Capítulo 20: Efebofilia
Capítulo 20
Oigo unas llaves hurgando en la cerradura. Es medianoche. Dani entra a oscuras y se mueve con cuidado, tratando de no despertarme. Lo reconozco por la escasa luz que se cuela por debajo de la persiana del balcón.
—Perdón. ¿Te he despertado? —susurra al verme con el móvil.
—Ah, no. —Me incorporo como puedo en la cama hinchable, que insiste en tragarse mis codos y mis manos—. ¿Qué tal?
—Cansado. Voy al baño, a cambiarme.
—Vale. Por cierto, he cenado unos trozos de pizza que había en la nevera —le digo—, y también le he pillado prestados unos shorts a Gina.
—No creo que le importe.
Los dos susurramos como si Gina estuviera durmiendo en la cama vacía que hay a mi lado. Dani duda como si fuera a añadir algo más.
—¿Dónde está? —pregunto.
—No sé, ya veo que todavía no ha vuelto.
—¿Te ha dicho algo?
—No.
—¿No vas a llamarla?
Incluso en la oscuridad, incluso si no hace ningún sonido, sé que suspira.
—No quiero que después se queje de que la agobio —responde, dejando caer los hombros—. Como se suele decir: no news are good news.
Una vez sale del baño, avanza en silencio y a ciegas hasta el sofá-cama y se tumba haciendo rechinar los desgastados muelles.
—A lo mejor le ha pasado algo —murmuro.
—Lo dudo.
—Igual deberías llamarla —sugiero, abrazando la almohada.
—Paso.
Estamos tendidos de lado, cara con cara. Dani está demasiado lejos. No me atrevo a tender mi mano en su dirección. Enrosco los dedos en la sábana.
—Por lo menos envíale un mensaje —le pido.
Dani se mueve en el colchón sin encontrar una posición cómoda.
—Si lo hago, ¿te callarás? —me pregunta, al cabo de un rato.
Probablemente no se atreve a llamarla por si es un mal momento. No me imagino lo duro que debe de ser para Dani estar con alguien que se olvida tan rápido de que tiene novio. Pero si tanto le duele, no sé cómo puede quedarse de brazos cruzados. Me molestan, ella por egoísta y él por cobarde.
—Bueno, pues ya está, enviado —gruñe.
Golpea la almohada para ahuecarla. La golpea más fuerte de lo necesario, y bota en el colchón para ponerse boca arriba. Cuando siento que va a ponerse a gritar, solo suelta un suspiro tembloroso con el que contiene el llanto.
—Dani...
Traga saliva y por su respiración quebrada sé que no quiere hablar.
—Bueno, no importa... —me disculpo.
No dice nada. Dani se sorbe los mocos como si se secara las lágrimas con la camiseta. Cuando por fin responde, lo hace de muy malas formas.
—¿Qué? —me exige con la voz rota.
—¿Quieres que me tumbe contigo?
—No —logra responder, para acto seguido romper a llorar—, déjame.
Me aplasto contra la almohada.
—Bueno... vale...
***
Gina me despierta bien entrada la madrugada. No es, ni por asomo, tan silenciosa como Dani. Más que caminar, se balancea hasta su cama, donde se deja caer sin ningún cuidado, profiriendo un gruñido ebrio.
Dani le chista suavemente. Le recuerda que estoy durmiendo.
—Perdón —susurra Gina—. Perdón, Laia.
—¿Has bebido?
—Estoy molida. Estas zapatillas me están matando —se queja, haciendo fuerza para quitarse el calzado sin desatar—. Uf, mucho mejor...
—No deberías haber bebido.
—¿Te has enfadado?
Oigo los muelles de la cama, a ella riendo bajito.
—Perdona, no vi tu mensaje. ¿Me perdonas? —le dice.
—Gina, ahora no —lo escucho protestar—. Hace calor.
—Tengo ganas de cariño.
Dani se aparta de ella hasta situarse al borde de la cama, muy cerca de mí.
