Capítulo 8 - No me dejes
Eva
No sé qué se apoderó de mí para darle ese beso en la mejilla, pero cuando cerré la puerta me quedé sonriendo como una tonta, apoyada en ella, sintiendo un cosquilleo allí en mis labios, que habían tocado la piel de Dante.
No sabía qué me estaba pasando con él. Solo sé que todo lo odioso que me había resultado al principio ahora había desaparecido. Cada día me despertaba con ansias por ir al laboratorio, no solo por la investigación, que ahora que lo tenía a él trabajando conmigo marchaba viento en popa, sino también porque sabía que estaría con él. Resultó que después de todo, Dante era divertido, simpático, algo exasperante, (pero eso ya lo sabía), y excelente en su trabajo. También tenía detalles conmigo realmente maravillosos. Todas las mañanas me dejaba un café en mi escritorio, con dos sobrecitos de edulcorante, tal como me gustaba. Y todas las tardes me ponía en el bolsillo de mi bata un pequeño bombón Ferrero Rocher, mis favoritos. Un día lo comenté como de pasada y desde ese momento recibí uno cada día. ¿Quién hace eso? Moría de ganas de conocer su rostro. Lo podía imaginar, pero deseaba ver para conocerlo. Mis compañeras de laboratorio babeaban por él, por lo que podía deducir que era bien parecido, y por las pocas veces que había tenido algún contacto físico (accidental) con él, me había dado cuenta de que estaba en muy buena forma. Todo eso contribuía a mis ganas de ver su cara.
Estaba sonriendo contra la puerta cuando, de repente, se apoderó de mí una desagradable y conocida sensación. Empecé a sudar frío y sentí que me quedaba sin aire. Me tomé el cuello con las dos manos y me dejé caer, desplomándome en el suelo. Otra vez estaba sufriendo un ataque de pánico. Intenté recordar lo que me había dicho Dani, pero solo podía temblar y sentir la certeza de la muerte.
De repente, escuché un ruido fuerte y sentí que alguien me tomaba en sus brazos. Unos brazos fuertes y una voz tranquilizadora que decía mi nombre una y otra vez. Supe que era Dante antes de escucharlo. Su voz disipó la bruma que me embotaba la mente, entonces pude recordar los consejos de Dani. Comencé a respirar profundo contando hasta diez, mientras mi corazón acelerado se iba ralentizando. Sentí que Dante me estaba apoyando sobre el sofá y el miedo volvió. Me aferré a él con todas mis fuerzas y, sollozando, alcancé a decirle con voz ahogada.
–¡No me dejes, por favor!
De pronto mis ojos se volvieron pesados y me dí cuenta de que, como la otra vez, me estaba quedando dormida. Antes de caer, lo escuché decirme con suavidad:
–No me iré a ningún sitio. Estoy aquí.
Al cabo de un rato me desperté. Estaba sola. Moví mis brazos, tocando todo el sofá y su alrededor, pero no había nadie. Dante se había ido. Sentí una desazón inexplicable, y quise enojarme, pero solo encontré tristeza. Entonces escuché movimientos en la cocina. Me levanté como un resorte y caminé hacia allí. Antes de llegar, escuché su voz que me daba la bienvenida.
–¿Cómo te sientes? Me has dado un susto de muerte.
–Lo siento, no quise asustarte. Qué vergüenza...
–No digas eso, no tienes por qué sentir vergüenza. Es solo que me preocupé mucho. ¿Qué ha pasado?
–Un ataque de pánico. Es la segunda vez que me ocurre. Debe haberse visto horrible. Créeme que se siente peor de lo que se ve, así que imagínate lo que es.
–¿Por qué te ocurren?
Le conté todo lo que me había dicho Daniela, y los consejos que me había dado para pasarlos rápido. Él se mostró comprensivo y empático. Me tomó de la mano mientras hablaba y me la acarició con suavidad.
–Preparé algo de comida. Lo siento, tenía mucha hambre y supuse que tú también despertarías igual.
–¿Así que cocinas? –sonreí.
–No solo cocino. Soy un excelente cocinero, y podrás probarlo ahora mismo.
Me alcanzó un plato que despedía un aroma delicioso, pude percibir verduras y algo de carne, pero también sentí especias y un dejo dulce. Otra bendición de la ceguera era que mi sentido del olfato estaba muy desarrollado.
No puedo describir lo que sentí al probar esa comida. Sin dudas el plato más rico que había probado en mi vida. Se lo dije y él agradeció, complacido. Lo escuché muy contento y pude notar que estaba orgulloso.
Después de la cena, volvimos a sentarnos en el sofá.
–Vaya, ni siquiera te he preguntado qué hora es...
–No importa, Eva. Es muy tarde.
–Dime.
–Son las cuatro de la mañana.
–Ay, qué horrible. Perdón, mira la hora que es y yo aquí, dándote charla. Seguro tenías algo mejor que hacer y yo te...
–Eva. –me cortó. –No había otro lugar en donde quisiera estar, más que contigo.
Me derretí con sus palabras. No pude decirle nada porque temía ponerme a llorar. Él pareció notarlo, porque carraspeó y noté que se levantaba.
–Eh, bueno...ahora que estás bien, y que has comido, si te parece bien iré para mi casa, si no mañana no lograré levantarme para trabajar, y si supieras la bruja que tengo por jefa...
Me reí fuerte con su broma, y le respondí.
–Bueno, si es tan mala siempre puedes comprarla con bombones, ¿no?
–Es una buena idea, Eva. Lo tendré en cuenta.
Sonreí y me puse de pie para acompañarlo a la puerta.
–Gracias, de verdad. No tengo palabras para agradecerte lo que hiciste por mí. Me diste la calma y la compañía que necesitaba.
–Tonterías. He hecho lo que tenía que hacer. Sé que tú harías lo mismo por mí.
–Sin dudas que lo haría. De todos modos te debo una, Dante.
–Olvídate. No me debes nada.
–De ninguna manera. Estoy superando mi vergüenza solamente porque cuento con que me cobrarás el favor algún día. Tenlo en cuenta por favor.
–Está bien– suspiró. – Ya te lo cobraré algún día. Hasta luego, bonita.
Esta vez fue él quien besó mi mejilla y me derretí por segunda vez en el día. ¿Qué me estaba haciendo este hombre?
Me fui a dormir con una gran sonrisa en los labios y la sensación de su beso.
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