Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 36 - Se desató la tormenta

Eva

Habían pasado dos semanas desde que me habían notificado acerca del premio, y aún no podía creerlo. Era el broche de oro a tantos años de investigación, tantas diversiones postergadas, tanto sufrimiento. No podía más que estar feliz por ello. Y sin embargo, algo en mi interior revoloteaba con incomodidad, como esa sensación rara que se siente cuando tienes el presentimiento de que algo no va bien.

Profesionalmente estaba en mi mejor momento. Me llovían propuestas de trabajo, dentro y fuera del país. Tenía el mundo laboral a mis pies, podría decirse. Pero yo permanecía fiel a Rodolfo y a Star Labs. Aunque tengo que confesar que ya no sentía la misma pasión al levantarme que sentía años atrás. Quizá fuera la falta de un desafío, o el sentimiento de haber cumplido la meta propuesta, pero no podía negar que algo me faltaba, y cada vez que acudía a mí ese sentimiento, trataba de taparlo ocupándome de otras cosas.

Al regresar de mi corta estadía en casa de Dante y sus hermanos, dos años atrás, me había ido de viaje, en una medida desesperada para evitar tomar un avión hacia Florencia. Todo mi cuerpo y mi alma me pedían volver con él, pero sabía que no era el momento. Todavía no había podido perdonar lo que me había hecho, y aunque la química entre nosotros era innegable, sabía que tarde o temprano los rencores volverían a aflorar, y eso sería aún peor.

Así que puse distancia, y me fui tres semanas de viaje a la isla de San Andrés, en Colombia. Estaba segura que disfrutando del mar y el sol, ordenaría mis ideas y mis prioridades.

Una mañana estaba desayunando en el hotel, y fui a tomar un waffle, el último de la bandeja. Estiré la mano y choqué con la mano de alguien más, que buscaba lo mismo que yo. Levanté la vista y me encontré con Felipe, el sobrino de Rodolfo. Si no hubiera sido porque no le había dicho a Rodolfo dónde estaba, hubiera pensado que él lo había mandado allí, en su intento poco sutil por emparejarnos. Al menos en un primer momento pensé eso. Más adelante, charlando con él, mientras compartimos el waffle tan deseado, me contó que había viajado para dar una conferencia. Él era odontólogo de profesión, uno de los mejores del país, y todos los años asistía a diferentes países a dictar cursos y formarse con otros profesionales. Nos reímos juntos por la casualidad que nos había reunido a ambos allí, y me di cuenta de que era un chico encantador. Acepté cenar con él esa noche.

El resto es historia. Hacía cerca de un año y medio que estábamos en pareja. Una de las cosas de las que me ocupaba cuando me sentía agobiada sin motivo aparente era mi futura boda. Dos meses atrás, cuando me enteré que recibiría el premio Nobel, Felipe me había llevado a cenar con Rodolfo y su esposa, y después de pedir el postre, se había hincado en una rodilla, y me había pedido matrimonio. Yo le había dicho que sí. Era el siguiente paso, ¿verdad?...el curso normal de las cosas. Estaba realizada profesionalmente, ahora solo faltaba lo personal, y sabía que Felipe me daría la estabilidad que necesitaba.

Es solo que a veces la estabilidad no es lo único que necesitamos. A veces hay una tormenta que se va gestando en el interior, bajo la aparente calma, y, en el momento menos esperado, estalla. Esa tormenta tenía un nombre para mí. Lo único es que no sabía lo cerca que estaba.

El diez de diciembre llegó antes de lo previsto. Me puse un vestido largo azul y blanco, de gala, con corte sirena y muy ajustado al cuerpo; y me maquillé y peiné como si fuera mi boda. Habíamos viajado con Felipe, Rodolfo y Marta, su mujer, hacía tres días a Estocolmo, para conocer la ciudad y pasear como turistas, antes de la ceremonia de premiación.

El lugar era una belleza, y nos dedicamos a pasear y caminar sin parar.

Finalmente llegó el día, y nos dirigimos hacia la Sala de Conciertos de Estocolmo. Por fuera parecía un ayuntamiento cualquiera, pero por dentro era un hermoso lugar. Nos ubicamos en nuestros lugares y la ceremonia comenzó.

Cerré los ojos mientras movía frenéticamente mi pierna derecha, presa de los nervios y la ansiedad. No me gustaba todo este circo, pero era necesario pasar por él para conseguirlo.

