Capítulo 33 - Todo fue real
Dante
Estaba completamente fuera de control. Las últimas horas habían sido una locura, y ya no sabía qué hacer.
Lo único que había logrado disipar la niebla que había tomado el control de mi mente y mi corazón desde el momento que supe de la muerte de mi madre era ella. Eva. Y había estado a punto de echarla. De hecho la había echado. Pero gracias a Dios me había dado cuenta a tiempo. La necesitaba. La necesitaba tanto... todavía estaba dentro de ella y la extrañaba. Tenía que lograr que se quedara conmigo. La estaba destruyendo pero la necesitaba. No sabía cómo conciliar ambas situaciones.
Ella era tan buena que seguramente le había sido imposible rechazar el pedido de mi madre, pero ahora volvería conmigo a reunirme con mis hermanos y se iría. Lo sabía con una dolorosa claridad. Ella no me había perdonado, y no sé por qué había accedido a hacer el amor conmigo, pero no me podía engañar.
La besé con amor y me separé de ella. Nuestro encuentro había sido sublime, como cada vez que estábamos juntos. Era como una droga, la necesitaba cada vez más, y este reencuentro había servido para demostrarme cuánto la echaba de menos.
Nos vestimos en medio de un silencio incómodo, ambos mirándonos de reojo pero sin decir ni una palabra. No sabía cómo romper el hielo. Era increíble que, después de habernos comunicado tan bien con nuestros cuerpos, ahora no nos salieran las palabras.
Decidí llevar la conversación hacia un territorio neutral para poder hablarnos, al menos.
–¿A qué hora está marcado el avión?– pregunté mientras me ataba los cordones de las zapatillas que llevaba puestas.
–A las siete y cuarto de la tarde. Todavía hay tiempo.
–¿Te importaría ayudarme? Voy a hablar con la dueña de la clínica para avisarle lo de mi madre. ¿Podrías hacerme un pequeño bolso con algo de ropa? No tengo mucho aquí, así que haz lo que puedas. – ella sonrió con mi último comentario, y luego asintió. –En el cajón de la mesita de noche está mi pasaporte y otros documentos. Gracias, Eva. Gracias por todo esto.
Salí de la habitación y fui a hablar con la dueña de la clínica. Le expliqué la situación y me apoyó completamente, diciéndome que me quedara en casa el tiempo que fuera necesario para resolver lo que tuviera que resolver, y que las puertas estaban abiertas para cuando quisiera volver.
Quise tomarme un tiempo para visitar a los pacientes y explicarles que estaría ausente por unos días. La mayoría quizá no lo notaría, pero me sentía mejor haciéndolo.
Al cabo de unos cuarenta y cinco minutos, volví a mi habitación. Eva estaba lista, con mi bolso pronto y mis documentos sobre la cama. Todavía no sabía cómo actuar ante ella. Me sentía torpe, inexperto, y como si lo que había pasado hacía un rato en mi cama hubiera sido un sueño. Se encogió de hombros y me hizo un gesto para que saliéramos, y la seguí.
------------
El funeral y el entierro fueron todo lo que se puede esperar de una situación así. Creo que nadie está preparado verdaderamente para perder a su madre. Me puse en modo piloto automático y saludé, respondí e hice lo que tenía que hacer, aunque por dentro me estaba rompiendo en pedazos.
Vinieron a vernos muchísimas personas, familiares, amigos, conocidos. Todos tenían algo hermoso que decir acerca de mamá, y eso era reconfortante.
Al entierro fuimos menos personas, los más cercanos. Eva no se apartó de nosotros en ningún momento, y lo agradecí profundamente, porque no habría sido capaz de pasar solo por todo aquello.
Lo peor vino cuando todo terminó y volvimos a casa. Casi me parecía escuchar a mamá por cada rincón, podía jurar que sentía su olor en cada lugar. Casi podía escucharla cantar desde la cocina. Todo eso me hizo caer en la devastadora realidad: mamá ya no estaba. Me largué a llorar nuevamente, y nuevamente allí estuvo Eva para consolarme, abrazándome sin decir nada. No habíamos vuelto a hablar de nosotros, ni de lo que había pasado, ni de lo que pasaría. Ella solo me consolaba, estaba conmigo, cocinaba para todos, y se convirtió en alguien imprescindible en esos primeros días sin nuestra madre.
A la semana de su muerte, decidí que ya no tenía sentido seguir allí, entre recuerdos dolorosos y sin un futuro claro. A su vez, me di cuenta de que extrañaba la clínica. Acompañar a los enfermos era una faceta que había descubierto y que me llenaba, y que complementaba todo el trabajo realizado en el laboratorio, muchas veces tan impersonal. Conocerlos me ayudaba a poner caras a las historias de esa enfermedad que la investigación ayudaría a sanar.
La noche antes de volver a Italia me senté en el patio de la casa a mirar las estrellas. Era una noche espectacular. No hacía nada de frío, pero soplaba una suave brisa fresca que evitaba que tuviera calor. A los pocos minutos, Eva se acercó y se sentó junto a mí. Tenía un botellín de cerveza en la mano, que me tendió, convidándome. Estaba hermosa. Se había hecho un rodete en su hermoso cabello, estaba sin maquillaje y vestía unos shorts de jean y un top negro sin mangas. Era increíble cómo hasta en el peor momento me provocaba un deseo incontrolable. Bebí un trago de cerveza para borrar de mi mente las ganas que tenía de besarla.
–Así que te vas mañana– comentó, más para entablar conversación que preguntando, porque ya se lo había dicho hacía un rato.
–Sí. Mañana me voy. ¿Y tú qué harás?
–¿A qué te refieres?– preguntó, frunciendo el ceño. Luché con la tentación de besarlo para que lo relajara.
–Pues a eso mismo. ¿Qué piensas hacer? ¿Volverás al laboratorio? ¿A la investigación?
–No sé si me siento cómoda hablando de esto contigo, Dante. Puede que no tengamos un proceso judicial pendiente, pero me resulta difícil hablar de trabajo contigo. Entenderás el porqué.
–Lo entiendo. Y creo que nunca pude pedirte perdón a la cara por lo que te hice. Así que aquí voy: perdóname. Como alguien me dijo hace no mucho tiempo: soy un gilipollas.
Eva sonrió por mi broma, y mi corazón se encendió con una calidez que hacía tiempo no sentía.
Enseguida dio un trago a su botellín (maldito cabrón, sí que era afortunado por estar en su boca), y volvió a ponerse seria.
–¿Por qué lo hiciste, Dante? Necesito saberlo. ¿Nada de esto fue real?– preguntó señalándonos a ambos.
–¡Ey! No vuelvas a decir eso. –tomé su cara con las manos para enfatizar mis palabras. –Todo. Escúchame. Todo fue real. Todo es real. Si me dejas te lo contaré todo.
Asintió casi de manera imperceptible, y yo comencé mi relato. Era dolorosamente consciente de que de este relato dependía todo mi futuro con Eva, así que decidí jugarme a todo o nada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro