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Capítulo 5 - Eres un tiburón

Dante

Estaba ciega. JODER, estaba ciega.

Entré como una tromba en mi casa, me serví un vaso con whisky y lo bebí de un solo trago. Serví otro e hice lo mismo.

Todo el día había sido de lo más raro. Esos días en los que te das cuenta de que hubiera sido mejor quedarse en la cama. Todo había salido mal desde el comienzo. Sabía que no debí llevarme a casa a la rubia de los pechos gigantes. Todo se había torcido desde entonces.

Mis pensamientos vagaron desde los pechos de la rubia hacia Evangelina. Qué mujer extraña. No parecía invidente, se movía con soltura y confianza. En ningún momento la vi dudar ni flaquear. Era una mujer intensa, no cabían dudas, libre para decir lo que pensaba y bastante prejuiciosa, por cierto. No confiaba en mí, se le notaba, como si tuviera un sexto sentido. Hacía bien, porque yo no era de confiar. Pero tenía que ganármela de alguna manera. A pesar de todo eso, había algo que me llamaba la atención de ella, y no, no era su trasero, aunque bueno, sí que resultaba atractivo. Su trasero, sus pechos, el resto de su cuerpo...¡basta, Dante! Ya sabes dónde terminan esos pensamientos. Bueno, no sería del todo desagradable llevarla a la cama, pero con la antipatía que nos teníamos era más probable que me convirtiera en astronauta a que me la terminara follando.

Me tomé un tercer vaso de whisky y llamé a Marcos. Me iba a escuchar... atendió al tercer tono.

–¡Hombre, Dante! ¿Cómo te fue con la doctorcita?

–Marcos, joder, eres de lo peor. ¿Por qué cojones no me dijiste que la doctora es ciega?

–No es ciega. Está ciega. Es temporal. Hay una diferencia. Y esa diferencia es la que te va a hacer socio del laboratorio.

–Tu tecnicismo me la suda. Quiero saber por qué no me lo dijiste.

–Porque te conozco, y sabía que te ibas a poner en modo nenaza, que pobrecita ella, que no puedo hacerlo, que tengo mis escrúpulos... Déjate de gilipolleces y haz lo que tienes que hacer: gánate su confianza, consigue sus notas, sus archivos o lo que cojones sea y gánate lo que ya es tuyo, después deja a la cieguita en paz.

No supe por qué, pero me irritaron profundamente las palabras de Marcos. ¡Hay líneas que no se deben cruzar, joder!

Nunca me había considerado alguien escrupuloso, para mí cualquier estrategia era válida si se trataba de ganar, mi ambición no conocía límites. Pero engañar y robar a una persona ciega estaba muy por debajo de mi escala moral, que ya era bastante deplorable de por sí, lo reconozco.

–¿No te parece muy bajo lo que quieres que haga? Quizá por eso no me dijiste nada, porque sabías que diría que no. ¿Y qué tal si abandono ahora?

–No lo harás.

–¿Y cómo estás tan seguro de eso?

–Porque te conozco, Dante. Eres como yo, eres un tiburón. Hueles el dinero y el éxito. Imagínate esta escena: Titular del diario o de redes sociales: "Dante Robaina, a sus treinta años, se convierte en socio del laboratorio Caduceus, el socio más joven de la historia de la firma. La foto tuya, con un traje espectacular, mirando a la nada y pensando en todo". –Reconozco que la imagen me atrajo profundamente. Marcos prosiguió –Y ahora imagínate esta situación: Tú, sentado en el sillón de tu oficina de la planta de socios, con un par de rubias arrodilladas a tus pies y dispuestas a hacerte todo lo que se te ocurra, una botella de Johnnie Azul apoyada en el escritorio, y al otro lado, una bandejita con varias rayas de coca...

–Sabes que yo no me meto esa mierda, Marcos.

–Lo sé, lo sé... qué mojigato eres...pero quedaron lindas en mi imaginación. Hagamos de cuenta que las tienes ahí para mí, que también iré a encargarme de una de las rubias.

Me reí con desgano, pero la verdad es que la imagen que Marcos había pintado me gustaba mucho. Sentía que había nacido para ganar, y mi orgullo me daba la razón.

–Que conste que no me gusta hacer esto. Además, es probable que sea más difícil de lo que imaginamos, parece que me odia.

–Confío en ti, tú sabrás qué hacer para ganártela. Y quizá hasta le des una alegría a la cieguita.

Corté la comunicación, furioso con Marcos. No me gustaba que hablara así. No sé por qué, pero Eva me despertaba sentimientos y sensaciones que nunca había experimentado, como la compasión. ¿Existía de verdad?

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