38
–Estás hermosa –dice Abraham besando mis mejillas– como siempre.
–Gracias –respondo un poco cohibida por el público que tenemos.
–No se limiten por nosotras –dice María detrás de mí.
Abraham sonríe ante las palabras de mi amiga y me toma por la cintura dejando un beso, si bien no tan apasionado como los usuales, que hace suspirar a mi ama de llaves.
–¿Eso está bien para ti? –pregunta él mirando sobre mi hombro.
–Sí, perfecto.
–Hay diosito santo gracias por mandárselo a la niña –escucho a Gisela.
–¿Me las presentas oficialmente? –me susurra en el oído.
–Claro, ven vamos –tomo su mano y me giro frente a esas mujeres ávidas de romance en sus vidas y sonrío para mis adentros.
–Oh, Gisela vienen hacia nosotras –le cuchichea mi amiga pero somos capaces de escucharles pues no estamos a más de seis pasos de distancia.
–¿Estoy presentable? –le pregunta la aludida pasándose las manos por los cabellos castaños acomodándolos.
–Abraham estas son María, mi hermana por elección y mejor amiga, y Gisela, mi ama de llaves y una gran amiga también –digo señalándolas– Él es Abraham –lo introduzco a secas, provocándolas.
–¿Solo Abraham? –inquiere María.
–Niña –la mirada de Gisela me reprende– debes de ser más educada.
–Un placer conocerlas a las dos –intercede mi acompañante.
–¡Diosito pero si es todo un caballero! –exclama Gisela cuando deja besos en los nudillos de ambas– Niña tienes que cuidar a este muchacho.
–Eso planeo –susurro en respuesta.
–Hmmm, ya veo –murmura María con la cara momentáneamente seria– Abraham te estoy confiando mi mayor tesoro. Espero por tu bien que sepas apreciarla.
Las palabras de mi amiga me provocan un leve picor detrás de los ojos pero pestañeo para evitar que las lágrimas salgan.
–Gracias –responde él volviendo a tomar mi mano y dejando un beso al igual que en las de ellas– Gracias por permitirme conservar este tesoro. Te prometo que no haré nada que opaque nunca su brillo.
–¡Bueno ahora si se pueden ir! –exclama Gisela.
–Sí, ya pueden irse, shu shu –nos repite María haciéndonos gestos con las manos para que nos vayamos.
Nuestro camino de salida está lleno de risas divertidas y miradas cómplices. Conversamos sobre lo que hemos hecho en el día y las inquietudes que tenemos sobre asuntos de las oficinas.
–¿En serio no me dirás dónde vamos? –pregunto después de un rato de estar en el camino.
–Ya casi estamos allí –dice bajando un poco el cristal y mirando por la ventana– Ven, tengo que vendarte los ojos.
–¡Vaya! Que misterioso –digo sonriendo girándome de espaldas para que me tape los ojos– ¿Con qué lo harás, por cierto?
–Con la corbata –susurra en mi oído y me estremezco. Siento la seda de la negra corbata sobre mi rostro y el nudo que hace para dejarla en su lugar– Vamos toma mi mano, ya llegamos.
Con lentitud vamos sobre un camino empedrado, nada más escuchándose el sonido de nuestros zapatos.
–Abraham –lo llamo cuando suelta mi mano.
–Espera un segundo –lo escucho caminar a mí alrededor y luego de nuevo en mi dirección.
–¿Demoras mucho? –pregunto al aire.
–No, ya estoy aquí –habla detrás de mí y sus manos ascienden por mis brazos desnudos hasta el nudo de la corbata. Llevo mis manos a mis ojos para tomar la prenda entre ellas y cuando veo lo que está frente a mí me quedo sin palabras.
Es una simple casa de madera de estilo colonial que hace años estuvo pintada de azul pero que ahora solo parce gris. De las jardineras que están en las ventanas del segundo piso caen brillantes luces como las que están por todo el borde del tejado y alrededor nuestro sobre las plantas descuidadas del jardín dándole a las luces un aire despreocupado.
