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Capítulo 19: Defectuosa

Capítulo 19

Despierto sin saber dónde estoy. Me acaricia una luz grisácea y fresca, acompañada del canto de los pájaros y de un rumor parecido al del mar, el de Barcelona desperezándose. Palpo a ciegas, desorientada, encontrando el suelo donde debería haber estado la mesita donde siempre dejo el móvil.

Al incorporarme, veo a Gina cogiendo su mochila y despidiéndose de Dani con un besito casto en los labios.

—Buenos días —consigo articular, en medio de un bostezo.

—Buenos días, dormilona —contesta Dani.

—Buenos días —me saluda Gina—. ¿Te hemos despertado?

—No, no. ¿Qué hora es?

—Las ocho y... —Gina mira la hora en su móvil— mierda, las nueve menos cuarto. Lo siento, llego tarde al trabajo. ¡Hasta luego!

Cierra de un portazo, dejándonos solos.

—¿Qué quieres para desayunar? —me pregunta él, tímidamente.

—Tranquilo, me prepararé lo que sea.

Tienen la nevera prácticamente vacía: un cartón de leche desnatada, medio limón rancio, un tomatito pocho y un yogur caducado. Tampoco hay suerte con el armario. Un poco de pan de molde con tomate bastará, qué remedio.

—¿Quieres otra cosa? Puedo ir a comprarlo —se ofrece.

Debe haberme notado el disgusto en la cara.

—No es necesario, de verdad —le aseguro, somnolienta.

—¿Qué tal has dormido?

Como si me acabaran de dar una paliza. Entre que los oía cuchichear y que el colchón hinchable me estaba destrozando la espalda, no dormí nada.

—Bien —mascullo, frotándome los ojos.

—¿Quieres que ponga la tele?

No quiero que ponga la tele ni que me haga compañía. Qué pequeño es este piso, y qué violento es que no haya ningún sitio en el que pueda desayunar sin que él me esté mirando. Porque no voy a comer en el cuarto de baño.

Me encojo de hombros mientras mastico.

—¿Qué harás? ¿Tienes planes para hoy? —me pregunta.

El pan está correoso, la bolsa ha estado abierta por mucho tiempo.

—Lo digo porque tengo que ir a trabajar —me aclara.

—¿Te vas?

Me sonríe a modo de disculpa.

—Gina sale de trabajar a las tres. Puedes aprovechar a hacer un poco de turismo hasta que vuelva —me propone.

Por un lado, no me parece bien quedarme en su casa, sobre todo cuando Dani actúa como si me quisiera fuera, y por el otro me asusta un poco pasear sola por una ciudad tan grande, con tanta gente y sin saber adónde ir.

—No te preocupes, me esperaré a que vuelva Gina —le digo.

Dani pone cara de no entenderme, pero no insiste.

—Como quieras —dice, levantándose—. Nos vemos después.

Me siento fuera de lugar en cuanto sale por la puerta.

Reviso mi teléfono, encogida en el pequeño sofá. La fotografía en la que salgo semidesnuda sigue sumando interacciones. Me pongo boca arriba y me tomo una foto estirando los brazos tanto como puedo, con la lengua fuera.

Parezco tonta, y apuesto a que eso les gusta.

Publico una story con un cuadro de texto que pone lo siguiente:

solita y aburridaa <3 respondo preguntas

La primera no tarda en llegar. Otras dos. Mis respuestas:

El turquesa.

1.56 y 42 kg.

Me hago más fotos. Un vídeo. Lo edito y lo subo como gif.

Mis ojos. De fondo, mi enorme ojo color marrón con motas verdes.

Respondo una pregunta tras otra, sin darme tregua.

Pa k quieres saber eso jaja saludos.

¿cuántos crees?

me gustan mayores

Fotos de mi cara, de mi sonrisa, de un mechón de cabello entre mis dientes y de la tira del sostén en mi hombro. Un vídeo mandando un beso. Otro vídeo poniéndome de pie frente a la nevera para demostrar mi estatura. El último que subo es de mis pies descalzos asomando por encima del reposabrazos.

Cuando termino, me siento eufórica y un poco traviesa. Enciendo el portátil de Gina en busca de pruebas. Por mucho que vaya de adalid de la moral, no es ninguna santa. Una noche en la que estábamos borrachas, me confesó que se acostaba tanto con chicos como con chicas, y no necesariamente de uno en uno.

