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Capítulo 24 - En otro planeta

Eva

Tocamos tierra en Ámsterdam y fue como llegar a otro planeta. Todo era puro brillo y limpieza, todo automatizado, terminabas de pisar el suelo y ya había alguien pasando un trapeador. ¡Vaya, si que se tomaban en serio la pulcritud en ese aeropuerto!

Fiel a mi estilo de disfrutar y apreciar cada momento, me dediqué a observarlo todo y a sonreír con cada detalle. El que no estaba disfrutando mucho era Dante, que venía enfurruñado porque en el avión nos habíamos puesto un poco cariñosos bajo las mantas y, bueno, había querido terminar la aventura dentro del baño del avión y yo le dije que ni loca me quitaba la ropa en un lugar tan poco higiénico y tan concurrido como el baño de un avión. No importaba cuánto había insistido, mi respuesta había sido "no" rotundo. Entonces ahora estaba como un niño enfadado al que le sacan su juguete.

Caminamos por los enormes pasillos del aeropuerto hasta llegar a la tan temida cinta de equipaje. No importa qué tan automatizado sea el aeropuerto, la cinta de equipaje siempre es una pesadilla. ¿Es que a nadie se le ocurre un método más rápido y seguro de dar con sus maletas? Demoramos unos veinte minutos en dar con ellas. ¡Qué hastío!

Cuando salimos de la zona de pasajeros nos encontramos con un joven que sostenía un cartel con nuestros nombres. ¡Guau! Me sentía una celebridad. El muchacho nos guió hasta un auto último modelo que nos transportó hasta el hotel Hampton by Hilton Ámsterdam Centre East, que quedaba a unos diecinueve kilómetros del aeropuerto. Demoramos apenas veinte minutos en llegar.

Entramos al hotel y quedamos boquiabiertos: ¡era un palacio! Tenía vista hacia los canales y el paisaje era de otro mundo. Hasta los colores parecían sacados de un cuadro. Todo era de una belleza impresionante. Observé fascinada todo lo que nos rodeaba y sonreí entusiasmada. Estos días iban a ser una maravilla.

Dante se anunció en la recepción, y nos comunicaron que teníamos habitaciones separadas. Claro, nadie sabía que estábamos juntos. La cara de mi novio fue un poema, e inmediatamente le exigió enfadado al pobre chico que hiciera el cambio para una habitación conjunta. Parece que el mal humor persistía. Yo me quedé al margen, no fuera que también la pagara conmigo.

El muchacho, temeroso, hizo los cambios pertinentes y nos entregó la tarjeta que abría nuestra habitación. Dante me tomó de la mano, tomó su maleta y enfiló hacia el hall. Nos metimos en el ascensor, que parecía una nave espacial, y subimos hasta el piso siete.

Entramos en la habitación y disfrutamos de la vista. Era enorme, parecía más grande que mi departamento, con una pequeña sala de estar con sillones y un gran ventanal que permitía ver los canales. También había una televisión gigante. ¡Como si alguien se pusiera a ver televisión con esa vista! Bueno, si estaba ahí debía ser porque la usaban, ¿no?

También contaba con una zona que tenía un frigobar, una cafetera y algunos otros utensilios de cocina. Una puerta doble corrediza separaba el dormitorio del resto de la habitación. Éste también era gigante, con una cama, dos mesas de noche, un placard enorme y un pequeño escritorio con conexiones de todo tipo y papel y sobres de carta con el logo del hotel.

La cama era un sueño, enorme y espaciosa. Pasé mi mano por el suave edredón y me entraron ganas de dormir inmediatamente. Recién en ese momento me di cuenta de lo cansada que estaba.

Seguí mi camino hacia el baño, en donde también había espacio como para hacer una fiesta, y decidí que me daría una ducha para sacarme el olor a avión del cuerpo. Se lo comenté a Dante quien me dijo que se acostaría un rato a esperarme.

La ducha fue reconfortante. El agua estaba muy caliente y el chorro fuerte me daba justo en las contracturas. ¡Qué gusto! Disfruté de una ducha rápida y cuando estaba aclarándome el jabón sentí que la mampara se abría. Me di vuelta y el espectáculo me dejó de boca abierta: Dante me miraba con ojos hambrientos. Bajé la mirada a su cuerpo y noté que estaba desnudo, y su cuerpo evidenciaba el deseo que sentía por mí. No tardó un minuto en meterse dentro de la ducha conmigo y comenzar a besarme con urgencia.

Fue nuestra primera vez en una ducha, y debo decir que quedé más que dispuesta a repetir. Nos quedamos más de quince minutos disfrutando de la sensación del agua caliente corriendo por nuestros cuerpos, hasta que me atacó la conciencia ambiental y me di cuenta de que estábamos desperdiciando agua, así que cerré el grifo y salimos. Seguimos con un nuevo asalto en la cama, que resultó ser todavía más cómoda de lo que parecía. ¡Por favor! ¿Cómo hacía este hombre para hacerme morir de amor y de placer al mismo tiempo?

Entre el estrés que veníamos acumulando, el cansancio del vuelo y la actividad física de la ducha y la cama, quedamos fritos apenas apoyamos la cabeza en la almohada. Dormimos hasta el otro día a las ocho de la mañana.

