Capítulo 16 - Sin reservas
Eva
No sé cuántas normas de tránsito debe haber roto Dante en el camino, pero sentía que íbamos volando hacia su casa. Incluso paraba en algunos momentos y nos besábamos con ansias.
Llegamos a la casa de Dante en tiempo récord. Él estacionó, bajó del coche y abrió mi puerta. Me ayudó a bajar y cuando me puse de pie, me levantó en brazos, como una novia, lo que provocó que me echara a reír. Se lo comenté y él solo lanzó una pequeña risa mientras me decía:
–Un paso a la vez, mi amor. Ya llegará.
Quedé de piedra con lo que me había dicho. Me había dicho "mi amor", y a su vez no habían quedado en el suelo un par de zapatos echando humo por haber mencionado el matrimonio.
Entramos a la casa y me llevó directo a nuestra habitación. Los nervios empezaron a apoderarse de mí. Estaba pasando, finalmente lo íbamos a hacer.
Me bajó de sus brazos y se paró frente a mí, depositando un tierno beso en mis labios, que rápidamente fue a más. Sus manos recorrieron mi costado mientras me besaba con urgencia, y fueron bajando desde mi cintura a las caderas, para luego colarse por debajo del vestido. En ese momento me habría ido al fin del mundo con él. Bueno, en cualquier momento lo habría hecho. Mi corazón ya le pertenecía hace tiempo, y ahora se estaba adueñando de mi cuerpo, y lo hacía con maestría.
Yo no me quedé atrás. En respuesta a sus ataques a mi cuerpo, pasé mis manos por su pecho, desprendiendo los botones de su camisa. Luego metí las manos por debajo y se la saqué, pasándola por sus hombros y dejando que cayera al suelo. El susurro de la tela al tocar el suelo me dio la pauta de que era el momento de seguir desnudándonos.
No podía dejar las manos quietas. Las bajé hasta su pantalón, que estaba muy tirante en la zona de la entrepierna, y bajé el cierre. Él dio un respingo y respiró entre sus dientes fuertemente. Cuando vio que mi intención era seguir con mi asalto, me tomó la mano y me susurró al oído.
–Si no quieres que esto termine antes de empezar, vamos a tener que tomarnos las cosas con calma. He esperado mucho este momento y no quiero comportarme como un crío.
Volvió a besarme, pero esta vez un poco más pausado. Sus manos me comenzaron a acariciar lentamente, fueron a parar a mi espalda, y comenzó a bajarme el cierre del vestido. Éste cayó en el suelo y moví mis pies para salir de adentro. Dante continuó con sus besos y me bajó lentamente el sostén, que también terminó en el suelo. Yo bajé sus pantalones y seguimos todavía un largo rato explorando nuestros cuerpos. Para cuando, finalmente, se hundió en mí, ya no me acordaba ni de mi nombre.
El amanecer nos dio la bienvenida envueltos en sudor y enredados en las sábanas, mientras continuamos con nuestros cuerpos fundidos y sin reservas. Me sentía plena, y no necesitaba nada más que a Dante.
El domingo lo pasamos en la cama hasta después del mediodía. Teníamos muchas ganas atrasadas para ponernos al día, muchos besos, muchas caricias.
Dante bajó a buscar el desayuno y yo me quedé remoloneando en la cama. Al rato, después de comer algo, decidimos bajar para estar un rato con la familia. A fin de cuentas en unas horas teníamos que irnos y no se vería bien que pasemos el día metidos en la habitación, aunque tenía su encanto, claro.
Pasamos el resto de la tarde charlando y riendo con los hermanos y la madre de Dante, disfrutando de lo mejor de la post fiesta: las sobras de comida y los chismes. Cuando se hicieron las siete, subimos a armar las maletas, pero esa tarea nos llevó un poco más de tiempo del previsto, porque Dante no podía sacarme las manos de encima. Antes de irnos escuché que Ale y Dante cuchicheaban durante un largo rato y cuando quise saber de qué hablaban, me contestó con evasivas. Lo dejé pasar, de momento, y fui a la cocina a despedirme de la madre de Dante. Carla se había ido a casa de su novio, y Mariano había salido a hacer ejercicio.
