. Es que no quiero que te mueras justo aquí de una contusión cerebral. Sería incómodo para los vecinos de la cuadra.
—Te sorprenderías... Si te soy sincero, creo que lo celebrarían —dije con ironía. Tras una pausa, pregunté con auténtica curiosidad—: Por cierto, ¿vas a orinar en mi valla?
—Es muy probable.
—Me parece comprensible. —Me acaricié la frente mientras hacía una pequeña mueca de dolor—. Vamos, entonces.
Comenzamos a caminar despacio. Ya no tenía muchas ganas de reír y el efecto del alcohol y de las «golosinas» de Martín se había disipado con el golpe.
—Soy Charlie, por cierto —dijo.
—Charlie... —repetí en voz baja para no olvidarlo.
En ese instante, no tenía idea de cómo ese encuentro cambiaría por completo mi vida.
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