Capítulo 38 - Fuimos lo que fuimos
Eva
¿Cómo podría definir lo que había significado para mí ver a Dante de nuevo? Todo lo que puedo decir es que me movió todos los esquemas. De pronto todos mis planes se volvieron como arena entre mis dedos, y descubrí que él era mi tormenta, esa que venía a darme aire fresco y a trastocar todo lo que estaba tan "ordenado".
Cuando llegué al hotel, Felipe estaba despierto, y esperándome. Tenía cara de pocos amigos, y lo entendí. No tenía la menor intención de discutir y estaba agotada, pero al parecer él tenía otros planes. Me confrontó, increpándome por mi decisión de haberme quedado con Dante. Le conté el motivo de su visita, y, por supuesto, no me creyó.
–Entonces, si vino para pedirte ayuda con su hermana, ¿por qué te trajo flores, eh? Te quiere reconquistar, y no lo estás viendo, o no lo quieres ver...– dijo, molesto.
–Por favor, Felipe. Me duele la cabeza, y estás diciendo cosas sin sentido.
–No quiero que lo veas más, Eva.
–Pues la llevas difícil, porque me va a acompañar mientras su hermana hace el tratamiento. Yo le debo muchas cosas a él, él me ayudó cuando yo estaba ciega, y se merece formar parte de esto.
–Pero bueno, vamos a ver. O a mí me contaron otra historia, o estoy algo confundido... El Dante del que tú me hablas poco se parece al que me contó mi tío. ¿No es el cabrón que los engañó para robarles información?.
–Es mucho más que eso, Feli. Por favor, estoy muy cansada. Quiero dormir. Y necesito que confíes en mí. El tema con Dante ya está superado. Esto es algo profesional, y nada más.
Felipe asintió de manera resignada. Se notaba que no creía una sola palabra de lo que hablamos. Pero el problema principal es que yo tampoco lo creía.
Al día siguiente, a primera hora de la tarde, ya estaba instalando mis cosas en la clínica. Había tenido que aguantar a Rodolfo en el aeropuerto y en el avión dándome la lata con los peligros de aceptar a Dante nuevamente en mi vida. Felipe seguía mosqueado, así que no me dirigió la palabra en todo el viaje, y Marta solo se dedicó a observarme todo el rato.
Cuando eran las seis de la tarde, alguien golpeó la puerta de mi consultorio y entraron Dante y Carla. Me fundí en un cariñoso abrazo con ella, quien se largó a llorar apenas me vio. Intentamos tranquilizarla junto con Dante, infundiéndole la certeza de que todo estaría bien.
Dante se fue a realizar los papeles de su ingreso y yo la acompañé a la habitación que sería su hogar durante seis meses. Una vez instalada, coordiné con las enfermeras todos los estudios que debía hacerse para evaluar su cuadro. Cuando se la llevaron para hacerle una resonancia magnética, me quedé con Dante a solas en la habitación.
–No sé cómo agradecerte todo esto, Eva.
–No es nada que Carla no se merezca. –dije, intentando sonar despreocupada. –Casi me olvidaba: toma. –dije, y le tendí unas llaves.
–¿Qué es esto? –preguntó, algo confundido.
–Son las llaves de mi departamento –respondí. –Sé que estos meses serán algo difíciles, y no me parece adecuado que estés medio año viviendo en un hotel. Querrás tener un lugar donde darte una ducha, descansar bien y comer. También para que se puedan turnar con Ale y Mariano cuando estén aquí. Aunque deben trabajar, supongo que vendrán en el momento que puedan.
–No puedo aceptarlas, Eva. Además, ¿a dónde irás tú?
–Yo estoy viviendo con Felipe hace unos meses. Estaba haciendo unos arreglos y cuando terminaran pensaba poner el departamento en alquiler. No tengo apuro, lo haré cuando tú y Carla se vayan.
La cara de Dante se transformó al oír que yo estaba viviendo con Felipe, pero no dijo nada. Se limitó a agradecerme por el ofrecimiento y a decirme que él me podía pagar el alquiler, de lo que no quise escuchar ni palabra. Le entregué su bata de médico y le pedí que me acompañara a mi consultorio para ponerlo al día sobre la técnica de trabajo y la planificación de los próximos seis meses de tratamiento.
Al tratarse de una sola paciente, por supuesto tendríamos mucho tiempo libre. Yo todavía estaba ultimando detalles de la investigación, y me encontraba escribiendo y planificando para los próximos meses dar clases a otros doctores que empezarían a aplicar el tratamiento.
Dante me informó que durante los seis meses no se movería de al lado de su hermana, que había coordinado con la dueña de la clínica para que ella quedara a cargo de todo durante su ausencia. También me contó que finalmente lo había contratado como director de la clínica en Florencia, y que se sentía realizado en este nuevo puesto, sobre todo porque no había perdido el contacto permanente con los pacientes. Me sentí feliz por él mientras lo escuchaba hablar fascinado de sus actividades diarias. Noté que había encontrado su lugar y que era otro Dante. Era otro pero era él mismo, y mis entrañas se derretían cada vez que me miraba a los ojos, recordando cuando su mirada era solo para mí.
Afortunadamente, el nivel de deterioro de las células de Carla no era muy grave. Estaba en el punto ideal para comenzar el tratamiento. Eso se lo debíamos a sus hermanos. Si ellos hubieran dejado pasar esos primeros síntomas, no estaríamos frente a este panorama.
