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Capítulo 27 - Suficiente para toda una vida

Dante

Sé que la jugada del anillo había sido rastrera, pero no me quedaba otra alternativa. Veía con terror que la perdía, y se me ocurrió que demostrarle que quería casarme con ella era la prueba de que la amaba de verdad, y que era posible enderezar lo nuestro. No sé qué efecto habrá tenido en ella porque después de decirle esas últimas palabras me fui hacia el baño y cerré la puerta, mientras me frotaba la cara con frustración. Cuando salí, cinco minutos después, ella se había ido. Había tomado su maleta sin mirar atrás, pero la buena noticia es que se llevó el anillo. Eso era alentador, ¿no? Creo que en el estado en que estaba, cualquier cosa me parecería alentadora.

Una vez que me quedé solo, me derrumbé en la cama. No tenía apuro por irme, quería darle el espacio que me había pedido, pero resultaba tan difícil, joder. Lo único que quería era correr detrás de ella y llevármela lejos hasta hacerla entrar en razón. No podía aceptar que habíamos terminado, teníamos que encontrar la manera de hablar y arreglar todo, pero me di cuenta con dolor de que no dependía de mí. El perdonarme o no estaba en ella.

Me di cuenta de lo difícil que iba a ser todo a partir de ese momento. Todo lo que había construido junto a ella se acababa de derrumbar como un castillo de naipes. Me había quedado sin trabajo, y... ¡sin casa! ¡Joder! Mi casa estaba alquilada, y no podría volver a su departamento. Tendría que buscar un lugar para vivir.

Hice la única cosa que podía hacer: asaltar el minibar de la habitación. Necesitaba borrar de mi mente lo que estaba pasando. Comencé con whisky pero terminé con vodka, pasando por algunos licores. Cualquier cosa era útil para sacarme de adentro el dolor que me atenazaba. Finalmente me quedé dormido en la alfombra, al lado de la puerta del baño. No fui capaz de dormir en la cama donde esa misma mañana habíamos hecho el amor.

Me desperté al mediodía siguiente, con una resaca monumental y un mal humor de mil demonios. Metí todas las cosas de cualquier manera en mi maleta y dejé el hotel. Me tomé un taxi al aeropuerto y esperé el primer avión que saliera para casa, aunque ya no tenía casa. No sabía qué cojones iba a hacer de mi vida, pero estaba seguro de que todo había cambiado.

A los dos días recibí un mensaje de Eva. El corazón me saltó un latido y me desbordó la alegría, hasta que lo leí.

***Hola, Dante. Necesito que pases por mi departamento a buscar tus cosas. Por favor hazlo mañana entre las nueve y las doce. Daniela estará esperándote. Gracias.***

Ni un "¿Cómo estás?", ni un "Te extraño". Nada. Un mensaje solitario que hubiera sido más cálido si me lo enviaba Hacienda. Pero estaba en línea. Quizá esperaba mi respuesta. Me apresuré a responder.

***De acuerdo. Pasaré a buscar mis cosas, pero necesito verte. ¿Puedo pasar en otro horario cuando tú estés? Te extraño mucho.***

La respuesta no tardó en llegar.

***No, Dante. No te quiero ver. Me haces mal. Pasa por favor en el horario que te indiqué. Y por favor no me escribas más, o bloquearé tu número.***

Mierda. La había presionado. Tendría que ir despacio o la perdería definitivamente.

«Ya la has perdido, imbécil», me susurró mi conciencia. Decidí ignorarla y mantenerme positivo, aunque resultaba algo difícil en mi situación.

Estaba durmiendo en un hotel desde que había llegado al país hacía dos días. Todavía no sabía qué hacer, aunque no quería quedarme mucho tiempo más allí.

Se acercaba la Navidad, y eso me deprimía aún más, porque habíamos planeado pasarlo juntos. De todos modos decidí ir a casa de mi madre. Necesitaba un poco de calor familiar. Tal vez podría pasar un tiempo allí, hasta decidir qué hacer con mi vida. Preferí no llamarla porque quería evitarme el sermón de cómo había perdido una chica como Eva. «Créeme mamá, yo también me lo pregunto todo el tiempo.»

Al día siguiente, obediente a lo que Eva me había pedido, acudí a su departamento a las diez de la mañana. Por respeto, no usé mi llave, sino que toqué el timbre. Daniela me abrió, con cara de pocos amigos, y me hizo pasar.

–Adelante. Arriba de la encimera hay unas cajas con tus cosas.

Asentí, y me dirigí a la encimera que tantos recuerdos hermosos me traía. Ahora todas mis cosas estaban apiladas allí, como si fuera un extraño. De pronto la separación se tornaba demasiado real y dolorosa. Daniela me seguía como un perro sabueso, controlando todos mis movimientos.

–Eh, tranquila, no pienso robarle nada, ni dejar mis calzoncillos abajo de la cama en un intento de hacerle alguna brujería para que se quede conmigo- ironicé.

Daniela no sonrió, sino que se quedó seria e imperturbable. Quizá era una mala idea bromear en este momento, así que elegí otra técnica.

–¿Cómo está?- pregunté a su amiga.

–¿Sabes, Dante? No debería responderte. Creo que renunciaste a ese derecho cuando hiciste lo que hiciste. Créeme: estoy muy cabreada. Y más cabreada aún porque siempre supe que había algo raro contigo. Siempre sentí que mentías, que ocultabas algo. Nunca confié en ti, y sin embargo no podía decirle nada a Eva porque ella estaba completamente enamorada de ti, y ahora me siento culpable por no haberle dicho lo que sentía, a tiempo...Es que no entiendo cómo alguien puede ser así, de verdad que no entiendo, Dante. Eres un perverso, un sociópata de libro, y de verdad te recomiendo un psicólogo porque evidentemente tienes que tener algún problema que resolver para ser así. Por favor, termina de juntar todo y vete de aquí.

Aunque me hiciera el fuerte, sus palabras me lastimaron, al igual que me dolía que no quisiera verme. La entendía, pero quería verla, era una necesidad física. Y si no podía verla, al menos quería saber de ella, así que no me importó rebajarme e insistir.

–Por favor, Daniela, dime cómo está. Necesito saber de ella.

–Pues mal. ¿Cómo quieres que esté? Acaba de descubrir que su vida se derrumbó, que el hombre con el que soñaba pasar toda su vida le mintió, la utilizó y la engañó. ¿Cómo te sentirías tú?

No pude responder. Así que junté el resto de mis cosas y salí del departamento sin saludar a Daniela. Me subí al coche, tiré las cosas en él, y seguí viaje hacia la casa de mi madre. Allí me esperaba otro sermón de aquellos por su parte y la de mis hermanos, pero me había jurado que no habría más mentiras. Con las que había dicho ya eran suficientes para toda una vida.

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