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Capítulo 11 - Cuida de mi risa

Dante

Estuve media hora parado en la puerta del edificio donde vivía Eva, confirmando y arrepintiéndome de mi decisión. Entre tantas dudas, tomé como una señal que una señora que salió a pasear a su perro me preguntara si quería pasar, entonces lo hice.

Cuando llegué a su puerta todavía estaba dudando. Las cosas entre nosotros estaban, digamos, delicadas. Esa tarde en el laboratorio había estado a punto de besarla, y sé que ella lo había deseado también. No sé de dónde sacaba tanto autocontrol. Lo que sí era seguro es que si tenía todo un fin de semana con ella, y fuera del laboratorio, las cosas se podían complicar. Cada día me sentía peor por engañarla, y, por otra parte, cada vez estábamos más cerca de lograr nuestro objetivo, lo que implicaría que yo me vaya para siempre de su lado. Y esa idea me daba terror.

Enseguida del «casi beso» había recibido la llamada de Laura. Le había dejado un mensaje explicándole que necesitaba su ayuda, pero me había respondido que no podría hacerlo, ya que se había comprometido y no quedaría bien con su novio si fingía ser mi novia, y más aún teniendo en cuenta nuestro historial de salidas juntos cada dos por tres.

No me quedaban muchas opciones: Estaba seguro de que esto sería un desastre total, pero no pude evitarlo, así como una polilla vuela hacia la luz, yo volaba hacia ella. Y allí estaba, golpeando su puerta y pensando cómo convencerla de aceptar.

Abrió la puerta, y le pedí ayuda. Me dejó pasar y me invitó a sentarme en el sofá mientras me traía una copa de vino. Cuando volvió se sentó frente a mí.

–¿Y bien? ¿Qué es lo que necesitas de mí?

–Uff, no sé por dónde empezar... Así que lo voy a largar de golpe y luego tú dirás: necesito que te hagas pasar por mi novia delante de mi familia.

Debió pensar que se trataba de una broma, porque primero puso un gesto de incredulidad y luego empezó a reírse en mi cara. Como notó que no la acompañaba en las risas, se quedó seria de repente.

–¿Me estás hablando en serio, Dante? ¿Qué clase de delirio es ese?

Con toda la sinceridad que pude, le conté lo que había pasado: la enfermedad del corazón de mi madre, que había venido empeorando desde su primera arritmia, la maldita mentira que se me había ocurrido para zafar de aquella cita a ciegas, las mentiras consecuentes cada vez que hablábamos, el mensaje que me envió por su cumpleaños, y por último, la negativa de Laura porque estaba comprometida. Eva se quedó un buen rato en silencio, pensativa, y finalmente me respondió.

–No.

–¿No? ¿No me vas a ayudar?– pregunté, algo decepcionado.

–Lo siento, pero no. No estoy de acuerdo con que mientas, y mucho menos a tu familia, Dante. Siento no ayudarte pero no voy a ser parte de esto. No me van las mentiras.

Me quedé en silencio ahora yo. No esperaba que me dijera que no. Si bien sabía que ella siempre iba con la verdad, pensé que se compadecería de mí. No quería tener que usar esta carta, pero no me quedaba otra opción.

–Eva... lamento tener que recurrir a esto pero... me lo debes.

–¿De qué hablas?

–Hace unas semanas, aquella noche que te acompañé después de tu ataque de pánico, me diste las gracias y me dijiste que me debías una, y querías que te la cobrara. Bueno, aquí está, te la voy a cobrar.

–¿En serio piensas cobrarme tu ayuda obligándome a participar de esta farsa durante todo un fin de semana? ¿Y qué pasa si nos descubren?

–No lo harán, para descubrirlo tendríamos que decírselo nosotros, y no lo haremos.

