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Capítulo 10 - Ya está en el aire girando mi moneda

Eva

Caminé furiosa por el pasillo. Estaba harta de sus idas y vueltas, de sus imprecisiones, de su inmadurez. Pero la culpa era mía, por haber dejado abierto ese pequeño resquicio por donde se había colado él. No pasaría más. Se habían terminado las conversaciones personales, los bombones y los cafés de la mañana. A partir de ese momento todo sería estrictamente profesional, como nunca debió haber dejado de ser.

Rodolfo me había llamado a su despacho, entonces subí al último piso del edificio y golpeé su puerta. La reunión era para informarse de cómo iba todo con Dante, cómo nos llevábamos y qué tal era la química laboral. "Perfecta", pensé con ironía. Pero en resumen, le comenté los últimos avances que habíamos conseguido y le dije que todo iba bien ahora que nos habíamos acoplado al trabajo.

Cuando volví al laboratorio y me puse la bata, encontré un pequeño bombón. Lo sostuve en mi mano y luego lo deposité en la mesa, sin comerlo. Sé que Dante me vio, pero no dijo nada.

Así pasamos una semana. Él no dejaba de traerme el café de la mañana pero yo no lo tocaba, y mis bolsillos seguían generando bombones, que no comía, aunque moría de ganas.

Finalmente, una tarde de viernes, estábamos trabajando en la computadora analizando unas muestras obtenidas. Dante me había dejado un bombón en el bolsillo, como todos los días, y, como todos los días, lo quité de ahí y lo dejé en una mesa. Quizá fue esa la gota que derramó el vaso, pero Dante me habló en ese momento.

–¿Se puede saber qué cojones te pasa conmigo, Eva?

–¿De qué estás hablando? –me hice la distraída.

–Sabes de qué te hablo. Rechazas mis bombones, no te tomas mis cafés, y ya casi no me hablas. ¿Te he hecho algo?

–¿De verdad me lo estás preguntando? ¿No te das cuenta de que me envías señales confusas todo el tiempo? ¿Por qué no maduras de una vez, niñato, y dejas de hacerme perder el tiempo?

–Genial, y ahora me insultas. ¿Yo soy un niñato? ¿Quién es la que jamás habla de su vida, la que se cierra en banda cada vez que trato de saber algo de ella? ¿Soy yo, o eres tú, Eva?

Abrí la boca para responder, pero no pude. Tenía razón. De todos modos yo no era la única que nunca hablaba de sí misma. Él era igual, solo que lo disimulaba con café y bombones. Se lo dije y eso lo cabreó más aún.

–Es que no te entiendo, Dante. –dije, exasperada. –Me haces regalos, eres dulce conmigo, me cuidas en un momento difícil...ahora voy y te mando un mensaje, y cambias de actitud completamente. ¿Qué pasa contigo? ¿Acaso estás casado?

Pregunté esa demencia, aunque sabía que no era así, pero necesitaba provocarlo de alguna manera. No tuvo el efecto deseado, porque chasqueó la lengua y largó una carcajada.

–Claro que no, Eva. ¿Por quién me tomas? No es eso... Esto es muy difícil de explicar para mí. Yo...

–¿Qué? ¿Tú, qué, Dante?

Me acerqué a él. Sé que no era el momento ni el lugar, pero quería que me besara. Apoyé mi mano en su mejilla mientras me puse de puntillas. Podía sentir su respiración cerca de mí. Podía sentir que también quería besarme. Lo sentí muy cerca, casi rozando mis labios...pero se alejó.

–No puedo, Eva. Lo siento.

Me quedé de boca abierta mientras me preguntaba qué estaba pasando. ¿No le gustaba? ¿Estaría en una relación? ¿Qué pasaba? Quizá yo me había imaginado toda esta química y en realidad era solo de mi parte. Pensaba preguntárselo, pero empezó a sonar su teléfono.

Atendió el teléfono con un alegre "Laura, ¿cómo estás, guapa?", lo que me puso en alerta. Por Dios, ¿Qué me pasaba? ¿Ahora estaba celosa de Dante porque hablaba con otra mujer?

La charla duró unos cinco minutos, entre los cuales pude escuchar varias frases: "Gracias por devolverme la llamada", "Estoy bien, con mucho trabajo, ¿y tú?", "Sí, te lo pedí porque confío en ti y sé que estarías dispuesta a ayudarme", "Ah, ¿así que te has comprometido?", "Felicitaciones", "Sí, vale, no te preocupes, conseguiré a alguien más", "Vale, espero la invitación a la boda", y finalmente "adiós", acompañado de un "joder" que quiso ser un susurro pero le salió más fuerte de lo que pretendía. Vamos, que escuché todo.

Cuando lo escuché regresar, le pregunté con un tono que aparentaba desinterés.

–¿Algún problema?

–No, no, todo está bien, perfectamente bien– resopló.

–Dante. Soy ciega pero no soy sorda. ¿Vas a contarme qué te pasa o también eso es un misterio?– dije con sarcasmo.

–¿Sabes que la ironía no te pinta, bonita?

–¿Y sabes que me tienes harta, Dante? Que te den. Volvamos al trabajo. No quiero perder más tiempo.

Caminé hacia mi estación de trabajo y esperé a que llegara. Estuvo callado todo el tiempo, pero trabajando en lo que estábamos. Yo tampoco le comenté más nada, y me encargué de ignorarlo como si fuera una adolescente.

A las siete de la tarde apagamos los equipos y nos fuimos. Se ofreció a llevarme a casa pero lo rechacé. Saqué mi bastón y enfilé hacia la estación del metro.

Llegué a mi departamento y me serví una copa de vino. Estaba muy confundida por lo que había pasado hoy con Dante. ¿Acaso era todo producto de mi imaginación?

Continué dando vueltas al asunto, me sentía enfadada, frustrada, y sobre todo, muy atraída por él. No pensé que me pudiera atraer alguien a quien no había visto la cara. Era curioso. Desde el accidente no había estado con ningún hombre. De hecho nunca había tenido una relación estable. Siempre terminaba enganchada con hombres irresponsables, inmaduros o con terror al compromiso. Ése era mi target, y, a juzgar por Dante, parecía que seguía la misma línea. Maldije para mis adentros y decidí ir a la cocina a buscar algo de queso y aceitunas porque tenía hambre.

Me traje un plato y me senté en el sofá a escuchar música. Puse otro de mis cantantes favoritos: el uruguayo Jorge Drexler. Sonaba su canción "Sea" y yo me detuve a escuchar y disfrutar su letra.

Ya estoy en la mitad de esta carretera

Tantas encrucijadas quedan detrás

Ya está en el aire girando mi moneda

Y que sea lo que Sea

Lo que tenga que ser, que sea

Y lo que no por algo será

No creo en la eternidad de las peleas

Ni en las recetas de la felicidad

Estaba inmersa en la música cuando sentí que golpeaban la puerta. Imaginé que sería Dani, siempre se olvidaba de las llaves la muy despistada.

Me acerqué a la puerta y la abrí. Apenas lo hice, su aroma especial llenó mis fosas nasales. No necesité que hablara para saber que era él.

–¿Dante? ¿Qué haces aquí?– pregunté, confundida.

–Te necesito. –respondió.

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