—Jope, ¿no puedo abrazarte? —se lamenta Gina con un infantilismo de lo más irónico, dado lo pesada que se puso con todo aquello de la pedofilia.
—Te he dicho que tengo calor.
No necesito verlos para saber que Gina está muy pegada a Dani, quizá con los muslos alrededor del de él, frotándose.
—¿Has aprovechado la tarde? —le pregunta ella.
—Estás borracha.
—¿Habéis salido a dar una vuelta u os habéis quedado en casa?
—Buenas noches —la interrumpe Dani.
La escucho resoplar antes de rendirse.
—Buenas noches —masculla Gina, apartándose ruidosamente.
Dani está encarado hacia mí. La oscuridad emborrona cualquier atisbo de expresión en su rostro, sus ojos no son más que dos cuencas negras. Me tienta hacerle sitio a mi lado, seguro que quiere estar lo más lejos posible de ella. En vez de eso, ahogo un suspiro contra la almohada, abrazándola, conformándome, porque no me merezco y no me atrevo a otra cosa.
***
El olor de las tostadas me despierta temprano. La sala está en penumbra, la persiana sigue bajada. Por sus agujeros penetran unos intensos haces de luz que ponen de manifiesto las numerosas motas de polvo suspendidas en el aire.
Gina y Dani desayunan en la isla de la cocina. Cuchichean sobre mí.
—¿Qué pasa? —exijo saber, sentándome en el borde del colchón hinchable, que desciende amenazando con tirarme al suelo.
—Buenos días. Nada, que Gina me decía que hoy podríamos salir los tres juntos —me explica Dani, de no muy buen humor.
Mientras que Dani tiene la cara aguada, Gina se ve radiante, desprende una energía que solo la podrían explicar tres tazas de café o una raya de coca.
—Pero no sé, estoy cansado, la verdad. He dormido mal.
—¿Te apuntas tú? —me pregunta Gina.
—Uf, no creo... Yo tampoco dormí bien —mascullo adormilada, frotándome perezosamente los párpados—. Creo que volveré al pueblo hoy.
—¿Tan pronto?
Por poco no le respondo que no quiero quedarme en un barco que hace aguas. Miro a Dani, quien seguro que entiende cómo me siento.
—¿Quieres que te lleve? —se ofrece.
—Ah, no quiero molestar, cogeré un bus y ya está.
—Que no, guapa, que no es molestia —me tranquiliza Gina, antes de añadir, en un tono que suena a burla—: además, que después de haberte dejado tirada ayer, qué menos que tener derecho a molestarme un poco.
—Tranquila, me lo cobré poniéndome tus shorts —le respondo con una sonrisa envenenada, al tiempo que hago notar que me van grandes.
—Has hecho bien. Como si estuvieras en tu casa. ¿Quieres?
Desliza hacia mí su plato con la tostada que no se ha comido.
—No, gracias —respondo forzando otra sonrisa, para a continuación abrir los armarios, coger un paquete de galletas y sentarme junto a Dani—. No me apetecen tostadas —aclaro, por si es necesario hacerlo.
—¿Entonces cuándo salimos? —insiste Dani.
—Cogeré un bus.
—Venga, tía, que no me importa llevarte.
Entre todas las sonrisas de su repertorio, Dani tiene una que me derrite, y encima no le importa usarla delante de su novia.
—De verdad que no...
—Te llevo —decide sin dejarme terminar.
—Te ha dicho que no —le reprende Gina.
—Y yo digo que sí —la contradice él.
—¿Sabes que eso es acoso?
—Pero no le importa que la acose si es para llevarla a casa, ¿verdad?
Otra vez esa sonrisa desvergonzada. A esa versión suya me hubiera costado más rechazarla. A esa versión no la imagino llorando por su novia egoísta.
—Bueno, si es para llevarme a casa...
—¿Pero quieres que te lleve o no? —me pregunta Gina.
—O sea, me sabe mal, pero si no es molestia...