Dudo mucho que su único límite en el sexo sea la edad si no los tiene ni con los genitales ni con el número de participantes. O sea, que me apuesto una teta a que se está acostando con alguien de más de treinta. Es obvio que oculta algo, si no el portátil no tendría dos usuarios.

Trato de iniciar sesión en el de Gina poniendo contraseñas al azar:

GinaVagina

Feminismo

1234

todosloscoñossonbonitos

Cierro el portátil por miedo a terminar bloqueando la cuenta. Pruebo suerte con el armario. Camisas sin mangas, mom jeans, botines de tela y unas Reebok con más años que su dueña; son color marfil en vez de blancas.

En los cajones de la ropa interior no hay nada. Pocos sostenes, ninguno de encaje. Tampoco tiene tangas, solo bragas y culottes.

Cuando estoy a punto de darme por vencida... premio. El último cajón está a rebosar de juguetes sexuales. Gina tiene vibradores de todas las formas y tamaños, lubricantes de sabores, esposas acolchadas, una diadema con orejas de gatita y un plug con cola de zorro, entre otras sorpresas fetichistas.

Me pongo la diadema y me tomo una selfie junto al variado arsenal de Gina. La cuelgo en mis redes con el siguiente texto: opinión???

Los primeros comentarios:

Queremos verte usándolo, linda

Comparte un poco jajjajajaja

Parecía inocente. Nos engañó a todos, banda.

Ostras. El tiempo se me ha pasado volando. Gina está a punto de llegar del trabajo, y no quiero lidiar con ella sin tener a Dani de mediador.

Tomo mis cosas y salgo de casa después de asegurarme que dejo todo como lo he encontrado. Nada más cerrar a mis espaldas, cuando ya no hay vuelta atrás, recibo un mensaje que parece obra del karma.

Gina: tíaaa lo siento muchísimo me ha surgido un imprevisto y no voy a poder verte esta tardeee! 🙏

Laia: ok no te preocupes 😊 nos vemos a la noche.

Mierda. Empujo la puerta un poco. No cede. Mierda, mierda. Tras meditarlo un instante, llamo por teléfono a Dani. No responde, así que vuelvo a intentarlo.

Tarda cuatro infinitos tonos en cogérmelo.

—Perdón —le digo de primeras—, sé que estás trabajando, pero...

—Gina te ha dejado tirada —adivina.

—Bueno... es que... he salido porque no quería encontrarme con ella —le confieso con una risita nerviosa, quitándole hierro—, pero soy tan tonta que no me he fijado en que casi no me queda batería y...

—Te da miedo perderte sin batería —vuelve a adivinar.

—Sí —digo, avergonzada.

Dani suspira, llenándome el oído de sonido estático.

—Perdón —repito.

—¿Dónde estás?

—En la escalera. También me da miedo quedarme aquí.

Dani se ríe al otro lado de la línea.

—Intentaré escaquearme un momento en el descanso —dice muy bajito, seguro que para que no le oigan sus compañeros de trabajo.

—Gracias. ¡Gracias, gracias!

—De gracias nada —me corta, divertido—, me debes una.

***

He quedado con Dani a las cinco y media en la zona ajardinada junto al museo marítimo. O más bien me ha dicho que lo espere aquí. Reviso otra vez en Google Maps que estoy en el lugar correcto y me siento en el banco que parece más limpio. Pese a que falta más de una hora para que nos veamos, no me atrevo a moverme del sitio. Tengo poca batería, no conozco Barcelona y las calles están a reventar de turistas. Mínimo tres personas por metro cuadrado.

Los minutos se alargan como si cada uno tuviera 600 segundos. Desbloqueo el móvil para responder comentarios. 32% de batería. Lo bloqueo de nuevo y me lo guardo en el bolso. Pierdo la mirada por las palmeras y en los turistas que toman fotos de la columna de Colón. Una estatua humana pintada de gris metálico saluda con el sombrero. Gafas de sol, cámaras colgadas del cuello, hombros quemados. Miles de chanclas pisoteando las Ramblas. Miro la hora. Las 16:40. Contesto algunos comentarios más. 25%. Reviso, por cuarta vez, que estoy donde Dani me ha dicho. 22%. Borro un mensaje privado en el que me piden que me pruebe la cola y bloqueo al tipo que me lo ha enviado. 19%.

Hace muchísimo calor. El móvil está sobrecalentándose. Me vibra entre los dedos. Dani me está llamando mucho antes de lo esperado.

