Capítulo 32 - De su boca solo podían salir mentiras
Eva
Las piernas me temblaban mientras esperaba en el umbral de la puerta. Había sido bastante fácil dar con la clínica.
De no ser por el hecho de que era portadora de muy malas noticias, me habría podido detener más tiempo en admirar la ciudad. Era increíble. Las estrechas calles empedradas, llenas de flores por todas partes, parecían un paisaje sacado de un libro.
Pero todo el paisaje se quedó corto cuando Dante abrió la puerta de la clínica, que más bien era una enorme casona, apartada del resto de las construcciones, lo que le daba un aspecto campestre y solitario.
Esperaba que otra persona abriera, por eso cuando lo vi me desarmé.
Estaba hermoso. Oh Dios, ¿por qué tenía que estar tan hermoso? ¿Por qué no estaba lleno de granos, o le habían salido marcas en la cara? Estaba más lindo que cuando nos separamos. Algo en su rostro había cambiado. Se lo veía más maduro, se había dejado algo de barba y usaba lentes, que casi me provocaron una taquicardia.
Me miró a los ojos y se quedó en silencio, como si supiera lo que le venía a decir. Quizá así fuera. No sabía cómo afrontarlo, así que simplemente lo largué. Le dije que su madre había fallecido.
Bajó la mirada, sin decir nada. Demoró tanto en reaccionar que pensé que tal vez me había imaginado que se lo había dicho. Cuando volvió a levantar sus ojos, una solitaria lágrima corrió por su mejilla. No sabía qué hacer. Quería abrazarlo, besarlo, demostrarle cuánto lo sentía, pero tampoco sabía en qué situación nos encontrábamos y qué gestos eran adecuados o no. Así que esperé para ver su próximo movimiento.
–¿Qué pasó?–me preguntó, con voz calmada.
–Tuvo un infarto. La reanimaron pero el daño que tenía en su corazón era muy grande. No hubo nada que pudieran hacer para salvarla.–
–¿Cuándo?–preguntó, cabizbajo.
–Ayer. Vine tan pronto como pude. Intenté hablar contigo pero me dijeron que estabas en una excursión.
–¿Y mis hermanos? ¿Por qué no están aquí?
–Están arreglando los detalles del funeral. Dante: vine yo porque tu madre me lo pidió.
Antes de que pudiera darme cuenta, Dante cerró los ojos con fuerza y comenzó a golpear su puño cerrado contra la pared: dos, tres, cuatro veces. Me abalancé sobre él e intenté detenerlo, pero solo lo logré después de que le dio más de diez golpes al muro.
Cuando logré que se detuviera, su mano derecha estaba sangrando y tenía toda la piel de los nudillos en carne viva. Le pedí que me indicara dónde conseguir un botiquín de primeros auxilios, tenía que curarle la mano y revisar que no se hubiera quebrado algún hueso.
Me llevó a su habitación y con su mano izquierda buscó en la cómoda hasta encontrar el botiquín. La habitación era pequeña, con paredes color verde pastel y una cama de una plaza. El resto del mobiliario estaba compuesto por una pequeña cómoda, un armario y una mesita de noche al lado de la cama. La habitación tenía un minúsculo cuarto de baño.
Nos sentamos en su cama y comencé a curar su mano. Se veía peor de lo que estaba. Una vez que desinfecté las heridas, revisé que no estuviera quebrado, y lo vendé con mucho cuidado. Le recomendé que se pusiera algo de hielo porque empezaba a inflamarse.
–¿Por qué has venido, Eva?– preguntó de sopetón. Me dejó descolocada pero intenté responder con sinceridad.
–Ya te lo he dicho, tu madre me lo pidió, antes de que pasara.
–¿Y por qué le has hecho caso? Digo, no es que vaya a venir a reclamarte si no cumples su deseo...–ironizó, y le puse mala cara. Evidentemente la muerte de su madre lo afectaba más de lo que parecía, pero no había caído aún en la realidad.
–Dante, ¿por qué no haces tus maletas y nos vamos al aeropuerto? Querrás estar con tus hermanos en este momento y creo que...
–¿Tú crees? ¿De veras? ¡Pero qué atenta!...Eva, vamos a ver, ¿puedes decirme de verdad qué haces aquí? Te lo estoy preguntando en serio. Si tanto me odias, ¿por qué has venido a darme esta noticia? ¿Por qué no te vas por donde viniste? No es necesario que sigas siendo amable conmigo. Hiciste lo que tenías que hacer. Mejor vete.
No daba crédito. ¿De verdad me estaba echando? Había venido, a pesar de lo que eso significaba, ¿y ahora me echaba? Me paré de la cama como un resorte, tomé mi maleta con ruedas y caminé hacia la puerta. Tomé el pestillo y me giré hacia él.
–¿Sabes, Dante? Entiendo que estés pasando por un momento difícil, pero eso no te da derecho a tratarme como basura. Después de todo, confirmo que eres un imbécil.
Abrí la puerta, dispuesta a irme, pero la empujó con el pie, me tomó por el brazo con su mano buena y me dio la vuelta. Quedamos frente a frente, muy pegados, respirando el mismo aire.
–No te vayas, por favor –susurró, temblando. Acto seguido, me besó.
Me tomó tan por sorpresa que no fui capaz de reaccionar, al menos en el primer momento, porque cuando tomé conciencia de lo que estaba pasando, me aparté y lo empujé con fuerza hacia atrás.
–¡Vete a la mierda, Dante! Ya no me vas a manipular a tu antojo como has hecho antes.
Se acercó nuevamente y tomó mi cara entre sus manos. Respiraba agitado, y pude ver lágrimas corriendo por sus mejillas.
–¡No me dejes, Eva! No puedo, te necesito, por favor. No me rechaces. No sé cómo encajar todo esto...
Me partió el alma verlo así, tan vulnerable. De pronto lo vi como un chiquillo llorando por su mamá y despertó cosas en mí que desconocía. Sentí que quería tomar su lugar, que haría cualquier cosa para evitar su sufrimiento. ¿Eso era amor? Estaba segura de que sí. Al igual que estaba segura de que estábamos completamente locos.
Volvió a besarme, y no sé si fui consciente de lo que estaba pasando, pero no lo pude detener. No quise detenerlo. Seguramente él buscaba un consuelo ante tanto dolor y yo... yo no sé qué buscaba, pero no pude frenarlo. Lo que estábamos haciendo era una mala idea por infinitas razones, y probablemente nos destruyera, pero no me importó.
Dante me empujó contra la puerta de la habitación y comenzó a besarme con más pasión y ganas. Sus labios abandonaron los míos y bajaron a mi cuello, a ese lugar que solo él sabía cuánto me gustaba ser besada.
–No me rechaces, Eva. Te necesito. Necesito estar dentro de ti.– repetía como un mantra mientras que dejaba innumerables besos por todo mi cuerpo. La realidad es que no pensaba rechazarlo, ya había abandonado la cordura hacía rato, y pasara lo que pasara con él, ya estaba escrito.
Besé sus lágrimas, y lo acaricié con ternura. No paramos de besarnos una y otra vez mientras nos despojamos de nuestra ropa. Cuando nos fundimos, fue como si la pieza que le faltaba al puzzle de mi vida hubiera sido completada. Me sentí en mi hogar, me sentí en el cielo. Me hizo el amor mirándome a los ojos y repitiendo sin parar que me amaba y cuánto me necesitaba. Elegí engañarme y creerle, aunque sabía que de su boca solo podían salir mentiras.
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