—Tía, tengo que compensarte lo de ayer. Cojo el coche y vamos.
—¿Vamos? —repito, sin entender.
—Iba a llevarla yo —se planta Dani.
—Os acompaño —dice Gina, colgándose al hombro una mochila que solo usaría ella, con dibujos de pechos feos, asimétricos, caídos o amputados.
—Ah, pero...
—¿Prefieres que no vaya? —se desilusiona.
—¿Te sorprende después de la bronca que le echaste? —le recrimina Dani, quitándome el peso de tener que hacerlo yo.
—Vale, soy la bruja mala, lo pillo. —Gina sacude las manos y se encoge de hombros, asumiéndolo sin darle mucha importancia—. Pasadlo bien.
Lanza la mochila al sofá y se sienta con el móvil, ignorándonos. No, no solo nos ignora, sino que dirige todas sus fuerzas en fingir que no existimos.
—Parece una niña pequeña. ¿Crees que se ha puesto celosa? —le susurro muy muy bajito a Dani, viéndola de reojo y conteniendo la risa.
—Puede, ya se le pasará —responde, triunfal—. En fin, ¿lista?
—Un segundo.
Una de mis zapatillas está en el abismo de pelusas que hay debajo del sofá-cama. Me agacho frente a Gina y ella levanta los pies fingiendo no verme. Tras sacudirme el polvo de encima, cosa que hago frente a su cara y de la que parece no darse cuenta, me siento en el taburete al lado de Dani.
—Cómo molan tus calcetines —comenta, burlón.
Son unos calcetines viejos de Bob Esponja.
—Gina, ¿esto refuerza tu teoría? —la provoco, alzando una pierna para que los vea—. Talla 35-38. ¿Te gustan?
Gina se esfuerza por mantener la mirada en el móvil. Comprime una sonrisa soltando el aire por la nariz, apenas capaz de seguir con la actuación.
—¡Te gano! —exclama de pronto con un cambio de humor explosivo.
Los de Gina son de Digimon y están más desgastados que los míos.
—Porque no has visto mis bragas —le rebato.
—¿También las compras en la sección infantil?
—¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres verlas? —la reto, tirando de la goma de las bragas hacia arriba para mostrar parte de ellas.
—Nadie quiere ver tus bragas, Laia.
—¿Seguro?
Miro de reojo a Dani asegurándome de que Gina se da cuenta.
—¿Quieres hacerme cabrear?
—Puede. Pero como soy mona se te pasará en seguida.
—Tú ponme a prueba —me advierte, cada vez con menos humor.
Consigo devolvérselo abrazando mis muslos y levantando las piernas bien alto, moviendo los pies para que se fije otra vez en mis calcetines. Gina sonríe y niega con la cabeza, incapaz de enfadarse conmigo.
—Haré que me folle así —informo, apretándome las rodillas contra el pecho.
—Pensaba que eras de las que prefieren a perrito.
—¡Ualaa! —exclamo, haciéndome la ofendida, con la boca muy abierta.
—¿Acaso me equivoco?
—Te estás pasando de zorra —le advierto.
Gina se sacude el cabello como una diva, encantada.
—¿Y tú eres la misma que anteayer me apaleó? —le pregunto.
—A mí me encanta cómo eres, tía, pero tengo que cuidarte.
—Pues vaya forma de cuidarme.
—Tía, lo siento, me salió la vena radical.
—Tu vena radical no me cuida —respondo, victimizándome un poco más.
—Coño, ¿y qué esperabas? —Gina se encoge de hombros, desdeñosa.
—Pues que no fueras tan condescendiente conmigo, para empezar.
—O sea, que te molesta si lo soy yo, pero te gusta si lo es un tío, vaya, qué curioso —observa, y le lanza a Dani una mirada significativa—. Curioso, ¿eh?
Pero él ha terminado de coger sus cosas y abre la puerta.
—¿Nos vamos? —me apremia.
