Sentir y dejarte ir
Otra noche en la que el departamento de mis padres me queda demasiado grande.
Siempre tuve el suficiente dinero para pagarme una buena cena, pero prefiero hacerme unos fideos últimamente.
No quiero seguir gastando más de lo suficiente, sino, después debo soportar que me anden refregando en el rostro cuanto estoy quemando sus ingresos al no tener en alquiler este sitio.
Aún diciendo eso no quieren que trabaje, solo que finalice mi carrera. Sin embargo este año tiene pinta de ser otro bastante complicado, teniendo en cuenta la poca capacidad que tengo de concentrarme y; sobre todo, sentarme con los apuntes y dedicarme más de dos hora al día.
Me siento hiperfrustrada y solitaria ahora que mis amigas avanzaron en la carrera y yo haya quedado detrás en materias que me trabaron por sus correlatividades.
La UBA es para todos, pero en el fondo solo es para aquellos que pueden anteponer sus estudios y que logran atravesar las dificultades emocionales o, al menos, taparlas hasta luego de rendir los exámenes.
En mi caso, en mi triste y puntual caso, sigo destruida por la ruptura con mi anterior ex. No quiero admitirlo, pero que me haya dejado de un día a otro y de esa manera, aún me escuece el corazón por las noches.
Sé que ha pasado mucho tiempo, pero su ida no fue completada en un saque. Es como si hubiese sido un partido de tenis donde se extiende y todos están insolados por el rayo del sol en sus cabezas cubiertas con gorras blancas, que los protegieron la primera hora pero que ya traspasaron la cuota posible de sus capacidades preventivas.
En resumen; ya que podría extenderlo y contarles al lujo y detalle pero no es el momento ni el lugar; hay algo nuevo y más increíble que puedo contarles; estoy en este preciso momento rota y desamparada. La soledad intensifica el abismo que dejó, pero sobre todo el frío de las noches que acecha y me giro cada tanto en la cama para buscar posición.
—¡Esto no puede seguir así!
Me agacho y tomo la notebook del piso. La dejé allí después de ver la película de esta noche.
Busco en internet alguna página para hablar con gente. Todas usan cámaras y agradezco que la mía funcione.
Me hablo con demasiadas personas que abarcan un público de dieciséis a treinta años. Hay gente de otros países y converso con ellos durante un rato hasta que me aburro y comienzo a buscar nuevas personas.
Por una hora hablo con un nuevo chico pero desaparece y me quedo un cuarto o más de hora buscándolo.
Veo cosas subidas de tono y sigo de largo.
De pronto veo que un chico está tocando una guitarra y no presta atención a la cámara.
Me intriga, pero sobre todo, me recuerda a mi ex que tenía un bajo similar a ese.
No quiero otro insensible que se la da de músico en sus a penas veinte, aún en la casa de sus protectores y religiosos padres.
Toco la tecla para seguir buscando gente y justo él levanta la mirada. Pero lo perdí.
Intento volver, pero él también ha tocado la tecla o no se que debe haber pasado, pero ya no lo localizo.
Pasa media hora y ya estoy algo más cansada que antes. Me dormiré así ya acaba este patético y aburrido día.
Necesito ir al baño a orinar y apagar todas las luces del living y cocina.
Cierro la puerta de la otra habitación. La uso para guardar cosas.
Vuelvo a la cama arrastrando los pies y recuerdo a mi abuela que hace exactamente lo mismo, con la diferencia que siempre lleva una sonrisa en su rostro al acercarse.
La extraño tanto qué hay noches que sueño con ella en su casa de campo. Sus dos perros corren detrás de ella. Siempre aúllan y ladran antes de que toque el timbre, como alarmas capacitadas para notar si hay ladrones cerca.
Escucho un ruido proveniente de la habitación y me apresuro a terminar mi recorrido.
Tomo la computadora y la colocó en mis piernas. Está algo caliente, por lo que le pongo debajo un almohadón de los tantos que tengo allí para no quemarme.
Lo que no sabía es que si hubiese apagado esa noche el ordenador, hubiese prevenido un mayor incendio...
Charlamos durante hora y media hasta que se hacen las cinco de la mañana. El sueño nos debilita la mente y acordamos hablar la noche siguiente en un horario más razonable.