–¿Cómo supiste? –digo cuando soy capaz de hablar coherentemente.
–Tuve un poco de ayuda –su mentón descansa sobre uno de mis hombros y me abraza dejando sus manos frente a mí.
–Es hermoso –susurro.
–Lo más hermoso aguarda en el interior, vamos –sus brazos me sueltan y toma una de mis manos para dirigirnos al interior.
Realmente como dijo el interior está más hermoso que el exterior. La barandilla de madera negra de la gran escalera también está adornada por luces que caen iluminando los pétalos de rosas que forman un camino.
–¿Debemos de seguirlo?
–Eso creo –responde Abraham sonriendo.
Con calma caminamos por donde nos indica el camino porque me encuentro observando todo a nuestro alrededor y miles de recuerdos encerrados dentro de esas paredes me llegan.
Una mesa hermosamente decorada nos espera, el suelo alrededor tiene hojas verdes delimitando un círculo perfecto. Sobre el mantel blanco se alza un ramo de rosas azules, de un azul increíblemente oscuro, que impregnan el lugar con su olor ayudadas por el aire de la noche. Una botella de vino está enfriándose al costado y lo que parece una cena está tapado manteniendo el calor.
–Todo está hermoso Abraham, gracias –digo extendiendo la mano sobre la mesa para tomar la suya.
–Te lo mereces, esto y mucho más –responde él abarcando con la mirada la habitación.
–Son hermosas –digo mirando las flores.
–Tú lo eres más.
–¿Cuántas son? –mis dedos navegan por los suaves pétalos acariciándolos.
–Me dijeron que cien pero si quieres podemos contarlas.
–¿Desde cuándo has estado planeando esto? –digo apartando mi mano de las flores y mirándolo.
–No lo he hecho solo, te dije que había tenido ayuda –responde sonriendo.
–Asumo que Gian fue parte de esto –una de mis cejas se alza mirando donde la cena espera y sonrío imaginando lo emocionado que debió de estar.
–Sí, nunca lograré cocinar tan bien como él –sonríe él a su vez.
–Pero tú no cocinas nada mal –repongo.
Entre bromas, coqueteos y sonrisas probamos las delicias que mi amigo preparó para nosotros mientras vamos haciendo bajar la botella de vino.
–Ni siquiera preguntaré si hay postre porque la mayoría de los platos eran de alguna u otra forma dulces –digo sonriendo viendo como Abraham da un sorbo a su copa.
–Debo de felicitarlo. Cuando me dijo que dejara la cena a su consideración me asusté un poco si soy sincero –dice negando con la cabeza y sonriendo– pero veo que el resultado fue maravilloso.
–¿Qué hacemos aquí Abraham? –digo al fin las palabras que me han estado rondando la mente toda la noche.
–¿No puedo ser romántico al menos una noche?
–Sí, pero podríamos haber ido a algún restaurante para eso –contrapongo segura.
–Tu no le dejas a uno la posibilidad de sorprenderte Sophia –dice levantándose de la silla frente a mí.
–¿A dónde vas? –pregunto mientras deja un beso sobre mi frente.
–Solo será un segundo –lo veo salir de la habitación y tomo una de las rosas para olerla. Me concentro en la fragancia de la flor y cierro los ojos deleitándome en ella.
–Se suponía que verías esto cuando fuéramos a la habitación de al lado –escucho la voz y abro los ojos para mirarlo– pero como no me permites ser romántico y sorprenderte tendremos que hacerlo de otro modo –yo no digo nada porque cuando lo vi inclinado sobre una de sus rodillas al lado mío quedé muda.