–Pero yo no sé nada de ti ni de tu familia, ¿cómo me voy a hacer pasar por tu novia? ¿Qué pasa si empiezan con preguntas demasiado personales? ¿Y además te has olvidado del pequeño detalle de que soy ciega?

–¿Y qué problema hay con eso?

–Que supongo que tu madre te preguntará por qué omitiste esa información.

–No te preocupes, Eva. De mi madre me encargo yo... ¿Vas a ayudarme?

–No me dejas otra opción, ¿no?

–¡Esa es mi chica! Nos vamos el viernes que viene. Es un viaje algo largo, deberíamos salir a las cinco del laboratorio para llegar bien y descansar.

La vi asentir con la cabeza, mientras se mordía el labio inferior, gesto que me encantaba. Toda ella me encantaba. No sé si llevarla como mi novia era una buena o mala idea, lo que sí era seguro es que iba a tener un gran problema para mantener las manos y la boca lejos de ella.

–Bueno, si vamos a hacerlo, lo haremos bien. Necesito que nos pongamos de acuerdo en ciertos detalles, como por ejemplo, ¿cómo nos conocimos?, ¿cuánto hace que estamos saliendo? Además quiero saber con quiénes me voy a encontrar allí, cuéntame cosas de tus padres, ¿tienes hermanos?

Sonreí al ver que se estaba entusiasmando con la idea. Como siempre, quería organizarlo todo y saberlo todo de antemano.

–Bueno. Tratemos de mantenernos lo más fieles a nuestra verdadera historia, así no es necesario mentir tanto. Podemos decir que nos conocimos porque yo colaboré contigo en una investigación, y empezamos a salir. En casa vas a conocer a mi madre, que es muy curiosa y querrá saberlo todo sobre ti. Insistirá hasta que le cuentes qué sabor de helado prefieres, así que si crees que se extralimita, házselo saber. Yo soy el menor de la familia. Mi hermana, Carla, tiene cuarenta años y es igual de cotilla que mi madre, y mis dos hermanos, Alejandro, de treinta y cuatro, y Mariano, de treinta y dos, te harán preguntas incómodas, porque así son ellos, pero son muy buenos, te querrán apenas te conozcan.

–¿Cómo sabes eso?

–Porque eres muy fácil de querer. –dije eso sin pensarlo, y cuando vi su sonrisa supe que sería capaz de decir cualquier otra cosa que hiciera que esa sonrisa siga en su rostro.

Mentalmente me otorgué el premio al tío más moñas del planeta, y le dije que tenía que irme. Pareció algo decepcionada, y yo también lo estaba. No quería irme, quería seguir charlando con ella.

–Gracias, Eva. Te estaré eternamente agradecido por este favor. – De pronto empezó una canción que me sonó familiar. –¿Este que estás escuchando es Jorge Drexler?-

–Sí, es uruguayo–, sonrió nuevamente. –Esta canción se llama "Cuídame", es una de mis favoritas.

–No la conozco, pero he escuchado algunas canciones de él.

–Yo las he escuchado todas. Es uno de mis cantantes predilectos. Tengo el sueño de escucharlo en vivo cuando venga a dar un concierto. Escucha qué linda es la canción.

Nos quedamos en silencio, sentados uno junto al otro, escuchando la canción. Fue un momento hermoso y muy íntimo, como nunca había experimentado con ninguna mujer, y eso que ni siquiera rozamos nuestras manos.

Cuida de mis labios,

Cuida de mi risa.

Llévame en tus brazos,

Llévame sin prisa.

Cuida de mis sueños,

Cuida de mi vida.

Cuida a quién te quiere,

Cuida a quién te cuida.

No maltrates nunca mi fragilidad,

Yo seré el abrazo que te alivia.

De pronto sentí que necesitaba tomar aire. El momento se había tornado muy personal y significaba mucho de golpe. Me puse de pie y me disculpé diciendo que estaba muy cansado. Ella asintió en silencio. Caminé hasta la puerta y salí del departamento.

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