Capítulo 15 - Uno de mis talentos ocultos
Dante
Miré mi reloj, ansioso, y caminé de un lado para el otro. Se estaban tardando mucho. ¿Por qué no llegaba Eva?
Empezó a sonar mi teléfono y, asustado, respondí. Temía que les hubiera pasado algo. Ni siquiera miré el identificador de llamadas.
–¿Eva?– pregunté, nervioso.
–Bueno...veo que hemos hecho avances, la cieguita ya te llama por teléfono...
–¿Qué cojones quieres, Marcos? No puedo hablar ahora.
–Pues mira que sí, vas a hablar, porque creo que te has olvidado quién es el jefe aquí. ¿Por qué no me contestas los putos mensajes que te mando?– respiré profundo y me apreté el puente de la nariz. Una llamada de Marcos era lo último que necesitaba en ese momento. Hoy debía ser una noche soñada, y mi jefe no tenía lugar en el sueño.
–Lo siento, Marcos. –dije, conciliador. No necesitaba que me echara una bronca ahora mismo. –He estado con mucho trabajo y no he podido responder.
–No me vengas con gilipolleces, Dante. Me tienes hasta los cojones con tus evasivas. Y no hagas que me arrepienta de haberte elegido. Mira que la doctorcita puede enterarse de un momento a otro de quién eres.
–Cálmate, Marcos. –Intenté sonar despreocupado, pero entré en pánico ante la idea de que Eva se enterara de todo. –Está todo bien. Estamos haciendo grandes progresos, pero todo llevaba mucho tiempo estancado, por eso demoramos. Pero lo conseguiré, relájate y deja todo en mis manos.
A partir de ahora tendría que tener más cuidado con Marcos. No era ningún tonto. No podía dejar que se enterara de la relación que me unía a Eva, y Eva no podía saber nada tampoco. Jamás me había sentido incómodo con las mentiras, pero ahora parece que todas las que había dicho en mi vida se estaban volviendo en mi contra. Y me sentía muy incómodo con mentirle.
–No sé si creerte, Dante, pero te doy un consejo: no jodas a un jodedor.
Iba a contestarle, pero no pude. Levanté la mirada y lo que vi me dejó perplejo.
–Marcos, te tengo que cortar...– dije, y cerré mi teléfono. Tenía ante mis ojos a la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Eva acababa de entrar, del brazo de mi hermana. Llevaba un vestido rojo que se ajustaba perfectamente a sus curvas y me daba una panorámica perfecta de sus piernas. Oh, Dios, ¡esas piernas! Calzaba unas sandalias altas y llevaba el cabello con un recogido bajo, del que caían, sueltos, varios mechones castaños. No me costó nada imaginarla con nada más que esos tacones, y tuve que hacer un gran ejercicio de autocontrol para no hacerla mía en ese instante.
Mi cara debía de ser un poema, porque no fui capaz de reaccionar hasta que las tuve frente a mí.
–¡Eh! Tierra llamando a Dante. Oye, torpe. Reacciona. –Carla chasqueó sus dedos frente a mí y me sacó del trance. –Te dejo esta preciosidad, que estoy segura que la disfrutarás más que yo...que a mí no me van las tías. Pero si me gustaran, tendrías pelea, hermano.
Sonreí con el chiste de Carla, y miré a Eva, que se mordía el labio inferior, maquillado del mismo color que su vestido.
–¿Sabes, Eva? Si tu intención es matarme, creo que estás a punto de conseguirlo. Me vas a matar de un puto infarto. Estás hermosa, joder, hermosa.
Ella sonrió, tímida, y yo tomé su mano y la besé, a la manera antigua. La invité a pasar al salón y nos dirigimos a nuestra mesa. Los idiotas de mis hermanos comenzaron a piropearla, lo que me enfureció y los amenacé para que la dejaran tranquila.
La noche transcurrió pacífica y entretenida. Mi madre sí que sabía festejar. La pobre había sufrido tanto que ahora merecía ser feliz y disfrutar. Cuando empezó la música, tomé de la mano a Eva y la llevé a la pista.
–¿Así que bailas, Dante? ¿Por qué nunca me lo mencionaste?
–Es que ese es uno de mis talentos ocultos. No quiero humillar al resto de las personas, entonces no lo hago mucho.
Largó una carcajada que me hizo reír a mí también. Vaya, estaba perdiendo el control por completo con esta mujer. Y me encantaba.
–Ah, ¿así que ese no es tu único talento oculto? Me gustaría conocer los demás. –dijo, seductora, y me pregunté si se estaría refiriendo a lo mismo que yo pensaba.
–Todo a su tiempo, bonita. Todo a su tiempo.– Joder, hoy me iban a dar un premio por mi autocontrol.
