Capítulo 7 - Sus manos en el laboratorio
Dante
Ese día me levanté con más tiempo del de costumbre, y salí previendo cualquier inconveniente. No pasó nada, por lo que llegué al laboratorio con media hora de anticipación. Como estaba sobrado de tiempo, fui al comedor de funcionarios y me senté en una mesa a tomar un café. El laboratorio proveía de almuerzo a todos los funcionarios, y también brindaba café y galletas a quién lo quisiera.
Estaba sentado, sumergido en mis pensamientos, cuando la vi aparecer en el umbral de la puerta. Llevaba una falda negra y una blusa blanca ceñida al cuerpo. Los ojos se me fueron inmediatamente a sus pechos, y me regañé mentalmente por eso. Llevaba un bolso colgado en su hombro derecho, y con sus manos estaba replegando su bastón, para luego guardarlo. ¡Joder, qué hermosa era! Estiró sus brazos y avanzó a tientas pero segura por el comedor, hasta llegar al sector de la cocina. Allí se encontraba la cafetera y un pequeño mueble donde se guardaban las galletitas.
La observé tomar con precisión la jarra de café, una taza vacía, colocar su dedo índice dentro de la taza y servir el líquido sin derramar una gota. No sé definir qué sensación me provocó, pero sonreí al verla hacerlo con éxito. Inmediatamente volví a mi seriedad habitual y miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie me hubiera visto, pero estábamos solos. De pronto me sentí algo incómodo por estar observándola sin que ella supiera, como si fuera un acechador. Bueno, a decir verdad, eso era, para eso estaba ahí, y una sensación de incomodidad se adueñó de mí.
Decidí irme de allí sin que ella supiera, pero cuando me paré de mi silla, la vi luchando con un paquete de galletitas. Parece que el abre fácil solo funciona con personas que pueden ver.
Ella se mordía el labio inferior mientras con sus dos manos daba vueltas y vueltas al maldito paquete, sin éxito. Yo, como hipnotizado por aquellos labios, me fui acercando, preguntándome de pronto qué sabor tendrían y cómo sería atraparlos entre los míos. ¡Por Dios!, ¿En qué rayos estaba pensando?
Me frené en seco para no seguir avanzando y la seguí observando.
–¡Puta mierda!– exclamó en voz baja.
Eso fue lo que necesité para intervenir. Me acerqué a ella e intenté tomar el paquete.
–Déjame ayudarte. –Se sobresaltó al escucharme, y claramente se puso a la defensiva.
–¡Aléjate! No necesito tu ayuda.
–Pues a mí me parece todo lo contrario, pero allá tú, bonita. Suerte tratando de abrir las galletitas.
–¡Espera!– dijo a regañadientes, se la veía avergonzada.
–¿Sí?
–Ya sabes...– dijo, y señaló el paquete que tenía en las manos.
–Sí, pero ahora quiero que me lo pidas,– dije, provocándola.
–¡Vete a la mierda, Dante!
–Uyyyy, recuérdame no gastarte bromas a la mañana, tienes un humor de perros.
–Lo que me pone de mal humor son los gilipollas como tú, y métete las galletitas por donde te quepan.
–¡Eh! ¿Ese lenguaje académico lo aprendiste en Harvard, bonita?
–No, lo aprendí en... mejor me callo, porque no me voy a rebajar a tu nivel. Te espero en el laboratorio en cinco minutos.
Se dio vuelta y salió por la puerta como una exhalación. Todavía no podía entender cómo andaba tan rápido sin su bastón. Supuse que conocía el lugar como la palma de su mano. No pude evitar observar su trasero contonearse al ritmo de sus pasos firmes. Cerré los ojos para borrar esa imagen inapropiada de mi cabeza, respiré hondo, y me dirigí al laboratorio.
Pasamos todo el día metidos allí. Quedé anonadado con el conocimiento que tenía Eva. Era brillante realmente. Había avanzado muchísimo en su investigación, pero actualmente se encontraba algo estancada. Asumí que era consecuencia de su ceguera. Pero ahora estaba con ella, y podríamos avanzar sin problemas.
Estuvimos toda la tarde hablando sobre la investigación, cuáles eran las mejores estrategias para enfocarla, qué resultados podríamos esperar a priori y otros detalles técnicos. El tiempo voló y yo solo podía asentir, embelesado por su inteligencia y su claridad. Casi me olvido que debería estar prestando atención para luego anotar sus comentarios. Quién sabe, quizá alguno de ellos podía ser la clave para hacer un gran descubrimiento. Pensé que lo mejor sería grabar cada una de nuestras charlas, así tendría de primera mano sus palabras. Inmediatamente comencé a experimentar una sensación que nunca me había ocurrido: la culpa. Me sentía culpable por estar utilizándola. Eso no era normal en mí.
*********************
Las semanas pasaron y seguimos llevándonos como perro y gato. Y con el correr del tiempo intenté ahuyentar esos sentimientos de culpa pensando en sus defectos: lo repelente que resultaba a veces, lo autosuficiente que se creía, la superioridad con la que hablaba, el orgullo que tenía que no le permitía pedir o aceptar ayuda... Pero en todos los casos me quedaba corto... En muy poco tiempo pude descubrir que ella no era ninguna de esas cosas: era muy simpática, generosa, atenta, sabía escuchar, era divertida, siempre me alentaba a dar lo mejor de mí... ¡Vaya! ¿Qué me estaba pasando?
