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Capítulo 3 - En el amor y en la guerra...

Dante

La noche antes de empezar en el laboratorio no pude dormir. Estaba muy nervioso, ¿qué me pasaba? ¿Desde cuándo me preocupaba un trabajo que había realizado toda mi vida? ¿Tenía cargo de conciencia? No, tenía que ser otro el motivo.

Bueno, parte de la culpa de mi falta de sueño se debía a la rubia que descansaba al otro lado de mi cama. Dana, Lana, Ana, ¿quién sabe? No le había hablado precisamente por su nombre. La había conocido en un bar, al que fui a tomar un trago, me pareció bonita, me siguió la conversación, y a lo nuestro. No me gustaba darle muchas vueltas a las cosas. Ambos sabíamos a lo que íbamos. La rubia tenía suerte de que no la hubiera follado en el baño del bar al estilo "aquí te pillo, aquí te mato"; la había llevado a casa, cosa que casi nunca hacía, porque las mujeres tendían a adueñarse de los espacios y eso no me gustaba nada... (para muestras bastaba la rubia). Cuando venían a casa, nunca dormían allí. Era muy celoso de mi espacio.

Miré el reloj y eran las cinco de la mañana, debía haber dormido media hora. Me senté en la cama y toqué el hombro de la chica, que roncaba ligeramente. Le dije con poca amabilidad que tenía que irse, lo que la cabreó bastante. No me importó demasiado. Le pedí un taxi y en menos de quince minutos estaba fuera. Y respiré tranquilo.

Realicé mi rutina matinal: ejercicios, batido de frutas, ducha, y a comenzar el día. Tomé el coche y salí para mi nuevo trabajo.

Cuando iba a mitad de camino noté que el auto estaba algo desbalanceado. Frené, miré la rueda trasera y descubrí que estaba pinchada. ¡Joder! Lo que me faltaba, llegar tarde a mi primer día. Rápidamente me quité la chaqueta de mi traje y me puse a cambiar la dichosa rueda. Me costó más de lo que esperaba, y para cuando terminé, estaba empapado en sudor y todo manchado. No era una opción volver a casa a cambiarme, tendría que estar así en mi entrevista inicial. ¡Fantástico! Mi mal humor iba creciendo a cada minuto.

Entré al enorme edificio que albergaba a los laboratorios Star Labs con media hora de retraso. Me anuncié con la recepcionista, quien me miró con detenimiento de arriba a abajo, calculo que por mis pintas, y muy amablemente me dio indicaciones para llegar al sector de oficinas.

Tenía que subir a la penúltima planta del edificio y, una vez allí, caminar por un largo pasillo lleno de puertas. A la que me dirigía quedaba al final del mismo. Mientras subía por el ascensor me miré en el espejo y me arrepentí al instante. Tendría que pasar por un baño para, al menos, sacarme la mancha que tenía en la mitad de la mejilla. Con razón la recepcionista me miraba tan fijamente: tenía más aspecto de mecánico que de investigador.

Cuando llegué al enorme pasillo encontré en una de las primeras puertas lo que estaba buscando, un baño de caballeros. Me metí y traté de adecentarme lo más posible. Quedé bastante presentable, entonces salí presuroso del baño para encontrarme con la investigadora principal del laboratorio. En el momento que salí rápidamente, vi que se acercaba a mí una mujer que caminaba muy rápido. Tan rápido que se iba a chocar contra mí. Imaginé que se desviaría a último momento entonces seguí caminando, pero no lo hizo. Chocamos tan fuerte que tuve que sostenerla porque casi se cae al suelo. Cuando comprobé que no se iba a caer, la solté bruscamente y la enfrenté.

–¡¿Pero tú no ves por dónde caminas?! ¿Estás ciega o qué? ¡Casi me matas, imbécil!

Ni siquiera me di vuelta para escuchar lo que la torpe me decía. Mi día no hacía más que empeorar. Seguí adelante y caminé de prisa hasta llegar a la última oficina, y golpeé la puerta. Sonó una chicharra y ésta se abrió automáticamente. Una chica bajita, de cabello corto y rubio, y con lentes, se asomó desde detrás de un mostrador.

–Buen día, eres Dante, ¿verdad? La doctora te estaba esperando, pero salió un momento. Por favor, pasa por aquí a su despacho y espérala ahí. Por cierto, soy Andreína, y soy parte del equipo de investigación de la doctora.

Cuando entré en el despacho, Andreína se retiró y yo me quedé observando todo. Con un equipo de investigación ahí instalado sería más difícil conseguir los avances que necesitaba. Y eso sin hablar de que tendría que hacer todo fuera de la mirada inquisidora de la doctora Rojas. Ni siquiera la conocía ni sabía nada de ella. Con un poco de suerte sería una señora de edad avanzada que estaría más preocupada por sus nietos que por el trabajo. No, no tendría tanta suerte.

No la tendría nada fácil, pero estaba decidido a conseguirlo. Antes de fin de año sería socio del Laboratorio Caduceum, principal competidor de Star Labs. Lo lograría de manera rastrera, robando información e infiltrándome en el equipo de la investigadora principal, pero ya lo dice el refrán, "en el amor y en la guerra todo vale", ¿no es así?

Intenté encontrar alguna información o datos, pero el escritorio estaba sumamente ordenado, de hecho parecía vacío. No había cuadernos, notas, libros, apenas había una computadora y una grabadora digital. ¿Es que esta mujer no escribía? ¡Qué raro! Quizá era una estrategia para evitar a los espías. ¿Y si sabían quién era yo y era todo una trampa? No, no era posible. No tenían manera de saber quién era yo.

Finalmente sentí unos ruidos afuera. La puerta de la oficina quedaba detrás de mí, por lo que no vi quién entraba, y no quería darme vuelta como desesperado, así que me quedé quieto hasta que ella se sentó en su sillón frente a mí.

–Buen día, ¿usted es el doctor Robaina?

Mierda. Era la torpe que me había atropellado en el pasillo. Pero lo extraño era que no parecía darse cuenta de que era yo. De hecho no me miró molesta ni me dijo nada. Era más joven y bonita de lo que había podido observar en nuestro choque accidental.

Estiró la mano para estrechármela, pero la apuntó hacia otro lado, no hacia donde estaba yo. ¿Qué estaba pasando?

Estreché su mano y al sentir mi contacto se giró hacia mí.

–Soy Dante Robaina. Encantado, doctora.

Cuando escuchó mi voz, su cara se transformó. Con una visible molestia en su rostro, replicó:

–¡Vaya! Así que eres el encantador caballero que me llamó "estúpida". Esto no hace más que mejorar. No sabes qué gusto me da que seas tú,- dijo con ironía, -y antes de que me sigas insultando, te lo confirmo: sí. Soy ciega, y tú eres un gilipollas.

Me quedé sin palabras. No entendía nada de lo que estaba pasando. ¿La doctora a la que debía espiar estaba ciega?

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