—¿Has salido ya? —pregunto esperanzada.

—Sep. ¿Estás donde te dije?

—Sí, aquí mismo. ¿Tardarás mucho?

—¿Puedes esperarme en Canaletas? —me suelta entonces.

—Pero... me has dicho que nos veíamos junto al museo marítimo.

—Quiero llevarte a un sitio que está de muerte.

—¿No podemos ir juntos desde aquí? —me quejo.

—Laia, no te vas a perder, solo tienes que cruzar las Ramblas.

—¿Por qué me dijiste que te esperara aquí entonces?

—Lo siento, es que no lo pensé antes. —La voz de Dani suena entrecortada, como si caminara deprisa—. Te prometo que valdrá la pena.

—Bueno, está bien.

—Perdona por marearte.

—¿Nos vemos en Canaletas entonces? ¿Es definitivo?

—Muy definitivo.

Cuelgo antes de quedarme sin batería. Estoy al 16% pero el camino hasta Canaletas no tiene pérdida, todo recto. Eso sí, a través de las Ramblas. Cruzo un mar de gente, abriéndome paso entre hombros y cuerpos que hablan todo tipo de idiomas incomprensibles, aceptando flyers para tirarlos en la siguiente papelera que encuentro, y allí me quedo, junto a la fuente de Canaletas, quieta como las estatuas humanas que he visto pidiendo dinero, entre turistas pasando por delante y por detrás de mí, con la mochila bajo mi codo.

Dani me sobresalta tapándome los ojos por detrás.

—¡No me des esos sustos! —le grito.

—Te voy a llevar a una heladería italiana que está para cagarse —me dice, arrastrándome hacia una de las retorcidas calles históricas del barrio Gótico.

—Literalmente, ¿no? —le reprocho.

—¿Cómo?

—¿No sabes que soy intolerante a la lactosa?

—Hostia. —Dani se detiene de golpe y me mira con una cara de culpabilidad tan tierna que me dan ganas de adoptarlo—. No lo sabía. Perdón.

Lo intento, de verdad, pero me resulta imposible aguantar la compostura.

Comienzo a reírme como una loca y Dani se lo toma como un niño al que han traicionado con el regalo de cumpleaños. No se le pasa la rabieta hasta que nos sirven el helado, que nos comemos de camino al puerto.

Todavía no hemos llegado cuando sale el tema de Gina.

—No le hagas mucho caso —me dice.

—Entre lo insoportable que se pone y que me ha dejado tirada...

Dani clava la cuchara en su tarrina, sin humor.

—Bueno, con ella ya se sabe, le salen los planes por sorpresa —masculla mientras mezcla los dos sabores, medio derretidos.

—¿Ha pasado algo?

—Habrá quedado con alguna amiga —dice entre dientes.

Por amiga se refiere a persona con la que se acuesta.

—¿Puedo hablarte del tipo este que conocí, aprovechando que no está ella?

En los ojos de Dani noto que me lo agradece. Pero para hacerse el duro se lleva la cucharilla a la boca y se encoge de hombros con fingida indiferencia.

Tiene algo que se me hace irresistiblemente dulce.

—¿Prefieres hablarlo conmigo que con Gina? —me pregunta.

—Lo prefiero mil veces.

—Pues soy todo oídos.

—¿Tú piensas como ella?

—En parte.

Pasamos unos segundos en silencio, no quiero contarle nada si también va a darme el sermón. Tiramos las tarrinas a una papelera y nos sentamos en los escalones de la entrada de un edificio que parece una iglesia, como casi todos los de este barrio. Me quedo callada hasta que habla él.

—Creo que una relación así no va a ninguna parte, aunque eso ya lo sabes —se explica en voz baja, porque no estamos solos en los escalones—. Laia, eres mayorcita para cuidar de ti misma. Si quieres follártelo, fóllatelo.

—Prefiero que me folle él. Pero entiendo tu punto.

Dani niega con la cabeza. Le hace gracia, pero no va a seguirme el chiste.

—¿Entonces te pone?

—Mucho. Pero es raro, porque ni siquiera es mi tipo y no lo soporto.

—¿Por qué no es tu tipo? ¿No está bueno?

—¡Oye, no solo me fijo en eso!

—¿Está bueno? —insiste, chocando su rodilla con la mía.

—Qué va. Dad bod total. Pero es mono, tiene una sonrisa preciosa y los ojos azules. Ha trabajado de modelo y... no sé, es grande, así que...

