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Capítulo 9 - Hot n' cold

Dante

No sabía cómo describir esa noche. Había comenzado conmigo deseando conseguir un ligue, y había terminado consolando a Eva tras su ataque de pánico. No me consideraba una persona contenedora, de hecho, cuanto más alejado del drama y de los problemas, mejor. Pero ella había despertado algo en mí, algo que no podía definir.

Cuando sentí ese golpe y la vi hecha un ovillo en el suelo, me desesperé. La levanté en volandas y la llevé al sofá. Me resultaba muy difícil que no me pudiera ver. Necesitaba ese contacto visual que da la pauta de que todo está bien. Solo cuando su respiración se hizo pausada y noté que se había quedado dormida, me tranquilicé.

Más tarde, cuando decidí cocinarle, me puse nervioso como un crío. Quería que quedara perfecto, quería que ella se sintiera bien. Cuando se despertó y vi que estaba bien, volví a respirar. Y cuando comió de mi plato... ¡Por favor! Nunca me había empalmado por ver a alguien comer...pero es que era tan sensual, sus gestos, los ruidos que hacía, los movimientos de su boca al probar mi plato, su lengua pasando por sus labios... Tuve que hacer un enorme trabajo de autocontrol para no tumbarla en la mesa de la cocina y hacerla mía en ese instante.

No sabía si ella sentía lo mismo que yo. A veces me parecía que sí, que estaba dispuesta a todo. A veces era fría como el hielo y no parecía interesarle nada de mí. Lo que sí tenía claro es que yo le estaba mintiendo, y cada día me sentía más incómodo con eso. Parece que al final el bloque de mármol que creía ser tenía sentimientos. Y me incomodaba, y no me gustaba. Era mejor cuando iba a lo mío y nada más.

Me subí al coche y saqué mi celular del bolsillo. No lo había mirado en toda la noche.

Tenía varios mensajes, pero vi dos que me llamaron la atención.

El primero era de Marcos, un texto que, como siempre pasaba últimamente, me revolvió el estómago. ¿Cómo podía festejarle los chistes a este tipo? Cada vez me caía peor.

***Hola Dante, ¿cómo estás? Te escribo para preguntar cómo va todo con la doctorcita, ¿ya te la has follado? Vamos, que te conozco y sé que no perderás la oportunidad de probar una buena carne y esa doctorcita está para chuparse los dedos. Recuerda que tu sillón presidencial te está esperando... ¿Cómo va la investigación? ¿Has conseguido algo? ¿Tenemos la cura? Tú tranquilo que vas bien, confío en ti. He pensado pedirte que vinieras al laboratorio pero creo que es mejor que no lo hagas, alguien podría verte. Mejor mantengamos el contacto por esta vía. Nos hablamos. ***

Eliminé el mensaje sin contestar. No quería insultarlo, y temía hacerlo. Últimamente Marcos me sacaba de mis casillas. Cada vez que estaba cómodo me enviaba un mensaje marcando presencia, y recordándome la infame tarea para la que estaba junto a Eva.

Respiré profundo y pasé al siguiente mensaje: era un audio de mi madre. Puse los ojos en blanco y le di al play.

***Hijo, espero que estés bien. Hace mucho que no hablamos. ¿Sabes que me puedes llamar algún día, verdad? Tu madre se va a morir de vieja esperando un llamado... Quería recordarte que en dos semanas festejamos mi cumpleaños, ¡mis sesenta años, hijo! ¿Puedes creerlo? Yo todavía no. Bueno, no te quiero entretener más. Te espero en dos semanas. ¡Y no olvides lo que me prometiste! Espero también a tu novia. No puede ser que haga tanto tiempo que estáis juntos y aún no la conozca. Quiero que ese sea mi regalo, y no acepto un no como respuesta. Tráela y preséntala a la familia, como Dios manda. Te quiero hijo, nos vemos en dos semanas.***

Mierda. Estaba en problemas. Mi madre era una persona muy tradicional y muy controladora. Hace aproximadamente un año, aunque no estaba en el país, había empezado a darme la lata con presentarme una chica, y había querido arreglarme una cita en un viaje relámpago que había hecho para visitarla, ya que había sufrido una arritmia y estaba muy preocupado por ella. Tuve la brillante idea de decirle que ya estaba saliendo con alguien, y que todo iba de maravilla. Ella quedó feliz, y cada vez que hablábamos me preguntaba por mi novia. Y yo le decía que todo iba bien, para evitarle el disgusto. Tenía miedo de provocarle algún daño al corazón, ya que siempre estaba preocupada por mí y por mi estabilidad. Además, debía aceptarlo, siempre me sentí mucho más cómodo mintiendo que diciendo la verdad. Al menos hasta ahora.

Tampoco contesté el mensaje. Bueno, eran las cuatro y media de la mañana, no podía responder ningún mensaje a esa hora. Pero me preocupó un poco el mensaje de mi madre. Debía conseguir una novia falsa antes de dos semanas, y llevarla a casa de mi madre. Pensé en hablar con Laura, una rubia con la que había salido un par de veces y con la que repetíamos de vez en cuando. Ella era como yo, no le interesaban los compromisos y lo pasábamos muy bien en la cama. Supuse que no tendría problemas en darle una mano a un viejo amigo. A fin de cuentas, solo era fingir un poco, ¿no?

Me disponía a guardar mi celular cuando me llegó una notificación de mensaje. ¿Quién podía escribirme a esta hora? Entonces vi que era un mensaje de ella. Antes de darle play ya estaba con esa sonrisa boba en el rostro. Me acomodé en el asiento del coche y escuché.

***Esto...perdona por enviarte este mensaje...acabas de irte y ya te estoy molestando otra vez. Emmm, no sé por qué te estoy mandando esto, quizá debería borrarlo, solo quería agradecerte otra vez por cuidarme, y por prepararme la cena... Eres un buen hombre, Dante. Buenas noches, que descanses.***

Sus últimas palabras se clavaron como cuchillos en mí. Qué equivocada estaba. Yo no era un buen hombre. Yo era el peor. Aunque quería ser bueno, sentía el deseo de ser bueno por ella, pero no podía, jamás podría ser lo que ella merecía.

Apreté los dientes con fuerza y dejé el teléfono en el salpicadero del coche. Tendría que contenerme para no responderle, pero no podía hacerlo. No podía ilusionarme con la idea de construir algo que sabía que iba rumbo al desastre total y absoluto.

Al día siguiente, cuando llegué al laboratorio, cansado y con ojeras, ella ya estaba ahí. Increíblemente estaba fresca como una lechuga, y perfecta. Oh, Dios, ¿por qué tenía que ser tan perfecta? Levantó la cabeza cuando me escuchó entrar y sin que dijera una palabra me saludó.

–Buen día, Dante.

–Buen día, ¿cómo supiste que era yo? Pudo haber entrado cualquiera.

Ella sonrió.

–Es que ya reconozco tus pisadas. Anoche te envié un mensaje, ¿lo escuchaste?

–Eeeeh, sí, lo escuché. No te respondí porque, bueno, justo me pasó algo que...- balbuceé. No sabía qué excusa darle. A esa hora no había ninguna válida.

–Ya. Entiendo –dijo.

Estaba mosqueada. Y tenía motivos para estarlo. Me estaba comportando como un niño, y actuando en contra de lo que quería hacer.

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