»Sophia Collins, en este lugar que te vió crecer y convertirte en la hermosa mujer que eres hoy te pido que me permitas unir nuestras vidas para siempre. Deseo que te conviertas en la razón por la que me despierte por las mañanas y la que me acompañe en los momentos importantes de mi vida –continua sacando una pequeña caja de joyería del bolsillo del pantalón y no hay duda sobre lo que hay adentro.
» ¿Aceptas convertirte en la esposa de Abraham Khattab? –comienzo a asentir con la cabeza mientras las lágrimas descienden por mis mejillas, hasta que me doy cuenta…
–¡Espera un momento Khattab! ¿Tu apellido no era Gest? –pregunto sorprendida.
–¿En serio Sophia? ¿Crees que mi apellido es lo más importante ahora? –dice levantándose exasperado.
–¡Pues claro! –grito levantándome para enfrentarlo, dejando la rosa sobre la mesa– Es el apellido que usaré el resto de mi vida, por supuesto que es importante.
–¿Lo usarás el resto de tu vida? –sus ojos brillas con intensidad y me recuerdan al cielo estrellado del desierto.
–Por supuesto, eso es lo que sucederá cuando nos casemos porque claro que acepto ser tu esposa –digo abrazándolo y tomándolo por sorpresa.
–Esta va a ser una gran historia para contar a los nietos –susurra cuando envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y me atrae a él.
–Podemos cambiar algunas cosas –digo moviendo la cara para encontrar sus labios.
–Por supuesto, diremos que bailamos un vals y después te pedí que te casaras conmigo –dice dándome pequeños besos entre palabra y palabra.
–Y yo acepté a la primera –continuo.
–Pero si aceptaste a la primera ¿no recuerdas? –bromea.
–No, solo recuerdo haber bailado contigo.
–Claro, claro. Pero no diremos nada de preocuparse por los apellidos –ríe él– Además ¿por qué preguntaste sobre eso?
–Es que pensaba que te llamabas Gest, como el nombre de la empresa –digo pensando en lo sorprendente que es que el apellido de Sadiki y Olabisi aún se conserve hoy en día, miles de años después.
–No, ese es el nombre que mi abuelo eligió para la empresa y lo hemos usado en público; pero yo nací y fui inscrito como Abraham Khattab –mientras habla toma una de mis manos y deja en ella la caja de joyería– Ábrelo, es tuyo.
Con dedos temblorosos abro la caja y quedo muda al ver el anillo dentro de ella.
–Es cierto que son iguales. El día de la cena con tu familia lo vi pero no muy bien. Tu madre me dio la impresión de que me lo ocultaba –digo acariciando el zafiro y mirando a Abraham– Pónmelo, por favor.
–Un placer para mí –con delicadeza toma la joya y la desliza en mi dedo anular– Sobre mamá, bueno es algo de familia, ya sabes la historia de que se perdió su gemelo así que desde entonces todas las mujeres que lo han llevado lo han protegido mucho.
–Ya no habrá que preocuparse –digo tocando el zafiro de mi collar con la mano donde llevo el anillo– Ya están juntos.
–¿Quién soy yo Sophia? –pregunta Abraham tomándome de las caderas y acercándome a él.
Una de mis manos va a su mejilla y su barba me hace cosquillas en la piel. Pienso en lo mucho que ha cambiado mi vida en pocos meses. No, en los últimos años y todo a causa de los zafiros que llevo en mi cuerpo, justo como lo hice hace tanto tiempo atrás, solo que esta vez el final será diferente.
–Eres Abraham Khattab, el hombre que he amado en todas mis vidas y que amaré para siempre. El hombre con el que voy a casarme –sentencio llevando mis manos a su nuca y aceptando el beso que sus labios me ofrecen.
Así en medio de la noche estrellada, en un orfanato abandonado de los suburbios de una gran ciudad, bailando un vals que solo se escuchaba en nuestras mentes y con nuestros cuerpos abrazados todo estuvo bien en el universo porque al fin estábamos juntos de nuevo y no habría nada que pudiera separarnos en esta vida.
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