La noche siguiente me conecto tipo nueve, pero no es hasta las diez y cuarenta que lo encuentro. De nuevo con su bajo negro en mano y sin mirar la pantalla.
Pasamos otra hora y pico hablando hasta que uno de los dos se anima a pedir el número de teléfono y nos llamamos.
Su voz es de niñato que recién está madurando y supongo que debe tener unos dieciocho, lo cual me alarma, ya que yo tengo unos veintidós. Le pido el documento de identidad y al mostrármelo veo que su edad es más próxima a la mía, aunque aún así sigue siendo unos cuantos meses menor.
Siempre salí con chicos menores, no le veo el problema mientras sea lo suficientemente maduro emocionalmente.
Arreglamos de vernos el próximo viernes que es dentro de tres días.
Manejo muy mal mi ansiedad y después de cursar me como unos caramelos que me compro en un kiosco. También tuve que recurrir a visitar a mi tía abuela, la cual tiene más gatos de los que podría albergar un parque.
La loca de Tita, la hermana de mi abuela, pretende que los cuide una semana completa el próximo mes. Accedo solo por el hecho de que no tendrían comida y morirían de frío si tampoco le prendiese alguna estufa.
Tomo las llaves y las guardo en mi mochila. Tiene un peluche pequeño de un gatito blanco que cuando las tengo en mi mano al sacarlas de la mochila, lo peino y el pelaje extraño me reconforta. Ahora entiendo porque vive con ellos. La soledad te hace rodearte de gatitos que te destruyen cada mueble pero que te reconfortan en las noches frías del invierno.
Llega el viernes y nos encontramos en una empresa de comida rápida que no nombraré pero que todos conocen.
Tomamos un helado de crema y al comenzar a chorrearme su cono, me atrevo a reírme de él.
Es un niño aún, lo demuestra en sus tímidas manos con el helado. Para nada creo que podamos avanzar a algo más adulto.
La siguiente cita la organizó en mi departamento porque llueve y no tengo ganas de ir de nuevo al local de comida.
Tampoco quiero que me vean por la zona conocidos. Recoleta es muy concurrido por estudiantes y me conozco un edificio en cada cuadra de chicos y chicas que cursan en otras licenciaturas pero que sería un quemo total que me vieran con un chico así.
Tiene cabellera enrulada y es demasiado delgado. No creo que me guste físicamente. Esta noche es la última chance de poder ver si su plática supera a sus manos nerviosas.
Nos sentamos en la mesa alargada de madera que me regaló mi abuela luego de comprarse una mucho más extensa y maciza.
Las sillas son muy incómodas, aún así no nos atrevemos a ir al sillón todavía.
Hablamos sobre lo que cocinamos y lo que nos gusta comer en las indistintas marcas conocidas.
Su gusto es algo común y no tiene detalles de restringir ingredientes como yo. No me gusta para nada el pepino que le ponen a las hamburguesas ni tampoco la cebolla caramelizada. Las detesto.
Lo que si dice tener un amorío y yo me detengo a escuchar con más atención que antes.
—Por la Pepsi.
Estoy en desacuerdo.
—La Coca Cola es superior.
—Bueno, no vamos a poder seguir si decís esto.
Hace que se levanta y toma su mochila del piso. Se la coloca en el hombro y yo no se si está bromeando o hablando en serio.
Por suerte se vuelve a sentar y deja la mochila en el mismo lugar de antes.
—Casi que te creo. —Me sincero.
—No me iría por eso. Ahora si no conoces al Indio Solari...
—¿Y ese?
Dudo haber escuchado ese nombre. Me resuena pero no me aparece un rostro al repetirlo en mi mente.
Toma de nuevo su mochila y se levanta ahora más rápido que antes.
Camina dos pasos y me quedo mirándolo a ver si realmente se retira de allí, aunque me necesita para que le abra la puerta de la calle.
—Disculpame Carla, pero no puedo tener una amistad o salir con alguien que no conoce al Indio. ¡El Indio es lo más grande qué hay!
¿El ya piensa en una amistad o salir conmigo? Tal vez esta demente o tal vez le guste más de lo que él a mi.
—¿Podríamos ser amigos decís vos?
Lo pillo con la guardia baja.
Me devuelve una cara de sorpresa y no responde hasta que yo me paro de la silla.
—Tal vez —responde con duda.