Dani me sirve como excusa para cortar a Gina sin ningún miramiento:
—Bueno, que me voy.
—¡Huye, cobarde!
—Te pillo prestado al novio, también. Prometo devolvértelo pronto —le digo, mientras voy sacando el cuerpo poco a poco por la puerta, hasta que solo me asoma la cabeza—. Le daré tus shorts para que te los traiga él después.
Quito la cabeza y cierro justo antes de que me dé el cojín que me ha lanzado.
—¿A qué vino eso? —me pregunta Dani en la escalera.
—Que se joda. No pasa nada porque crea que hemos follado.
Por algún motivo eso a Dani le molesta. Pasamos el resto del camino hasta el coche en silencio, y también parte del trayecto en carretera. La verdad, no me importa. Tengo suficiente batería para no depender de su conversación.
—¿Qué miras con tanto interés?
—Una entrada sobre lo de la cultura de la pedofilia —contesto, más centrada en la pantalla de mi móvil que en lo que me está diciendo.
—¿De su blog?
—No, al contrario —respondo, aun sin alzar la mirada—. He encontrado pruebas que desmienten sus estúpidas teorías. Para empezar, ninguna revista dice que la protagonista de Stranger Things sea sexy, lo he buscado. Hablan de su forma de actuar nada más, lo que pasa es que sexy puede significar muchas cosas en inglés, no la están sexualizando. —Cambio de pestaña—. Y aquello que dijo Gina de las categorías más buscadas en el porno también es mentira. Según estas estadísticas, los hombres prefieren milfs y matures —informo, y se me escapa una mueca de asco—. O sea, que si el porno que consumen afectara a sus gustos sexuales, ese tío tendría que preferir a mi madre antes que a mí.
Dani niega con el ceño fruncido, infinitamente disgustado.
—MILF son las siglas de madre a la que me follaría, en inglés —me explico.
—Es raro que menciones a tu madre de todos modos.
—Puede que prefiera la tuya.
Tras esto no solo arruga el ceño, también la boca.
—Las madres follan. Lo sabías, ¿no? —le digo riendo.
—Para. Por favor.
—Bueno. Pues volviendo al tema. —Cambio a la tercera pestaña del navegador—. Tampoco es verdad que las chicas se depilen para parecer niñas, las encuestas demuestran que la gran mayoría lo hace por higiene.
—Porque nadie miente en las encuestas, claro.
—Podrían decir que no se depilan y ya —le rebato.
Dani se encoge de hombros con hastío.
—En cualquier caso, los hombres se fijan en las adolescentes, no en las niñas, así que, aunque solo fuera por eso, ya no podríamos llamarlo cultura de la pedofilia, si acaso de la efebofilia. —Compruebo en el móvil que lo he dicho correctamente—. O sea, según varias investigaciones, es normal que a un tío de treinta y pico se sienta atraído por una de veinte, es cuestión de genética.
—¿Y por una de quince o dieciséis? —inquiere.
—Pues si está buena sí, claro. —Deslizo la pantalla en busca de lo que he leído antes—. Bueno, perdón. ¿He dicho que es por genética? Quería decir que es una cuestión biológica. Según lo que pone aquí, se sienten atraídos por chicas que ya están desarrolladas físicamente, lo que es normal desde un punto de vista reproductivo, y las buscan jóvenes porque... la mujer es fértil por más tiempo —termino de leer, avergonzada de no acordarme de lo más sencillo.
—Las escogen como si fueran ganado, ¿no?
Resoplo haciendo notar mi hartazgo. Discutir con Dani es una pérdida de tiempo, pero no puedo dejarlo correr ahora que tengo todos los ingredientes y herramientas para cocinar mi discurso, uno más sólido que el de Gina.
—Si hasta los psicólogos dicen que es normal que un hombre encuentre atractiva a una adolescente —le digo, subiendo el tono—. Pero bueno, que las encuentren atractivas no significa que vayan a empezar una relación —añado, queriendo excusar a Álex respecto a sus intenciones conmigo y viceversa.