Antes de darme cuenta, estaban anunciando mi nombre y era el momento de subir al escenario. Junté fuerzas y avancé lentamente con mi vestido de gala hasta llegar al atril donde daría mi discurso de aceptación. Era algo increíble para mí. Me entregaron el premio los representantes del Instituto Karolinska, encargados de asignar el premio cada año, y hasta posé en una foto con ¡el rey de Suecia!, que estuvo presente en la premiación y posterior banquete. Me parecía una experiencia surreal. Estaba allí pero mi mente sentía que estaba en otro planeta.

Tomé el premio en mis manos y posé para la foto. Luego saqué un papel de mi pequeño bolso y comencé a hablar. La voz me temblaba, pero luego fui tomando confianza y todo se fue volviendo más claro.

Buenas noches. Soy la doctora Evangelina Rojas, y en nombre del Laboratorio Star Labs, de mi equipo de investigación, y en mi nombre también, queremos agradecer profundamente por este premio Nobel que estamos recibiendo, por nuestros avances en el control y tratamiento de la enfermedad del Alzhéimer.

Esto es algo que solo podíamos soñar, y ver que ahora se hace realidad frente a nuestros ojos, es realmente un milagro. No sé si todos lo sabrán, pero hace algunos años fui víctima de un desafortunado accidente, que me provocó una ceguera temporal, y que estuvo a punto de transformarse en permanente. Más allá del contratiempo personal que representaba esto, fue también un freno profesional a mi investigación, y, aunque al principio costó, pude acomodar la estrategia y continuar avanzando, a pesar de la ceguera. Conté para ello con la ayuda de alguien muy importante, que hoy no está aquí, y que, por pedido expreso de él, no quiere ser nombrado.

Trabajamos sin descanso durante mucho tiempo, los resultados parecían no llegar nunca, pero finalmente lo logramos. En el camino también recuperé la vista, lo que me ayudó a seguir detrás de esto. Hoy estamos celebrando un descubrimiento que cambiará la vida de muchos enfermos con detección temprana del Alzhéimer, y que permitirá una calidad de vida diferente a los enfermos más avanzados, y esto lo logramos juntos.

Lo más importante a destacar es que esta enfermedad tan dolorosa no solo se cura con el medicamento o el tratamiento. Se cura con amor, y paciencia. Los pacientes de esta enfermedad son personas que padecen y sufren. Aunque ellos nos olviden, nosotros no los olvidamos a ellos. Hoy estamos luchando para que ningún niño tenga que perder a su padre o a su madre, y para que ninguna persona tenga que padecer el olvido de quién ha sido.

Muchas gracias.

El público se puso de pie y comenzó a aplaudir y a ovacionar tras mi discurso. Seguía anonadada por las muestras de afecto. Siguieron aplaudiendo incluso cuando volví a mi sitio. Di un efusivo abrazo a Rodolfo y a Marta, para llegar a los brazos de Felipe, que me miraba con lágrimas en los ojos y me besó profundamente.

La noche transcurrió tranquila: se entregaron otros premios, y luego celebramos el banquete con todos los lujos posibles. Tras los nervios de la premiación y el discurso, me había aflojado un poco y había bebido algunas copas de más, las justas como para distender la tensión, pero no las suficientes como para hacer el ridículo. Estaba achispada.

Un rato antes de terminar el banquete, Rodolfo y Marta se excusaron diciendo que estaban muy cansados, pero que nosotros dos siguiéramos la fiesta porque la noche era joven. Les hicimos caso. Salimos algo tambaleantes de la Sala de Conciertos, riéndonos de vaya a saber qué, pero me di cuenta de que no estábamos siendo nada discretos.

–¡Shhh! Baja la voz, Feli, o me van a quitar el premio por escandalosa...

–Pues tendrán que pasar por encima de mi cadáver, porque ese premio es tuyo. –me acercó a él y comenzó a besarme, primero suavemente, pero después fue profundizando el beso cada vez más, apretándome a su cuerpo, que ya ardía de deseo. –Y ahora, si vienes conmigo, te daré otro premio. No es un Nóbel, pero no está nada mal.

Lancé una fuerte carcajada contra su boca y me separé un poco de él. Me di media vuelta para acercarme a la calzada y tomar un taxi que nos llevara al hotel.