Con los dedos de ambas manos calculo unos veinte centímetros.

—No tiene por qué tenerla grande —se ofende riendo.

—Pero seguro que sí. Lo noto. No sé, será por las cejas. Las tiene gruesas.

—¿Te lo quieres follar porque crees que la tendrá grande?

—No es un elemento decisivo. Pero sí, influye. En gran medida.

—Tía, estás como una cabra.

Por cómo nos miran las personas a nuestro alrededor, es probable que Dani esté en lo cierto. Hacemos una pareja cuanto menos curiosa. Él, con todos esos tatuajes y sus expansores, siendo el sensato, y yo, con mi blusita y mi aspecto de niña bien, hablando sobre el tamaño de la herramienta de Álex.

—Qué le voy a hacer, me van las emociones fuertes —le digo, encantada.

Dani se lleva la palma a la cara. Parece que quiere mantener la mirada lejos de mí para que no se le contagie mi sonrisa. Pero lo está disfrutando.

—¿Qué? Me pone. Es esa clase de hombre que deja huella.

—Te hará daño —me advierte, divertido.

—Eso espero.

Me muerdo el labio teatralmente mientras me araño los muslos. Dani tiene una sonrisita de incredulidad en el rostro y las mejillas ruborizadas.

—Fijo que me deja hecha polvo en todos los sentidos —continuo.

—Laia —trata de interrumpirme.

—Como me pille, me deja para terapia.

—Laia —me suplica.

—Quiero que me ate y que me azote y que...

Dani me hace un gesto para que me calle de una vez, pero sigo listando toda clase de perversidades, desde mordazas hasta correas de perro, así que después de otra advertencia se abalanza sobre mí para tratar de taparme la boca.

—¡Me has mordido! —se queja, riendo.

Me encojo de hombros con una satisfacción infantiloide.

—¿Tanto te pone? —masculla, masajeándose el dedo lastimado.

—Mucho. Estoy fatal de la cabeza, lo sé.

—Entonces no te lo follarás una sola vez, como dijiste.

—Muy mal tiene que hacerlo para que no se repita —confirmo.

Dani niega con la cabeza. Todo esto le supera, no sé si es que no es capaz de llevarme la contraria o si le está gustando saber más de esta faceta mía. Con lo que he descubierto de él a través de los juguetes de Gina, mis confesiones de sumisa masoquista no pueden dejarle indiferente.

—¿Tienes alguna de sus redes sociales? —me pregunta de pronto.

—Qué cotilla morboso eres.

Me da un pequeño pero doloroso pellizco en el costado.

—¡Oye, vale, espera! Creo que tengo una foto —le digo, antes de que vuelva a hacerlo.

Impido que mire mi pantalla mientras lo busco en Google. Es lo suficiente famoso como para encontrarlo sin saber su apellido, basta con usar las palabras adecuadas. Chef, modelo, Álex, chef vende restaurante, programa TV.

Dani se impacienta mientras me decido por una foto.

—¿Qué escondes? ¿Tienes algo que no quieres que vea?

—Te sorprendería saber lo que tengo en mi galería —contesto, juguetona.

—¿Te tomas fotos indecentes?

—Claro, todo el mundo lo hace. Revísale el móvil a Gina.

En una de las fotografías aparece con barba de tres días, camisa de leñador arremangada hasta los codos y esa sonrisa amplia y descarada. Perfecto.

—Mira —le digo, antes de que pueda responderme—. Guapo, ¿verdad?

—¿Puedo ver otra foto? Me suena este tío.

—Lo habrás visto posando en alguna revista.

Por suerte, en la pantalla de mi teléfono salta un aviso diciendo que el móvil se apagará en pocos segundos. Gracias, batería defectuosa.

—Lástima —le digo, con una enorme sonrisa—. En fin, ¿qué te parece?

—Que es normal que te guste. Hasta yo me lo follaba. No homo.

—¿Te apuntas a un trío?

—Solo si me lo dejas todo para mí —bromea.

—Gina también se lo follaría si lo viera —le suelto sin pensar.

—Pues seguramente —confirma, con una sonrisita herida—. Es muy mono y encima tiene ese estilo calculadamente desaliñado que os vuelve locas.

—No lo decía en serio, o sea...

—Laia, no importa, es guapo —me corta, apartándome la mirada.

—Qué va, no es para tanto, lo que pasa es que...