Eva también había cambiado su actitud hacia mí. Si bien a veces discutíamos, parecía más bien que lo hacíamos para provocarnos y divertirnos, y no porque nos cayéramos mal. Cada vez se mostraba más abierta a mis sugerencias y encontramos una dinámica especial para trabajar. Nos logramos amoldar a los ritmos de trabajo de manera espectacular. Ella hablaba y hablaba: yo escribía y era sus manos en el laboratorio. Compartía con ella los resultados y nos alegrábamos juntos cuando obteníamos lo que queríamos. Su inteligencia me dejaba de boca abierta, era como una computadora, no entendía cómo podía recordar tantas cosas sin poder verlas. Confiaba en mí, y eso me dolía, porque no estaba siendo sincero. De todos modos, a pesar de la confianza creciente, nunca hablábamos de nada más allá de lo laboral. No sabía nada de ella ni de su vida personal. Un par de veces había querido saber de su accidente, pero ella se cerraba en banda y no decía nada. Entendí su silencio y la dejé en paz.
Una noche se nos hizo especialmente tarde en el laboratorio. Nos quedamos trabajando en unas células que estaban dando resultados prometedores, y cuando quisimos acordar eran las once de la noche.
–¡Joder! Son las once, Eva. Tenemos que irnos.
–Sí, espera unos minutos más, quiero que realicemos el conteo de células sanas una vez más.
–Eva, los últimos cinco conteos han dado igual. Ya no va a cambiar.
–Lo sé, pero es que no es suficiente, Dante– dijo, haciendo un puchero, y yo de pronto morí por comerle la boca, y me asusté por sentirme así. –Hala, vamos, déjame agarrar mi bolso y salimos. Tengo que agarrar la tarjeta del metro para...
–De eso nada. Yo te llevo. Es muy tarde.
–No hace falta. Puedo irme sola– Ya estaba otra vez la orgullosa.
–Ya sé que puedes, Eva. Compláceme, hazlo por mí. Me quedaré más tranquilo si te dejo en casa.
–Vale, gracias.– Sonrió, y algo se encendió en mí, lo que me hizo sonreír también. ¡Alerta roja! Tenía que alejarme de ella, porque no entendía qué me estaba pasando.
Mientras bajábamos en el ascensor intenté identificar mis sentimientos, y seguí pensando en ello una vez que subimos al coche.
De pronto me di cuenta: hacía casi un mes que no estaba con una mujer. Para mi historial eso era el equivalente a cuatro siglos de abstinencia. Ya lo había entendido...estaba cachondo. El resto era fácil de deducir: como ella era la única mujer que veía casi todo el tiempo, era normal desarrollar ciertos sentimientos hacia ella, pero no era que me gustara, no. Solamente necesitaba un cuerpo femenino para desahogarme. Estaba decidido, esa misma noche saldría a buscarlo. Dejaría a Eva en su casa y saldría al primer bar que pudiera encontrar, y me follaría a la primera que me gustara.
Contento por haber descubierto la causa de mi inquietud, encendí la radio, y parece que los dioses se pusieron de acuerdo en tomarme el pelo, porque la canción que estaba sonando era demasiado significativa. Sonaba "Mi verdad", de Maná. Me concentré en la letra de la canción, aunque pronto me di cuenta de que me provocaría dolor. Decía demasiado sobre mí y mis mentiras, me ponía en evidencia, aunque claro, Eva no sabía nada. Tampoco quise pensar en qué parte de esta realidad estaría mi verdad.
Hay mentiras en los labios
Hay mentiras en la piel, que dolor
Hay mentiras, hay amantes
Que por instantes de placer
Ponen su vida a temblar
Hay mentiras compasivas
Hay mentiras por piedad
Que no quieren lastimar
Hay mentiras que nos hieren de verdad
Ay, ay, ay
Hay engaños que por años
Ocultaron la verdad
Haciendo mucho daño
Ay, yo me voy a refugiar
A la tierra de tu amor (mi verdad)
Tú eres mi amor, mi alegría
La verdad de mi vida
Mi bebe que me salta a los brazos de prisa
Tú eres mi refugio y mi verdad
Tú eres mi amor, mi alegría
La verdad de mi vida
Mi bebe que me calma el alma con risas
Tú eres mi refugio y mi verdad.
En un mundo tan irreal
No sé qué creer
Y amor sé que tú eres mi verdad, eres mi verdad
Miré a mi costado y la vi cantar con los ojos cerrados. Sentí que un escalofrío me recorrió el cuerpo. Nunca en mi vida había llorado, ni siquiera en los momentos más dolorosos, pero de pronto allí estaba yo, profundamente conmovido por una puta canción, y por escucharla de los labios más hermosos que había visto. ¿Pero desde cuándo me había convertido en un moñas? Me enfadé con mi reacción y apagué bruscamente la radio. Ella levantó la cabeza del asiento, pero no dijo nada. Tal vez estaba cansada.
Me dijo su dirección exacta y llegamos en pocos minutos. Insistí en acompañarla hasta la puerta de su departamento, aunque estaba ansioso por irme al bar. Ahora que había descubierto qué me pasaba, necesitaba terminar con esta urgencia de una buena vez.
–Gracias por traerme, Dante.
Sonreí, que estuviera dando las gracias sin poner pegas era...algo nuevo.
–Buenas noches, Eva. Que descanses.
Sin previo aviso, se puso de puntillas, me tocó la cara con su mano derecha y me dio un beso en la mejilla.
Cerró la puerta y me quedé ahí, como un pasmado, con esa sonrisa idiota en la cara y la mano posada donde ella me había besado.
No sé cuántos segundos pasaron, pero de pronto sentí un fuerte golpe desde adentro de la casa. Pensé que debía haber alguien allí y me aterrorizó imaginar que pudieran hacerle daño. Tomé el pomo de la puerta y empujé con todas mis fuerzas.
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