Y entonces, se desató la tormenta. Esa que no sabía que estaba ahí. Esa que estaba sepultada bajo planes, sueños, premios y deberes. Esa que tenía un solo nombre: Dante.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para enfocar la vista, porque pensé que estaba alucinando, pero no era así. En la acera de enfrente estaba Dante, parado, mirando fijamente a donde estábamos nosotros. Tenía un ramo de jazmines en la mano, vestía unos pantalones de jean azules y una camiseta blanca con un diseño en caricatura del Ponte Vecchio, de Florencia, de esas camisetas que se compran por montones y que se llevan de recuerdo cuando uno se va de viaje. Tenía el cabello más largo que la última vez que nos habíamos visto, hace más de dos años, y estaba más guapo, con aspecto más maduro.

Cuando vio que me había percatado de su presencia cruzó la calle y se acercó. Felipe se pegó a mí, quizá pensando que era un transeúnte que nos querría robar o algo así. Mi borrachera desapareció como por arte de magia, y me pregunté qué estaba haciendo allí. Pronto lo averiguaría.

–Hola, Eva. Tanto tiempo.

Si verlo había sido devastador, escuchar su voz me provocó cosas inexplicables. ¿Nunca sintieron que lo darían todo por volver a escuchar a una persona, a alguien que han perdido o que ya no tienen cerca? Eso sentí cuando lo escuché. Su voz sonó como música en mis oídos y logró que mi corazón se acelerara y se ralentizara a la vez.

Me acerqué, titubeante. No sabía qué movimiento hacer. ¿Cuál es la regla de etiqueta para cuando estás con tu prometido y te encuentras en un país lejano con tu ex, que además te arruinó la vida, pero al que amaste con todo tu corazón? Y a su vez, ¿cómo ignoras el torbellino que te sacude las entrañas por el solo hecho de escuchar su voz y que te sonría? Había tantas cosas que quería preguntarle...

Dante tomó la iniciativa y me abrazó. Éramos como dos amigos, reencontrándonos. Pero la reacción de mi cuerpo al sentir su aroma definitivamente no tenía nada que ver con la amistad. Intenté disimular, y por lo que sentí, Dante experimentó lo mismo que yo.

–¿No nos vas a presentar? –preguntó Dante, señalando con la mirada a Felipe, que de pronto se había convertido en un espectador del show surreal que estábamos viviendo.

–¿Eh? Ah, sí, perdón. Dante: él es Felipe, mi prometido. Felipe: él es Dante.

Los ojos de Felipe se abrieron como platos.

–¿Dante? ¿«Ese» Dante? – me preguntó, susurrando.

Asentí de manera apenas perceptible, y Dante y Felipe se estrecharon las manos, aunque el semblante de Felipe cambió drásticamente. Ya no quedaban vestigios de su sonrisa perenne, y parecía apurado por irse.

Dante tomó la palabra nuevamente.

–Escucha, Eva. No quiero retenerte mucho tiempo, pero necesito que hablemos. ¿Podríamos encontrarnos, tal vez mañana?

–Mañana nos volvemos, tenemos que estar en el aeropuerto a primera hora de la mañana. Lo siento.

–¿Y ahora?

Felipe resopló con fastidio, pero no hice caso. ¿De qué me querría hablar?

–Es que...Dante, mira mis pintas. Además ya es tarde y...

–Prometo que no te robaré mucho tiempo –me interrumpió y prosiguió. –Es importante. Luego te dejaré en el hotel donde te estás hospedando.

Dudé, y miré a Felipe, que no estaba nada contento con la situación. Llamé su atención y le susurré.

–Discúlpame Feli, no sé qué quiere hablar, pero parece importante. No habría venido hasta aquí si no lo fuera. Volveré al hotel en un par de horas, máximo. No te enfades, por favor.

–Pues yo sé lo que debe querer hablar...¿no te das cuenta, Eva? Ha vuelto por ti. Júrame que no caerás de nuevo.

Negué con la cabeza, pero mi cuerpo sintió un extraño calor ante las palabras de Felipe. Hice caso omiso de ellas y traté de calmarlo.

–Creo que no es momento de tener esta conversación, pero quédate tranquilo, no pasará nada. Yo estoy contigo, ¿me oyes? No voy a hacer nada con él. Ve tranquilo.

No se fue nada tranquilo, pero se fue. Cuando nos quedamos solos, le pregunté sin tapujos.

–¿A qué has venido, Dante?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro