Capítulo 12 - Mi hermosa novia
Eva
El fin de semana y el resto de la semana pasaron volando. A medida que avanzaban los días me sentía más y más nerviosa.
Le había comentado a Dani y no estaba muy convencida de lo que iba a hacer. No creía que pudiera salir bien nada que naciera de una mentira. Además, según ella, me estaba involucrando demasiado con Dante, sin conocer cuáles eran sus intenciones. No dejaba de tener razón, pero esa era una pregunta que no podía hacerle, al menos no después de 1965. ¿Quién preguntaba a la otra persona cuáles eran sus intenciones?
Deseché esa idea por completo y le pedí que me ayudara con mi maleta. Una cosa era vestirme para el trabajo día a día, otra cosa era preparar todo para un fin de semana. Dani me ayudó con todo, incluyendo la elección de la ropa para la noche del sábado, para el cumpleaños de mi "suegra". Como no sabía qué tan formal era, y no quería molestar nuevamente a Dante, ya que le había enviado aproximadamente una docena de mensajes preguntándole cosas, decidimos optar por un vestido rojo corto, pero elegante. Lo había usado un par de veces en años anteriores y había cosechado un gran éxito. Tenía un volado sobre el pecho que subía por un solo hombro, dejando el otro al descubierto. Un sobre y unas sandalias negras completaban el conjunto. Dani me dio las instrucciones de cómo ponérmelo y me recomendó que no anduviera sola con esos tacones. No pensaba hacerlo, y menos porque estaba en una casa que no conocía.
Sonreí al recordar cómo me veía en el vestido, y al imaginar la reacción de Dante al vérmelo puesto. En esos momentos era cuando más extrañaba poder ver.
Finalmente llegó el viernes. Ese día salí del laboratorio a las cuatro y media y me fui para casa a preparar todo. Me duché y me senté en el sofá a esperar a Dante, que quedó de pasar a las seis. A las seis menos diez golpeó la puerta. Tomé mi bolso de mano y mi maleta, y abrí la puerta. Dante tomó la maleta y me ayudó a cerrar la puerta. Me condujo hasta el coche y arrancamos.
El viaje fue largo, pero entretenido. Hablamos de temas variados y escuchamos música. Al cabo de dos horas y media aproximadamente llegamos a la casa de la familia de Dante. Bajamos del coche y apenas lo hicimos escuché un gran bullicio y voces que se acercaban.
–¡Dante, hijo! Qué alegría verte... ¿Y esta señorita?
–Mamá, vale, que no somos críos. Familia: Ella es Eva, mi hermosa novia.
Quise evitarlo, pero esa palabra sonaba tan linda en su persona, que me fue imposible no derretirme.
Inmediatamente empecé a recibir besos, abrazos y achuchones, vaya a saber de quiénes, porque las voces se entremezclaban y no podía saber quién era quién.
–Escuchen todos. Tengo algo que deciros: Eva es invidente. Quería que lo supieran, aunque por supuesto se iban a dar cuenta.
–¿Que es qué? ¿Qué significa eso? –Oí decir a una voz masculina.
–Quiere decir que es ciega, bruto – respondió la que supuse que era Carla, la hermana de Dante.
–Disculpa a Mariano, por favor. Es un poco bruto. Mucho gusto, Eva. Soy Carla.
–Encantada, Carla. Tenía muchas ganas de conoceros.
–¿Por qué no pasamos todos? Ven, cariño, te llevaré para adentro y te indicaré los lugares principales de la casa– me dijo la madre de Dante y me pasó el brazo por encima de los hombros. –Quiero que me cuentes todo sobre ustedes...que si espero por Dante me moriré de vieja.
La madre de Dante me paseó por la casa, enseñándome los lugares principales: el estar, el baño, la cocina. También me dijo que los dormitorios quedaban arriba, pero que ya me los enseñaría mi novio cuando fuera la hora de dormir. Era realmente encantadora y muy simpática, y no se mostró indiscreta con mi ceguera ni con ninguna otra cosa. Según lo que me había dicho Dante, supuse que se estaría cuidando hasta entrar en confianza, o tal vez, y lo más probable, Dante hubiera exagerado.