—Claro, por eso mojas las bragas pensando en él —masculla, y niega con la cabeza con un resentimiento que no va dirigido solamente a mí.

—Pero a mí no me pone por su aspecto. Te juro que el tío no es nada del otro mundo. O sea, es mono, sí, y es grande, vale, pero no es mi tipo. Ni siquiera sé por qué me atrae, Dani. Está gordo y es peludo. Tiene mucho vello.

Dani suspira sin darme el beneficio de la duda. Ni me mira.

—Te digo que tiene mucho, mucho vello —insisto, captando su desdeñosa atención—. Podría ponerse una corbata con velcro.

—Cómo te pasas.

Gracias a dios, consigo que sonría un poco.

—Bueno, no soy ciega. Todo el mundo tiene algún defecto. Yo soy una enana dentuda —le digo, sacando los incisivos como un conejo.

—A mí me gustan tus defectos —me dice, tímido—, son monos.

—Solo te gustan a ti.

Frunce el ceño, ofendido, y espeta:

—Seguro que a ese tío también le gustan.

—¿Que no era que le gustaba por parecer una niña? —le rebato, irónica.

—Eso dice Gina. No opino igual.

—Como se entere de lo que acabas de decir, te deja sin follar un mes.

—Idiota.

—¿Por qué crees que le gusto? —pregunto, empujándolo con el hombro.

—Pueden ser mil cosas.

—¿Qué cosas? —le interrogo.

—Laia, no te voy a regalar el oído.

—Porfa, súbeme la autoestima. Porfa, porfa...

Junto las palmas haciendo pucheros.

—¿La autoestima o el ego? —se ríe, apartándome las manos de su cara.

—Gina no se va a enterar. ¿Te parezco guapa?

—Para.

—¿Estoy buena?

—Eres mucho más que eso, Laia.

—¿Te gusto? —insisto, con una sonrisa impertinente.

—¿Quieres que te diga la verdad? —me advierte, harto de mí.

—Bah, no te molestes. Nuestro amor es imposible —contesto, aunque me duele el rostro por todos los sentimientos que luchan por materializarse en él.

—¿Porque no parezco la clase de tío que te deja en terapia?

Me encojo de hombros con una sonrisa provocadora.

—¿O porque no soy lo suficientemente guapo? —me pregunta.

—Sí eres guapo —le digo, dándole un manotazo en el pecho.

—¿Te gustan mis defectos?

—¿Qué defectos?

—Oh, gracias —responde, aunque no termina de creérselo.

—No, en serio. ¿Qué defectos?

Físicamente no le veo ninguno. Dani tiene unas facciones agradables y unos ojos bonitos, además de tatuajes, gusto estético y sentido de la moda.

—Tía, si le ves defectos a ese dios griego, alguno me verás a mí.

—No es un dios griego. Los dioses griegos no tienen vello.

—Tía, venga, mójate —me suplica.

—¿Cómo sabes que no lo estoy? —le suelto, desubicándolo.

Dani tarda unos segundos en recomponerse. Carraspea secándose el sudor de las manos. Tiene la cara roja como un tomate. Cruza una pierna sobre su muslo, la baja al suelo y la vuelve a subir. Incómodo, termina sentándose sobre su tobillo. Pone las manos en su regazo y me sonríe con torpeza.

—¿Te parezco más guapo que él? —me pregunta tímidamente.

Puede que seas más guapo, pero eres demasiado inseguro y es una lástima que necesites reafirmarte en la opinión de otros, especialmente en la mía. No puedo verte atractivo si ni tú crees que lo eres.

No, no puedo decirle eso. Pero tampoco puedo darle esperanzas.

—Que me parezcas más guapo no significa que me gustes más que él —le digo, y no soy consciente de mi poco tacto hasta que veo cómo le cambia la cara.

Pese a que sonríe, sé por el brillo de sus ojos que le ha dolido.

—Bueno, a ver, no quiero decir que no seas atractivo —añado al instante, y lo tomo de la muñeca—. Tú ya tienes a Gina y yo pues... soy tu amiga y...

Noto la decepción en su sonrisa resignada.

—Te gustan otra clase de chicos —me ayuda.

—Básicamente. O sea, tú eres demasiado bueno para mí.

—¿Crees que le gusto a Gina? —me pregunta tras un instante de duda, con la mirada perdida hacia la abarrotada calle del Gótico.

—Claro, eres mono y sabes cómo hacer reír a una chica.

—Por favor, tú le gustas más que yo.