–Eva: No sabes lo feliz que estoy de haberte conocido. Te confieso que llegó un momento en el que creí que no eras real, lo siento. Dante no me contaba nada sobre ti por más que insistiera. Él es muy reservado, lo sabrás bien, me imagino. Pero hubo un tiempo que llegué a preocuparme mucho por él. Sufrió mucho la muerte de su papá, y creo que nunca lo procesó adecuadamente, nunca lo habló, al menos con la familia. Desde hace un par de años se había vuelto alguien oscuro, ambicioso, sentí que se había perdido. Solo hablaba de dinero, de crecer en su trabajo, ni siquiera me llamaba. Y cuando se contactaba no me hablaba de nada más que de que tenía muchas ofertas de trabajo pero las rechazaba, o bien porque estaba en el exterior, o porque no tenía posibilidades de crecimiento... Pero luego llegaste tú, y no sé qué le has hecho hija mía, pero es otro hijo, es el hijo que creí que había perdido. Se preocupa, es atento y si supieras cómo te mira... se le iluminan los ojos cuando te ve. ¿Sabes algo? Hace un rato me preguntó qué vamos a hacer para la Navidad, porque quiere venir contigo a pasarlo aquí...Ay, qué bocota la mía, quizá no te lo comentó, por favor hazte la sorprendida cuando te lo diga. ¿Sabes cuántas navidades ha pasado aquí desde que se fue a la universidad? Ninguna. Tanto así le has cambiado Eva. Y yo no puedo más que agradecerte porque me has devuelto a mi hijo. Ven, cariño, dame un abrazo. Y esta casa siempre estará abierta para ti.
Me despedí de mi, aparentemente, nueva suegra, y le agradecí por todo. Luego me quedé pensando un rato en todo lo que me había dicho. Eran cosas hermosas, y no me creía merecedora de tanto. No podía creer lo de la Navidad. ¡Todavía faltaba casi medio año para diciembre! Eso quería decir que pensaba en una relación con futuro, y me alegraba y aterraba en partes iguales. Pero había otra cosa que me había llamado la atención, y se lo pregunté a Dante apenas subimos al coche.
–Dante, ¿puedo hacerte una pregunta?
–Claro que sí, dime.
–Hace un rato, cuando hablé con tu madre, ella mencionó que en tu trabajo solo piensas, o pensabas, en crecer, y que solo aceptabas trabajos en el exterior o en aquellos lugares que te permiten ascender... ¿Por qué tomaste este trabajo conmigo en Star Labs? Porque hace rato le estoy dando vueltas y créeme que no encuentro ningún buen motivo de acuerdo con ese pensamiento.
–¿A qué te refieres con eso de "buen motivo"?
–Y...no sé. ¿Por qué aceptarías un trabajo como colaborador de una doctora ciega? Está claro que la jefa del laboratorio soy yo, entonces, o pretendes quitarme el puesto si yo no recupero la vista y me despiden, o lo haces por lástima. ¿Si no por qué aceptarías un trabajo que está por debajo de tus aspiraciones?
Listo. Lo había soltado. Esa duda me había dado vueltas en la cabeza desde hacía unas horas, y necesitaba saber qué me iba a responder.
–Eva, ¿tú me estás preguntando en serio?
–Bueno, tienes que reconocer que es raro...
–¡No hay nada raro aquí! –Se había enfadado, ay, madre... –El motivo por el que acepté este trabajo es la investigación, Eva: El Alzheimer. Sé que podría investigar por mi parte, pero nadie ha logrado los avances que has logrado tú. Eres la mejor, y sabes lo importante que es para mí encontrar una cura. Creí que te lo había dejado claro... pero vale, mejor es pensar que quiero quitarte el puesto, o que te tengo lástima. Lo que sea para dejarme como el monstruo que piensas que soy, ¿no? Creí que habíamos superado esa etapa, Eva. – resopló.
Mierda. La había cagado. Se había enfadado conmigo, y con razón. Se hizo un silencio sepulcral en el coche, pero un silencio incómodo, no como nos ocurría siempre que estábamos juntos. Apoyé la cabeza en el respaldo del asiento e hice lo que tenía que hacer: pedir disculpas.
–Lo siento, Dante. Perdóname. No creo que seas un monstruo. No quería pensar mal de ti. Lo siento. ¿Me perdonas? – posé mi mano en su muslo, y él apoyó su mano en la mía.
–Perdóname tú. No quise enfadarme contigo, pero necesito que confíes en mí, ¿por qué dudas? Nunca tendría lástima de ti, Eva. Yo...yo te quiero.
Tuvo que frenar a un lado de la carretera porque me le lancé encima a besarlo. Dante se echó a reír y se dedicó a llenarme de besos durante un largo rato.
–Joder, preciosa, si cada vez que te diga que te quiero te vas a poner así, te lo diré cada puto segundo: Te quiero, te quiero, te quiero...
Me reí y seguí besándolo, pero a los pocos minutos me volví a sentar en mi lugar. Teníamos que volver en algún momento.
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