—Tranquila, por lo que dices creo que estás a salvo.
—¿Perdón?
—Solo se fijan en las que están desarrolladas, ¿no?
Su ataque es tan inesperado que me deja sin habla.
—¿Cómo? —logro decir, un poco aturdida.
—Da igual.
—Bueno, no sé, supongo que a algunos no les importa, como a ti —espeto, acomodándome el cinturón de seguridad con la vista al frente.
—¿A mí? —salta, con un intento de risita arrogante—. Ya te gustaría.
Noto las mejillas encendidas y la rabia ocupando mi pecho.
—Tío, no sé si estás celoso o despechado —respondo.
Dani centra toda su atención en la carretera, ignorándome.
—Parece que te molestó mi rechazo —añado, desviando la mirada hacia la ventanilla. Por esta misma carretera condujo Álex, y sin embargo lo que sentí entonces no se parece en nada a lo que siento ahora. En vez de las luces de la ciudad brillando como estrellas, solo se ven aburridos edificios color ladrillo.
—En serio, Laia, si te hice pensar que me gustabas, lo siento —masculla Dani con la voz rota—. No sé qué me pasó, admito que me equivoqué.
Le regreso la mirada con un mohín de soberbia.
—¿Qué? —gruñe, incapaz de tolerar más mi silencio acusador.
—Pues que ayer decías que a lo mejor te equivocaste al elegir y ahora te disculpas por hacerme creer que hablabas de mí.
—Es que no lo dije por ti.
—Ya, claro.
—Ese es tu problema, Laia —me dice, en un tono de enfado reprimido que me hace saber que por muchas ganas que tenga de gritar, no lo hará—, que te crees que eres especial, y no lo eres. Yo busco algo más que una cara bonita.
—¿Buscas? —rio sarcástica—. ¿Para qué buscas si ya tienes a Gina?
—No lo entiendes.
—Dani, sí que lo entiendo, créeme —contesto, quitándole la oportunidad de explicarse—. ¿Lo entiendes tú? ¿Entiendes lo que quise decir?
—Ya no sé de qué me hablas.
—De que ser guapo no es lo mismo que ser atractivo.
Aunque no lo aclare, es obvio que no hablo solamente de mis gustos. Quiero que sepa, que recuerde, que no es lo bastante bueno para Gina.
—Y todo por decirte que lo de la biología es una chorrada —dice, apenas en un susurro derrotado—. ¿De verdad necesitas justificar su interés por ti?
Guardo silencio, no vale la pena gastar saliva en explicarme.
—Tú no eres la única que piensa que no te trató bien —me dice al cabo de un rato, tan comprensivo que me hace sentir culpable—. Puede que se pasara un poco con su forma de hablarte, no lo niego. Pero tenía razón.
Niego la cabeza mirando por la ventanilla, hacia los pinos retorcidos.
—¿Sobre que me gustan los tíos condescendientes? —pregunto irónica.
—Te encanta discutir, ¿eh?
—A Gina también y no veo que tengas ningún problema con ello.
—Laia, tarde o temprano te darás cuenta de que tenemos razón.
—Lo que digas. ¿Puedo fumarme un cigarro?
Por su gesto, intuyo lo que piensa pero no se atreve a decir: que si no lo había dejado, que si no era la mejor forma de lidiar con los problemas, etcétera.
—Luego el coche olería a tabaco —se queja.
Así es Dani, le falta firmeza. Bajo la ventanilla.
—Si echo el humo fuera no pasa nada, ¿no?
3000 palabras justas de capítulo, un poco más cortito que el anterior. En esta ocasión tenemos a una Laia insoportable que ataca cuando se siente acorralada o menospreciada, y me gustaría aclarar que los datos que da son datos que de verdad están en Internet y que no por ello son más confiables que los de Gina, que también los encontraréis si buscáis por la red. Dicho esto, ojalá lo disfrutéis y que no se os atragante esta protagonista.
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