La mochila se le desliza del hombro y avanzó para sacársela.
Tiró de ella y la cuelgo luego a unos metros de allí en un perchero encastrado a la pared blanca del pasillo del living.
—Bueno, entonces me vas a mostrar quien es ese Indiecito.
El se ríe y se tapa la cara negando con la cabeza.
—¿Qué? —río más por su risa que por mi comentario.
Me siento en el sillón y le espero. Se sienta a mi izquierda a medio metro mío.
Es un futón marrón con un colchón beige, que se desliza a cada maldito rato, por lo que lo estuve levantando con toda la fuerza que tenía antes de que el llegase.
No tardará mucho en caerse nuevamente y no me importa. Ahora estoy concentrada en los videos que él me muestra del cantante.
Me explica un par de cosas en jerga musical y yo asiento, aunque no entiendo ni medio.
Me cuenta que toca el bajo y la guitarra. Me pone audios de lo último que grabó con su celular. Se excusa con que el celular no capta la música tal cual sale del instrumento.
Tengo su celular en mi mano y cuando se lo regreso rozamos nuestros dedos.
Sé que el sintió esa calidez en mi toque.
Lo miro detenidamente mientras el guarda el aparato en su bolsillo.
Extiendo mi mano y atrapo un rulo de su melena. Son tan formados que me dan ternura. Me recuerdan a los rulos que tenía mi madre en las fotos de joven.
El toma un mechón mío y lo enrolla en su dedo como yo hago con su rulo.
Le empujó con mi otra mano para que deje de hacerme eso. Odio los rulos en mi, no me quedan bien.
Pero alcanza a tomarla en el aire y me sostiene la muñeca y la mano todo dentro de la suya.
" ¡Wow! Si que tiene manos muy grandes para lo chico que es. Debe ser por tocar la guitarra" supongo estúpidamente.
Me mira a los ojos y yo a los suyos.
No se atreve a besarme y doy el primer paso para acercarme, sin embargo se remueve en el asiento y me rechaza.
¿Mal interprete todo?
Volvemos a hablar después de un rato y se nos pasan las horas después de tomar un café o dos.
Decidimos acostarnos a dormir en mi habitación por separado. Yo en mi cama y el en un colchón en el piso.
Dialogamos de cosas triviales. Cuando bostezo agotada y me giro hacia su lado no veo nada. La luz del celular que estaba prendida hasta recién se apagó y me ayudó a cerrar los ojos.
—Hasta mañana —me despido. Preveo que pronto me dormiré.
—Hasta mañana. —Me copia.
Pasan unos minutos y siento que estoy lista. Que ya me estoy sumergiendo en la penumbra y deslizando lentamente por las aguas de Morfeo.
Hasta que me toca.
Me acaricia una mano.
Medio que lo odio y por otro lado me gusta que me busque a pesar de estar agotado.
Me toma de la mano y nos quedamos entrelazados muy dulcemente.
De pronto siento que tira con fuerzas y mi cuerpo se inclina un poco. No lo veo pero siento que esta allí debajo muy cerca. Demasiado cerca.
Lo siento.
Lo rozo.
Lo palpo.
Lo beso.
Besa tan increíblemente que mis ojos se abren pero sigo en la penumbra y no puedo deleitarme con mis sentidos visuales.
Mi libido comienza a subir pero me contengo.
—Carla —me llama con timidez.
—¿Si? —pregunto con voz suave.
—¿Puedo dormir con vos?
Lo pienso.
—Si. Solo dormir —aclaro por las dudas.
No es por mi, sino por el. No quiero asustarlo. Parece ser bastante principiante.
Se acuesta conmigo y nos quedamos de cucharita.
No me muevo ni por un segundo.
Su mano me toca la mano y siento su respiración en mi nuca.
Cada vez que exhala los pelos se me ponen de puntas a pesar de estar ya bastante calentita entre sus brazos, sábanas y acolchado.
Su dedo gordo roza mi mano con dulzura y en su nueva exhalación noto que se está conteniendo.
Ya no lo soporto y me giro bruscamente. Atino a su boca y me responde con una inmensa necesidad.
Nos calentamos tanto que las sábanas y colcha están por demás. Las empujó con los pies y las retiro lo más que puedo.
No nos sacamos la ropa ni tampoco nos tocamos nada, pero se que esto es solo el comienzo de algo.