Después de bailar un rato algunos temas movidos, empezaron a poner canciones más lentas. Le pedí que me excusara unos minutos y me escabullí hasta la cabina del DJ, para pedirle que pusiera una canción. Volví en menos de un minuto y la tomé de las manos. Podría contemplarla toda la noche sin problemas. Le di un beso en cada mano y le pedí que esperara porque tenía una sorpresa para ella. Ella sonrió y se quedó parada a unos centímetros de mí.
Cuando empecé a escuchar los primeros acordes de aquella canción, le dije las palabras que tenía guardadas hacía tiempo.
–Eva, hace tiempo que quiero decirte algo, pero soy malo para expresar mis sentimientos. Me llevó quince años hablar de la muerte de mi padre, y no es casualidad que lo haya hecho contigo...como te dije, soy malo para expresarme, entonces hablé con el Dj y le pedí a Pablo Alborán que lo haga por mí. –Me acerqué a su oído y susurré: –Disfruta, mi amor, cada palabra es para ti.
Qué intenso es esto del amor
Qué garra tiene el corazón, sí
Jamás pensé que sucediera así
Bendita toda conexión
Entre tu alma y mi voz, sí
Jamás creí que me iba a suceder a mí
Por fin lo puedo sentir
Te conozco y te reconozco que por fin
Sé lo que es vivir
Con un suspiro en el pecho
Con cosquillas por dentro
Y por fin sé por qué estoy así
Tú me has hecho mejor, mejor de lo que era
Y entregaría mi voz a cambio de una vida entera
Tú me has hecho entender que aquí nada es eterno
Pero tu piel y mi piel pueden detener el tiempo, oh
No he parado de pensar
Hasta dónde soy capaz de llegar
Ya que mi vida está en tus manos y en tu boca
Me he convertido en lo que nunca imaginé
Has dividido en dos mi alma y mi ser
Porque una parte va contigo aunque a veces no lo sepas ver
Cuando terminó la canción, Eva estaba llorando. Sus lágrimas corrían libres por su rostro, y yo solo pude besarlas para aclararlas. La besé en las mejillas, en la nariz, en los ojos, para finalmente llegar a mi descanso en sus labios.
Nunca había esperado nada en mi vida. Siempre había obtenido lo que quería, y de inmediato. Era parte de mi personalidad. Si algo me costaba demasiado decidía que no valía la pena. Pero con Eva había sido diferente. Con ella nos habíamos tomado nuestro tiempo, probablemente negando lo que sentíamos, pero por el motivo que fuera, todo había discurrido lentamente. Lo último que había esperado cuando acepté este maldito plan de Marcos era enamorarme de ella. Es que, pensándolo bien, tendría que ser muy torpe para no hacerlo. Ella era todo, necesitaba más de ella, la necesitaba toda. Estaba enamorado como un crío.
El beso se fue haciendo cada vez más intenso y pasional. Sus labios se entreabrieron y fue todo lo que necesité para introducir mi lengua, que se encontró con la suya y comenzaron un sensual baile que no tenía fin. Mordí su labio inferior, ese que había deseado morder casi desde el primer día. Sentí la urgencia de tenerla sola para mí. Ahora que habíamos empezado no íbamos a parar. Para mí ya se había terminado la fiesta, y se lo hice saber.
–Espero que no te guste el pastel. –susurré en su oído.
–¿Por qué? –preguntó, frunciendo el entrecejo.
–Porque no vamos a llegar a los postres. Vámonos de aquí. Espérame, iré a avisar.
Ella asintió, mordiéndose el labio inferior, y yo sentí que perdía el poco control que me quedaba. Regresé sobre mis pasos, la tomé firmemente de la cintura y la besé nuevamente, mordiendo sus labios con voracidad.
Llegué a la mesa de mi familia y me encontré con Alejandro y Mariano, que me miraban con la boca abierta.
–Joder, Dante. Parece que haya sido vuestro primer beso... que hasta yo me he puesto cachondo...¡Qué besazo!
Los miré con cara de pocos amigos, y les dije que teníamos que irnos, porque Eva no se sentía muy bien.
–Ya. No se siente bien. Claro, y tú vas a ayudarla un poco a que se sienta mejor, ¿no?– dijo Mariano, mordaz. Antes de que pudiera responderle, mi otro hermano habló.
–Solo te pido una cosa, Dante. Es importante. –interrumpió Ale. Parecía preocupado.
–Dime, Ale.
–No lo hagan en la encimera de la cocina... mamá prepara sus pasteles ahí–, dijo, antes de largar una carcajada. Le di un puñetazo en el brazo y me alejé de ellos mientras las risas continuaban.
–¿Estás lista?– pregunté cuando volví donde estaba Eva. Ella asintió y la tomé de la mano, subimos al coche y enfilamos para la casa de mi adolescencia.
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