Nos amoldamos al trabajo rápidamente. Dante incorporó con facilidad todo lo referente al procedimiento y a su vez, Carla respondía de manera excelente a la medicación y al tratamiento.
Así pasaron cuatro meses. Con respecto a Carla, todo venía viento en popa. También avanzaba sin problemas el curso. Más de cincuenta médicos de todo el país se estaban formando en el tratamiento, que era indispensable para prevenir y mejorar las condiciones de la enfermedad, además de la medicación.
Mi relación con Felipe estaba, digamos, pasando por un momento difícil. Aunque no me decía nada, notaba su desconfianza. Todo el tiempo me preguntaba qué había hecho durante el día, o con quién, si había ido por mi departamento, y mostraba su descontento cada vez que le hablaba de Dante. Por eso intentaba no hablar de él, pero eso provocaba que estuviera todo el tiempo midiendo lo que iba o no iba a decir, y la relación se sentía falsa, cáustica.
Dante. Ese era otro tema. Si bien no habíamos pasado la barrera de lo profesional, la realidad es que esperaba con ansias el momento del día en que lo veía, ya fuera para charlar, sonreírnos, o bromear junto con Carla. Cada dos por tres me regalaba jazmines, o me ponía bombones en los bolsillos, como hacía tiempo atrás. No me gustaba nada la sensación de vacío que me asaltaba cuando nos despedíamos, y tampoco me gustaba que todo mi cuerpo se encendiera cada vez que lo veía venir. Me sentía mal, sabía que no era correcto, y sin embargo no podía hacer nada para evitarlo.
Ese viernes terminé mi clase, y fui a mi consultorio a prepararme para hacer una segunda visita a Carla, ya que la había ido a ver en la mañana. Había tenido un día de perros. Antes de irme a la clínica había discutido fuerte con Felipe. ¿El motivo? El mismo de siempre. En cada conversación sacaba el tema de Dante, y ya estaba harta. Le había gritado que debería trabajar en sus inseguridades y que ya no soportaba más que pusiera a Dante entre nosotros todo el tiempo. Había salido del departamento dando un portazo y no le había contestado sus llamadas en todo el día. Para colmo, el curso había ido mal. Estaba desconcentrada y había quedado como una estúpida al no poder responder una sencilla pregunta que me había hecho una doctora.
Llegué al consultorio y tomé mi túnica blanca del perchero. Me colgué el estetoscopio en mi cuello, y al colocar mi mano en el bolsillo derecho, encontré un bombón Ferrero Rocher. Mi primer instinto fue sonreír al pensar en que Dante había estado allí y me había dejado ese regalo. La siguiente reacción fue algo más violenta. Me arranqué la túnica y grité de frustración. ¿Por qué había vuelto a mi vida para ponerla patas para arriba? Venía aguantando hacía cuatro meses, pero había llegado al límite. No podía estar más así. No podía seguir discutiendo con Felipe. No podía seguir con ese juego de miradas con Dante...Necesitaba cambiar la pisada.
Dejé de lado la visita a Carla y salí hecha una tromba de la clínica. Me subí al coche y conduje como loca hasta casa. Necesitaba arreglar las cosas con Felipe. Necesitaba que algo anduviera bien en mi vida. Necesitaba algo de estabilidad.
Cuando quedaban unas veinte calles para llegar, prendí la radio y, ¡oh casualidad!, comenzó a sonar una canción de Jorge Drexler. Era una canción que hacía años no escuchaba, y hubiera sido mejor no hacerlo, porque sin duda tenía otro significado. La canción se llama "Fuimos lo que fuimos". Sabiendo lo que decía la letra y lo que representaba para mí, subí el volumen y di rienda suelta a mis lágrimas.
Porque entre el lunes y el martes,
me sobra tiempo para necesitarte
Porque me miento si digo,
que tu mirada no fue mi mejor testigo
Porque aunque ya no me duelas,
a veces busco tu nombre en mi chistera
Porque aún no vino el olvido,
para llevarse el último de tus abrigos
Por los besos que aún nos quedan en la boca
por los miles de homenajes que nos dimos
por nadar y no guardar nunca la ropa
por los dedos juguetones del destino
porque fuimos lo que fuimos, porque fuimos lo que fuimos...
Porque puesto a confesarte,
aún le tengo miedo a tenerte delante
Porque en cuanto me descuido,
me atropella algún recuerdo en el pasillo
Porque no puedo negarte,
que te quise sin querer y más que a nadie
Porque mi doctor previno,
que para este corazón estás prohibido.
De pronto, una rabia profunda se adueñó de mí. Sin saber qué estaba haciendo, di media vuelta el auto y conduje a toda velocidad hasta mi antiguo departamento.
El portero me reconoció y abrió la puerta principal. Subí rápidamente en el ascensor y golpeé con fuerza la puerta de madera. Nadie respondió, pero se escuchaba música de fondo. Insistí y esperé. Volví a golpear y al cabo de unos minutos escuché movimiento adentro. ¿Estaría durmiendo? Cuando abrió la puerta, estaba todo mojado y con una toalla envuelta alrededor de su cintura. Ante tal espectáculo se me olvidó momentáneamente a qué había ido, pero enseguida recuperé la conciencia y encontré mi voz.
–¿Vas a terminar con tu jueguito de una vez?
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