Niego con la cabeza y apuesto a que mi rostro transpira incredulidad por cada poro de su piel. Gina no se siente atraída por mí, más bien me odia.

—Venga ya, Dani. ¿Cuántos años hace que estáis juntos? —le pregunto, harta de su derrotismo—. Gina tiene exactamente lo que busca.

Dani suspira pensando en quién sabe qué.

—Quizá me ha tenido durante demasiado tiempo —masculla.

—¿Insinúas que se ha cansado de ti?

—¿Por qué seguimos en una relación abierta, si no?

—Bueno, supongo que es una forma como cualquier otra de reivindicar su derecho a elegir —contesto, y nada más decirlo me siento mal por aprovechar la situación para cargar una vez más contra ella—. La culpa es de los profesores que nos dicen que la monogamia es una convención social.

Quiero hacerle saber que puede contar conmigo. Una persona normal lo abrazaría, lo tomaría por las mejillas y le diría frente contra frente todo lo que merece oír. Dani, eres maravilloso y nadie te debería hacer sentir menos que eso, ni Gina ni nadie. Nadie. Una persona normal le daría un pellizco y haría una broma y lo arreglaría invitándolo a otro helado, y sin embargo aquí estoy, incapaz de nada de eso, tan cerca y a la vez lejos de él.

—¿Quieres que te invite a un helado? —pregunto, dubitativa.

—¿Soy egoísta por quererla solo para mí?

—Bueno, creo que las relaciones consisten en eso... formar parte de algo, tener a alguien siempre a tu lado...y te he hecho un pareado —bromeo.

—Quizá me equivoqué al elegir.

Me mira con la sonrisa de un moribundo que confía en la existencia de un lugar mejor. Aunque me da mucha pena, no puedo corresponderle. Retiro la mano del escalón de piedra y de los dedos que me buscan.

—Entonces deberías hablarlo con ella —le sugiero.

—¿Dejarlo porque las cosas no son como a mí me gustaría?

—Cuéntale cómo te sientes.

—¿Y después qué?

—Si te quiere, te elegirá a ti.

—Ya la conoces —reniega—. Sabes que no lo hará.

—Bueno, no puedes obligarla a estar contigo.

Mi voz suena más dura de lo que pretendo; demasiado seca, dolorosamente directa. Quiero retractarme de lo que he dicho y no sé por qué no puedo.

—Tengo que irme —me informa, sin ninguna emoción.

—¿Adónde?

—Mi descanso termina en cinco minutos, se me ha hecho tarde.

—¿Puedes acompañarme a casa?

Dani revisa la hora, inseguro. Entendería que, aunque tuviera tiempo, no quisiera pasar ni un segundo más a mi lado.

—Está bien, vamos —contesta.

—Gracias.

Cruzamos las Ramblas a buen paso y lo sigo por los callejones en dirección al Raval. Dani camina tan rápido que siento que quiere dejarme atrás. Al llegar al portal, consigo reunir las agallas necesarias para disculparme.

—Oye, perdón por lo de antes... no quería...

—No. No te preocupes —me corta, y abre la puerta—. Necesitaba oírlo.

La escalera es claustrofóbica, demasiado estrecha. Lo sigo en silencio hasta el primer piso. Con un gesto, me indica que pase adentro del estudio.

Él se queda fuera.

—Hasta luego —dice por fin.

—Que vaya bien —respondo, sin fuerzas para fingir ánimo.

Cierra la puerta y me quedo sola.


Este es uno de los capítulos más largos hasta la fecha. Había pensado dividirlo (aunque no sé dónde) y al final no lo hice por petición popular. Ojalá os guste y no se os haga demasiado largo. <3

Hace poco llegamos a los 1.3M de lecturas y no puedo expresar lo suficiente cuánto os agradezco vuestro apoyo. Tengo las mejores lectoras del mundo, me votáis, me comentáis y hay muchísimo feedback con la novela 😊

Espero no parecer un aprovechado si además os hago algunas preguntas jajaja

¿Por qué creéis que Laia provoca a Dani contándole sobre sus gustos? ¿Pensáis que lo que dice va en serio o que solo lo hace para incomodarlo? ¿Y por qué pensáis que es incapaz de desdecirle incluso si sabe que la ha cagado? Por último, ¿qué opináis sobre la teoría de Laia sobre Gina? ¿Es posible o solo se está proyectando para justificarse?

¡Muchas gracias de nuevo! 

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