La cena transcurrió sin sobresaltos. Hablamos de temas triviales y reímos mucho. Alejandro y Mariano se entretuvieron contándome anécdotas graciosas de Dante en su niñez y adolescencia, que me provocaron varios ataques de risa, y Carla me preguntó sobre nuestro noviazgo, si estábamos viviendo juntos y cómo se comportaba como novio, ya que como hermano dejaba bastante que desear. Yo le dije que era el mejor novio que podía existir, y Dante me apretó la mano por debajo de la mesa. Los hermanos de Dante me hablaron de sus trabajos: Alejandro trabajaba en una productora que organizaba shows de diferentes artistas, Mariano tenía un gimnasio que atendía él mismo, y Carla era estilista y tenía su propio salón de belleza.
Hubo un momento en el que parecíamos novios de verdad. Reíamos de los mismos chistes, completábamos las frases que comenzaba el otro, y en ocasiones me tomaba de la mano o me acariciaba la mejilla. Pero tenía que recordar que era una farsa, no podía entrar en mi propia mentira.
Cuando estábamos terminando el postre y la madre de Dante nos ofrecía café, se le ocurrió hacerme una pregunta que nadie había hecho en la cena.
–Eva, me quedé pensando que no te he preguntado algo, dijiste que eres investigadora en un laboratorio, pero no me has dicho qué es lo que investigas.
–Mamá, es tarde, estamos cansados, mejor vamos a dormir ya. –sugirió Dante, pero yo no tenía sueño, y no me pareció nada rara su pregunta.
–Está bien, Dante, le responderé. Estoy investigando para encontrar una cura para el Alzheimer.
Se hizo un silencio sepulcral, que solo se rompió por el ruido de una cucharilla de postre que cayó sobre el plato. Maldita sea, en esos momentos era cuando más deseaba poder ver, así sabría qué estaba pasando. Sentí el chirriar de una silla contra el suelo, y luego unos pasos que se alejaban de allí. Dante gritó hacia el lugar a donde se había ido quien fuera que se había ido.
–¡Mamá! Espera...
–Déjala. Yo iré. No te preocupes, Eva. Siempre que se toca el tema se pone así. ¿Por qué no le advertiste, burro?
La que hablaba era Carla, y por supuesto, yo no entendía nada de lo que estaba pasando. Tomé el brazo de Dante, preocupada, y él me sugirió que nos fuéramos a dormir.
Me despedí de Alejandro y Mariano, que estaban levantando la mesa, y mientras subíamos la escalera le pregunté a Dante qué había pasado.
–Ahora no, Eva. Hablamos luego.
No dije más nada. El ambiente había cambiado en un segundo y no quería decir ni una palabra más, a ver si metía la pata de nuevo.
Caminamos por un corto pasillo y nos detuvimos delante de lo que asumí que era una puerta. Efectivamente lo era, Dante la abrió y me hizo pasar. Sentí como la cerraba a mis espaldas.
–Esto...Eva: estamos en mi antigua habitación. Aquí se supone que debemos dormir, y como se supone que somos pareja, deberíamos compartir la cama. –Abrí mis ojos como platos y negué con mi cabeza, no iba a compartir cama con Dante, de ninguna manera. –No te preocupes. Tú dormirás en la cama y yo...bueno, pondré unas mantas y almohadones aquí sobre la alfombra. –Asentí, un poco más tranquila, pero luego negué con la cabeza.
–No, Dante. Es tu habitación. Yo dormiré en el suelo.
–¿Estás loca? Si hay algo que me enseñó mi madre es a ser buen caballero, así que la dama dormirá en la cama. Vamos, ven, te ayudaré a sacar tu pijama de la maleta y te acompañaré al baño para que te cambies y te laves los dientes, ¿de acuerdo? Te esperaré afuera una vez que te muestre dónde está todo, por supuesto.
Una vez cambiada y aseada, me instalé en la cama, que era muy cómoda. Dante se colocó en el suelo, a los pies de la misma, lo noté por la dirección de su voz.
Nos quedamos en silencio varios minutos, y pensé que se había quedado dormido. Me dispuse a hacer lo mismo, pero escuché que en susurro me decía:
–Eva: mi papá murió de Alzheimer.
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