Capítulo 17 - Mi intrusa favorita
Dante
El fin de semana había sido una pasada, pero había terminado mal. Al menos para mí. Empiezo por el final: la duda de Eva me había descolocado. Que se hubiera preguntado por mis intenciones para trabajar con ella me puso en evidencia.
Pude salir con facilidad recordándole lo de mi interés en buscar la cura del Alzheimer, y, aunque nos reconciliamos después de nuestro "pleito", la culpa me siguió carcomiendo por dentro. Que sospechara de mí tan solo había servido para recordarme lo mala persona que era, lo mezquino de mis acciones, y aunque ahora estuviera enamorado, eso no tapaba el hecho de por qué había comenzado a trabajar con ella. Por eso había reaccionado tan mal. El solo hecho de pensar que Eva se enterara me daba escalofríos. No podía perderla, no ahora que esto había comenzado, no ahora que había reconocido que la quería.
Fuera de eso... nuestro fin de semana había sido increíble. Todo lo que había imaginado en mis fantasías sobre tener a Eva en mi cama, incluso las más calientes, se había quedado corto... Haberle hecho el amor había sido sublime. Nunca había experimentado algo así con nadie, y creo que tiene que ver con ese término: hacer el amor. Nunca lo había hecho. Siempre había follado. Jamás había accedido a ese nivel de intimidad con nadie como había hecho con Eva. No era solo físico, había involucrado también el corazón.
También había pasado un excelente fin de semana con mi madre y mis hermanos. Que conocieran a Eva y que congeniaran tan bien me había dado tranquilidad y alegría. Mi madre la había amado. Antes de irnos, me llevó a un aparte, me dio un abrazo y un beso y me habló como nunca lo había hecho:
–Es genial, hijo. Cuídala. Está muy enamorada de ti, se le nota. Y a ti también. Cuiden esto tan hermoso que tienen. Me contó un poco más lo que estáis investigando... Tu papá estaría muy orgulloso de ti. Creo que has encontrado al amor de tu vida.
No pude responder por la emoción que me embargó en ese momento, solo le di un gran abrazo y le di las gracias. Luego me subí al coche y partimos para casa.
Cuando llegamos a su departamento, entré con ella y la ayudé a acomodar sus cosas. Luego nos tumbamos en el sofá a escuchar música. Preparé la cena y la deleité nuevamente con mis talentos culinarios, había aprendido muchas recetas viviendo en el exterior. Ella disfrutó de cada bocado y se quedó dormida apoyada en mis piernas, mientras le acariciaba la cabeza.
Al rato la tomé en mis brazos y la llevé a su cama. Estaba dormida profundamente. Yo, sin embargo, no me podía dormir. Me dediqué a mirarla descansar. Descubrí que era mi nuevo pasatiempo, y, finalmente me quedé dormido a su lado.
Nuestra relación avanzó de la mejor manera posible. Ambos acordamos no decir nada en el laboratorio, al menos por ahora, pero nos resultaba muy difícil mantenernos alejados uno del otro, entonces aprovechábamos el horario de almuerzo o pequeños descansos para escabullirnos en la oficina de Eva o en el baño. Cualquier lugar era bueno para entregarnos al amor. En varias oportunidades habíamos estado a punto de ser descubiertos, pero hasta ahora habíamos tenido suerte.
Dormíamos juntos prácticamente todas las noches, en la casa de Eva o en la mía, y había descubierto que era mi intrusa favorita en mi cama. Así es: el repelente Dante ahora era fanático de la compañía de su novia en la cama. De hecho, las pocas noches que no dormía con ella, las pasaba muy mal. Me costaba mucho conciliar el sueño y me despertaba muchas veces. Eva decía que era porque ya me condicionaba de antemano, pero la realidad es que necesitaba su pequeño cuerpo junto al mío.
Por otra parte, Marcos me estaba tocando los cojones cada vez más. Cada vez me resultaba más desagradable tratar con él, aunque quizá siempre había sido igual y era yo quien estaba cambiando. La cuestión es que estaba sumamente intenso y controlador, y había empezado a pedirme informes de los avances que iba consiguiendo en Star Labs. Por supuesto, todo lo que le mandaba era impreciso, con datos generales, lo suficiente para tenerlo contento y que me dejara en paz. Sabía que tenía que hacer algo al respecto, pero tenía mucho miedo de perder a Eva, que era lo que pasaría en el momento que se enterara de todo.
Una noche de viernes, un mes después de la fiesta de cumpleaños de mi madre, Eva y yo estábamos en mi casa, festejando nuestro primer mes de novios. Sí, hasta ese nivel había llegado mi "moñez". Había preparado la tina, llenándola de sales aromáticas y jazmines por todos lados. Eva estaba extasiada, con los ojos cerrados, sumergida en el agua caliente, escuchando a Alejandro Sanz y recibiendo un masaje en los pies.
–Definitivamente eres el mejor novio del mundo. –murmuró, medio adormilada.
–¿Por un simple masaje? No sé qué dirás cuando te haga lo que pienso hacer después del masaje.
Lanzó una carcajada y se mordió el labio, y acto seguido, me derretí de amor.
–Bueno, mi amor, vamos a salir, llegó la hora de darte tu regalo.
–¿Mi regalo? Pensé que este era el regalo. ¡Dante! ¡Dijimos que nada de regalos! No te compré nada...voy a ahorcarte.
–Tranquila. Mi regalo será ver tu cara cuando sepas cuál es tu regalo.
Salió a regañadientes de la tina y se envolvió el cuerpo en una toalla. Quería vestirse pero le dije que no valía la pena, en pocos minutos la tendría desnuda de nuevo.
–Con ese criterio no hagas nunca tu cama, si luego te vas a volver a acostar... –dijo mientras caminaba hacia el living.
–No me regañes, señorita, o tendré que darle tu regalo a alguien más.
–Vale. Cuéntame.
Estaba nervioso como un chiquillo. Jugaba con mis manos porque estaba ansioso. Sabía que este regalo le fascinaría.
–Bueno. No quiero darte mucho preámbulo, así que te lo soltaré de una: en tres semanas tenemos una cita.
–¿Y haces todo este pamento por llevarme a cenar en tres semanas? Como mínimo tiene que ser a la Torre Eiffel... –Estaba bromeando, lo supe por su sonrisa burlona.
–Si interrumpes una vez más le tendré que dar a alguien más estas entradas para el concierto de Jorge Drexler.
Su rostro se transformó y empezó a gritar de emoción. Se me tiró encima y a los pocos minutos recibí el primer agradecimiento por el regalo, sin la toalla.
Más tarde, estábamos acostados en mi cama y sentí que el corazón me iba a explotar, literalmente. Una felicidad que nunca había sentido me llenó el alma, y creo que tuvo que ver con que era la felicidad de alguien más. No se trataba de algo egoísta, si no de que me di cuenta de que haría cualquier cosa por esta mujer. «Cualquier cosa menos decir la verdad» dijo una molesta vocecita en mi cabeza, que aparté sin miramientos. En un impulso tomé mi celular y empecé a hacernos fotos. Primero a ella, luego a los dos. Eran ráfagas de selfies que probablemente luego tendría que eliminar porque saldrían torcidas o fuera de foco, pero quería retratar este momento que no tenía nada de extraordinario y eso lo hacía más especial aún.
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