Sus besos saben delicioso. Es como chupar miel que no es demasiado dulce para empalagar pero lo suficiente para seguir metiendo el dedo en el tarro cada tanto para volver a deleitar a las papilas gustativas.
Así es mi relación con el ahora.
Siempre quiero más.
Se va a su casa y me quedo vacía. Lo necesito todo el tiempo conmigo.
Tristemente vuelvo a estar sola, él debe estar en su casa con su padre y su hermana. Sobre todo con su hermana menor de edad. A penas tiene unos catorce años.
No comprendo como es que su padre duerme tanto todo el santo día.
A medida que avanza la relación más interrogatorios le hago. Me evade la mayoría.
Solo se que sus padres están separados pero no divorciados, que su madre vive a unas veinte cuadras aproximadamente de lo de su padre y que su hija, Julia, la hermana de Juan, es bastante rebelde y la está pasando mal. Supongo que el también. Pero no se a qué nivel hasta que nuestra relación llega a su punto de quiebre.
Yo necesito de él y se que él necesita de mi, pero al no abrirse, al no dejarme entrar en sus desgracias, me aleja intencionalmente.
¿Cómo puedo hacer ahora con este agujero inmenso que siento?
Le comencé a amar tan rápido que me sorprendió una noche lo segura que me sentía a su lado.
Si bien había tenido novio antes y parejas ocasionales...esto era superior. Como la Coca Cola a la Pepsi. Aún sostenía mi preferencia, y él la suya.
Éramos tan distintos.
Tan cortados por distintas tijeras.
No iba a funcionar. Nunca.
Pero al menos me llevaba el recuerdo de su música en las noches de los viernes cuando yo volvía de cursar y él tocaba en un bar cercano a mi departamento.
Otra vez ese departamento vacío.
Tan inmenso para mi sola.
Tan silencioso que me desmorona.
Me siento en el piso frío del baño a llorar y necesito algo aún más pequeño.
Me meto en la bañera y eso me contiene ahora aún más.
El haber adelgazado hace que quede más espacio que antes pero algo me reconforta.
No prendo el agua, estoy vestida dentro. Solo quiero sentir que estoy contenida como cuando era un embrión. Quiero esa calidez y esa sensación de apretujamiento.
Necesito abrazos, sus abrazos.
Lo amo, aún lo hago.
Lo vuelvo a ver una tarde de Mayo. Me cuenta que su padre hace gastos extraños y que no les alcanza el dinero a pesar de ganar bien.
Supone que está consumiendo.
La casa cuando la conocí estaba sucia, demasiado. Pero ahora, en este preciso momento, es un basural.
Botellas de Pepsi tiradas por el piso, manchas en los azulejos de la cocina, basura en la mesada y el lava manos. El horno todo lleno de aceite pegado y manchones viejos en la puerta.
Quiero huir de allí. Mi mente me grita "Salí de ahí", pero no solo por la mugre, no, es por sus ojos y su tacto.
En cuanto se va al baño tomo su celular que lo dejó desbloqueado en el escritorio de la computadora.
Tiene algunos mensajes nuevos. Una chica le dice "te quiero". Eso me destruye.
Dejo el celular en algún sitio, ya ni se donde. Me levanto y abro la puerta de su casa. Salgo al patio interno y luego doblo por el pasillo.
Salgo por la última puerta que da a la calle y cierro lo más fuerte que puedo, para que se entere que me fui.
Que realmente me fui. Esta vez es un real "adiós".
Debo amarme a mi misma aun cuando no lo siento.
Necesito salir de esa mierda olorosa sola y lo antes posible.
Espero el colectivo parada en la vereda mientras mis ojos no dan descanso a los torrentes de lágrimas que recorren todo mi blanco y rosado rostro.
El aparece por detrás y me suplica que hablemos nuevamente. Yo le hecho en cara lo de su celular.
Discutimos. Él se va.
Subo al colectivo y sé que es el final.
No entiendo como caminé esas cuadras a mi guarida.
Ya no me meteré nunca más en una sala de chat. Nunca más me involucraré con un músico que te implique comprometer tus oídos a sus creaciones.
Ya no. Ya no más.
Basta de afectividad por un joven sentimental que lo único que me supo dar fue esta historia que contar.
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