Capítulo 6 - De tripas, corazón
Eva
Llegué a casa hecha una furia. No me gustaba tener que compartir mi espacio con ese tipo. Me daba mala espina, no sé por qué. Supongo que era ese sexto sentido que tenemos las mujeres, y que con la ceguera se me había acentuado. Había algo en él que me despertaba todas las alertas, me parecía un enigma, pero un enigma peligroso, y no podía explicar por qué.
Enfadada como estaba, golpeé varias cosas y me choqué contra otras, cosa que nunca me sucedía en mi departamento. Evidentemente estaba algo desequilibrada y eso era culpa de una sola persona: Dante. ¡Qué nombre tan estúpido! Bueno, el nombre no tenía nada que ver, el problema era él. Sabía fastidiarme como nadie, pero tendría que aprender a convivir con él. No le iba a dar el gusto de mostrarle cuánto me afectaba, de modo que me propuse hacer de tripas corazón y tratarlo de la manera más diplomática posible.
Intenté relajarme, entonces me serví una copa de vino y puse música. Mi cantante favorito, Ismael Serrano, me ayudaría a tranquilizarme. Empezó a sonar la canción "Sucede que a veces", y me recosté en el sofá, mientras golpeaba mis dedos sobre la copa. De pronto una parte de la canción tomó, sin saber cómo, un nuevo significado.
Pero sucede también
que sin saber cómo ni cuándo
algo te eriza la piel
y te rescata del naufragio
Enseguida de escucharla, pensé en Dante, y no sé por qué lo hice. Sentí ganas de llorar, como si tuviera un agujero en el pecho, y el aire empezó a escasear de repente. Cada vez respiraba más profundo y de pronto tuve la sensación, no, la certeza, de que me iba a morir. Presa de esa sensación desesperante, dejé caer la copa de vino y me hice un ovillo en el sofá, mientras hacía esfuerzos por inhalar algo de oxígeno que me salvara la vida. Llena de angustia, me di cuenta de que iba a morir sin volver a ver, y lo que es peor, iba a morir sola. No dejaba de tener sentido, había estado sola toda mi vida, era justo pensar que también moriría de la misma manera. Cerré los ojos y me preparé para dar mi último suspiro.
No sé si me desmayé o me quedé dormida, pero lo que sé es que no me morí. Al cabo de un rato me desperté y me incorporé en el sofá. No tenía idea de qué hora era ni qué había pasado. Tanteé en la mesita hasta encontrar mi celular y apreté el botón que me anunciaba la hora. Eran las dos de la mañana.
Decidí llamar a Dani, mi mejor amiga. Ella era la mejor persona del mundo. Venía día por medio a mi casa y me ayudaba a mantener el orden. En mi situación era muy importante que cada cosa estuviera en su lugar. Había querido contratar a alguien para que lo hiciera, pero ella había insistido. Era su manera de decirme que estaba para mí. Como si necesitara demostrarlo...
Dani era psicóloga, y me había ayudado mucho en el proceso de adaptación a mi nueva realidad. Me había dicho de antemano las situaciones que iba a vivir, las reacciones que iba a tener, y el proceso interior que iba a sufrir. Había acertado en todo; había pasado por todo el proceso de duelo: negación, ira, negociación, y finalmente, aceptación.
Ella era muy comprensiva, y no se situaba en un pedestal inalcanzable como todos los psicólogos que conocía. Ella bajaba contigo a tus mayores miedos y temores, te daba la mano, te escuchaba y te sostenía mientras salías.
Demoró en responder. Era normal, debía estar durmiendo profundamente. Una vez atendió, mientras se iba despertando, le relaté lo que me había pasado. Me dijo que llegaría en cinco minutos. A pesar de mis protestas, me cortó la llamada, y en menos del tiempo que había dicho, sentí las llaves en la puerta. Vivía a una calle de mi departamento. Se anunció al llegar y corrió a abrazarme.
–¿Qué ha pasado, cariño?
Aún algo nerviosa, y con la sensación de opresión en el pecho, le conté todo. Cuando terminé, seguía temblando y ella me acarició el brazo.
–Has tenido un ataque de pánico, Eva. Seguramente esto que me has contado acerca de este nuevo tipo que va a trabajar contigo te ha disparado alguna clase de alarma, que has dejado salir en forma de ansiedad, y te ha provocado el ataque. Lamentablemente son más comunes de lo que crees, aunque eso no quita lo horrible de la sensación. Realmente sientes que te vas a morir, y tu cuerpo te ayuda a creerlo: las palpitaciones, el sudor frío, los temblores y la falta de aire... Ay cariño, qué feo lo habrás pasado...
–¿Volverá a ocurrir, Dani?
–No puedo asegurarlo. Pero es probable. Lo siento.
–¿Y qué puedo hacer en ese momento para que pase rápido, o para calmarme?
–Lo primero, pero más difícil, es tratar de calmarte. Puedes contar lentamente hasta diez y acompañar con respiraciones completas. También es importante recordar que es una sensación muy fea, pero no es real el peligro, y pasará pronto. Enfócate en algo que te haga feliz y trata de relajar los músculos. De esa manera pasará pronto. No sé si será recomendable medicarte, esperemos que no vuelva a pasar, pero si lo hace, quizá puedas tomar algo que te ayude, durante un tiempo. No tengas miedo, Eva. No estás sola, y todo pasará pronto, ya lo verás.
Agradecí a Dani y le dije que no era necesario que se quedara, pero de todos modos quiso hacerlo. Me acompañó a la cama y se recostó junto a mí. Nos quedamos dormidas de inmediato y al día siguiente desayunamos juntas tostadas y café.
Todas las mañanas tomaba el subte para ir al laboratorio. Era mi rutina y ya estaba acostumbrada. Conocía bien las calles que debía recorrer, la boca del metro y la cantidad de paradas, además de que mi celular me avisaba dónde bajar. Desde la bajada hasta el laboratorio solo había unos metros, por lo que la ida y vuelta al trabajo estaba bastante resuelta.
Al principio me había aterrorizado la idea de andar sola por la calle, ya bastante complicado es para las personas que ven, ni hablar de los no videntes. Pero me había adaptado rápido, y, aunque lo odiaba, el bastón me ayudaba en esas situaciones.
Finalmente, entré en el edificio, dispuesta a encontrarme con mi molesto compañero.
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