8
Los pasillos del palacio que vamos dejando atrás son majestuosos con la historia de la familia real en ellos, algunos pasajes gloriosos otros un tanto sangrientos pero todos plasmados para que los recordemos. Sin embargo la prisa con la que soy conducida a través de ellos me imposibilita el apreciarlos completamente.
Manje se detiene cuando llegamos a un jardín en el que una fuente toma el espacio central llenando la estancia del leve sonido del agua cayendo.
-Bien ahora que estamos solos me dirás el por qué ya no me llamas Manje, Safiya –dice tomándome por la cintura y atrayéndome a él.
Su cara me cautiva, su belleza masculina es tan cruda que no puedo evitar llevar mi mano a su mejilla y acariciarlo. Podría pasarme horas describiendo la perfección de unas facciones que fueron talladas por las diosas para que las mujeres nos deleitásemos con su presencia, sin embargo son sus ojos la única parte de él que nunca encontraría palabras para describir, tan seductores y embriagadores que podría perderme en ellos.
-¿Por qué no me dejaste ver tu cara ese día en la mañana? –digo perdida en el momento.
-Porque deseaba que la primera vez que vieras mi rostro fueras tu misma, no quien mi madre quiere que seas –dice acercando su cara más a mi mano- Ya te lo había dicho.
-¿Pero cómo sabías que estaría ahí esa noche? –digo aún atónita al pensar que me acepta tal y como soy, a pesar de que nuestro amigo en común diga que una reina no se comporta de esta manera.
-Uno tiene sus métodos, Safiya, y no pienses que me he olvidado que me llamabas señor hace unos instantes –sus manos se afianzan en mis caderas y comienzan a subir lentamente por los costados de mi cuerpo.
-Me dijiste que podía llamarte así, sin embargo nunca aclaraste si sería solamente en privado, no estábamos solos en el salón –digo mientras siento como mi respiración se agita por sus caricias.
-Hmmm –su cara busca mi cuello y comienza a dejar leves besos ascendiendo hasta la oreja susurrando- Ya veo, entonces ¿cómo me llamarás ahora?
-Manje –mis manos van a sus brazos y las arrastro hasta su cuello para enterrarlas en sus cabellos.
-Así me gusta ¿Qué quieres, Safiya? –sus palabras en mi cuello son acompañadas por el tintineo de los cascabeles que llevo en la cintura.
No puedo responder, la sobrecarga emocional que siento me abruma, sus manos ya sobrepasaron la shenti que llevo y comenzaron a acariciar mi piel desnuda. En un suspiro la túnica que llevo puesta para cubrir mis pechos es abierta y, aunque no quedo totalmente expuesta a causa de que los tirantes de la shenti me cubren, cuando busco sus ojos siento que él me ve tal y como los dioses me crearon.
Mientras siento su sedoso cabello en mis dedos me pregunto la razón para no raparlo al igual que lo hacen los otros hombres de la corte. Vuelvo a deslizar mis manos por sus hombros y siento los músculos tensarse ante mi tacto.
Bajo a su pecho desnudo puesto que no llevaba túnica y siento la dureza de un cuerpo que fue entrenado para la guerra desde la temprana edad de los siete años, mi corazón se encoge al pensar en el pequeño niño de cabellos negros y ojos brillantes de curiosidad por el mundo que fue arrojado a los militares para su entrenamiento.
Las cicatrices que toco en mi camino me confirman que las veces ha ido al campo de batalla no se ha limitado a ser un mero espectador de los acontecimientos, sino que luchó junto a sus hombres por proteger nuestro imperio, su imperio.
-Gracias –digo abrazándolo por la cintura, justo encima del cinturón de cuero que sujeta la shenti que lleva.
-¿Por qué me agradeces, Safiya? –dice con confusión.
-Por protegerme incluso cuando no me conocías –respondo mirándolo a los ojos y llevando una de mis manos a la cicatriz más grande que tiene, la que le cruza desde el hombro derecho al centro del pecho.
Su sonrisa me desarma y me dejo hacer cuando me lleva de nuevo a su pecho en otro abrazo.
-Espero una compensación por haberla protegido tan fervientemente, mi señora –le escucho decir en tono juguetón.
-Lo que desee, mi señor –le contesto mirándolo y hablando con sinceridad.
-Quiero que bailes para mí –dice con la voz un poco grave.
-Eso ya lo hice –digo recordando la última noche que fui al local de Oubastet.
-Cierto, quiero que bailes solo para mí. ¿Me complacerás Safiya? -no tengo oportunidad de contestar porque ambos sentimos unos pasos fuertes acercándose, rápidamente nos apartamos y tratamos de recobrar la compostura, si es que eso es posible.
-Mi príncipe –dice el soldado que se acerca a nosotros haciendo un saludo militar- Tenemos noticias con respecto a la misión que nos encomendó.
-¿Safiya puedes ir a caminar un momento por el jardín? –su voz ya no es invitadora o juguetona como antes, ahora es seria.
-Sí, mi señor –de nuevo su ceño se frunce pero lo deja pasar.
El jardín es hermoso, como todo en el palacio, pero no me siento a gusto una vez me he quedado sola por lo que me siento a esperar en uno de los bancos mirando el cielo estrellado.
……..
- ¿Me regalarías esa estrella? –la voz la escucho distorsionada.
- Puedo regalarte todas ellas. Acaban de anunciar su compromiso –le responde alguien en la oscuridad.
……..
Reconozco la voz de la mujer que vuelve a colarse en mis pensamientos, esta vez está impregnada de ilusión ante tal pregunta. No paro de preguntarme quién en su sano juicio pide una estrella como regalo, no es algo que puedas poseer, simplemente están ahí en el manto de la noche para que las veamos.
El miedo comienza a tomarme presa porque desde que visité al oráculo de Apis han estado ocurriendo estas extrañas visiones, supongo que a esto se refería cuando dijo que debería de empezar a ver pero no entiendo lo que me quiere mostrar.
-Safiya –escucho más que veo a Manje puesto que aún estoy mirando al cielo nocturno.
-¿Manje alguna vez quisiste pedir una estrella de regalo? –mi pregunta nos sorprende a ambos.
-No –su respuesta no se hizo esperar mientras se sentaba a mi lado y miraba al igual que yo el firmamento.
» ¿Deseas una estrella Safiya? –dice al cabo de unos minutos de silencio.
-No, pero creo que alguna vez la quise –no sé si entiende mis palabras por lo que giro mi cara para mirarlo y me topo con sus grandes orbes, ahora negros por la concentración, mirándome.
En silencio levanta su mano y sé que me está pidiendo permiso para romper el momento de privacidad que hemos tenido, porque debemos regresar al gran salón donde el resto de los invitados nos esperan, a fin de cuentas Manje es el invitado de honor.
Con un suspiro deslizo mis dedos entre los suyos y lo sigo por los caminos del palacio pero no puedo evitar mirar una última vez las estrellas titilar y sentir mi corazón encogerse en el pecho.
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