Cuando me levanté, y mientras nos preparábamos para bajar a desayunar, me acordé de que tenía un celular, y que estaba apagado. Lo prendí y me llamó la atención que tenía cinco llamadas perdidas de Rodolfo. Le devolví el llamado pero ahora lo tenía apagado él. Lo llamaría más tarde. Teníamos mucho que disfrutar con Dante.

Esa noche, a las nueve, tendríamos la gala de inauguración de la feria, que era el puntapié inicial del gran evento mundial. Vendrían personalidades importantes del rubro farmacéutico de todo el mundo. La gala marcaba la inauguración de ese gran fin de semana, que cerraba el domingo con una cena. Durante todo el sábado y domingo habría grandes ponencias y exposiciones simultáneas sobre diferentes temas de investigación, laboratorios y medicamentos. Con Dante nos habíamos inscrito en todo lo que estaba relacionado con nuestro tema de estudio.

Decidimos dedicar el día a pasear por la ciudad. Visitamos el museo Van Gogh, la casa de Ana Frank, hicimos un paseo en barco por los canales, almorzamos comida típica de la zona y visitamos el Museo de Cera. Lo hicimos tomados de la mano, caminando con lentitud por las calles, besándonos en cada rincón. Caminamos por todo el lugar, observando todo, como dos turistas...bueno, de hecho lo éramos.

Fue un momento muy especial para los dos y así lo vivimos, olvidándonos de todo, menos de nosotros dos. Al atardecer nos quedamos abrazados mirando la puesta de sol, enamorados, felices, agradecidos por tenernos. En un momento, Dante se puso serio y empezó a moverse, como si algo lo incomodara.

–Eva, necesito que hablemos. –Su tono de voz, tan grave, me puso en alerta.

–¿Qué pasa? No me asustes.

–Hace tiempo que necesito decirte algo, es solo que no sé cómo hacerlo, no sé cómo lo vas a tomar.

–Dante: nada de lo que digas hará que deje de amarte, así que quédate tranquilo, no te vas a librar fácilmente de mí –bromeé, y él sonrió, aunque me supo a sonrisa falsa.

–Bien, ocurre que...

Su relato fue interrumpido por el timbre de mi teléfono. No iba a atender, pero vi que era Rodolfo y le pedí a Dante que me diera un minuto. Parecía aliviado. Atendí, pero no se escuchaba nada. Grité y le dije que volviera a llamar, pero no se oía nada del otro lado. Finalmente desistí y corté la llamada. Lo llamé yo a él pero sonó hasta que saltó el contestador. Me empecé a preocupar, ya debería estar aquí. ¿Y si le había pasado algo? Intenté ser positiva y pensar que simplemente quería avisarme de alguna demora en su vuelo, pero tenía un raro presentimiento. No me volvió a llamar y a mí me seguía saliendo el contestador. Le mandé un audio de WhatsApp pidiéndole que me confirmara que estaba bien, pero no le llegó.

Cuando guardé mi teléfono le pedí a Dante que siguiera con lo que me estaba diciendo, pero se excusó diciendo que se estaba haciendo tarde y que ya hablaríamos luego, porque tenía una sorpresa para mí. Decidí no insistir para no romper la burbuja que habíamos creado. No tenía ganas de discutir. Volvería al tema más tarde.

Regresamos al hotel y subimos a nuestra habitación. Cuando entramos, me di cuenta de que habían hecho la cama y que todo estaba en orden. Dante me pidió que lo siguiera al baño y así lo hice. Vaya sorpresa me llevé, porque vi que habían llenado la espaciosa bañera con agua y un exquisito aroma inundaba el lugar. La espuma casi caía al suelo, que estaba lleno de pequeñas velas aromáticas.

–¿Y esto?– pregunté a Dante, aunque podía ver claramente lo que significaba aquello.

–Quiero que estés espléndida en la cena de esta noche– empezó a decirme, mientras me comenzó a quitar la ropa y me dejaba suaves besos por cada lugar que quedaba al descubierto, –y dicen que no hay nada como el buen sexo para hacer que la piel se vea increíble. Lo hago por ti, claro.

Sonreí y me mordí el labio, que se apresuró a atrapar con su boca y comenzó a devorarme a besos. Nos quitamos el resto de la ropa y nos metimos en la bañera. Dante se sentó, apoyado en uno de los costados, y me guió para quedar sentada a horcajadas sobre él. Para cuando nos decidimos a salir del baño, el agua estaba completamente fría, pero poco nos importaba.

Siempre disfrutaba al máximo cuando hacíamos el amor, pero esta vez fue más, fue más fuerte, más intenso; pero cuando terminamos la sensación de bienestar se vio sustituida por otra cosa, algo que no pude describir pero que se instaló en mi pecho, provocandome una creciente inquietud y ganas inexplicables de llorar. Aparqué esa inquietud y corrí a prepararme. Tuvimos que vestirnos a las apuradas porque eran las nueve menos cuarto y todavía teníamos un corto trayecto en coche hasta la sede de la EMA.

Mientras estábamos en el baño Rodolfo me había llamado tres veces más, y nada de mensajes. Por supuesto, cuando le devolví la llamada me salió el contestador. Tiré el teléfono sobre la cama con frustración y me seguí arreglando.

Llegamos a las nueve y media a la cena, todo un logro teniendo en cuenta lo atrasados que habíamos estado. Un camarero nos indicó dónde estaba nuestra mesa y comprobamos, aliviados, que faltaba la mitad de la gente. Se ve que la EMA no se caracterizaba por la puntualidad.

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