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Epílogo - Tres días después

Dante

Cuando volví a Florencia, quise taparme de trabajo para ignorar las ganas que tenía de hablar con Eva. Afortunadamente tenía toneladas de cosas pendientes. Llamé a Carla para saber cómo seguía y avisarle que había llegado bien, entonces me enteré que se había ido de vacaciones por dos semanas con Felipe. Me dolió en el alma, pero entendí que había decidido seguir adelante, y comprendí que también era mi hora de hacerlo.

A los tres días, mientras el sol de la tarde nos regalaba sus últimas horas de calor, estábamos paseando por unos olivares de la Toscana que quitaban el aliento. Disfrutábamos con algunos pacientes de una hermosa tarde veraniega. Mientras un grupito caminaba entre los árboles y otros se echaban una siesta en el bus, yo aproveché para escuchar un poco de música, mientras trataba de dejar de pensar en ella.

Levanté la mirada con tristeza, llegando a la conclusión de que a veces no basta con hacer el cambio interno. Había cambiado, por mí y por ella, pero a veces las personas están con nosotros en diferentes momentos, o en momentos equivocados, y no se pueden forzar las cosas. Yo amaba a Eva, pero no podía obligarla a sentir lo mismo. Si ella había decidido olvidarme, yo tendría que empezar a hacer lo mismo.

Bajé del bus y comencé a caminar por un largo camino que llevaba a la carretera principal. El tiempo estaba agradable y quise aprovechar para respirar aire puro y pensar en cómo podría darle un giro a mi vida, lejos de Eva.

Cuando casi estaba llegando a la carretera, un taxi se detuvo en la banquina. Cuando la vi bajar, mi corazón se aceleró y me llené de todas esas ilusiones que creía perdidas. Llevaba una maleta. Levantó la mirada, me sonrió, y el sol volvió a salir para mí. Se cubrió los ojos del sol del atardecer que enmarcaba su perfecto rostro y me habló:

–¿Hay lugar para una voluntaria más, señor director?

No podía ser. No podía creer que estuviera aquí, y para quedarse. La miré, esperando que me dijera que se trataba de una broma o algo así. Pero no lo dijo. En su lugar dijo una frase que me desarmó.

–Lamento haber tardado tanto. A veces decidirse a correr tras los sueños toma algo de tiempo...En mi caso, tardé unos tres años, o mejor dicho...toda la vida. Pero finalmente sé lo que quiero. Te quiero a ti, Dante. No me imagino la vida sin ti. Quiero un futuro contigo, quiero tener la paz que solo tú me das. Quiero...

No la dejé terminar. Eliminé el poco espacio que nos separaba y la tomé en mis brazos. Ella envolvió sus piernas alrededor de mi cadera y rodeó mi cuello con sus brazos. No esperé ni un segundo para tomar sus labios y besarla con fervor. Devoré su boca con necesidad, nuestras lenguas entrelazadas en un baile sin fin, mordí su labio con un deseo que ya no podía frenar. Habíamos pasado por mucho, y había costado, pero había vuelto a mí.

Al cabo de un rato volvimos a la clínica y la llevé a mi habitación. No podía estar un minuto más sin sentirla nuevamente. Nos desnudamos con urgencia, y en silencio, cuidando de no hacer ningún ruido que pudiera molestar a alguien, y sentí que volví a vivir al verla, al sentirla en mi piel.

Cuando terminamos nos quedamos acostados y muy abrazados en mi estrecha cama. Me contó que tendría que volver en dos semanas para terminar el tratamiento de Carla, pero que después de eso pensaba quedarse conmigo un tiempo, ayudando en lo que pudiera, y luego definiríamos cómo seguir. Tal vez podríamos realizar el tratamiento en los pacientes de la clínica, para ayudarlos a mejorar o a transitar de mejor manera la enfermedad y lo que les quedara de tiempo.

Mientras estábamos acostados me estiré para alcanzar el cajón de la mesita de noche y saqué algo de adentro. Le pedí a Eva que cerrara sus ojos y me extendiera su mano. Una vez que lo hizo, coloqué el anillo de compromiso en su dedo anular. Ella abrió los ojos, llenos de lágrimas, y me apresuré a hablar.

–No es necesario que respondas nada ahora mismo, y tampoco quiere decir que tengamos que hacerlo ya, pero quiero casarme contigo Eva, no quiero perder más tiempo, estuve a punto de perderte para siempre y no quiero correr más ese riesgo: te quiero para toda la vida. Te amo.

Ella me miró a los ojos y sonrió. Estaba tan hermosa: despeinada, con el rostro sonrosado y una sonrisa de satisfacción. No podía más que adorarla, acostada en mi cama, usando nada más que el anillo... Quería a esa mujer, y la quería para siempre. Miré al cielo y sonreí, agradeciendo al ángel que sin duda había hecho de las suyas para que su camino volviera a unirse al mío. <<Gracias, mamá>>.

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